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La Opción Benito

La Opción Benito

Daniel Iglesias, el 19.08.19 a las 12:05 PM

La Opción Benito

Daniel Iglesias Grèzes

La génesis de un libro extraordinario


Desde hace más de diez años muchos cristianos de Norteamérica discuten acerca de una idea o propuesta llamada “la Opción Benito”. El principal propulsor de esa idea es Rod Dreher, escritor estadounidense ex católico, actualmente de religión ortodoxa oriental, quien la expuso y defendió primero en múltiples artículos. En 2017 Dreher publicó el libro The Benedict Option. A strategy for Christians in a post-Christian nation (”La Opción Benito. Una estrategia para los cristianos en una nación post-cristiana“).Muchos consideran a esta obra de Dreher como el principal libro sobre temas religiosos de esta década. En 2018 se publicó una versión de ese libro en español, titulada “La opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana”.

Dreher tomó la idea central de la Opción Benito del párrafo final del libro de Alasdair MacIntyre After Virtue (“Tras la virtud”), publicado en 1981. Tras la virtud fue uno de los libros de filosofía moral más influyentes de los años ’80 en Norteamérica. A continuación citaré el párrafo final de Tras la virtud.

“Es siempre peligroso establecer paralelismos demasiado precisos entre un período histórico y otro; y entre los más engañosos de tales paralelismos están aquellos que han sido establecidos entre nuestra propia época en Europa y Norteamérica y la época en la cual el Imperio Romano declinó adentrándose en la Edad Oscura. No obstante existen ciertos paralelismos. Ocurrió un punto de inflexión crucial en esa historia anterior cuando hombres y mujeres de buena voluntad se apartaron de la tarea de apuntalar el imperium Romano y cesaron de identificar la continuación de la civilidad y de la comunidad moral con la conservación de ese imperium. Lo que ellos se propusieron lograr en lugar de eso –a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo– fue la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales la vida moral podía ser sostenida, de modo que tanto la moralidad como la civilidad pudieran sobrevivir en la era adveniente de barbarie y oscuridad. Si mi descripción de nuestra condición moral es correcta, deberíamos también concluir que desde hace algún tiempo también nosotros hemos alcanzado ese punto de inflexión. Lo que importa en esta etapa es la construcción de formas locales de comunidad dentro de las cuales la civilidad y la vida intelectual y moral puedan ser sostenidas a través de la nueva edad oscura que ya está sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir los horrores de la última edad oscura, nosotros no estamos enteramente carentes de fundamentos para la esperanza. Esta vez, sin embargo, los bárbaros no están esperando más allá de las fronteras; ellos ya han estado gobernándonos por bastante tiempo. Y es nuestra falta de conciencia de esto lo que constituye parte de nuestro problema. No estamos esperando a un Godot, sino a otro –indudablemente muy diferente– San Benito.” (Alasdair MacIntyre, After Virtue. A Study in Moral Theory, University of Notre Dame Press; Notre Dame, Indiana, 1984, p. 263; traducido del inglés por mí).

En la Introducción de La Opción Benito, titulada “El Despertar", Rod Dreher dice que durante la mayor parte de su vida adulta fue un cristiano creyente y un conservador en política, pero a partir de 1999, cuando su esposa y él tuvieron su primer hijo y quisieron darle una educación cristiana tradicional, comenzaron a preguntarse qué era exactamente lo que la corriente principal del conservadurismo político estaba conservando. Entonces Dreher se dio cuenta de que muchos de sus compañeros conservadores, principalmente por su entusiasmo acrítico por el mercado, estaban minando la principal institución a conservar: la familia.

También llegó a la conclusión de que, pese a su aguerrida lucha contra el aborto y el matrimonio homosexual, la gran mayoría de los cristianos conservadores (católicos, protestantes u ortodoxos orientales) no estaba haciendo gran cosa para contrarrestar las fuerzas del individualismo radical y del secularismo de la modernidad, que estaban llevando al cristianismo a una declinación.

