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¿Dónde está Cristo en la oración centrante? Yo quiero orar como cristiano

La oración centrante pretende capacitarnos no sólo para orar como cristianos, sino para orar como Cristo. Somos Cristo en virtud de nuestro bautismo: «Vivo, más no yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Y se nos ha dado el Espíritu de Cristo como nuestro espíritu: «No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu Santo que se ha derramado en nuestros corazones clama «Abba Padre» (Gal 4,6).

En la oración centrante abandonamos nuestros propios pensamientos y sentimientos y unimos nuestros corazones y voluntades a las de Cristo. Dejamos a su Espíritu, que ahora es también nuestro espíritu, orar en nosotros. Cristo está más íntimamente presente en nuestra oración que nosotros mismos. Ninguna oración podría ser más cristiana.

Eso me suena un poco panteísta. Yo soy yo: una pobre criatura pecadora, y Cristo es Dios.

Nuestro Señor dijo: «Solo Dios es bueno» (Mc 10,18). Todo lo que es, es bueno; ciertamente, todo lo que es, es Dios. Dioses: «Yo soy el que soy» (Ex 3,14) Dios es todo bondad, todo belleza, todo ser. Todo y todos los que tienen bondad, belleza y ser, lo tienen sólo en cuanto que son una participación de Dios. Esto es profundamente misterioso.

Cuando nos ponemos en contacto con el fondo de nuestro ser, de algún modo experimentamos esta unidad con Dios, que es. Sabemos que de algún modo permanecemos separados de Dios, pero es difícil, si no imposible, mantener esto en medio de la experiencia.

Los Padres y místicos de la Iglesia han hablado constantemente de llegar a la unión con Dios: una unión divina, una unión transformadora, una unión de espíritu. Sin la ayuda de la revelación histórica, nuestros hermanos de otras religiones en su lucha por transmitir su experiencia han usado expresiones que son o suenan partidistas. Algunos escritores cristianos —hombres como Tauler y Suso— han sido acusados de lo mismo.

Luchamos por expresar lo inexplicable. Ciertamente somos distintos de Dios. Somos pobres pecadores, y sin embargo somos uno con Dios, compartiendo su ser y bondad porque él es todo cuanto es. Nosotros, por el bautismo, hemos sido llevados a un compartir más pleno y a una unidad con él en Cristo.

Todo es verdad y no podemos negarlo; es difícil explicarlo. Cuando hablamos, necesariamente nos referimos unas veces a un aspecto de esta realidad total y otras a otro. No podemos decirlo todo al mismo tiempo, pero podemos referirnos al contexto de la totalidad del misterio.

¿No queda fuera la cruz?

Si alguien piensa que la oración centrante deja fuera la cruz, sólo tiene que practicar esta oración fielmente durante un período de tiempo. Es fácil, es sencilla; pero también es implacable en sus exigencias.

Su primera gran exigencia es pedir nuestro tiempo dos veces al día: una verdadera ascética en medio de nuestras ajetreadas vidas. ¡Hay tantas otras cosas que podríamos estar haciendo por Dios!

Nuestro deseo apasionado de hacer, de realizar cosas, de asegurarnos de nuestro valor por nuestros logros, por la dependencia de los demás en nosotros, todo tiene que estar lo suficientemente disciplinado como para permitirnos estar libres para abandonarlo todo en pleno apogeo del día y sentarnos tranquilamente con el Señor durante veinte minutos; permitirnos retirarnos lo suficientemente temprano como para levantarnos temprano para darle al Señor su tiempo antes de lanzarnos a las actividades diarias.

Hay que practicar ese ascetismo tan realista de sacar los pies de la cama cuando el despertador rudamente anuncia que es la hora de levantarse y rezar.

Una vez que logremos este prerrequisito necesario para sentarnos con el Señor, dentro de la práctica misma de la oración hay una exigencia de morir a nosotros mismos. La misma sencillez de la oración la encontramos difícil. Nos gustan las cosas complicadas, duras, que exigen cierta genialidad, para que en .su logro nos podamos dar palmaditas en la espalda por nuestro gran éxito. Nos encanta complicar las cosas para podernos felicitar por nuestra habilidad en descifrarlas. Pero en esta oración donde todo lo que hacemos es abandonarnos y dejar a Dios hacer, no hay demasiado espació para la autofelicitación.

Si la oración centrante es sencilla y en ese sentido fácil, es en su misma sencillez bastante dura. Para ser fieles a la oración; debemos abandonarlo todo: nuestros bellos pensamientos —y a veces no tan bellos, pero atractivos— nuestros sentimientos, nuestras imaginaciones, esas maravillosas inspiraciones que nos llegan; las soluciones que saltan a las preguntas y problemas con que hemos estado lidiando, la idea perfecta, el texto, la frase o el programa, todo, y sobre todo, a nosotros mismos.
Siempre que algo de nosotros mismos captura nuestra atención, hemos de abandonarlo y volver, por medio de nuestra palabra de oración, al Dios presente: centrando toda nuestra atención en él.

Hay un morir a uno mismo muy real aquí: una verdadera mortificación, un «hacerse el muerto».

Cuando alguien se opone a nosotros, se pelea e incluso nos maldice, por lo menos afirma con su acción que existimos. Pero cuando alguien simplemente nos ignora, nos reduce a la no-entidad, no existimos. En la oración centran te el ser, con todos sus actos, es ignorado. Cada vez que consigue distraer nuestra atención, simplemente debemos abandonarnos y volvernos enteramente al Señor.

No hay excepciones ¿Sencillo? Sí ¿Exigente? Mucho. Los que teman que la oración centrante sea demasiado fácil y que deje fuera la cruz y pase por alto la mortificación, el olvido propio y la ascética, que traten de practicarla fielmente.

Pero no seguimos a nuestro Maestro a la montaña haciendo tiempo para la oración centrante, y nos dejamos crucificar con él en su cruz salvadora para quedarnos ahí. El Calvario no es el centro de Jerusalén.

De hecho, la colina de la Calavera está arrinconada. El centro es la tumba vacía. Nuestro objeto en la oración y en la vida es vivir más plenamente en esa vida glorificada que es verdaderamente nuestra. Hemos sido bautizados en la muerte y la vida del Señor. Hemos nacido del agua.

La vida resucitada es nuestra ya. Esto es en lo que pone énfasis la oración centrante. La muerte, el morir a uno mismo, el hacerse el muerto —mortificación— está ahí, pero queremos ir más allá con Cristo y entrar en la experiencia viva de nuestra vida resucitada en él que se ha sentado a la derecha del Padre y misericordiosamente derrama sus dones sobre su pueblo.

Basil Pennington “Oración centrante”

www.monasterioescalonias.org/…/628-idonde-esta…