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La Virgen de los escapularios

Esta imagen se volvió en confidente de los soldados que entran en combate en Planadas, Tolima.

Para ningún otro uniformado en la remota población de Planadas, Tolima, la Virgen tiene tanto significado como para el soldado profesional José Riascos. En sus 16 años de carrera siempre ha estado allí, participando de cientos de combates, misiones y enfrentamientos. En todos ellos ha dejado colgado su escapulario en una estatua de María a la salida de las instalaciones y ha regresado luego a recogerlo de vuelta. Una suerte con la que no contaron muchos de sus compañeros, que nunca pudieron regresar con vida. Sus rosarios continúan colgados en la imagen.

Otro militar, el Cabo Primero Edilberto Manotas, ya estaba listo para salir a su misión. Con su uniforme impecable y sus botas lustradas se preparaba para su labor de todos los días. En un impulso de fe, religiosidad y apego a un ser celestial, se acerca con cautela a una estatua de un metro de alto, en la cual deja colgado un rosario hecho de semillas con una cruz de madera. 

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Solo es uno de los cientos de escapularios que cuelgan de la imagen de la Virgen. Dejar esos collares y pulseras sobre el cuello de María es una tradición para todo oficial, suboficial y soldado que ha pasado por el Batallón de Operaciones Terrestres n°18, en Planadas, en el sur del departamento. 

En sus modestas instalaciones dos elementos llaman la atención por encima del resto: una enorme pista de aterrizaje que en otro tiempo sirvió para que grupos armados traficaran grandes cargamentos de amapola y cocaína, que hoy es un campo de juegos para los niños de la población; y la tierna imagen de la Virgen, que parece ya agotada de la enorme carga que lleva en sus hombros.

La Virgen de los escapularios

Con el tiempo justo para subirse a la camioneta que lo llevará hasta el punto de desminado, dedica un corto tiempo a persignarse y rezar un ‘Ave María’. Esta será una jornada de rutina en la que, como comandante del Equipo de Explosivos y Demoliciones (EXDE), deberá guiar a su equipo para despejar el terreno y eliminar cualquier mina antipersonal o artefacto explosivo que pueda afectar la instalación de unas nuevas torres de energía.

Yo creo mucho en la virgencita. Mi escapulario lo dejo para que mi vida y la de mis muchachos quede en sus manos. Lo hago todos los días, sin falta, para que nos proteja y regrese con bien”, asegura el Cabo.

Mientras Manotas y los demás hombres salen a su misión, el soldado Riascos deberá quedarse ese día en el batallón. Su rostro lleno de cicatrices, su corpulento cuerpo y piel morena no combinan con su tímida y suave voz. Mantiene su mirada fija en la estatua, pidiendo en lo profundo de su mente que sus compañeros regresen con vida, regresen completos y puedan retirar sus rosarios.

En su memoria mantiene intacta la imagen de todos aquellos que en otro tiempo fueron sus amigos y que hoy alimentan la fila de 46.813 combatientes caídos en combate durante el conflicto armado en Colombia. Muchos murieron por culpa de minas antipersonales, otros fueron secuestrados, torturados o murieron en uno de los frecuentes enfrentamientos que se dieron en la región.

“Para nosotros, los soldados, la Virgen significa mucho. Cada vez que entrábamos a este territorio de Planadas la situación era muy complicada. Entonces, por fe, le entregábamos el rosario a la Virgen, porque algunos no lograban regresar del combate” menciona el soldado, todavía inmutable, firme, con su fusil en las manos. Es el más antiguo del batallón, el único sobreviviente de su grupo original.

Virgen de los escapularios.
Virgen de los escapularios.
Inaldo Pérez / Sistema Integrado Digital

Pero esa entereza no dura mucho. “Esta zona era caliente, muy peligrosa. Cada combate veía compañeros que morían a mi lado, que les volaban una pierna o un brazo. En esas cosas uno no puede devolverse ni siquiera a recoger los cuerpos, sino seguir adelante, como si nada. Vi morir a los que eran mis amigos. Por eso empezamos a dejar los escapularios. Pero como se puede ver, fueron muchos los que no tuvieron la fortuna de recogerlos”. Lo dice con su mirada perdida. Su voz deja de ser acelerada para ser más pausada, tenue y quebradiza.

Planadas no es un pueblo como cualquier otro, y Riascos lo sabe. Sus veredas cuentan una historia icónica o infame, según desde donde se mire. Una de sus veredas, Marquetalia, fue el lugar que sirvió como el nido para las que luego serían llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Desde el 2003, año que llegó al sur tolimense, sabía que no la tendría fácil. La sangrienta guerra a la que se enfrentaba era de vieja data, el territorio era un bastión guerrillero y el Ejército el enemigo, incluso para los pobladores, acostumbrados al abandono del Estado. Aunque la situación ha cambiado, el miedo sigue latente. Las minas siguen allí afuera, silenciosas; las disidencias se están organizando y todavía le queda un par de años para pensionarse.

“Mirar la Virgen así, llena de escapularios, significa mucho. Los soldados no salieron de donde tenían que entrar. No volvieron a ver a sus familias. Pero seguimos creyendo en ella y por eso cada vez que paso, dejo mi escapulario, confiando en que los dos años que me faltan de servicio, pueda salir bien de acá”.

Cerca de las siete de la noche, el Cabo Manotas y su equipo regresan al batallón sanos y salvos. Este día no se encontraron minas, no hubo incidentes, heridos o fallecidos. Riascos mira con alegría el retorno de sus compañeros, mientras el comandante del equipo Exde va directo hacia la estatua. Frente a ella, da una pequeña reverencia, se persigna y extiende su mano para recoger su escapulario. Este día regresó y la Virgen lo protegió. Espera que al día siguiente lo vuelva a hacer.

 

Por: Mateo Chacón - RCN Radio