Angelo Lopez
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San Rafael Arnáiz Barón, 26 de abril

Juan Pablo lo puso como modelo para los jóvenes

«La cruz fue el único tesoro que tuvo este gran trapense, brillante arquitecto, un joven sensible y de gran finura humana y espiritual. Una diabetes terminó con su vida a temprana edad. Juan Pablo lo puso como modelo para los jóvenes»

Nació en Burgos, España, el 9 de abril de 1911. Su inclinación a vivir por y para Dios fue manifiesta en la infancia. «¡Solo Dios llena el alma…, y la llena toda!», decía. En esa época dorada contrajo unas fiebres colibacilares. Cuando sanó, su padre, que había visto en la curación una intervención de María, lo consagró en Zaragoza a la Virgen del Pilar en el estío de 1922. Rafael no olvidó este hecho. «Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina».La enfermedad nunca le abandonaría.

Era elegante, sensible. También caprichoso y tendente a la vanidad. Poseía una brillante inteligencia, con predominio de la intuición, que le permitió sobresalir en los estudios aunque no los cuidara debidamente. Se estableció con la familia en Oviedo, y al término de su formación básica se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Hizo grandes amistades porque era una persona entrañable y cercana en la que se percibía la huella de Dios. Estaba vinculado al Apostolado de la Oración, a la Adoración Nocturna y a la Congregación de María Inmaculada. A los 19 años visitó el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas y le atrajo poderosamente. El 16 de enero de 1934 ingresó en él, dejando atrás las previsiones eventuales de un futuro espléndido, y las posibilidades que le ofrecía cotidianamente el bienestar de su hogar paterno.

Su ilusión por entregarse a Dios a través de una vida penitente y contemplativa era más fuerte que todo. «La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios». No contaba con la presencia repentina de la diabetes, temible entonces por sus funestas consecuencias, que le obligó a abandonar la Trapa en tres ocasiones. Comprendió el sentido purificador del dolor: «Cuando me veo otra vez en el mundo, enfermo, separado del monasterio, y en la situación en que me encuentro… veo que me era necesario, que la lección que estoy aprendiendo es muy útil, pues mi corazón está muy apegado a las criaturas, y Dios quiere que lo desate para entregárselo a Él solo».Su experiencia personal le permitía alumbrar la vida de otras personas y conducirlas a Dios. A su tía María, duquesa de Maqueda, le aconsejaba en 1935: «Déjate hacer; sufre, pero sufre amándole, amándole mucho a través de la oscuridad, a pesar de la tempestad que parece el Señor te ha puesto, a pesar de no verle, ama el madero desnudo de la cruz […]. Llora, llora todo lo que puedas y sufre, pero a los pies de la cruz, y sufre amando a Dios ¡qué felicidad!… Cómo te quiere Dios, ya lo verás algún día muy cercano».

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