Regular el cuerpo en la comida y bebida - San Vicente Ferrer (También útil al Laico)

Después, trabaje en tener sujeto el cuerpo totalmente al servicio de Cristo Jesús
para que todos los actos y movimientos corporales estén compuestos con toda
honestidad de costumbres, según las reglas de la disciplina. Porque no podrás apartar
nunca el ánimo de las cosas desordenadas, si de antemano no has trabajado sujetando tú
cuerpo a la disciplina, apartándolo no solo de cualquier acto sino de cualquier movi-
miento inconveniente y desordenado.


Modo de regular el cuerpo en la comida y bebida
Por tanto, intentando la regulación del cuerpo, primero de todo hay que insistir sobre la gula. Porque si no alcanzas victoria sobre ella, en vano trabajarás por adquirir otras virtudes. Has de observar, pues, el orden siguiente.

Ante todo, no procures para ti nada especial, sino conténtate con la comida que se presenta a los hermanos en comunidad36. A los seglares que quieran enviarte obsequios, no se lo toleres en modo alguno, si son para tu persona. Si quieren enviarlos al convento, que los envíen. No aceptes de ninguna manera las invitaciones de los frailes fuera del refectorio, sino acude continuamente al refectorio, observando todos los ayunos de la Orden. Esto entiéndelo siempre así, mientras Cristo te conserve la salud. Porque, si estás enfermo, entonces permite que te traten según lo pide la enfermedad, no procurando nada absolutamente para ti, sino recibiendo todo lo que te sirven, con acción de gracias
A fin de evitar cualquier exceso en la comida y en la bebida, debes examinar diligentísimamente tu naturaleza para conocer con cuanta comida y bebida puedes sustentarte, y así puedas juzgar entre lo superfluo y lo necesario.

Ten como norma general que, al menos, comas suficiente pan, lo que pide la naturaleza, especialmente cuando ayunas. No creas nunca al diablo que te aconseja que hagas abstinencia de pan. En esto podrás experimentar lo que requiere la naturaleza, o lo que es superfluo: si en tiempo en que se come dos veces al día te encuentras pesado y sientes cierto ardor en el estómago, de forma que no puedas orar, escribir o leer. Por lo general esto sucede por haberse excedido. Y lo mismo, si lo sientes después de maitines, cuando cenas. 0 después de Completas, si sientes la misma pesadez, en los días de ayuno.

Por tanto, come bastante pan, pero de tal suerte que después de la comida estés dispuesto para leer, escribir u orar. Pero si a esas horas no estás tan dispuesto como en otras, mientras no sientas la pesadez que te he dicho, no es señal de exceso. Piensa, pues, en lo que es necesario para tu naturaleza, según el método que he indicado, o según otro, según te enseñará el Altísimo, al que se lo debes pedir con sencillez. Observa con mucha diligencia esta norma continuamente y mira siempre qué comes en la mesa, y si alguna vez te excedieses en algo por negligencia, no lo dejes pasar sin digna penitencia.

35 Lc., 10, 16.
36 Cf. Constitutiones primaevae O.P. I, 6; VENTURINI DE BERGAMO, Tractatus et epistolae
spirituales, 5, p. 95.

De la bebida
En cuanto a la bebida, no sé ponerte otra regla sino que, poco a poco te refrenes bebiendo menos de día en día, pero de forma que no padezcas sed excesiva de día o de noche. Especialmente, cuando comes potaje, puedes fácilmente pasar con menos bebida, aunque siempre la que sea necesaria para la digestión de la comida. No bebas nunca fuera de la hora de la comida, a no ser por la noche en los días en que ayunas, y entonces muy templadamente, o por la fatiga del camino, o por cualquier otro cansancio. Bebe el vino tan aguado que le quite la fuerza, y si fuera un vino fuerte, añádele la mitad de agua, o más, y así, más o menos, según lo que Dios te inspire.37

De la compostura interior y exterior en la mesa
Tocada la campana, lavadas las manos con toda gravedad, sentado en el claustro, entrarás en el refectorio, cuando suene la señal. No te reserves en bendecir al Señor con todas tus fuerzas, con modestia en la voz y en el cuerpo. Guardando el orden que toca, te colocarás en la mesa, pensando dentro de ti con corazón temeroso que debes comer los pecados del pueblo38. Prepara también tu corazón para la inteligencia de la lectura que se hace en la mesa, y, si no hay lectura, para alguna meditación espiritual, "a fin de que no estés totalmente sumido en el comer, sino que, teniendo el cuerpo su refección, en ninguna manera quede defraudado el espíritu"39.

