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Sacerdotes mártires valencianos (XVII y XVIII)

Luis I. Amorós, el 21.01.19 a las 9:39 PM

Ramón Esteban Bou Pascual nació en 1906 en Benimantell (interior de la comarca de La Marina, provincia de Alicante). Estudió en el seminario de Valencia y se ordenó en 1930. Tras un año como coadjutor en el pueblo de Benifayó (comarca de La Ribera, Valencia), en diciembre de 1931 fue escogido como cura de Planes, una aldea de la montaña alicantina, no muy lejana a su pueblo natal. Al estallar la guerra civil, amenazado por los marxistas, se refugió en casa de sus padres, donde fueron a buscarlo hombres del comité del pueblo de Callosa.

Escapó al monte, donde vagó durante varios días, sin hallar acogida en las casas de campo donde pidió ayuda. Finalmente, hubo de regresar al hogar paterno en Benimantell. El 15 de octubre de 1936 le detuvieron unos milicianos. Don Ramón se despidió de su padre diciéndole: “si algo me ocurre, perdonad a todos, que yo también les perdono ante Dios”. Con la excusa de llevarlo a declarar a Alicante, le sacaron del calabozo municipal la madrugada del 16, y le obligaron a bajarse del coche frente al cementerio del cercano pueblo de La Nucia. Sabiendo lo que estaba por venir, perdonó a su verdugos, diciéndoles que podían matar su cuerpo, pero no su fe, ni su condición sacerdotal. Una descarga le dejó tendido frente a la tapia. Tenía 30 años.

En el pueblo de Alacuás, a pocos quilómetros al oeste de Valencia, vino al mundo José González Huguet en el año de 1874. Tras estudiar en el seminario conciliar de Valencia, alcanzó el grado de doctor en Sagrada Teología y se ordenó de presbítero en 1898. Tras ejercer la coadjutoría de diversos pueblos valencianos (Sueca, Paterna, Puzol), finalmente fue nombrado cura párroco de Cheste (a unos 38 quilómetros al oeste de Valencia) en 1911. Pocos años después se desató un terrible incendio en el templo parroquial de san Lucas. El sacerdote, contra los intentos de disuadirle de los vecinos, arriesgó su vida entrando para rescatar a Cristo sacramentado del Sagrario en medio de las llamas. Durante muchos años después, el párroco destinó buena parte de su sueldo, y dinero obtenido de colectas e incluso mendigando, para reparar los daños. Llegó febrero de 1936 y la victoria electoral del Frente Popular. Los marxistas de Cheste celebraron el triunfo asaltando la casa parroquial, donde robaron cuanto pudieron y destruyeron lo que no, amenazando la vida del infortunado sacerdote. Con permiso del obispo, don José se trasladó a su pueblo por ser imposible ya el ejercicio de su ministerio en un pueblo tomado a viva fuerza por los revolucionarios. Al estallar la guerra, y la revolución en retaguardia, el comité de Cheste exigió al de Alacuás la entrega del sacerdote. Se opusieron los marxistas de su pueblo, y tras esconderse en varias casas, finalmente un grupo de milicianos de Cheste lo capturaron en casa de su sobrino Alfredo Palop el 11 de octubre. Tras un breve paso por el Gobierno Civil de Valencia, los milicianos lo llevaron a su pueblo, donde le pasearon por toda la población desnudo, insultándolo y clavándole navajazos. Cual si fuese un toro, en la plaza mayor lo alancearon y le cortaron las orejas. En ningún momento se le oyó proferir queja ni lamento, sino que los testigos únicamente le veían orar en silencio. Chorreando sangre y cerca de la muerte, finalmente fue sacado de madrugada y no lejos del pueblo de Ribarroja le acribillaron a tiros, enterrando su cadáver en una fosa común del cementerio, donde no pudo ser identificado. Tenía 62 años.

