El fraile de los estigmas (San Pío de Pietrelcina)


Semblanza del Padre Pío

Los años de la infancia

El 25 de mayo de 1887, en Pietrelcina, aldea del sur de Italia situada a pocos kilómetros de Benevento, nació Francesco Forgione, universalmente conocido hoy como el Padre Pío de Pietrelcina. Sus padres, Grazio Forgione y Maria Giuseppa de Nunzio, devotos de san Francisco de Asís, bautizaron a su hijo al día siguiente de nacer en la Iglesia de Santa Ana.

En la aldea natal transcurrieron los años de la infancia y de la adolescencia de Francesco, siendo educado en el seno de una familia humilde y cristiana, como lo era la formada por sus padres. Su hogar estaba lleno de amor y fe. Poco frecuentó la escuela, pues cuando Grazio y Giuseppa apenas lo consideraron capaz, le confiaron el cuidado de sus ovejas. Un aldeano le enseñó a leer y a escribir. Su adolescencia y juventud se caracterizaron por la vivacidad, la curiosidad y por algunas travesuras propias de la edad.

El joven Francesco, pese a pasar la mayor parte del día en el campo, no descuidó su formación cristiana y la vida de piedad. Parecía tener -según los biógrafos- una vida espiritual especial. Era monaguillo asiduo y con frecuencia permanecía largo tiempo de rodillas en oración ante el Sagrario. Rezaba cada día el Rosario, solo, mientras pastoreaba a las ovejas. No queda constancia de la fecha de su Primera Comunión, pero sí de su Confirmación: 27 de septiembre de 1899. Ambos sacramentos los recibió a la edad de 12 años.

Según su madre, el futuro Padre Pío de niño era calmoso y quieto, obediente y sin caprichos. Alguna vez, cuando Giuseppa de Nunzio animaba a su hijo a jugar con chicos de su edad, no siempre lo hacía. No me gusta -respondía-, porque ésos blasfeman.

Novicio capuchino

A los 15 años, Francesco sintió la llamada de Dios, y -dejando las ovejas para proseguir los estudios con maestros privados- tomó la decisión de hacerse fraile.  Sus padres no se oponen a su vocación. Y el 6 de enero de 1903, fiesta de la Epifanía del Señor, con la bendición de su madre y un rosario que ésta le regaló, Francesco sale para el noviciado de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone. Recordando aquel momento, el Padre Pío contó años después: Mi madre al momento de despedirnos, me cogió las manos y me dijo: “¡Hijo mío, me desgarras el corazón! Pero en este momento no pienses en el dolor de tu madre: san Francisco te ha llamado; pues vete”. El 22 de enero toma el hábito y cambia el nombre por el de fray Pío de Pietrelcina.

Justo un año después, acabado su noviciado, emitió los votos simples de pobreza, castidad y obediencia. Acabada la ceremonia, la madre lo besa y le dice: Hijo mío: ahora sí que eres del todo hijo de san Francisco: ¡ojalá que el santo te bendiga siempre!

Según testimonia un novicio coetáneo, fray Pío era exacto en todo; su amor a la oración era de una prontitud y desenvoltura admirables; la meditación de la Pasión de Cristo iba acompañada de abundantes lágrimas, y la jornada, de numerosas jaculatorias; la Santísima Virgen recibía continuas muestras de afecto del ferviente novicio que observaba cuidadosamente el silencio para hablar mejor con Dios; el mismo Padre maestro lo juzga “un novicio ejemplar, puntual en la observancia en todo y modelo para todos”.

Ordenación sacerdotal

El 25 de enero de 1904 se traslada al colegio de profesos de Sant’Elia a Pianisi para realizar los estudios de Filosofía. En octubre de 1905 pasa al convento de San Marco la Cátola, donde se encuentra con el P. Benedicto de San Marco in Lamis, quien será su director espiritual hasta 1922. El 27 de enero de 1907, estando de nuevo en Sant’Elia a Pianisi, fray Pío hizo la profesión de los votos perpetuos.

En octubre de 1907 comienza la Teología en Serracapriola. En noviembre de 1908 es trasladado a Montefusco, donde recibe las Órdenes menores y el subdiaconado.