En un libro suyo de 2006, Dreher abordó la obra de MacIntyre, “quien declaró que la civilización occidental había perdido sus amarras. Estaba llegando el tiempo, dijo MacIntyre, en el que los hombres y mujeres virtuosos entenderían que la continuación de una plena participación en la sociedad de la corriente principal no era posible para aquellos que querían vivir una vida de virtud tradicional. Estas personas encontrarían nuevas formas de vivir en comunidad, dijo él, igual que San Benito, el padre del siglo VI del monaquismo occidental, respondió al colapso de la civilización romana fundando una orden monástica. Yo llamé a la retirada estratégica profetizada por MacIntyre ‘la Opción Benito’. La idea es que los cristianos conservadores serios ya no podían vivir vidas normales en los Estados Unidos, y que tenemos que desarrollar soluciones comunitarias y creativas para ayudarnos a aferrarnos a nuestra fe y nuestros valores en un mundo siempre más hostil a ellos. Tendríamos que elegir hacer un salto decisivo hacia una forma verdaderamente contracultural de vivir el cristianismo, pues de lo contrario condenaríamos a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos a la asimilación.” (Rod Dreher, The Benedict Option, Sentinel, New York 2017, p. 2; éste y los demás textos de The Benedict Option citados en este trabajo fueron traducidos por mí).

Descripción del contenido del libro

A continuación describiré el contenido de La Opción Benito, un libro interesantísimo, cuya lectura recomiendo.

En el Capítulo 1 el autor compara la gran inundación que afectó al sur de Louisiana en agosto de 2016 con el avance abrumador del secularismo en las últimas décadas. Dice que “la decisión Obergefell de la Corte Suprema de los Estados Unidos declarando un derecho constitucional al matrimonio del mismo sexo fue el Waterloo del conservadurismo religioso. Fue el momento en que la Revolución Sexual triunfó decisivamente y la guerra cultural, tal como la conocíamos desde los años ‘60, llegó a su fin. A raíz de Obergefell, las creencias cristianas sobre la complementariedad de los sexos en el matrimonio son consideradas como un prejuicio abominable y –en un número creciente de casos– punible. La plaza pública ha sido perdida.” (Ibídem, p. 9).

En el Capítulo 2 el autor analiza las raíces de la crisis de la civilización occidental, remontándose hasta el siglo XIV.

En el Capítulo 3 el autor analiza la Regla de San Benito de Nursia, valorándola como una guía también para los fieles cristianos laicos, a pesar de que fue concebida para monjes. Dreher destaca algunas de las características principales de esa Regla, que desempeñó un rol tan importante en la historia de la Iglesia: orden, oración, trabajo, ascetismo, estabilidad, comunidad, hospitalidad y equilibrio. Dreher visitó varias veces el monasterio benedictino de Nursia (en Italia) y desarrolló una amistad con los monjes.

En los Capítulos restantes, principalmente por medio de entrevistas con miembros de comunidades cristianas europeas y norteamericanas de distintas denominaciones que, de diferentes modos, pretenden poner en práctica la Opción Benito, el autor analiza varias dimensiones de la nueva estrategia que propone para los cristianos.

En el Capítulo 4 el autor analiza una nueva forma de política cristiana. Dreher pone como ejemplo sobre todo la “política antipolítica” y la “polis paralela” de los disidentes checos bajo el régimen comunista. “He aquí cómo empezar con la política antipolítica de la Opción Benito. Sepárate culturalmente de la corriente principal. Apaga la televisión. Guarda los smartphones. Lee libros. Juega juegos. Haz música. Haz fiestas con tus vecinos… Comienza… un grupo dentro de tu iglesia. Abre una escuela cristiana clásica… Planta un jardín… Únete al departamento de bomberos voluntarios” (Ídem, p. 98).

El Capítulo 5 se titula “Una Iglesia para todas las épocas". Destaco un texto de este capítulo: “Si no cambiáis vuestros caminos, vais a morir, y por ende también morirá lo que queda de la fe cristiana en nuestra civilización. La Opción Benito es vital para la vida de la iglesia local hoy. ¿Por qué? La espiritualidad benedictina es buena para crear una cultura cristiana porque se refiere totalmente al desarrollo y sostén del cultus cristiano, una palabra latina que significa adoración. Una cultura es la forma de vida que emerge de la adoración común de un pueblo. Lo que consideramos más sagrado determina la forma y el contenido de nuestra cultura, la que emerge orgánicamente del proceso de hacer tangible una fe. Si va a traer consigo una renovación de la cultura cristiana, la Opción Benito tendrá que centrarse en la vida de la iglesia. Todo lo demás se seguirá de ahí.” (Ídem, p. 101). En este capítulo Dreher propone seis consejos principales: redescubrir el pasado, redescubrir la adoración litúrgica, re-aprender los hábitos cristianos tradicionales de ascesis, apretar la disciplina de la Iglesia, evangelizar con el Bien y la Belleza, abrazar el exilio y la posibilidad del martirio.

