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Samuel Barber, Meditación y danza de la venganza de Meda. Samuel Osborne Barber (West Chester, Pensilvania, 9 de marzo de 1910 — Nueva York, 23 de enero de 1981) fue un compositor estadounidense de …Más
Samuel Barber, Meditación y danza de la venganza de Meda.

Samuel Osborne Barber (West Chester, Pensilvania, 9 de marzo de 1910 — Nueva York, 23 de enero de 1981) fue un compositor estadounidense de música clásica.
Samuel Barber nació en West Chester, Pensilvania, en 1910. Considerado como un niño prodigio, comenzó a tocar el piano a los seis años y a componer a los siete. Cursó estudios en el Curtis Institute of Music de Filadelfia. Algunos compañeros destacados en Curtis fueron Leonard Bernstein y Gian Carlo Menotti, siendo Menotti quien realizó el libreto de la ópera más famosa de Barber, Vanessa, la cual fue estrenada en 1958 en la Metropolitan Opera House de Nueva York. En 1935 ingresó en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. Al año siguiente escribió su Cuarteto para cuerdas en si menor, cuyo segundo movimiento —a sugerencia de Arturo Toscanini— arreglaría para orquesta de cuerdas dándole el título de Adagio para cuerdas (Adagio for Strings) y, posteriormente, para coro mixto como Agnus Dei. Trató de evitar el experimentalismo de otros compositores estadounidenses de su generación, prefiriendo hasta casi el final de su vida ceñirse a formas y armonías musicales relativamente tradicionales. La mayor parte de su obra es exuberantemente melódica y ha sido descrita como neorromántica, a pesar de que en algunos de sus últimos trabajos, particularmente el Tercer Ensayo para Orquesta y la Danza de la Venganza, de Medea, despliega un uso magistral de las percusiones, un mayor vanguardismo y efectos neo-Stravinskianos. Sus canciones, acompañadas por piano u orquesta, se encuentran entre las más populares del repertorio clásico del siglo XX. Entre ellas se incluyen una serie sobre textos de Matthew Arnold (Dover Beach), originalmente escrita para cuarteto de cuerdas y barítono; las Hermit Songs, inspiradas en textos anónimos irlandeses de los siglos VIII al XIII; y Knoxville: Summer of 1915, escritas para la soprano Eleanor Steber y basadas en la introducción a A Death in the Family, un texto autobiográfico de James Agee premiado con el Premio Pulitzer de 1957. Barber poseyó una notable voz de barítono y durante un tiempo consideró la posibilidad de convertirse en cantante profesional. Dejó unas pocas grabaciones, entre ellas una de su propia Dover Beach. Su Sonata para piano (1949), una composición encargada por Richard Rodgers e Irving Berlin, fue interpretada por primera vez por Vladimir Horowitz, convirtiéndose en la primera gran obra estadounidense para piano estrenada por un pianista internacionalmente reconocido. Barber compuso igualmente varias óperas; Vanessa, según el libreto de Gian Carlo Menotti fue estrenada en la Metropolitan Opera de Nueva York. Consiguió el éxito tanto crítico como de público, y Barber obtuvo por ella el Premio Pulitzer de 1958. En su estreno en Europa fue recibida con frialdad, por lo que actualmente es poco representada en el Viejo Continente, si bien continúa siendo popular en EEUU. Barber produjo varios conciertos para instrumentos solistas y orquesta: uno para violín (finalizado en 1939), uno para violonchelo, un tercero para piano y uno para flauta (un arreglo del anterior concierto de violín). El Concierto para piano y orquesta fue escrito para y estrenado en el Lincoln Center de Nueva York por el pianista John Browning el 24 de septiembre de 1962, con Erich Leinsdorf dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Boston. Por él obtuvo el Premio Pulitzer de 1963. Barber escribió igualmente a comienzos de los años sesenta una obra virtuosística para órgano y orquesta, la Toccata festiva, para el famoso organista E. Power Biggs. La New York Philharmonic le encargó también un concierto para oboe, del que solamente pudo componer su movimiento lento central antes de su muerte. Entre sus trabajos puramente orquestales, se encuentran sus dos sinfonías de 1936 y 1944, la obertura La escuela del escándalo (1932), tres ensayos para orquesta (1938, 1942 y 1978), así como Fadograph on a Yestern Scene (1973). Compuso también obras corales de gran envergadura, como las Prayers of Kierkegaard (1954) y The lovers (1971). Prayers of Kierkegaard se basa en los escritos del filósofo existencialista danés Søren Kierkegaard. Además de la antes mencionada sonata, su repertorio para piano incluye Excursions, Three sketches, Souvenirs y otras varias piezas sencillas. Aunque Barber nunca fue un compositor prolífico, compuso mucha menos música a raíz del fracaso de su ópera Antonio y Cleopatra. Ésta tenía un libreto escrito por el director cinematográfico y de ópera Franco Zeffirelli y había sido comisionada para la apertura en 1966 de la nueva Metropolitan Opera House. La ópera fue recibida de manera más favorable en 1975 cuando fue representada en el escenario más íntimo de la Juilliard School con la colaboración y la dirección escénica de Gian Carlo Menotti. Samuel Barber falleció en la ciudad de Nueva York en 1981.

