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Libano
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EXPULSIÓN DEL MIEDO EN EL ACTO DE FE SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 36 Por el esfuerzo de salida de sí de la oración, el filósofo encuentra en el amor el inicio de la intuición que buscaba, descubriendo que …Más
EXPULSIÓN DEL MIEDO EN EL ACTO DE FE SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 36

Por el esfuerzo de salida de sí de la oración, el filósofo encuentra en el amor el inicio de la intuición que buscaba, descubriendo que, si Dios existe, ha de ser necesariamente el amor absoluto, en cuanto que el amor es la esencia misma, no un atributo de Dios relativo a la creación:
«He encontrado en el amor el estadio inicial de una intuición deseada desde hace mucho tiempo. Si Dios existe (esto era para mí cada vez más indudable), es necesariamente el amor absoluto. Pero el amor no es un atributo de Dios. Dios no sería el amor absoluto si no fuera más que amor hacia otro, a saber: lo contingente, lo perecedero, el mundo; el amor de Dios dependería entonces del ser contingente, y sería, por tanto, contingente también él. Dios es un ser absoluto porque es acto sustancial de amor, acto-substancia. Dios, o la Verdad, no tiene solamente el amor, sino que, ante todo, “Dios es amor”. Dicho de otro modo, el amor es la esencia de Dios, su naturaleza, y no tan sólo una relación providencial que Le sería propia. Por tanto, “Dios es amor”, más exactamente: “Amor”; y no solamente “Aquél que ama”, aunque fuese de modo perfecto».
Importa subrayar cómo la intuición del amor es el primer fruto de la invocación, en la que el acto de fe se ha realizado. De aquí que el amor se convierta en principio gnoseológico:
«Pero esta co-permanencia mutua de Dios y del hombre no es, de nuevo, más que la posición de una fe libre, y no el hecho de una experiencia coercitiva. Las cartas de Juan están casi exclusivamente consagradas a esta interdependencia [entre el amor y el conocimiento]. “Amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios, y quien ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. “El que ama ha nacido de Dios”: no se trata de un cambio, de un mejoramiento ni de un perfeccionamiento; se trata de una salida a partir de Dios, de una comunión con el Santo. Aquél que ama es regenerado, renace a una vida nueva. Se convierte en “hijo de Dios”, adquiere un ser nuevo y una naturaleza nueva, “estaba muerto y ha vuelto a la vida”, y pasa así a otro domino de realidad. Que los otros, los que tienen “el corazón petrificado” continúen imaginándose que sigue siendo el mismo, nada más que un hombre. De hecho, en las profundidades invisibles de su alma “perdida”, se ha producido una misteriosa transubstanciación».