Gottlob
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La desvirilización de la liturgia en la Misa Novus Ordo

por el Padre Richard G. Cipolla, Ph.D., D. Phil. (Oxon.)
Es bien conocida la correspondencia entre el Cardenal Heenan de Westminster y Evelyn Waugh, antes de la promulgación de la Misa Novus Ordo [Nota de la Redacción: intercambio epistolar al cual dedicáramos previamente una entrada], en la que Waugh lanza un crie de coeur (grito del corazón) sobre la liturgia post-conciliar, encontrando un empático aunque ineficaz oído en el Cardenal. [1] Lo que no es tan conocido es el comentario del Cardenal Heenan al Sínodo de los Obispos en Roma, luego de que la Misa experimental –la Missa Normativa- fuera presentada por primera vez, en 1967, a un selecto número de obispos. Este ensayo está inspirado por las siguientes palabras del Cardenal Heenan dirigidas a los obispos allí reunidos:

“En casa, no son sólo las mujeres y los niños, sino también los padres de familia y hombres jóvenes los que acuden regularmente a misa. Si fuéramos a ofrecerles el tipo de ceremonia que vimos ayer, pronto quedaríamos reducidos a una feligresía de mujeres y niños.” [2]
Aquello a lo que el Cardenal se refería yace en el corazón mismo de la forma Novus Ordo de la Misa Romana, y de los consiguientes y profundos problemas que han afectado a la Iglesia desde su imposición en 1970. [3] Uno podría tener la tentación de querer cristalizar lo que el Cardenal Heenan experimentó al hablar de la “feminización” de la liturgia. Sin embargo, este término podría resultar inadecuado y, en última instancia, inducir a error. Porque existe un aspecto realmente mariano de la liturgia, que es indudablemente femenino. La liturgia porta la Palabra de Dios, la liturgia da a luz al Cuerpo de la Palabra para ser adorado y dado como Alimento. Una mejor terminología podría ser que en el rito del Novus Ordo de la Misa la liturgia ha sido “afeminada”. Hay un famoso pasaje en el De bello Gallico, de César, donde él explica por qué los de la tribu Belgae eran tan buenos soldados. Y lo atribuye a su falta de contacto con los centros de cultura, como las ciudades. César creía que tal contacto contribuye ad effeminandos animos, a la feminización de sus espíritus. [4] Sin embargo, cuando se habla de la feminización de la liturgia se corre el riesgo de ser mal entendido, como si se pretendiera devaluar lo que significa ser mujer o la feminidad misma. Sin adoptar esta visión más bien machista de César acerca de los efectos de la cultura en los soldados, ciertamente se puede hablar de una desvirilización del soldado, cuando éste mina su fuerza y determinación para cumplir lo que un soldado tiene el deber de hacer. Aquí no se trata de un desprecio de lo femenino; más bien se describe el debilitamiento de lo que significa ser hombre.
Desvirilización, pues, es el término que quiero emplear para describir lo que el Cardenal Heenan vio ese día de 1967, durante la primera celebración de la Misa experimental. [5] En la forma del Novus Ordo –que Benedicto XVI, en el Motu Proprio SummorumPontificum, ha llamado comprensiblemente aunque de modo difuso, la Forma Ordinaria del rito Romano- la liturgia ha sido desvirilizada. Ahora bien, hay que recordar el significado de la palabra vir en latín. Tanto vir como homo significan “hombre”, pero sólo vir tiene la connotación de hombre-héroe, y es la palabra que se utiliza a menudo para “marido”. La Eneida comienza con las famosas palabras: arma virumque cano (“Yo canto a las armas y al hombre-héroe”). Lo que el Cardenal Heenan, profética y correctamente vio en 1967, fue la virtual eliminación de la naturaleza viril de la Liturgia; la sustitución de la objetividad masculina, necesaria para el culto público de la Iglesia, por la suavidad, el sentimentalismo y una personalización centrada en el papel materno del sacerdote.
El pueblo, en el interior de la Liturgia, [6] se sitúa en una relación mariana con ella misma: atención, receptividad, meditación, espera de ser saciado. Dentro de la Liturgia, es el sacerdote como padre quien pronuncia, anuncia y confecciona la Palabra para que la Palabra pueda convertirse en Alimento para los que permanecen dentro de esa suprema actualización de la Ecclesia, que es la Liturgia. [7] Es el sacerdote quien ofrece Cristo al Padre, y es este acto el que contiene el rol distintivo de lo que significa ser sacerdote. Así, el papel del sacerdote como padre hace su rol propio no sólo en su función, sino que en la misma ontología de la sexualidad. [8] El sacerdote se presenta en el altar in persona Christi, in persona Verbi facti hominem, y esto no sólo como homo, palabra que en un sentido trasciende el sexo, sino in persona Christi viri: en el sentido de que homo factus est ut fiat vir, ut sit vir qui destruat mortem, ut sit vir qui Calcet portas inferi: Dios se hizo hombre para poder ser ese hombre-héroe que destruya la muerte y aplaste con su propio pie las puertas del infierno.
La desvirilización de la liturgia y la desvirilización del sacerdote, para todos los efectos prácticos, no se pueden separar. En lo que sigue, me gustaría, aunque esquemáticamente y de manera incompleta, hablar, en primer lugar, en términos más específicos sobre la desvirilización de la liturgia misma en la forma Novus Ordo del rito Romano. En segundo lugar me referiré a la necesaria desvirilización (que se sigue del rito desvirilizado) del sacerdote, utilizando, al efecto, ejemplos concretos.
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