Cuando cierto grupo indie cuyo nombre desconozco habla de una moto cuyo motor suena a Samuel Barber, creo no equivocarme en suponer que tal sonido se asemeja al “Adagio para cuerdas” y no a“Meditación y danza de venganza de Medea”, el “Concierto de Capricornio” o el “Segundo ensayo para orquesta”. Parece que estamos demasiado acostumbrados al ámbito de la música pop, donde una manera de sonar es una marca de fábrica, para hacernos a la idea de que un compositor no se pasa la vida entera repitiendo la misma pieza. Bueno, Stravinsky dijo que Vivaldi compuso doscientas veces el mismo concierto, pero no todos tienen por qué hacer así.

Si consideramos que el “Adagio para cuerdas” es una de las primeras obras de Barber (es el arreglo para toda la sección de cuerda de un movimiento de su Cuarteto op. 11), nos daría la impresión de que lo suyo fue llegar y besar al santo, aunque estos éxitos tempranos tienen también bastante de maldición. Tanta aparición cinematográfica en “El hombre elefante” y “Platoon”, tanto funeral de estado a su son, han terminado haciendo de la pieza un sinónimo de dramatismo sensiblero, de un romanticismo moña ajeno al espíritu de los tiempos, en definitiva en una partitura detestada de manera inmisericorde por mucha persona de criterio independiente que se siente objeto de una manipulación al escucharla.

Injusto; el sentimentalismo forma parte de las emociones y pensamientos humanos con idéntico rango a la furia, el cálculo racional, el deseo sexual o el humor, y si pensamos que la música puede intentar reflejar todo esto, el “Adagio para cuerdas” posee una dignidad sobrecogedora, sea un topicazo o no. Es verdad que no hay muchos progresos formales respecto al siglo XIX, pero también que Barber no se detuvo ahí. Su ballet “Medea”, junto a la increíble síntesis del mismo, la “Meditación y danza de venganza”, que recompone e unifica sus momentos estelares en apenas 12 minutos, no son la obra de un retrógrado, sino de alguien que conoce muy bien los recursos modernos de la orquesta, sabe crear atmósferas inquietantes y oscuras y conducirlas a un clímax a medio camino entre los ritmos latinos y “La consagración de la primavera”.

El “Concierto para violín”, por más que los íntegros puedan cachondearse al saber que fue encargado por un fabricante de jabón para que su hijo adoptivo se luciera, debe ser uno de los últimos grandes conciertos para el instrumento llenos de amplias melodías, romanticismo expansivo y virtuosismo diabólico. Y la verdad es que el formato concertante se le dio bien a Samuel: para piano, dejó una interesante confrontación entre un modernismo percutante como lo pudo haber entendido el último Bartók y la melodía dulce e inolvidable del movimiento central, y, para chelo, ya que no podía medirse en ese terreno a Dvorak (¿y quién ha podido?), se ocupó de que su concierto fuera de los más directos y dinámicos jamás escritos para el mastodonte que se toca entre las piernas.

La cosa no para ahí: la “Sinfonía nº1”, cuyos cuatro movimientos continuos desarrollan con sobriedad, ingenio e imaginación un único tema, no me parece peor que, por ejemplo, la “Sinfonía da requiem” de Britten; la “Sonata para piano”, angular y tensa, atestigua que Barber manejaba armonías y ritmos más modernos de lo que muchos seudomelómanos le atribuyen; el “Concierto de Capricornio” es una atractiva incursión en el neoclasicismo stravinskiano, “Música de verano” es uno de los quintetos de viento más evocadores y melancólicos que conozco...

Vamos, que si hay por ahí fuera alguna moto que suene a todo esto, yo quiero esa moto.
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