El 10 de agosto de 1910 es ordenado sacerdote en la catedral de Benevento por monseñor Schinosi. Canta su primera Misa en Pietrelcina, y en tal circunstancia describe sus sentimientos, que resultan todo un programa de vida; Jesús / mi suspiro y vida mía / hoy que temblando / te elevo / en un misterio de amor / contigo sea yo para el mundo / Camino, Verdad, Vida / y por Ti sacerdote santo / víctima perfecta.

Tortura física y espiritual

Siempre enfermizo, fray Pío reside en Pietrelcina con su familia desde quince meses antes de su ordenación sacerdotal, ante el consejo de los médicos de que los aires nativos le vendrían bien para curar su delicada salud. La estancia en el pueblo natal, que debería haber sido breve, se prolongó -salvo cortas interrupciones- siete años: de mayo de 1909 a febrero de 1916. La misteriosa enfermedad que padecía le causaba grandes dolores físicos, que aceptaba con entereza y resignación.

El Padre Pío sufrió durante ese tiempo, además, fuertes tormentos espirituales. Él querría que las numerosísimas tentaciones se le conmutaran por padecimientos físicos, por miedo de caer en pecado, pero sea como fuere -escribe-, me basta saber que Dios lo quiere y con eso me quedo tan contento. Aunque algunas veces parece que se le va la cabeza, rechazando los asaltos vehementes del tentador, que se esfuerza por arrancarlo de las manos de Jesús, fray Pío no se desalienta, decidido a no ofender a mi amado Jesús con un solo pecado, por leve que sea.

En ocasiones, cuando la enfermedad le impide la celebración del Sacrificio Eucarístico, se siente extremadamente desconsolado (una verdadera desolación), y comenta: Mi mayor dolor es no poder celebrar, ni saciarme con la carne del divino Cordero; y pide a su Jesús que no le prive del único consuelo que le queda en la tierra.

En medio de tantas torturas físicas y espirituales, el Padre Pío vio siempre la voluntad de Dios que obra para nuestro bien. Robustece su debilidad con la comunión; ora  a los pies de Jesús ante el Sagrario, acude confiado a nuestra común Madre, María, y solicita consejo de sus directores espirituales. En medio de tanta obscuridad dolorosa, la presencia de Dios premia la buena voluntad. Sólo de vez en cuando un rayo de luz ilumina su vida, lo que le produce tal gozo espiritual, que no acierta a explicarlo. Pero en todo momento dirá: Cúmplase siempre en mí y en mi alrededor, en todo y por todo, la santísima y amabilísima voluntad de Dios, porque esto es lo que me ha sostenido. Sé que Él no obra sin fines santísimos, útiles para nosotros.

San Giovanni Rotondo

Reincorporado a la vida conventual, el 17 febrero de 1916 llega al Convento de Santa Ana en Foggia. El Padre Pío comenzará allí la actividad ministerial a la que en adelante dedicará más tiempo de su vida: oir confesiones. Los penitentes descubren pronto en gran número las singulares cualidades del joven fraile. Una turba de almas sedientas de Jesús se me viene encima -escribe en esa época-. Me siento confortado en el Señor, porque veo que las filas de las almas elegidas siempre se van engrosando y Jesús es más amado.

La estancia en Foggia duró pocos meses, debido a que el clima caluroso le sofocaba. Fue así como el Padre Pío se trasladó al Convento de Santa Maria delle Grazie en San Giovanni Rotondo, donde experimentó una notable mejoría y prácticamente pasaría los restantes cincuenta años de su vida.

Cuando llega, al Convento de San Giovanni Rotondo algunos frailes lo denominan convento de desolación, dado que escasas personas acuden a la iglesia por su lejanía con el pueblo. Pero el aislamiento desaparecerá pronto, conforme la gente descubre que en el fraile recientemente llegado resuena un potente reclamo a lo divino. Así comenzaron muchas almas a dirigirse con él.

Dirección espiritual

El Padre Pío insistirá mucho sobre la meditación y la lectura espiritual. Para el cristiano toda verdad de nuestra santa religión -decía- puede y debe ser objeto de meditación, pero especialmente la vida de Nuestro Señor. Contemplar a Jesús es llenar de Él nuestras almas. Conociendo su modo de obrar, modelaremos nuestras acciones en conformidad con las suyas.

Junto a la Sagrada Escritura, aconsejaba la lectura de libros espirituales que hacen buscar a Dios y son como los espejos que Él nos pone delante: mirándonos en ellos, corregimos nuestros errores y nos adornamos con todas las virtudes.