Puesto a la mesa, adapta con decencia los vestidos, doblando la capa sobre las rodillas. Establece contigo el pacto de no mirar en modo alguno a los que están comiendo, sino mirar solo lo que tienes delante. Al principio, cuando te sientes, no alargues en seguida las manos para cortar el pan, sino recógete un poco dentro de ti mismo, hasta que digas al menos un Padrenuestro y Avemaría, por el alma de un difunto del purgatorio que más lo necesita.
Ten como norma general hacer con cierta modestia todo acto o movimiento del cuerpo. Si tienes delante de ti distinto pan, duro, blando, blanco o negro, o de otra clase, come aquel que tienes más cerca, y, preferentemente, aquel al que menos te incline la sensualidad. Nunca pidas algo en la mesa, sino espera que lo pidan otros por ti. Y si no lo hacen, ten paciencia40.
No tengas los codos sobre la mesa, sino solamente las manos. No tengas las piernas abiertas, ni pongas un pie sobre otro.

No recibas doble plato ni otras cosas, sino lo que ordinariamente tienen todos los demás. Cualquier manjar que te envíe cualquiera, aunque sea el Prior, no lo comas, sino que, si puedes buenamente, escóndelo entre los residuos o en el plato. Advierte aquí que es costumbre grata a Dios dejar siempre en el plato algo de potaje para Cristo-pobre. Y también algunos fragmentos de pan, no las cortezas. Las cortezas cómelas tú, y el buen pan partido déjalo para Cristo. No te preocupes demasiado si por ello algunos murmuran, mientras el prelado no te mande lo contrario. Generalmente, de todo lo que comas deja alguna partecilla para Cristo-pobre, y de los bocados mejores, no de los peores, porque hay quienes dan a Cristo lo peor, como se acostumbra a dar a los puercos.
Si con un plato puedes comer bastante pan, añade en el segundo algo de pan y déjalo para Cristo. Si el Señor te inspira, puedes hacer algunas admirables abstinencias, agradables a Dios e ignoradas por los hombres.

"Si la comida está insípida por falta de sal, o por cualquier otro motivo, no le añadas sal ni otro condimento, pensando en Cristo, que quiso gustar la hiel y el vinagre41, sino resiste a la sensualidad. Igualmente, puedes dejar con disimulo cualesquiera otras salsas, que para nada sirven sino para excitar la gula. Siempre que al final de la comida te sirvan algún bocado agradable, déjalo por Dios. Como el queso, frutas o algo parecido, o licor o vino añejo, u otras cosas, que no son necesarias para el sustento del cuerpo humano. Es más, frecuentemente son nocivas, "mientras se piensa que aprovecha lo que deleita"42. Si dejares estas cosas por Cristo, no dudo que el mismo Cristo te preparará una dulce comida de consuelo espiritual, incluso en el otro manjar corporal con el que te contentaste por Cristo.

Y para que mejor y más fácilmente puedas abstenerte de lo que quisieres, "cuando vayas a la mesa considera en tu corazón que, por tus pecados, debes ayunar a pan y agua"43. De donde tu comida sea solo pan, y los platos que te sirven no los añadas como comida, sino que sean para poder tragar mejor el pan. Piensa que si tienes esto bien grabado en el corazón, te parecerá un gran banquete tener algo más para comer. Procura no hacer muchas sopas en el plato; que sea suficiente poder mojar el pan. Y cuando no tengas potaje, come un pan, o medio, o poco más, según lo que has de comer, y así satisfarás la naturaleza, aunque no tuvieres otra cosas. Sobre otras muchas particularidades, que no podría detallarte te instruirá Cristo si recurres a él y pones en él toda la esperanza. Porque ¿quién podrá enumerar los caminos innumerables que te mostrará el Señor? Estate también atento para no ser de los últimos que acaban de comer. Es más, termina pronto, guardando la debida compostura, para que puedas atender más a la lectura.

40 Cf. Eclo., 2,4; Mt., 18, 26.
41 Cf. Mt., 27, 34; Sal., 68, 22.
42 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 63,
43 Frase literal de la Regla de san Agustín (Regula, V,5), seguida en la Orden de Predicadores.

