jamacor
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Lecturas comentadas del 16º domingo del Tiempo ordinario: Descansad un poco (Mc 6,30-34); Cristo es nuestra paz (Ef 2,13-18); Os daré pastores (Jr 23,1-6)

Lecturas comentadas del 16º domingo del Tiempo ordinario: Descansad un poco (Mc 6,30-34); Cristo es nuestra paz (Ef 2,13-18); Os daré pastores (Jr 23,1-6)

Descansad un poco (Mc 6,30-34)

16º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
30 Reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado.31 Y les dice:
—Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco.
Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer.
32 Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos.
33 Pero los vieron marchar, y muchos los reconocieron. Y desde todas las ciudades, salieron deprisa hacia allí por tierra y llegaron antes que ellos. 34 Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.
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Fácilmente, se percibe aquí la intensidad del ministerio público de Jesús. Era tal su dedicación que, por segunda vez (cfr 3,20), el evangelio hace notar que no tenía tiempo ni de comer.
Los Apóstoles participan también de esta entrega a los demás: tras las agotadoras jornadas de la misión apostólica, Jesús quiere llevarlos a descansar, pero las muchedumbres no se lo permiten. Los propósitos del Señor no dejan de ser una enseñanza práctica: «El Señor hace descansar a sus discípulos para enseñar a los que gobiernan que quienes trabajan de obra o de palabra no pueden trabajar sin interrupción» (S. Beda, In Marci Evangelium 2,5,31).

Cristo es nuestra paz (Ef 2,13-18)

16º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
13 Ahora, sin embargo, por Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. 14 En efecto, él es nuestra paz: el que hizo de los dos pueblos uno solo y derribó el muro de la separación, la enemistad, 15 anulando en su carne la ley decretada en los mandamientos. De ese modo creó en sí mismo de los dos un hombre nuevo, estableciendo la paz 16 y reconciliando a ambos con Dios en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad. 17 Y en su venida os anunció la paz a vosotros, que estabais lejos, y también la paz a los de cerca, 18pues por él unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu.
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El mensaje del Apóstol sigue dirigiéndose a los cristianos procedentes de la gentilidad para que, al contemplar el misterio de Cristo, no se jacten de autosuficiencia. La obra redentora de Cristo en la cruz ha producido el acercamiento y la paz entre judíos y gentiles (vv. 13-15), y también la reconciliación de ambos con Dios (vv. 16-18). Deben ser conscientes de que, por Jesucristo, han sido integrados en un solo pueblo junto con los judíos, y por tanto hechos partícipes de la herencia prometida por Dios al pueblo de Israel. Han sido llamados, con ellos, a formar parte de la familia de Dios, la Iglesia, edificada sobre los Apóstoles y los Profetas, con la solidez que le proporciona Cristo Jesús (vv. 19-22).
«La mirada fija en el misterio del Gólgota debe hacernos recordar siempre —dice Juan Pablo II— aquella dimensión “vertical” de la división y de la reconciliación en lo que respecta a la relación hombre-Dios, que para la mirada de la fe prevalece siempre sobre la dimensión “horizontal”, esto es, sobre la realidad de la división y sobre la necesidad de la reconciliación entre los hombres. Nosotros sabemos, en efecto, que tal reconciliación entre ellos no es y no puede ser sino el fruto del acto redentor de Cristo, muerto y resucitado para derrotar el reino del pecado, restablecer la alianza con Dios y de este modo derribar el muro de separación que el pecado había levantado entre los hombres» (Reconciliatio et paenitentia, n. 7).

Os daré pastores (Jr 23,1-6)

16º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
1 ¡Ay de los pastores que pierden y dispersan las ovejas de mi majada! —oráculo del Señor—. 2 Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel, acerca de los pastores que apacientan a mi pueblo: «Vosotros habéis dispersado mis ovejas, las habéis ahuyentado, no habéis cuidado de ellas. Mirad que Yo mismo me ocuparé de castigar la maldad de vuestras obras —oráculo del Señor—. 3Congregaré los restos de mis ovejas de todas las tierras adonde las expulsé, y las haré volver a sus pastos para que crezcan y se multipliquen. 4Pondré sobre ellas pastores que las apacienten, para que no teman más, ni se espanten, ni falte ninguna —oráculo del Señor—.
5 Mirad que vienen días
—oráculo del Señor—,
en que suscitaré a David un brote justo,
que rija como rey y sea prudente,
y ejerza el derecho y la justicia en la tierra.
6 En sus días Judá será salvada,
e Israel habitará en seguridad,
y éste será el nombre con que le llamen:
“El Señor, nuestra Justicia”.
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En los capítulos anteriores de libro de Jeremías (21,1-22,30) se ha anunciado el destierro que habría de llegar y llegó como consecuencia de las infidelidades a la Alianza por parte de los reyes. Contra estos, por orden cronológico, han ido dirigidos los últimos oráculos. Ahora Jeremías mira al futuro y, mediante la imagen de los pastores, anuncia una nueva era en la que Dios mismo se ocupará de pastorear-regir a su pueblo (vv. 1-4); suscitará un nuevo rey que obrará la justicia (vv. 5-6); y, en consecuencia, la nueva situación nacida tras la vuelta del destierro será más gloriosa que la vivida tras el éxodo de Egipto (vv. 7-8).
Juan Pablo II se apoya en este oráculo para subrayar la presencia continua de pastores que regirán el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia: «Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen: “Pondré al frente de ellas (o sea, de mis ovejas) Pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas” (Jr 23,4). La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y, con alegría, da continuamente gracias al Señor. Sabe que Jesucristo mismo es el cumplimiento vivo, supremo y definitivo de la promesa de Dios: “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11). Él, “el gran Pastor de las ovejas” (Hb 13,20), encomienda a los apóstoles y a sus sucesores el ministerio de apacentar la grey de Dios (cfr Jn 21,15ss.; 1 P 5,2)» (Juan Pablo II,Pastores dabo vobis, n. 1).
La promesa del nuevo rey (vv 5-6) es clave para entender el pensamiento de Jeremías. El texto está repetido con pequeños retoques en 33,15-16. La expresión «vienen días» es frecuente en oráculos de salvación como referencia al tiempo escatológico, aunque también puede referirse a la vuelta del destierro. El «brote justo» que designa al rey venidero llegará a ser término técnico del Mesías, tanto en Zacarías (Za 3,8; 6,12) como en el Nuevo Testamento (cfr Lc 1,78): es «justo», «ejercerá la justicia» y será llamado «el Señor, nuestra Justicia». Tal insistencia indica, en primer lugar, que Jeremías quiere legitimar la subida al trono de Sedecías, nombre que significa «justicia del Señor»; pero también muestra que el futuro Mesías será descendiente legal de David, puesto que el Señor lo garantiza al llamarlo «brote justo» o brote legítimo. Y, sobre todo, enseña que en la nueva era reinará la justicia porque habrá paz y seguridad plena: será la época definitiva de salvación.
Jeremías, por tanto, anuncia la llegada de un descendiente de David, que aportará una nueva etapa de prosperidad y salvación. El de Anatot es el último profeta que habla de un Mesías-Rey, intermediario entre Dios y el pueblo. Con todo, el profeta promete la intervención inmediata de Dios (23,2).

Fuente