Su dirección espiritual corría por el cauce de la doctrina clásica, siempre válida y eficaz. Inculcaba la obediencia, exhortaba a la comunión y confesión frecuente, moderaba con discreción y discernimiento la mortificación corporal.

Recordando la durísima ascética a la que se sometió desde su juventud el Padre Pío, el papa Juan Pablo II comentó el 2 de mayo de 1999, durante la beatificación del fraile de Pietrelcina, que quien se acercaba a San Giovanni Rotondo para participar en su Misa, para pedirle consejo o confesarse, descubría en él una imagen viva de Cristo sufriente y resucitado. En el  rostro del Padre Pío brillaba la luz de la resurrección. Su cuerpo signado por los estigmas, mostraba la íntima unión entre la muerte y la resurrección, que caracteriza el misterio pascual.

Los estigmas

Transcurridos pocos meses en San Giovanni Rotondo, el Padre Pío experimenta los más conocidos hechos extraordinarios de su vida. Ya, anteriormente, había recibido los estigmas durante un breve período en 1910, que desaparecieron para volver aparecer en 1918.

El 5 de agosto de 1918 recibe el milagroso favor de la transverberación. Según contó, se le presentó ante los ojos de la inteligencia un personaje, que tenía en la mano un instrumento parecido a una larguísima flecha de hierro, de cuya punta bien afilada parecía que saliese fuego. Ver todo esto y observar que dicho personaje arrojaba con toda violencia tal dardo sobre el alma fue todo uno. Me sentía morir. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del día siete. Hasta sintió las entrañas como arrancadas y desgarradas por aquel instrumento, y todo puesto a hierro y fuego.

Desde ese día siente en lo más íntimo del alma una herida que sangra, sangra de continuo y le causa frecuentes espasmos dolorosos. Se ve sumergido en un océano de fuego. El misterioso personaje no le da tregua y sobre las llagas anteriores abre otras nuevas, con infinito desgarro de la pobre víctima.

El 20 de septiembre ya no es sólo el alma, sino su cuerpo lo que tiene manifiestamente traspasado y sangrante, a semejanza de los estigmas de Jesucristo clavado en la cruz. Compelido por su director espiritual, el Padre Pío contó lo acaecido ese día.

Durante la acción de gracias después de la Misa, estando en el coro, empezó a sentirse débil y adormecido. Todos mis sentidos experimentaron una paz increíble, escribió en una carta a su confesor. Mientras se hallaba en ese estado se le apareció el mismo misterioso personaje del 5 de agosto, pero con las manos, pies y costado manando sangre. Me quedé petrificado ante aquella visión. Tal visión lo aterroriza. Creí que me moría, y me habría muerto si Nuestro Señor no hubiera intervenido para sostener mi corazón palpitante. Cuando la misteriosa figura desapareció, me di cuenta de que tenía manos, pies y costado agujereados  y manaban sangre. Imaginad la aflicción que experimenté entonces y que sigo experimentando casi todos los días. De la herida del costado mana constantemente sangre, sobre todo desde la tarde del jueves hasta el sábado. Tengo miedo de morir desangrado.

Los estigmas en manos y pies eran pequeñas heridas, que a los pocos meses se agrandaron y redondearon hasta casi 2 centímetros de diámetro; así permanecieron hasta el final de su vida. La herida del costado tenía forma de cruz: la llaga más larga recorría en oblicuo su pecho de la 5ª a la 9ª costilla. Para el beato de Pietrelcina -dijo Juan Pablo II en la ceremonia de beatificación-, esta participación en la pasión asumió tonos de especial intensidad: los dones singulares que le fueron concedidos y los sufrimientos interiores y místicos que le acompañaron le permitieron vivir una experiencia envolvente y constante de los padecimientos del Señor, en la inmutable convicción de que “el Calvario es la escuela de los Santos”. ¡Sí! La Cruz de Cristo es la insigne escuela del amor, más aún, la fuente misma del amor. Purificado por el dolor, el amor de este fiel discípulo atraía los corazones a Cristo y a su exigente Evangelio de salvación.

La prueba de la fama

Más dolorosa resultó al Padre Pío la tremenda prueba que hubo de pasar a partir de 1918. Su fama se va extendiendo, y comienza un movimiento de turbas que asedian el convento y lo privan de la paz hasta entonces disfrutada. Desde lejanas regiones acuden visitantes, la mayoría atraídos por verdadera devoción. De todo el mundo llegan peticiones de plegarias y, con frecuencia, reconocimientos de gracias recibidas.