En 1886 nació Fernando González Añón en el pequeño pueblo de Turís, en la comarca de La Ribera. De vocación religiosa muy temprana (que él atribuyó a la guía de san José), tras concluir sus estudios de perito mercantil en la escuela de los Hermanos Maristas, ingresó en el Seminario Conciliar Central de Valencia, se ordenó sacerdote el 6 de marzo de 1913. Ejerció diversos curatos en los pueblos de Alcacer y Anna, así como de capellán en el salto de la Hidroeléctrica de Rambla Seca. En todos ellos se destacó por su devoción al Sagrado Corazón de Jesús y su preocupación por el socorro a los obreros. El 24 de junio de 1931, cumplió el mayor de sus anhelos, al ser nombrado cura párroco de su pueblo. El celo que despliega los siguientes años es ingente: promoción de la devoción al Santísimo Sacramento y a la patrona Virgen de los Dolores, atención a los enfermos y necesitados, influencia frente a las autoridades para que apoyasen las iniciativas parroquiales por los pobres, catequesis sobre todo entre los jóvenes, etcétera. Su oposición continua a los abusos contra la Iglesia de los miembros del Frente Popular le vale el ser marcado (santa marca, por cierto). El 27 de agosto de 1936 la milicia de Turís le saca de su casa en un coche. A 7 quilómetros de Picassent, le obligaron a bajar y le dispararon varias veces en el vientre. Sus últimas palabras fueron “perdónalos Señor. ¡Viva Cristo Rey! Señor mío y Dios mío”, mientras se desangraba. Tenía 50 años.

Felipe Pérez Pérez nació en Parcent, un pueblecito de la montaña de La Marina, en 1885. Estudió en el Seminario Conciliar Central de Valencia, ordenándose en 1910. No se conoce su carrera hasta que fue nombrado cura párroco de Jalón (otro pueblo montañés de La Marina), donde se granjeó el afecto de sus feligreses por su rectitud. Tras el 18 de Julio, el comité local le prohibió celebrar los sacramentos o vestir de sacerdote, aunque él consiguió aún celebrar la misa clandestinamente durante una semana, hasta que el hostigamiento de los milicianos (le rompían cerrojos, le cortaban la luz o le ensuciaban la puerta) le llevó a salir del pueblo escondido en el maletero de un automóvil para regresar a la casa paterna en Parcent. Escondido por sus hermanos, constantemente les alentaba a la oración, a la paciencia, y a la resignación a la voluntad de Dios. El día 8 de octubre un pariente denunció su paradero al comité local de la F.A.I a cambo de 30 duros (30 monedas como a Nuestro Señor Jesucristo). Esa noche fueron a buscarle los milicianos, y pese a los intentos de sus hermanos por ocultarle, salió tranquilo de su aposento al escuchar las amenazas de los pistoleros. Le preguntaron si era el cura de Jalón , y dijo que serlo era su mayor honra. Entonces se lo llevaron so pretexto de interrogarle en Alicante. Sus hermanos quisieron impedirlo, pero él evitó un baño de sangre y, cogiendo su Rosario, les dijo: “No lloréis hermanos míos; el martirio que se me va a dar por ser sacerdote es el don más grande que Dios puede concederme”. Con malas maneras lo subieron al coche y se lo llevaron. Pocas horas después fue martirizado cerca del pueblo de Oliva. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local, siendo recuperado posteriormente por sus hermanos y enterrado en su pueblo. Tenía 51 años.

Enrique Paredes Paredes nació en el barrio de la Cruz Cubierta de Valencia el 28 de febrero de 1880. Tras cursar estudios eclesiásticos en el seminario conciliar, se ordenó en 1906, ejerciendo su ministerio como párroco de San Pedro Apóstol, en el pueblo de Benifayó, comarca de La Ribera, a unos 25 kilómetros al sur de la capital. Allí se hizo muy querido por su carácter afable y bondadoso y por su celo apostólico. Al inicio de la guerra civil, la iglesia fue clausurada, y don Enrique regresó a casa de sus padres el 21 de julio de 1936. Sabiéndose vigilado y advertido, no salía del domicilio, rezando incesantemente y, según testimonio de sus hermanos, afirmando que “espero el martirio de un día para otro”. Efectivamente, el día 12 de agosto del mismo año, un grupo de facinerosos representantes del comité revolucionario de la Cruz Cubierta se presentó en la casa a las dos de la madrugada, reclamándolo para declarar en el Gobierno Civil. Apenas llegaron al lugar llamado “La Rambleta”, no lejos del domicilio, en el mismo barrio, le obligaron a arrodillarse y le dispararon varios tiros a bocajarro. Tenía 36 años.

