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Supercomunicados, pero distantes

Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristobal de las Casas

San Cristóbal de las Casas, 24 de septiembre de 2014 (Zenit.org) Felipe Arizmendi Esquivel

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Una sobrina me envió a su hijo de trece años en sus vacaciones, para que le ayudara a corregirlo, pues estaba cambiando su conducta y reprobó tres materias en la escuela. Sus padres se han separado hace años. Cuando era más pequeño, siempre me buscaba para dizque confesarse, pero lo que necesitaba era que lo escuchara y recibir cariño. Ahora, pasaban los días y el muchacho no decía nada, salvo cosas muy superficiales. Eso sí, no soltaba su celular, se ponía muy cerca de mi oficina para captar la señal, chateaba con medio mundo. Lo sentía distante, cercano físicamente, pero lejano en su corazón, hasta que lo abordé explícitamente y dialogamos en confianza. Necesita cariño y que le dediquemos tiempo. Ya aprobó las materias pendientes y sigue sus estudios.
Cuántas personas, sobre todo adolescentes y jóvenes, llenan su tiempo en chatear en todas direcciones, en mandar mensajes a conocidos y desconocidos, como una forma de compensar su soledad, su incomunicación con el núcleo familiar, la falta de cariño y comprensión de sus padres. No soportan el vacío de afecto, y lo llenan con estos recursos tecnológicos de comunicación, que los dejan incomunicados con los inmediatos. No pueden vivir sin celular; se sienten perdidos si no lo tienen a la mano, aunque tengan cerca a sus padres. No saben usar su libertad para convivir, para ayudar en quehaceres del hogar, para organizarse con sus amigos y hacer una obra buena, menos para orar, sino que se hacen esclavos del celular, ni estudian, ni oran, ni platican con su familia.

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