En el Capítulo 6 (llamado “La idea de una aldea cristiana") el autor propone otros nueve consejos: convierte tu hogar en un monasterio doméstico; no tengas miedo de ser inconformista; no des por sentados a los amigos de tus hijos; no idolatres la familia; vive cerca de otros miembros de tu comunidad; haz real la red social de la Iglesia; traspasa las fronteras eclesiales para construir relaciones; ama a la comunidad pero no la idolatres; no dejes que lo perfecto sea enemigo de lo suficientemente bueno.

En el Capítulo 7 el autor analiza la educación como formación cristiana. Sus propuestas principales sobre este tema son las siguientes: da a tu familia una educación correctamente ordenada; enseña la Escritura a los niños; sumerge a los jóvenes en la historia de la civilización occidental; saca a tus hijos de las escuelas públicas; no te engañes a ti mismo acerca de las escuelas cristianas; funda escuelas cristianas clásicas; ¿No hay una escuela cristiana clásica? Entonces educa a tus hijos en tu hogar; [considera la relación entre] la Opción Benito y la Universidad; regresa a los clásicos y avanza hacia el futuro.

En el Capítulo 8 el autor analiza la situación del cristiano en el mundo del trabajo. Éstos son sus principales consejos en esta área: [considera] para qué es el trabajo; [no caigas en la] quema de incienso al César; sé prudente; sé audaz; sé emprendedor; “compra cristiano", incluso si cuesta más; construye redes de empleo cristiano; redescubre los oficios; prepárate para ser más pobre y más marginado.

En el capítulo 9 (titulado “Eros y la nueva contracultura cristiana") el autor analiza los desafíos de la revolución sexual a la actual vida cristiana. Sus consejos y afirmaciones principales en esta área son los siguientes: no cedas para conservar a los jóvenes; afirma la bondad de la sexualidad; el moralismo no es suficiente; los padres deben ser los educadores sexuales primarios; ama y apoya a las personas solteras de tu comunidad; lucha contra la pornografía con todo lo que tienes.

En el capítulo 10 (titulado “El hombre y la máquina") el autor analiza los desafíos de la revolución digital a la actual vida cristiana. Dreher subraya que la tecnología no es moralmente neutral y que la Internet es la compuerta de la modernidad líquida. Sus principales consejos en esta área son los siguientes: asume el ayuno digital como una práctica ascética; aleja los smartphones de los niños; mantén a las redes sociales fuera de la liturgia; haz cosas con tus manos; cuestiona el progreso.

El debate sobre la Opción Benito

El debate norteamericano sobre la Benedict Option es algo confuso, en parte debido a la gran complejidad del asunto, y en parte porque, al parecer, Dreher no ha logrado presentar con absoluta claridad lo más esencial de su propuesta. Así, la Benedict Option, por medio de una traducción quizás demasiado lineal de la “fuga del mundo” característica de la vida monástica medieval, es entendida por muchos partidarios y detractores como una propuesta de retirada de la lucha política y de las “guerras culturales” (culture wars) que han absorbido buena parte de las energías de los cristianos norteamericanos en las últimas décadas. Sin embargo, a mi juicio, el abandono de esa lucha es, no sólo una idea suicida, sino también una idea que no surge necesariamente de la esencia de la Benedict Option. Ésta parece consistir más bien en un énfasis intenso y renovado en la dimensión comunitaria de la vida cristiana.

