jamacor
29

Interesante debate sobre eutanasia en The Spectator

Interesante debate sobre eutanasia en The Spectator

Jorge Soley, el 20.05.19 a las 6:10 PM

El Spectator es algo digno de ser reseñado: no en vano estamos ante una revista que se publica desde 1828. No he investigado al respecto, pero me imagino que muy pocas publicaciones se le acercan.

Pero no es solo su edad la que nos deja atónitos. Recientemente recogía un debate sobre la eutanasia entre su editor literario, Sam Leith y su editor asociado, Douglas Murray. El primero ferviente defensor de la eutanasia, el segundo no menos ferviente detractor. Una rareza que nos ha dejado una interesante discusión donde prima el argumento sobre la descalificación.

Leith empieza advirtiendo de que la ley que se discutió en el parlamento británico aboga por la eutanasia restringida a los enfermos a quienes, según el dictamen de dos doctores, les quedan menos de seis meses de vida. Murray responde que es un criterio arbitrario (¿por qué seis y no siete… o cinco?) y además sujeto a erroren un tema como el de la vida donde los errores no se pueden rectificar.

Contraataca Leith con la idea de que nuestro cuerpo es solo nuestro y, en consecuencia, podemos disponer de el a nuestro antojo. Nadie, y menos el Estado, puede decirte lo que puedes y no puedes hacer con tu cuerpo, incluyendo tu decisión sobre cómo y cuándo deseamos morir (Leith, incidentalmente, se posiciona como contrario al aborto precisamente porque estamos ante dos cuerpos, el de la madre y el del hijo, y ésta, que según Leith tiene todo el derecho a hacer lo que quiera con su propio cuerpo, no tiene ningún derecho sobre el cuerpo de su hijo).

Murray niega la mayor: no, nuestro cuerpo no es algo sobre lo que podamos decidir a nuestro antojo. No lo hemos adquirido, nos ha sido dado. Y quienes nos rodean, desde nuestra familia hasta la misma sociedad, que tanto ha «invertido» en nosotros, tienen algo que decir. Aceptar que somos mónadas inconexas y autárquicas es la receta perfecta para la disolución de la sociedad.

Por otro lado, aceptar las premisas de Leith abriría la puerta no a la eutanasia para los enfermos terminales, sino al derecho al suicidio o, ¿por qué no?, al derecho a la mutilación y al comercio de órganos.

Murray continúa sacando su artillería pesada con datos sobre lo que ha ocurrido en Bélgica y Holanda tras la legalización de la eutanasia. No muy diferente de lo que ha ocurrido con el aborto, nos recuerda: nos lo vendieron como una solución límite para casos extremos y se ha convertido en un medio contraceptivo en un período extraordinariamente rápido. Lo mismo ha ocurrido en aquellos países: ahora ya no hablamos de eutanasia para enfermos terminales, sino para niños, enfermos mentales y aquellos que se sienten «cansados de vivir».

Leith replica que no porque haya sucedido esta deriva en Bélgica u Holanda ellos deben de dejar de hacer lo correcto, a lo que Murray contesta que negarse a considerar los efectos presumibles y constatables es ignorar la realidad.

El siguiente argumento de Leith es un viejo conocido, que por ejemplo se usó ampliamente en relación al aborto. Como de hecho ya se practican eutanasias, es mejor que haya una ley que las regule y que así se eviten los abusos. Un argumento que nunca se saca a colación de los delitos fiscales o de las violaciones, por ejemplo, que al fin y al cabo existir, existen.

Murray regresa a la capacidad para determinar el momento en que queremos acabar con nuestra vida y comenta sus conversaciones con médicos que le han confesado que esta decisión varía: nos imaginamos que si llegamos a un determinado estadio la vida se nos hará insoportable pero llegamos a ese estado y seguimos deseando vivir. Leith le contesta que lo que está planteando es la capacidad de nuestro ser ahora para determinar nuestro ser en el futuro. Sí, replica Murray, «¿puedes imaginarte en una cama, no deseando morir, pera sabiendo que vas a hacerlo porque una vez firmaste un formulario que el Estado ahora quiere ejecutar?».

El debate sigue luego con una discusión acerca del sentido de santidad de la vida a la luz de la experiencia del siglo XX y acaba con una profunda advertencia de Murray (que, en mi opinión, gana por goleada): «Hay algo muy profundo que le ocurre a una sociedad que permite la eutanasia. Cambia la actitud de la gente hacia ellos mismos. Refuerza la idea de la autonomía individual y destruye el acto común de vivir… Desplaza y altera nuestra percepción no solo de la vida, sino de nosotros mismos, de lo que estamos haciendo, de nuestro sentido».

Pues ya ven, el veterano Spectator sigue dándonos buena materia para reflexionar sobre un asunto de una enorme gravedad.