Diariamente comulgan miles de personas y el Padre Pío confiesa en ocasiones hasta dieciséis horas al día. El humilde capuchino posee verdaderamente el don de aliviar, fortalecer, iluminar y orientar a las almas que llegan. ¡Ojalá el Señor conserve por largo tiempo a este ángel encarnado, para bien de las almas!, comenta el obispo de Melfi y Rapolla.

No todos piensan así. Acusaciones calumniosas contra el Padre Pío llegan a Roma. Pero Benedicto XV, bien informado, comenta de él que es un hombre verdaderamente extraordinario, que Dios envía de cuando en cuando a la tierra para convertir a los hombres. Estas palabras del papa Benedicto XV no detienen la dura prueba, a la que Juan Pablo II aludió en la homilía de la Misa de beatificación del Padre Pío. El Papa se refirió a las incomprensiones -como una auténtica tormenta– que tuvo que afrontar el fraile capuchino de Pietrelcina, en especial, por parte de algunos representantes de la Iglesia. Ante el antiguo Santo Oficio se presentaron duras denuncias contra el Padre Pío por parte de personas que no comprendían o sentían celos por sus carismas. El famoso sacerdote, fundador de uno de los hospitales más importantes de Italia, el padre Agostino Gemelli, después de haber examinado sus llagas en 1920, lo llamó histérico. El obispo de su diócesis, monseñor Pasquale Gagliardi, lo acusó de ser un estafador.

La persecución se recrudece a la muerte de Benedicto XV. El 2 de junio de 1922, examinados los hechos acaecidos a la persona del Padre Pío, el Santo Oficio dispone que: por ningún motivo muestre las así denominadas llagas, ni hable de ellas o permitan que se las besen; debe asimismo tener otro director espiritual distinto del Padre Benedicto de San Marco in Lamis, con el cual debe interrumpir toda comunicación, aun epistolar; sería necesario que el Padre Pío fuese alejado de San Giovanni Rotondo y colocado en otro lugar fuera de su provincia religiosa; finalmente, por parte del Padre Pío, o de otros en lugar de él, no se responda a las cartas que le dirijan personas devotas, ya sean para pedir consejo o dar gracias por otros motivos.

El Padre Pío inclinó la cabeza y obedeció. De este modo, según Juan Pablo II, la obediencia se convirtió para el fraile en crisol de purificación, senda de progresiva asimilación con Cristo, rejuvenecimiento de la auténtica santidad. Pero el traslado ordenado por el Santo Oficio no pudo efectuarse, ya que el pueblo se organizó para vigilar día y noche el convento e impedir la salida. Prudentemente, los superiores aplazaron sine die el traslado.

Suspensión

Aún le queda pasar al Padre Pío lo más doloroso de su calvario. El 9 de junio de 1931 es privado de sus facultades ministeriales, exceptuada la Santa Misa, que sólo podrá celebrar en privado. Al conocer esta disposición del Santo Oficio exclamó: Hágase la voluntad de Dios.

Durante los dos años que dura la suspensión, el Padre Pío celebra cada mañana la Santa Misa en una capilla del convento, ayudado por el acólito, permaneciendo junto al altar más de tres horas. El 14 de julio de 1933, fiesta de san Buenaventura, recibe la gozosa noticia de que ya puede ejercer de nuevo su ministerio sacerdotal. Pero la rehabilitación total del Padre Pío tuvo lugar sólo en el año 1965, con el pontificado de Pablo VI.

Desde ese momento se reproduce la afluencia de fieles que buscan al Padre Pío como director espiritual. El buen fraile fue asiduo en escuchar confesiones, viéndose siempre rodeado de penitentes. Prefiero ser llevado al confesonario en una silla, antes que no poder confesar más, comentaba. Y esto fue lo que realmente ocurrió en los últimos años de su vida.

