LA INMACULADA CONCEPCIÓN: UNA HUMANIDAD SIN PECADO

(El segundo domingo de Adviento coincide este año con la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Según la norma general del ordenamiento litúrgico, la solemnidad debe trasladarse al lunes 9. Sin embargo, la Sede Apostólica concede la excepción y privilegio a la Iglesia en España de poder celebrar esta solemnidad el propio día 8 de diciembre, dada la vinculación especial de la Iglesia española con la declaración del dogma de la Inmaculada.)

..Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.

Con estas palabras, el papa Pío IX defínía el 8 de diciembre de 1854, el dogma de la Inmaculada Concepción: Que, excepcionalmente, María, la madre de Jesús, no se vio afectada por el pecado original y que, por tanto, desde su concepción, fue una criatura en la que el pecado no llegó a anidar, puesto que se mantuvo sin él durante toda su vida. La causa de esta gracia excepcional de Dios le viene dada “en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”. El dogma tiene la apoyatura en el desarrollo teológico de la Iglesia, en cuyo sentir, estaba esta verdad desde los primeros tiempos. Uno de sus defensores más notables es el beato franciscano Duns Escoto. De hecho, la iconografía cristiana había representado a la Virgen Inmaculada en numerosas obras (Rubens, Murillo, Ribera o Bayeu, entre otros). Pío IX sondeó al episcopado mundial antes de proclamar la definición y pudo comprobar que, en efecto, era una creencia generalizada en el pueblo de Dios. Los testimonios de la Iglesia en América, que afirmaban haber recibido la fe cristiana con esta misma convicción, pesaron bastante en la decisión del Papa. Aunque la Iglesia Reformada, al no considerarla una verdad contenida en las Sagradas Escrituras, no reconoció el dogma de la Inmaculada.

Si nuestro Señor Jesucristo compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado, no pudo contaminarse del pecado de todas las criaturas. Si el Hijo fue concebido en María por acción del Espíritu Santo, la aportación humana a la encarnación, o sea, María, debió estar sin mancha de pecado, pues, de no ser así, el Hijo divino que engendró habría heredado el mismo pecado de su madre en el vientre que lo gestó. La sencillez y humildad de la joven nazarena y su disposición a los planes de Dios, unidas a sus virtudes para la esperanza y la fe inquebrantable en el plan de Dios han hecho reflexionar a la teología católica en la dirección de que, como su Hijo humano y divino, también María estuvo libre de pecado durante toda su vida.

La Virgen María aparece, de esta manera, como la mujer nueva; la nueva criatura de una humanidad sin pecado. Y ello no por mérito suyo, sino como don de Dios a causa de su Hijo Jesucristo. Él es el centro de nuestra fe, el centro de nuestra historia y el centro de toda nuestra existencia. Jesucristo ha vencido el pecado y nos ha traído la salvación. Pero María es un ser creado, mientras que Cristo es genitum non factum. Así, pues, por Jesucristo, la bienaventurada Virgen María es prototipo de una humanidad sin pecado; lo que Cristo ha venido a traernos, se ha hecho una realidad previa en su Madre, la Virgen María.

La liturgia de este día nos muestra de manera muy manifiesta el antagonismo entre Dios y el pecado. María pertenece al plano de Dios y no al del pecado. Por eso, porque en ella no hay pecado, la llamamos Inmaculada. Ella sigue siendo figura clave del tiempo de Adviento. Vemos que en María se ha realizado ya aquello para lo que Cristo vino, viene y vendrá: la superación definitiva del pecado, el gran enemigo de Dios y de su plan de salvación.

P. JUAN SEGURA