Benimaclet era en 1883 un pueblecito al norte de la ciudad de Valencia, hoy en día uno de sus barrios. Ese año vio la luz allí José Martí Donderis, que desde sus primeros años mostró una gran inclinación a la vida sacerdotal. Ordenado en 1906, fue nombrado coadjutor de la parroquia del pequeño pueblo de Castellonet, en las afueras de Gandía. Emprendió allí con éxito la reforma de todo el templo y, de su propio peculio y con ayuda de aportaciones de algunos fieles, adquirió las imágenes de Jesús Crucificado y María Inmaculada para la parroquia. Destacó asimismo por el celo con el que organizó la caridad para con los pobres. Trasladado más tarde al pueblo de Carcagente, cerca de Alzira, nuevamente fue conocido por la doble vertiente edificadora y caritativa: levantó una hermosa capilla a la Virgen de la Salud (patrona local) y pavimentó el templo, destacando asimismo por su disposición a aliviar las penurias de los más necesitados, motivo por el que se le conocía como “el cura limosnero”. Pocos años después se desató la terrible epidemia de Gripe europea (conocida como “gripe española” porque, estando los demás países en guerra, censuraban la información sanitaria, y España era el único que publicaba los casos reales, siendo como era una de las menos afectadas), que causó en su pueblo no menos estragos que en el resto del país. Enfermaron todos los sacerdotes menos don José, y multiplicó su celo, no sólo para hacer frente en solitario a todos los servicios sacramentales y litúrgicos habituales, sino para auxiliar a muchos enfermos cuyos familiares, por hallarse postrados o por miedo, les habían desatendido. No sólo administraba los Santos Sacramentos y la unión de enfermos, sino que en muchos casos se consagró a la atención material, limpiando cuerpos y ropas, e incluso amortajando con sus propias manos a los difuntos. Todo el peculio se le iba en limosnas y acabó viviendo él mismo de los alimentos y ropas que una piadosa familia local le suministraba. Pasada la epidemia fue trasladado al municipio de Villar del Arzobispo (en la comarca de la Serranía del Turia), donde también fue muy querido por su amor al prójimo. Su último destino, ya en tiempos de la II república, fue Monserrat, en la comarca de la Ribera del Júcar, a unos 20 kilómetros de Valencia. Estaban los tiempos revueltos, y don José se distinguió pro defender los derechos de la Iglesia en un pueblo donde predominaban los marxistas. Sufrió un primer atentado cuando arrojaron una bomba a su casa después de una disputa con una familia revolucionaria que se había negado a la administración del viático a uno de sus miembros que la había solicitado. Impuso el sacerdote su deber y se ganó el odio de una parte del pueblo, logrando salir afortunadamente indemne. Al triunfar el Frente Popular (marxista) en las elecciones de febrero de 1936, las propias autoridades eclesiásticas aconsejaron a don José regresar a su pueblo natal, donde colaboró con sus compañeros sacerdotes en el ministerio de almas. No obstante, en ocasiones marchaba a escondidas a Monserrat a administrar sacramentos clandestinamente a las familias católicas que se lo solicitaban. Regresando de uno de aquellos viajes fue tiroteado su coche, logrando de nuevo salir ileso por la Providencia divina. Estallada la guerra hubo de esconderse, como era lógico, y pese a ello el 4 de agosto de 1936 varios milicianos de Monserrat asaltaron su casa paterna en Benimaclet, no hallándole. Pero sí lo lograron el día 8, llevándolo al presidio de San Miguel de los reyes, de donde fue sacado y asesinado a tiros junto al cementerio de Paterna la noche del 26 de agosto. Sus restos fueron sepultados en un Panteón en dicho cementerio. Tenía 33 años.