Un día del año 1947 un joven sacerdote polaco que ampliaba estudios en Roma, llamado Karol Wojtyla, viajó desde Roma a San Giovanni Rotondo y allí se confesó con el Padre Pío. Alguien ha comentado que el fraile capuchino dijo al sacerdote: Llegarás a ser papa. Pero veo también sangre y violencia sobre ti. Al cabo del tiempo, la profecía se cumplió al pie de la letra. Karol Wojtyla fue elegido papa en el otoño de 1978 y herido de gravedad por varios disparos de pistola en la primavera de 1981. No es de extrañar que así sucediera, pues hay constancia del cumplimiento de varias profecías formuladas por el Padre Pío a lo largo de su vida, pero sobre la veracidad de las palabras dichas en 1947 al joven polaco estudiante en Roma sólo cabe decir que Juan Pablo II nunca las confirmó ni desmintió. Lo que sí ha reveló el papa Juan Pablo II es que le conoció en persona. Cuando era estudiante en Roma, tuve yo mismo ocasión de conocerlo personalmente y agradezco a Dios, que me da hoy la posibilidad de inscribirlo en el elenco de los Beatos.

Mayor consistencia tiene otro suceso, del que existen las pruebas documentales. En noviembre de 1962, el obispo Karol Wojtyla está en Roma durante la primera sesión del Concilio Vaticano II. Tiene noticia de que a Wanda Póltawska, compañera de estudios y colaboradora en su tarea pastoral, le han diagnosticado un cáncer en la garganta y que los médicos se disponen a operarla sin muchas esperanzas de salvarle la vida. En estas circunstancias, monseñor Wojtyla escribe una carta en latín al Padre Pío, pidiéndole oraciones por Wanda, mujer de cuarenta años, madre de cuatro hijos, que durante la guerra permaneció recluida cuatro años en campos de concentración en Alemania. Diez días más tarde, vuelve a escribir: Venerable Padre: la mujer residente en Cracovia, en Polonia, madre de cuatro hijos, ha recuperado de improviso la salud el 21 de noviembre, antes de la operación quirúrgica. Deo gratias.

Casa Alivio del Sufrimiento

El Padre Pío amaba profundamente a Dios y también a los hombres, a quienes veía como hijos de Dios y hermanos propios. Y de ese amor sincero a los demás surgió la idea de poner en marcha la Casa Alivio del Sufrimiento.

El pueblo de San Giovanni Rotondo contó desde 1925 con un pequeño hospital -el hospital civil San Francisco-, pero éste quedó destruido por un terremoto trece años después. La catástrofe remueve la caridad desbordante del Padre Pío, que en enero de 1940 decide comentar a sus hijos espirituales el sueño de un grandioso hospital, expresión de la caridad de Cristo, para acoger gratuitamente a toda clase de enfermos. El hospital no será sólo un lugar donde se curen los cuerpos de los enfermos, sino también un centro de espiritualidad para realizar plenamente el mensaje de amor del Evangelio.

Hubo que esperar a que acabara la Segunda Guerra Mundial para iniciar la edificación de la catedral de la caridad. Por fin, en julio de 1954 comienza a funcionar la Casa Alivio del Sufrimiento, con la apertura de los ambulatorios sanitarios y, poco después, el banco de sangre. El 5 de mayo de 1956 se inaugura el hospital, que, desde el primer momento, es un centro hospitalario que armoniza la tecnología de vanguardia con el cariño al enfermo.

Al mencionar Juan Pablo II, en la citada homilía, esta gran obra que dejó el Padre Pío a la humanidad, recordó que fue creada como un hospital de primera línea, pero sobre todo, se preocupó porque en él se ejerciera una medicina verdaderamente “humanizada”, en la que la relación con el enfermo estuviese caracterizada por la atención más cariñosa y por la acogida más cordial. Sabía muy bien que, quien está enfermo o quien sufre, necesita no sólo de una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino sobre todo de un clima humano y espiritual que le permita volverse a encontrar a sí mismo en el encuentro con el amor de Dios y con la ternura de los hermanos. De este modo quiso mostrar que los “milagros ordinarios” de Dios pasan a través de nuestra caridad.

El Padre Pío consideraba la Casa Alivio del Sufrimiento como la pupila de mis ojos y la criatura de la Providencia.¿Demasiado lujosa? Pues si fuese posible, la Casa la haría de oro, porque el enfermo es Jesús y es poco todo cuanto se hace por Él y para Él. Decían a quienes la criticaban:

Según el portavoz del hospital, Giulio Siena, el Padre Pío quería un centro de estudio internacional que ayude a los agentes sanitarios a perfeccionar su cultura profesional y su formación cristiana. Por eso, añade Siena: Quien trabaja aquí respira espiritualidad. Hay momentos de oración y ejercicios espirituales reservados al personal, los sacerdotes asistentes llevan cada día la comunión a los enfermos, en las capillas se reza diariamente el Rosario.