En parte la discusión sobre la Benedict Option es intrincada porque falta una definición clara y compartida de la misma. Cada uno (y aquí me incluyo) imagina esa opción un poco a su manera. A mi modo de ver, la Opción Benito que hoy se discute no consiste en una imitación exacta de lo que hicieron San Benito y sus monjes hace unos 1.500 años, sino que se trata más bien de una analogía o similitud parcial. Los monasterios benedictinos fueron durante mucho tiempo algo así como oasis cristianos en medio de una sociedad en gran medida pagana. Sin embargo, no renunciaron a la evangelización, sino que, en realidad, fueron sobre todo los monjes los que evangelizaron o re-evangelizaron Europa. La Iglesia es misionera por naturaleza, así que no puede ponerse en cuestión si debe o no dedicar esfuerzos a la misión. La cuestión es cómo evangelizar mejor.

Un libro excelente y muy original del sacerdote español José María Iraburu, Editor del portal InfoCatólica, arroja mucha luz sobre esta importante cuestión. Me refiero a su libro de 1998 Evangelio y utopía, que puede ser descargado gratuitamente en formato PDF desde el sitio web de la Fundación GRATIS DATE, sección Textos, en esta página. Recomiendo vivamente la lectura de Evangelio y utopía a quienes estén interesados en el debate sobre la Opción Benito.

Pienso que en Norteamérica se liga demasiado estrechamente la Opción Benito con un retiro físico o geográfico comunitario. Empero, guiado en esto por las reflexiones del Padre Iraburu, creo que las comunidades cristianas laicales “utópicas” (en el sentido en que él usa el término “utopía” en su libro Evangelio y utopía) no implican necesariamente la vida en común, como los monasterios. Pueden ser también ámbitos de encuentro, de formación y de comunión que fortalecen la fe y las demás virtudes de cristianos que físicamente siguen viviendo y actuando separados y “en medio del mundo".

Familias, escuelas y parroquias

A continuación intentaré aportar algunas reflexiones sobre un tema muy relacionado con la Opción Benito: el tema del “equilibrio” o la combinación correcta de dos dimensiones de la vida de los fieles cristianos, sobre todo laicos: por un lado sus relaciones con otros cristianos; y por otro lado sus relaciones con los no cristianos.

En la discusión de este tema hay una amplia gama de posturas diferentes. En un extremo estaría la posición de quienes abogan por una especie de nueva y masiva “fuga del mundo”, creando grandes ambientes católicos (por ejemplo, barrios o ciudades enteras) en donde transcurriría casi toda la vida de muchos fieles. En el otro extremo estaría la opinión de quienes parecen pensar que, para impregnar el mundo con los valores del Evangelio, bastan los cristianos individuales debidamente formados y alimentados con los sacramentos y la oración. Ellos solos, sin apoyarse en ninguna clase de asociaciones católicas, y mezclándose con los no católicos “como levadura en la masa”, deberían ser capaces de llevar el Evangelio a sus respectivos ambientes y de hacerlo prosperar allí.

Para comenzar a abrirnos camino en un tema tan complejo, consideremos la forma más primaria de asociación: el matrimonio y la familia (basada en el matrimonio), célula básica de la sociedad. Con respecto a este aspecto de nuestra cuestión, la ley de la Iglesia Católica es clara: el derecho canónico no permite los matrimonios con disparidad de cultos (cf. Código de Derecho Canónico (CDC), c. 1086) y los matrimonios mixtos (cf. CDC, c. 1124), excepto mediante una dispensa. De hecho hoy esos impedimentos son dispensados habitualmente, pero el principio permanece en pie. A priori y por lo general, la Iglesia desaconseja esa clase de matrimonios, aunque, obviamente, a posteriori los valora y apoya en cada caso particular. Los matrimonios mixtos y (más aún) los matrimonios con disparidad de cultos conllevan peligros que en principio parece recomendable evitar, por lo menos como criterio general.

La Iglesia Católica no sólo exhorta a sus fieles laicos con vocación matrimonial a formar matrimonios católicos, sino también familias católicas. Esto implica, muy especialmente, la obligación de dar a sus hijos una educación católica (cf. CDC, c. 226). Todo esto es bien conocido.