José Canet Giner nació en Bellreguart, no lejos de la ciudad de Gandía, el 4 de agosto de 1903, en una humilde familia. Gracias a una beca pudo estudiar en el Colegio de Vocaciones Eclesiásticas y posteriormente en el seminario de Valencia, ordenándose el 23 de diciembre de 1930. Su primer destino fueron las aldeas de Catamarruch y Margarida, cerca del pueblo de Cocentaina. Era una zona deprimida de pequeños agricultores, y al presentarse a su servicio espiritual, el joven sacerdote les dijo “sois pobres y yo soy pobre. Nada os pido por los servicios ministeriales, solo que me ayudéis para que no me falte lo imprescindible”. Y efectivamente, aquellas pobres gentes auxiliaron a su pobre párroco que no echó en falta nada de lo verdaderamente necesario, compartiendo la penuria de sus feligreses los 6 años que allí estuvo destinado. Su piedad, su amor a la Eucaristía, su dedicación a la catequesis, sobre todo de niños y jóvenes, le ganó el afecto de la gente, a la que atrajo de nuevo al culto y las devociones. Cuando estalló la revolución en retaguardia el 18 de julio de 1936, fue obligado a abandonar su ministerio, pese a que la mayor parte de la población le apoyaba, y le ofrecieron protegerle si decidía quedarse el día de su despedida, pero don José no quiso comprometerles, y al marcharse le dio al alcalde republicano los 70 duros que le quedaban como todo patrimonio: “delos a quién los necesite, pero respeten por favor la imagen de Nuestra Señora de la Salud, nuestra patrona”. El propio alcalde, pese a las diferencias ideológicas, puso a su disposición un coche para llevarle a su pueblo, donde permaneció con sus padres hasta el 4 de octubre, cuando varios camiones de milicianos llegaron a Bellreguart con orden de llevarse a todos los sacerdotes y religiosos que encontrasen, así como a los católicos laicos señalados. A don José le injuriaron y golpearon en la calle cuando quiso preguntar bajo qué autoridad le llevaban. Llevado junto a los otros al cuartel de las milicias de Gandía, fueron todos sacados y asesinados esa misma tarde a las afueras del pueblo, en un lugar conocido como “La Pedrera”, cayendo al grito de “¡Viva Cristo Rey!”. Tenía 33 años.

Poco se sabe de don Ramón Esteban Bou Pascual. Nació en Benimantell (un pueblecito en la comarca de la Marina Baja) en 1906, cursando sus estudios en el Seminario de Valencia y ordenándose en 1930. Tras un breve paso por Benifayó, fue enviado como coadjutor de Planes, una aldea junto a Cocentaina, con fama de humilde y amable. Al estallido de la guerra civil, la iglesia fue clausurada, y regresó a su pueblo, pero allí fueron a buscarle varios milicianos. Huyó por los montes cercanos, pero no halló refugio, y finalmente regresó a su pueblo, donde fue detenido y recluido en el comité local el 15 de octubre de 1936. Al salir de casa le dijo a su padre “si algo me ocurre, perdonad a todos, que yo les perdono ante Dios”. Al día siguiente le sacaron a la una de la madrugada, con el pretexto de llevarlo a Alicante. A la altura del pueblo de La Nucia el automóvil se detuvo y le sacaron. Comprendiendo que iba a morir, don Ramón les dijo que les perdonaba, pero que no podrían matar su fe ni su condición de sacerdote. Le hicieron caminar hacia el cementerio, y en sus proximidades le dispararon una descarga por la espalda, dejando su cadáver abandonado. Tenía 30 años.

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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.

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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaros, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros; Mateo 5, 9-12

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