Los Grupos de Oración

Toda la vida del Padre Pío es un continuo rogar. Su deseo ardiente es poseer, alabar y servir a Dios con perfección, para interceder por el bien de los hermanos. Reza por todos, también por los que no sólo no aman a Dios, sino que se quieren justificar en el mal con menosprecio del Sumo Bien. Por los pobres pecadores añade su ofrecimiento de víctima al Señor. Ahí está el origen de los Grupos de Oración, que el Padre Pío pone en marcha a raíz de que en 1940 el papa Pío XII exhorta a los fieles a que recurran a la oración, fuerza suprema y la más firme esperanza para todos.

Según el sentir del Padre Pío, los Grupos de Oración, nacidos para mejor renovar la vida cristiana mediante la oración en común, se comprometen a trabajar para que la verdadera luz de Cristo se difunda también entre los que no la conocen o la quieren ignorar.

Los Grupos de Oración nacieron como respuesta a la invitación del Padre Pío de rezar y rezar en común. También fue deseo de san Pío de Pietrelcina que los Grupos de Oración estuvieran vinculados a la Casa Alivio del Sufrimiento.

Cada Grupo de Oración está formado por fieles que, bajo la guía de un sacerdote, se agrupan con el fin de formarse espiritualmente y llevar una vida coherente con la vocación cristiana. Estas pequeñas comunidades se reúnen para celebrar la Eucaristía, rezar el Rosario y meditar la Palabra de Dios.

La elocuencia de los números certifica el gran desarrollo del movimiento: en víspera del fallecimiento del fraile capuchino, los Grupos de Oración en activo en veinte naciones eran 726, con un total de 68.000 miembros. Hoy son 2.156; de ellos 1.500 en Italia.

Muerte santa

Pasan los años, que el Padre Pío consume en el ejercicio del ministerio sacerdotal -principalmente la Santa Misa y las confesiones-, así como en el impulso constante a la Casa Alivio del Sufrimiento y a los Grupos de Oración.

El 20 de septiembre de 1968, cincuentenario de la aparición de las heridas en su cuerpo, numerosos fieles han acudido a San Giovanni Rotondo, para asistir al Convenio Internacional de los Grupos de Oración. El Padre Pío se siente confuso y perdido, considerando los grandes dones recibidos de Dios. El 22 de septiembre, al terminar la Misa, mientras resuena una interminable tempestad de aplausos de los presentes, le fallan las fuerzas y ha de ser sostenidos por otros frailes.

El 23 de septiembre de 1968, poco después de las dos de la madrugada, el Padre Pío entrega su alma a Dios, reconfortado con la Unción de enfermos. En sus manos, las cuentas del rosario entre los dedos, y en sus labios ¡Jesús! …¡María! Los estigmas que había llevado durante cincuenta años, desaparecen horas más tarde.

La muerte del Padre Pío fue como su vida: santa. Quiso morir de pie en su puesto de trabajo -dijo el padre guardián de su convento-, después de un día pasado como los demás en la oración y en el ministerio en pro del bien. Parecía, sí, sobremanera fatigado, cansadísimo, como ausente de la escena  del mundo (…), ¿pero quién podía intuir que había llegado el fin?

Fama de santidad

A lo largo de sus sesenta años como fraile capuchino, el Padre Pío conoció la celebridad, primero en Apulia, después en toda Italia y en el resto del mundo por sus carismas, las llagas y el don de la bilocación y por la extraordinaria santidad de su vida, centrada en la Misa, el sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual. Era famoso por las muchas horas que pasaba en el confesonario y por su caridad, que le llevó a fundar la Casa Alivio del Sufrimiento. También por su vida de oración y por crear los Grupos de Oración, a los que llamó viveros de fe y hogueras de amor, y que Pablo VI calificó como un gran río de personas que oraban.

Dirigiéndose a los superiores de la Orden Capuchina, tres años después de la muerte del Padre Pío, Pablo VI decía: ¡Mirad que fama ha conquistado, qué clientela mundial ha reunido a su alrededor! Pero ¿por qué? ¿Quizá porque era un filósofo? ¿Porque era un sabio? ¿Porque disponía de medios? ¡No! Porque decía la Misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y era -cosa difícil de decir-, representante estampado de los estigmas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento.