Pasemos pues a otro aspecto de nuestra cuestión: las escuelas. También en este sentido la doctrina y la legislación de la Iglesia son muy claras: “La Iglesia tiene derecho a establecer y dirigir escuelas de cualquier materia, género y grado. Fomenten los fieles las escuelas católicas, ayudando en la medida de sus fuerzas a crearlas y sostenerlas.” (CDC, c. 800). “Los padres han de confiar sus hijos a aquellas escuelas en las que se imparta una educación católica; pero, si esto no es posible, tienen la obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se organice la debida educación católica.” (CDC, c. 798).

Lo dicho es suficiente para desmentir la tesis de los católicos que desestiman la escuela católica porque piensan que allí sus hijos padecerán un nocivo aislamiento del “mundo real” (que, supuestamente, sería sólo la parte del mundo que desconoce o rechaza a Dios, a Cristo o a su Iglesia). La educación católica de los hijos es un deber de los padres católicos y esa educación no puede impartirse adecuadamente sino en ambientes católicos.

Además de la familia y la escuela, otro ambiente de gran importancia para la vida cristiana es la parroquia, organizada generalmente según el principio territorial. Trataré brevemente sólo dos problemas referidos a la parroquia territorial.

El primer problema es el referido a la participación de los fieles laicos en pequeñas comunidades parroquiales. Pienso que también en esto es necesario guardar un equilibrio. Por una parte, está bien alabar y fomentar esas pequeñas comunidades, pero sin llegar al punto de tratar de volver obligatoria la participación en ellas y de despreciar a los simples “fieles de Misa”, que no participan de esos grupos, considerándolos como “cristianos de segunda”.

El segundo problema es el de la relación entre las parroquias territoriales y los movimientos o comunidades eclesiales organizados según otros principios, dones o carismas.Pienso que en esto debe prevalecer la voluntad de mutua colaboración y mutuo enriquecimiento. Sin negar la gran importancia de la parroquia en la estructura de la Iglesia, es preciso aceptar serenamente que hoy en día la vida de fe de muchos fieles cristianos pasa más bien por esa otra clase de comunidades eclesiales.

Asociaciones de fieles

Pasemos ahora a la cuestión de las asociaciones de fieles. “Existen en la Iglesia asociaciones distintas de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica, en las que los fieles clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos, buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal.” (CDC, c. 298, 1).

También aquí rige el principio de la libertad de los hijos de Dios. Los cristianos pueden formar asociaciones de fieles pero no están obligados a ello. Pertenecer o no a una asociación de este tipo es una decisión prudencial, que depende de una infinidad de circunstancias personales concretas, que cada uno debe valorar y discernir en conciencia.

Los posibles objetivos de estas asociaciones de fieles abarcan todas las dimensiones de la vida cristiana, incluyendo “la animación con espíritu cristiano del orden temporal” (Ídem). Esta última expresión es tan amplia que abarca las asociaciones católicas de orden cultural, social, deportivo, empresarial, gremial, político, etc.

Aquí entramos al núcleo de la cuestión disputada. ¿Esas asociaciones católicas, que –según el CDC– son en principio concebibles y legítimas, son también convenientes hoy? Al fomentarlas, en lugar de cumplir el mandato misionero de Jesucristo resucitado, ¿no estaríamos creando algo así como ghettos, donde los católicos, lejos de muchas de las tentaciones mundanas, proseguirían su camino más o menos indiferentes a la suerte de sus conciudadanos no católicos o no cristianos?

Hay quienes piensan que tales asociaciones confesionales son un residuo de la Iglesia pre-conciliar y que no tendrían lugar en nuestros tiempos, en los que se impondría una noción de laicidad tolerante y pluralista, abierta a la más amplia cooperación de los cristianos con los no cristianos en todos los asuntos temporales.

Opino que, cuando algunos fieles católicos se asocian para trabajar juntos en la animación con espíritu cristiano del orden temporal, en cualquier ámbito determinado, lo más lógico es que también su asociación (y no sólo los socios individuales) sea católica, más allá de que esa confesionalidad asuma o no la forma canónica precisa de una “asociación de fieles”.

Las personas forman asociaciones para alcanzar más fácilmente determinados fines deseables. Como dice un sabio refrán popular, “la unión hace la fuerza”. Ahora bien, si la iniciativa emprendida por los socios fundadores está inspirada en el Evangelio de Cristo y tiene realmente como objetivo animar el orden temporal con espíritu cristiano, sería bastante extraño que precisamente esa fuente primera de inspiración y ese objetivo último constituyeran sólo un compromiso individual, pero no colectivo, como si en esa dimensión trascendente ya no valiera la eficacia de la tendencia asociativa, o como si la unión requerida en ese sentido fuera únicamente la genérica comunión eclesial.

