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La libertad de vivir: autoestima e identidad

Por: Felipe González
Vivimos en una sociedad trepidante en la que el aire se vuelve irrespirable, la movilidad social se paraliza y obtura las esperanzas y la volatilidad económica nos hace vulnerables y temerosos hacia el futuro. Estar actualizado en las redes sociales, mantener nuestro Face e Instagram, mandar tweets para sentir que importa lo que pensamos se convierte en algo desgastante.

Las personas esconden su vacío en la aparente conectividad y relación con los demás que supone el mundo virtual. Hay que llamar hoy a una movilización desacostumbrada. A despertar a una realidad objetiva, basada en la valoración de lo que somos y no de lo que tenemos.

Que finque nuestra autoestima no en una popularidad ilusoria; que afirme la seguridad propia en el reconocimiento de las capacidades personales y que nos permita ser agentes de cambio, primero en nuestra vida individual, para luego poder colaborar con los demás.

Decía Tolstoi que todos pensamos en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Esto trae consecuencias en muchos ámbitos. Si cada uno de nosotros no controla y lleva bien firmes las riendas de su existencia, es muy difícil tener un impacto familiar, profesional o social, porque iremos a la deriva. Hoy es necesario volver la vista al oráculo de Delfos: Conócete a ti mismo. Es éste un imperativo de prudencia para situarnos en el cosmos, en el mundo y en nuestras sociedades.

El bombardeo de la supermujer o del superhombre con el que nos incitan al consumo sin medida es más una manipulación propagandística para justificar la enajenación de nuestras vidas al complejo consumista-hedonista que por líticos y empresarios oportunistas se empeñan en mostrarnos, como si fuera la realidad. Tenemos que conocer nuestros límites y nuestras posibilidades y vivir en equilibrio dinámico.

El crecimiento debe ser proporcional a lo que realmente somos; a las exigencias de los más cercanos: nuestros mundos familiares, laborales y sociales, a veces tan desintegrados. Conocernos y proyectarnos en función de lo que somos y de lo que podemos realmente ser evita tensiones, desgastes y, sobre todo, nos permite aprovechar y descubrir las oportunidades que, en el día a día, tenemos para ser felices.

Volver al origen de lo que somos es tan importante que nos liberará de la obsesión por nosotros mismos y nos pondrá en la ruta de vivir como sujetos que tienen un porqué y un para qué; trascender la obsesión por la autoestima para reencontrarnos con la libertad de vivir. Entendernos es descubrir el tesoro que hay en el interior del ser humano y es también un don y una responsabilidad, porque es nuestra esencia más valiosa y lo que nos permite aportar a los demás, a nuestras familias, organizaciones y a la nación de la que formamos parte.

Publicado originalmente en El Economista
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