Ya en vida -subrayaba el Postulador General de la causa de Beatificación del Padre Pío-, tenía mucha fama de santidad, debido a sus virtudes, a su espíritu de oración, de sacrificio y de dedicación total al bien de las almas. En los años sucesivos  a su muerte, su fama de santidad y de hacer milagros han crecido cada vez más, convirtiéndose en un fenómeno eclesial, difundido en todo el mundo y entre todo tipo de personas. De este modo, Dios manifestaba a la Iglesia la voluntad de glorificar en la tierra a su fiel Siervo.

Si ya en vida del Padre Pío el Convento de Santa Maria delle Grazie fue meta de peregrinaciones masivas, desde su muerte el flujo no ha aminorado. En el treinta aniversario de la muerte del fraile capuchino, San Giovanni Rotondo se ha convertido -según publicó la prensa, quizá con cierta exageración entusiasta-, con sus siete millones de peregrinos al año, en el segundo santuario católico del mundo, sólo precedido por San Pedro del Vaticano. Sea como fuere, cierto es que el Padre Pío sigue hoy llevando a Dios a multitudes. Entre los peregrinos hay que contar a Karol Wojtyla, que siendo cardenal arzobispo de Cracovia en 1974 rezó en el lugar donde está enterrado el Santo. Y el 23 de mayo de 1987, Juan Pablo II se postró de nuevo ante la tumba del fraile capuchino.

La glorificación del Siervo de Dios

La Orden de los Frailes Menores Capuchinos cumplió los pasos previstos por la ley canónica para iniciar la Causa de beatificación y canonización del Padre Pío de Pietrelcina.

El 20 de marzo de 1983 comenzó el Proceso de Beatificación. El proceso cognicional se llevó a cabo entre 1983 y 1990 en la diócesis de Manfredonia. El 18 de diciembre de 1997, Juan Pablo II decretó la heroicidad de sus virtudes. El 21 de diciembre de 1998 el mismo pontífice aprobó un milagro de curación repentina obtenido por la intercesión del fraile capuchino de Pietrelcina.

En todo proceso de beatificación, el milagro es considerado el digitus Dei, el dedo de Dios que indica a la Iglesia que sea beatificado aquel a quien se atribuye. El Dr. Raffaello Cortisini, Presidente de la Consulta médica permanente de la Congregación para las Causas de los Santos, ha confirmado la existencia de un amplio dossier de curaciones atribuibles al Padre Pío de Pietrelcina; entre ellas la ya mencionada de Wanda Póltawska, de la que comentó: No hemos podido estudiarla precisamente porque implicaba al Papa.

En la Causa del Padre Pío ésta es la historia que se presentó: En la tarde del 1 de noviembre de 1995, Consiglia de Martino, de 43 años, casada y con tres hijos, fue ingresada de urgencia en el Hospital San Leonardo de Salerno, con síntomas de asfixia, fuertes dolores en el pecho e hinchazón de garganta. El diagnóstico fue: rotura de un vaso linfático en la región subclavicular, con derrame de más de dos litros de líquido. El pronóstico gravísimo exigía operar cuanto antes. Pero esa intervención quirúrgica nunca se celebró, porque Consiglia amaneció completamente sana, curada inexplicablemente después de rezar junto a sus parientes y amigos en la tumba del Padre Pío.

La mujer -palabras del Dr. Cortesini- ha contado que, después de las invocaciones hechas con posterioridad a la revisión clínica, durante la noche oyó que el Padre Pío le decía: “Soy tu cirujano. Te he curado”, y notó como una mano que pasaba sobre ella. Al despertarse se sentía mucho mejor. Examinada por todos los especialistas, incluido el cirujano, resultó que estaba curada.

Y el 2 de mayo de 1999, Juan Pablo II lo elevó a la gloria de los altares con la solemne fórmula de la beatificación: Nosotros, acogiendo el deseo de nuestro hermano Vicenzo da Dario, arzobispo de Manfredonia, y de muchos otros hermanos en el episcopado y de muchos fieles, después de haber recibido el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra autoridad apostólica, concedemos que el venerable Siervo de Dios, Pío de Pietrelcina, sea llamado a partir de ahora beato y que su fiesta pueda ser celebrada en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, el día de su nacimiento al cielo, el 23 de septiembre.

Pocos años después, en el 2002, el mismo pontífice lo canonizó en una multitudinaria ceremonia en la Plaza de San Pedro.

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