Ejemplo: un grupo pro-vida

Para no perdernos dentro de la gran variedad de casos posibles, consideremos un caso particular: el de un grupo de católicos que se asocian para trabajar en la defensa y promoción del derecho humano a la vida. Mutatis mutandis, lo dicho para las asociaciones pro-vida vale también para los demás tipos de asociaciones.

En principio caben dos posibilidades: que la nueva asociación sea católica o bien que sea aconfesional, un ámbito secular que agrupa tanto a católicos como a no católicos en procura de objetivos meramente seculares.

Es importante notar que la primera alternativa (la de la confesionalidad) no excluye la posibilidad de cooperar con no católicos en el amplio campo del movimiento pro-vida, puesto que no impide participar de un segundo ámbito donde distintas personas o asociaciones (entre ellas nuestra asociación católica) cooperarían en distintas iniciativas comunes, sin perder sus identidades propias ni su legítima autonomía.

Este esquema de “círculos concéntricos” tiene varias ventajas:

• ayuda a mantener vivo y operativo el espíritu cristiano que inspiró a los socios fundadores;
• evita reducir los objetivos sociales al “máximo común denominador” de los principios, creencias o valores compartidos por socios católicos y no católicos;

• muestra que el diálogo y la cooperación de católicos y no católicos no debe ni necesita hacerse a expensas de la identidad católica de los católicos.

En el caso concreto de un grupo pro-vida o pro-familia, podemos agregar la siguiente consideración: si bien en principio la ley moral natural (sustento del derecho a la vida y de todos los derechos fundamentales del hombre y de la familia) es una base común accesible a católicos y no católicos, de hecho son muy raros los casos de no católicos que se adhieran a la ley moral natural en toda su integridad. La Iglesia Católica es la única organización religiosa que se atiene firmemente a toda la ley moral natural, incluso en lo relativo al divorcio, la anticoncepción, la reproducción humana artificial, etc. Por lo tanto, renunciar como colectivo a la confesionalidad católica implicará, tarde o temprano, terminar discutiendo dentro del grupo cosas que los socios fundadores daban por supuestas, con el consiguiente desgaste interno.

La confesionalidad del grupo implica, ante todo, la fijación de un objetivo trascendente, no meramente intramundano. Por ejemplo, el objetivo último de un grupo pro-vida católico no puede reducirse a salvar el mayor número posible de vidas humanas, aunque naturalmente esto sea un bien muy deseable. En cambio, el objetivo último de ese grupo, como quiera que sea formulado, será contribuir (en el ámbito específico del movimiento pro-vida) a “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Efesios 1,10).

Si el objetivo último del grupo es sobrenatural, entonces sus medios no podrán ser sólo naturales. En el caso concreto del movimiento pro-vida, esto significa, entre otras cosas, que no hay razones válidas para renunciar al lenguaje teológico a favor de un lenguaje exclusivamente científico o filosófico. Esa renuncia equivaldría a caer en la trampa del secularismo, que quiere hacernos creer que la fe sólo tiene lugar en el ámbito privado, mientras que en el espacio público sólo tienen derecho de circulación los argumentos no religiosos. Tenemos el derecho y el deber de predicar el Evangelio de la Vida en privado y en público, y para ello será preciso usar, de forma conveniente y oportuna, argumentos teológicos, filosóficos y científicos, en función de los destinatarios del mensaje y de otras circunstancias.

La renuncia al lenguaje teológico no sólo impediría el logro del objetivo último religioso de la asociación católica, sino que incluso comprometería gravemente el logro de sus objetivos intramundanos; porque, como enseñó Santo Tomás de Aquino, Dios reveló verdades de suyo accesibles a la sola razón natural (como las que integran la ley moral natural) para que en el estado presente de la humanidad todos los hombres pudieran conocerlas fácilmente, con certeza y sin mezcla de error.

Montevideo, 18 de agosto de 2019

Tercer Congreso Rioplatense Provida

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