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Comentario a la liturgia dominical

Domingo XXX Ciclo A Textos: Ex 22, 20-26; 1 Tes 1, 5-10; Mateo 22, 34-40
Brasilia, 21 de octubre de 2014 (
Zenit.org) Antonio Rivero

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: El primer mandamiento es amar a Dios. El segundo, amar al prójimo.

Síntesis del mensaje: la pregunta de ese doctor de la ley a Jesús en el evangelio de hoy sobre cuál es el mandamiento más grande de la ley es muy oportuna, pues los judíos tenían centenares de preceptos: exactamente 365 “negativos” (empiezan con un “no…”) y 248 “positivos” (comienzan con un “debes…”). Toda sociedad organizada tiende a multiplicar con el tiempo sus leyes y normas, y a veces sin necesidad. Y hoy Jesús nos da la clave para ser cristianos: dos mandamientos que se reducen al amor; amar a Dios y amar al prójimo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el amor a Dios no consiste en sentir el vértigo de lo divino: el regusto espiritual en una comunión, dos emociones temblorosas, tres avemarías nocturnas, cuatro lágrimas, cinco procesiones…y nueve primeros viernes de mes. No. Amar a Dios es centrar mi vida en Dios: qué piensa Dios, qué dice Dios, qué quiere Dios…Y yo lo mismo. Qué me pide Dios a mí, ¡no al vecino!, ahora ¡sin darle largas!, ya, ¡sin hacerme el sordo! Y aquí está, obras, que eso es el amor. Amar a Dios es abandonar los ídolos y convertirnos al Dios vivo y verdadero, para servirlo (segunda lectura).

En segundo lugar, amar a los demás es centrar mi vida en los demás: una aceptación (son como son), un respeto (son lo que son), una transigencia (son como pueden), una tolerancia (no dan más de sí), un compromiso forajido por su pan, su justicia, su escuela, sus seguros, su libertad. Obras, y lo que no sean obras es pecado, egoísmo, cuento. Se trata, pues, de dar y darse, de negarse y abnegarse, de salir del yo y pasar al tú. Llegar a poder decir con honradez: “Te quiero”. No “me gustas”, cuya traducción honrada es “te deseo”, “te necesito”, “me apeteces”, “la cuenta que me tienes”, etc…que pertenecen al lenguaje zoológico e instintivo. Amar a los demás es cuidar a las viudas y a los huérfanos, dar dinero al pobre, cubrir al desnudo (primera lectura).

Finalmente, todo lo que no sea interpretar así el mandamiento del doble amor es un error, un egoísmo y un pecado. Es decir, firmar de pagano por la vida. Si amamos en estos dos vertientes, podremos decir con san Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si te callas, calla por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta manera solamente puede salir lo que es bueno” (Comentario a la Primera Epístola de S. Juan, 7). Y para aprender a amar tenemos que mirar a Cristo, expresión viva de este precepto del amor. Con su propia vida nos ha enseñado el mandamiento único de la caridad que tiene, como una moneda, las dos caras que ya hemos explicado: el amor a Dios y el amor al prójimo. Cristo amó ante todo a su Padre, en la aceptación y cumplimiento perfecto de su voluntad, entregando su vida para reparar la gloria de Dios conculcada por los hombres y así saldar nuestra deuda contraída, que era muy alta. Y amó a los hombres, haciéndose carne para salvarnos y perdonando de este modo nuestros pecados. “No hay otra causa de la Encarnación sino esta sola: nos vio derribados en tierra y que íbamos a padecer, oprimidos por la tiranía de la muerte, y se compadeció de nosotros” (San Juan Crisóstomo).
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