Y cuando te levantes de la mesa, da gracias al Altísimo con todo el corazón, el cual te dio sus bienes y que te dio la fuerza suficiente para que no prevaleciera en ti la sensualidad. Sin refrenar tu voz, según puedas, da gracias al dador de todos los bienes44.
¡Oh carísimo! Piensa cuán innumerables son los pobres que tendrían como máxima delicia haber tenido solamente el pan que te ha dado el Señor, con la otra comida. Debes pensarlo así, pues es la verdad, que es Cristo quien te lo ha dado. Es más, que él mismo te ha servido en la mesa. Mira, pues, con cuánta compostura, con cuánta reverencia, madurez y temor debes estar en la mesa, en donde ves presente a tu Dios que en propia persona te sirve. ¡Oh cuán dichoso serás, si se te concede desde lo alto contemplar esto con los ojos del alma! Verías también una gran multitud de santos que discurren con Cristo por el refectorio.

Modo de perseverar en la sobriedad y en la abstinencia
“Para que puedas perseverar constantemente en este estilo de sobriedad y abstinencia, vive siempre con temor y reconoce que todo viene de Dios, pidiéndole a él la perseverancia”.45 “Y, si no quieres caer, no juzgues a nadie ni te dejes llevar contra nadie con espíritu de indignación. Si ves que otros no guardan el orden debido en la comida, compadécelos de corazón y ora insistentemente por ellos, excusándolos, cuanto puedas en tu corazón, que ni tú ni ellos nada podemos sino porque Cristo tiende su mano y nos da no por nuestros méritos sino por el beneplácito de su voluntad. Si piensas así, estarás seguro”.46

Porque ¿cuál es la causa de que muchos comienzan en un determinado tiempo a practicar muchas cosas en la abstinencias y en otras cosas, y no perseveran por la fatiga del cuerpo o la tibieza del espíritu? Ciertamente, no es otra que el orgullo y la presunción, porque mientras presumen de sí mismos, se indignan contra los demás, juzgándolos en su corazón. Por eso el Señor les retiró su don y entonces o bien se enfrían en el espíritu o, por el vicio de la indiscreción, hacen más de lo que conviene.

Y así caen en enfermedad, y al fin, mientras atienden al restablecimiento corporal, exceden también los límites y se tornan más golosos que aquellos a los que antes juzgaban, como yo mismo he sabido de algunos. “Porque, generalmente ocurre que, cuando uno juzga a otro en algo, Dios, al fin, permite que caiga en el mismo defecto, o en otro mayor. Por tanto, sirve a Dios con temor 47 y si alguna vez sientes complacencia al recordar algunos beneficios que te da el Altísimo, toma el látigo del reproche y de la propia reprensión, no sea que el Señor se irrite contigo y perezcas en el camino de la justicia 48. Si obras así, permanecerás firme 49" 50.

44 Cf. Benedictio ante collationem, Constitutiones primaevae O.P. I, 7.
45 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 63.
46 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, II, c. 63. La misma idea se encuentra en VENTURINI DE
BERGAMO, Tractatus et epistolae spirituales, 9, p. 118.
47 Sal., 2, 11.
48 Cf. Sal., 2, 12.
49 Col., 1, 23.
50 LODULFO DE SAJONIA, Vita Christi, I, c. 16. Se puede comprobar fácilmente que San Vicente va
introduciendo incisos teniendo en cuenta el destinatario de su Tratado.

Hasta aquí te he indicado el modo grato al Altísimo para el dominio de la gula,
al cual pocos llegan por excederse en más o en menos en el comer, o por no guardar las
debidas circunstancias.


San Vicente Ferrer - Tratado de la Vida Espiritual

Imagen:
San Vicente Ferrer
(Ángel María Camponesqui, 1803, Museo Isaac Fernández Blanco)
Al pie del cuadro se encuentra la siguiente leyenda: Ego sum Angelus Apocalipsis Sanctus Vicentius Ferrerio/Ordinis Praedicatorum Hispaniarum Apostolus/ Angelus Maria Camponeschi Romanus pinxit ex mandatoDomini Francisci Letamendi:/sua devotione in civitate Bona Aerensi anno Domini MDCCCIII.