LA SAGRADA FAMILIA, ESPEJO PARA LA IGLESIA

El domingo dentro de la octava de la Navidad celebramos a la Sagrada Familia. El tiempo de Navidad es también tiempo de reuniones familiares, de celebración junto a nuestros seres queridos, de pasar tiempo con ellos; quizá el tiempo que no dedicamos en el resto del año. Juntos, comemos, jugamos, cantamos, salimos, hacemos fiesta. La Navidad nos ayuda a sentirnos familia, a reconocer los vínculos que nos unen y a acrecentarlos. Y es que el tiempo de Navidad celebra que Jesús nació en un matrimonio, formó parte de una familia, una corta familia de tres, pero una familia más como las otras. Jesús no irrumpió en nuestro mundo llamando la atención. Solo José y María sabían de su concepción milagrosa. A los ojos de los demás era una familia más como cualquier otra. Dios escogió los cauces normales de la época para enviar a su Hijo hecho hombre.

Cuando nacemos, los seres humanos somos tan incapaces, tan frágiles, que sin atenciones y cuidados, no seríamos capaces de vivir siquiera unas horas. Los primeros años son un largo aprendizaje, y un aprendizaje integral. Es verdad que en regímenes totalitarios, en orfanatos masificados y en experimentos realizados por gente desalmada, esas atenciones se han llegado a ofrecer de forma anodina, por personal ajeno a los familiares y desligados de todo afecto, tan solo como un ejercicio profesional. Pero esa no es la mejor manera de introducirse en este mundo, pues las necesidades afectivas no han sido satisfechas y esos pequeños han mostrado siempre sus graves carencias. Debe haber un crecimiento atendiendo a las necesidades afectivas y emocionales. Dicho de otro modo, todo ser humano, en todas las etapas de su vida, pero aún más en la infancia, necesita recibir amor, sentirse querido y amado. Solo así se puede ser una persona íntegra y equilibrada.

Pero, previamente, el traer un hijo al mundo requiere del amor en la pareja. Al menos es deseable y aconsejable que así sea. Es cierto que el avance científico ha sido ya capaz de crear niños en laboratorio. El ser humano ha sido y es capaz de producir niños en serie, sin la intervención amorosa de sus progenitores. Pero esa praxis no puede convertirse en el modo ordinario de traer niños al mundo; debe ser una excepción, un hecho siempre personalizado y nunca en masa; y, desde luego, no es el modo ideal que la sociedad pueda aceptar sin más sin que tengan que ver las relaciones interpersonales. La transmisión de la vida debe ser un acto de amor desde su origen, en su desarrollo y crecimiento, hasta el final de la existencia. Los lazos de amor familiares son el contexto lógico que confiere a la persona equilibrio, equidad, respeto de la individuallidad y la alteridad así como la integración en la sociedad. Desde luego, la Iglesia no tiene la exclusividad del concepto de familia; de hecho, la sociedad actual presenta todo un abanico de formas familiares que difieren del concepto tradicional que siempre ha sido expresión exclusiva del concepto familia. El papa Francisco ha creado una comisión de expertos a la que ha encomendado el estudio de esos nuevos conceptos de familia y la implicación en la concepción de la Iglesia así como en su acción pastoral. Sin una predisposición previa para condenar a nadie, sí que podemos decir que el modelo que nos ofrece la familia de Nazaret es el modelo ideal, el más completo, el más adecuado. La familia de Jesús es una familia según el modelo de la voluntad de Dios. En ella se acoge y vive Dios. José, María y Jesús buscan la relación con Dios en el amor y la plasman en la relación entre ellos. Los tres han renunciado a sus propios planes para ajustarse a los planes de Dios. La capacidad de renuncia de uno mismo para darse es clave tanto en la relación con Dios como en la relación entre los miembros de la familia.

El evangelio de San Mateo nos sitúa a Jesús corriendo la misma suerte de su pueblo. En primer lugar es objeto de persecución, ya desde niño. ¿Cómo un niño indefenso puede resultar una amenaza para nadie? El poder interesado y corrupto se cree amenazado por él e intenta eliminarlo. Eso hace que toda su familia corra su misma suerte y se vean obligados a emigrar a un país vecino. Es el mismo país en el que el pueblo al que pertenece el Mesías vivió como esclavo en dos largas etapas. Finalmente, el propio Jesús, con sus padres, vivirá el éxodo que también su pueblo vivió en dos ocasiones. El evangelista lo entronca, así, profundamente, en el seno del pueblo escogido. Notemos que, en la versión de Mateo, José y María vivían en una casa de Belén y que es al regresar de Egipto cuando se establecen en Nazaret, huyendo de Arquelao.

La Sagrada Familia es, pues, modelo de amor para nosotros, para nuestras familias y para la Iglesia, pues, en definitiva, la Iglesia está llamada a ser una familia de hermanos por voluntad del propio Jesús. El amor, la renuncia al egoísmo, la búsqueda del bien de todos y cada uno son las actitudes que deben caracterizarnos a nosotros y a nuestras familias.

P. JUAN SEGURA