Nacimiento de Jesús -- BEATA ANA CATALINA EMMERICK

DICIEMBRE 15 2011

XLIV
Nacimiento de Jesús
e visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más des-
Hlumbrante,demodoquelaluzdelaslámparasencendidasporJoséno

eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido,

estaba arrodillada

en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi
arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía
las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por
momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta
los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio
parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la
bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde
María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento ma-
ravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron
con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, le-
vantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su
Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño,
estaba acostado en el suelo delante de María.
Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo
brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita
ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo
ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y
deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen perma-
neció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo
y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se mo-
vía, y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí
misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubier-
to, y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocul-
tándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pe-
cho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose de-
lante del Niño recién nacido, para adorarlo.
Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús,

María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra.
Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo
cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del
Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando
lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi al, María y a José
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sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en
muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba re-
costado Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. "¡Ah, de-
cía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospe-
cha!"
He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas,
lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella ca-
vada en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí
hacia el Mediodía.
Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a
ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de ala-
banza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía
a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido
blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días
sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enfer-
ma ni fatigada.
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XLV
Señales en la naturaleza. Anuncio a los pastores
e visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita ale-
H gría, unextraordinario movimiento enesta noche. He visto los cora-
zones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, ple-
na de alegría, y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temo-
res. Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos
y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles toma-
ban nuevo vigor y verdor, y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto
brotar fuentes de agua de la 'tierra. En el momento mismo del nacimiento de
Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando
al día siguiente lo notó José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía
un color rojo oscuro sobre Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante
sobre la gruta del pesebre, el valle de la gruta de Maraña y el valle de los
pastores.
A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pasto-
res, había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía
hasta Gaza. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores,
jefes de las familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia
doble de la gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los
pastores. Era un gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por
base enormes bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y
se alzaba sobre una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado
de escaleras; tenía galerías y torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba
cierto parecido con las torres de madera que he visto en el país de los Reyes
Magos, desde donde observaban las estrellas. Desde lejos producía la im-
presión de un gran barco con muchos mástiles y velas. Desde esta torre se
gozaba de una espléndida vista de toda la comarca. Se veía a Jerusalén y la
montaña de la tentación en el desierto de Jericó. Los pastores tenían allí a
los hombres que vigilaban la marcha de los rebaños y avisaban a los demás
tocando cuernos de caza, si acaso había alguna incursión de ladrones o gente
de guerra. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio de
unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían
junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común. A lo
largo de la colina de la torre, estaban las cabañas, y algo apartado de éstas
había un gran cobertizo con divisiones donde habitaban las mujeres de los
pastores guardianes: allí preparaban la comida. He visto que en esta noche
parte de los rebaños estaban cerca de la torre, parte en el campo y el resto
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bajo un cobertizo cerca de la colina de los pastores.
Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante
el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor
de sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz
extraordinaria sobre la gruta del pesebre. He visto que se pusieron en agita-
do movimiento los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron
a su mirador dirigiendo la vista hacia la gruta. Mientras los tres pastores es-
taban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una
nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acer-
caba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí
cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al prin-
cipio se asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo:
"No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de
Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo,
el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales,
echado en un pesebre". Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor
se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes fi-
guras de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una espe-
cie de banderola larga, donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí
que alababan a Dios cantando: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra
para los hombres de buena voluntad".
Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la
torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de
una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que
los pastores fueran en seguida a la gruta del pesebre, porque unos se encon-
traban a legua y media de distancia y otros a tres: los he visto, en cambio,
consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y pre-
parando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al ra-
yar el alba.


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