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  DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LA CONFERENCIA DE LA FAO*

Viernes 23 de noviembre de 1951

 

Aprovechamos con placer, señores, la ocasión que hoy Nos proporcionáis, para expresaros de manera vivamente sentida el cordial interés que nos inspira la «Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura» y nuestra estima por aquellos que se dedican a ella con ardor. No sabríamos ponderar sobradamente, no sólo vuestra obra bienhechora sino sobre todo la gran lección de valor que vosotros dais al mundo. Hace falta valor para proseguir con santa obstinación una tarea difícil y cuyos resultados, a pesar de su importancia real, escapan en gran parte a la observación superficial de aquellos que son, sin embargo, sus mismos beneficiarios.

A la vista de las ruinas acumuladas por las guerras o las revoluciones sobre toda la superficie de la tierra, de las ciudades derruidas y de las campiñas devastadas o desiertas; a la vista de los desastres de la naturaleza que han desolado inmensos países y de las miserias inauditas que se suceden por todas partes; a la vista de poblaciones constreñidas a huir a la aventura sin hogar y sin recursos; ante la crecida de las aguas invasoras más terribles a veces y más devastadoras que las erupciones volcánicas y los temblores de tierra de ayer; es fuerte la tentación – y muchos por desgracia sucumben ante ella – de dejarse llevar por el desaliento, de malgastar en lamentaciones harto comprensibles por cierto o en recriminaciones injustas contra quienes no pueden más, las fuerzas que les permitirían luchar y reaccionar.

Para vosotros, en cambio, esta angustia general es un aguijón poderoso que estimula vuestra iniciativa; vuestra Organización se pone a la obra con tanta sabiduría, habilidad, y método práctico, como con ilimitada generosidad, para remediarle. Sin perder nunca jamás de vista la situación en su conjunto y en sus detalles, os habéis dedicado a analizarla para repartir, entre los múltiples servicios y en diversos países, las competencias especiales.

Esta situación es en realidad muy compleja. Hay que proveer a tantas necesidades, hacer frente a tantas dificultades, triunfar de tantos obstáculos de toda clase y en condiciones locales o regionales tan diferentes.

Se trata, en efecto y aun tiempo, de la producción, de la conservación, del reparto, del transporte y de la distribución de los víveres de primera necesidad, de la explotación lo más fecunda posible de las inmensas riquezas de la tierra y del mar, de bosques y de ríos, de la agricultura, de la pesca y de la ganadería.

¿No es deplorable ver después de tanto tiempo, y en ciertos casos desde siempre, países admirablemente favorecidos por la naturaleza, que permanecen indefinidamente casi improductivos por falta de métodos o de utilería de trabajo perfeccionados y necesarios para el aprovechamiento de sus riquezas naturales? ¿Contemplar otros completamente desprovistos de tales o cuales artículos indispensables y abarrotados de productos ardientemente codiciados por otros, con los cuales ellos no saben qué hacerse, incapacitados de transportarlos por carecer de medios para ello? Sería tristemente larga la lista de estas anomalías y problemas que no pueden ser resueltos sino por un acuerdo internacional activo y por la colaboración de tantas competencias de todo orden.

Es a lo que tienden vuestros esfuerzos, señores, con un celo digno de todo encomio, en un espíritu de fraternidad universal. Vosotros hacéis de buena gana lo que es humanamente posible, pero por encima de las posibilidades humanas se cierne el poder divino, dispuesto a secundar paternalmente vuestra buena voluntad y vuestros afanes no contando más que con la oración fervorosa para hacerlo. Nos, elevamos la nuestra, implorando sobre vosotros, sobre vuestro trabajo, sobre vuestros colaboradores y sobre vuestras familias la bendición del cielo, en prenda de la cual os damos con todo nuestro afecto, nuestra Bendición Apostólica.


*ORe (Buenos Aires), año I, n°8 p.4.

 



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