LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. A 2013

Hoy brilla una gran luz sobre nosotros porque nos ha nacido el Señor. En la ciudad de David, hoy nos ha nacido el Salvador. La luz ha venido a la tierra e ilumina nuestra vida; ha traído el calor y la alegría para que vivamos felices; Dios ha dado cumplimiento a nuestra esperanza. No conmemoramos que esto sucedió un día: celebramos que acaba de suceder hoy mismo; y no solo en la ciudad David, sino en cada ser humano, en cada hogar, en cada familia, en cada corazón. Dios se hace niño para todos y para cada uno. No lo celebramos como un suceso exterior a nosotros; ocurre dentro de nosotros; a cada uno nos nace el Hijo que Dios envía para salvarnos.

En la Nochebuena, la oscuridad se hace luz y los ángeles cantan “Gloria a Dios, gloria al Rey eternal”. Los pastores, además de pobres, eran tenidos por grandes pecadores. Qué bien concuerda en el evangelio de Lucas el relato de los acontecimientos. Dios nace pobre entre los pobres. Dios nace para los pecadores. Ellos, los pecadores, reciben la gran noticia los primeros; y los primeros también son quienes lo van a reconocer, quienes lo van a adorar. Los primeros pecadores rescatados por Jesús para Dios, en el tercer evangelio, son los pastores de Belén.

La señal es esta: “Envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Qué estampa tan familiar para los pastores, para los pecadores. En un pesebre, donde comen los animales el día que no pueden salir a pastar. Un Salvador que no se manifiesta como poderoso, que irrumpe en su ambiente, entre sus trastos, entre sus enseres, entre sus animales… hecho un niño. Sí, un niño, como ellos, como los suyos. ¿Acostarían los pastores de Belén a sus hijos en sus pesebres? Jesús no se presenta como un extraño, sino como uno de ellos, como uno de la familia. Dios no violenta a nadie con su llegada; es un niño indefenso, a merced de los brazos que le sostienen. Nada hay que temer porque Dios venga a nosotros. Es presentado como el Mesías esperado; los sacerdotes del templo no lo reconocerían como tal, pero lo reconocen la gentes sencillas y pecadoras que guardan los rebaños de Belén.

En la misa de la aurora (la más desconocida) leemos en la carta a Tito: “Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre”. Jesús nacido es Bondad y Amor de Dios. Él es “el Sol que nace de lo alto” y que nos visita “por la entrañable misericordia de nuestro Dios”. Es curioso, que no viene a juzgarnos y a meternos el miedo en el cuerpo, sino que viene a obrar la salvación, a llevar a cabo la obra de la redención. Viene como obediente Hijo del Padre; no para hacer lo que él elija, sino para ser fiel a la misión que Dios le ha confiado. Viene a mostrarnos un mundo nuevo, diferente; una humanidad renovada, fiel al Padre, según el designio de la creación. Pura piedad y misericordia. Puro amor de Dios por la humanidad.

La misa del día nos revela el misterio: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. Y también: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”. Los evangelistas y los apóstoles quieren que comprendamos que Jesús es la Palabra creadora de Dios y que viene a comunicarse con nosotros. En efecto, para comunicarnos, los seres humanos empleamos la palabra. Dios se hace carne para ponerse en contacto con nosotros, para que podamos entenderle. Nos hablará a través de los hechos y de las acciones, pero, sobre todo, lo hará a través de su Palabra. Jesús nos mostrará el Reino de Dios y nos exhortará a abrazar sus valores. Jesús nos trae el cielo a la tierra para que las cosas de aquí se ordenen con el orden que tienen allí. Nos promete un futuro de gozo y felicidad, pero quiere que comience ya en esta vida en la que tanto se sufre por tantas cosas; en la que hay tanta violencia, tanta injusticia, tanto dolor y muerte.

No está de más recordar hoy que Belén significa “casa del pan”. Jesús nos trae el pan del mañana, el del reino de Dios en su plenitud, hecho primicia en la Eucaristía. Pero, a la vez, nos enseña que el pan cotidiano, el del sustento de cada día, no debe faltar a nadie. Tampoco sobra recordar en este día la injusticia del hambre en el mundo; los poderosos hacen rebosar sus mesas de manjares y telas mientras siguen negándose a acabar con el hambre en el mundo. Por eso, también en este día, Cáritas nos invita a ser solidarios y a compartir. ¿De qué nos sirve, entonces, que Dios acampe entre nosotros si nosotros no estamos dispuestos a manifestar su bondad y su amor en frutos de justicia y de paz?

Dios ha nacido y quiere vivir en nosotros. Feliz Navidad.

P. JUAN SEGURA