Solzhenitsyn I: Los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo

Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), es recordado como un eminente novelista, escritor e historiador ruso. En palabras del New York Times:

Alexander Solzhenitsyn es un genio literario cuyo talento coincide con el de Dostoievski, Turgueniev, y Tolstoi.“ (Edición de Harrison Salisbury: [1]).

Para una breve biografía suya puede consutarse el siguiente enlace: 

http://creyentesintelectuales.blogspot.com/2013/09/alexander-solzhenitsyn-los-hombres-han.html

Reproduciremos, por partes, su discurso en la entrega del Premio Templeton.

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Siendo ya niño, hace más de medio siglo, muchas veces oí decir a las personas mayores, para explicar las terribles convulsiones que habían quebrantado Rusia: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.

Desde entonces, he dedicado casi medio siglo al estudio de nuestra revolución. He leído cientos de libros. He reunido centenares de testimonios personales, y –para empezar a despejar los escombros- he escrito ya ocho volúmenes.

Ahora bien, si me pidieran hoy precisar en forma breve, la causa principal de esa revolución devastadora, que nos ha devorado más de 60 millones de individuos, no encontraría nada mejor que repetir: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo”.

Pero, todavía hay algo más: los sucesos de la revolución rusa no pueden entenderse hoy, en este fin de siglo, sino sobre el marco de fondo de lo que ocurre en los demás países. Hay un proceso universal que se perfila claramente. Si se me exigiera señalar, en una fórmula breve, el rasgo principal de este siglo XX, nuevamente no encontraría nada más exacto, más sustancial que decir: los hombres se han olvidado de Dios.

Privada de la lucidez divina, la conciencia humana se deprava y ha sido esta depravación la que ha cometido los mayores crímenes de este siglo, empezando por la primera guerra mundial, de la que deriva en gran parte la realidad que vivimos. Esta guerra está a punto de ser olvidada. Pero ella vio un Europa próspera, floreciente, llena de savia vital, precipitarse en la locura, para destruirse a sí misma, comprometiendo su futuro por más de un siglo y tal vez para siempre.

Solo puede explicarse esta guerra por un oscurecimiento de la razón, en dirigentes que habían perdido la noción de una fuerza suprema situada por encima de ellos. Solo el furor, olvidado de Dios, pudo llevar a Estados aparentemente cristianos a usar los gases químicos en una clara manifestación de barbarie.

La misma depravación de la conciencia humana-privada de su luz divina- fue la que permitió después de la segunda guerra mundial, sucumbir a la tentación del “paraguas nuclear”. Es decir: despreocupémonos y liberemos a la juventud de sus deberes y obligaciones, no hagamos ningún esfuerzo por defendernos ni mucho menos por defender a los otros; tapémonos los oídos para no oír los gemidos que vienen del oriente; instalémonos en la competencia desenfrenada por el bienestar y si la amenaza estalla sobre nuestras cabezas, la bomba atómica nos protegerá, y ¡si no que todo el mundo se vaya al diablo!

La lamentable debilidad que oprime hoy a Occidente es consecuencia notoria de este error fatal: creer que la defensa del mundo puede depender, no de la firmeza de los corazones ni de la valentía de los hombres, sino solamente del armamento nuclear.

Era necesario que Occidente hubiera perdido la noción suprema de la divinidad, para asistir sin conmoverse, después de la Primera Guerra mundial, a la lenta agonía de Rusia despedazada por una banda de caníbales, y –después de la Segunda Guerra- al derrumbamiento de toda la Europa Oriental.

Sin embargo fue allí donde empezó la ruina del mundo entero. Occidente no solo no lo comprendió sino incluso contribuyo a este proceso.

Una sola vez, en el curso de este siglo, Occidente reunió sus fuerzas: fue para combatir contra Hitler. Pero los frutos de ese esfuerzo se malgastaron hace ya mucho tiempo.

En la lucha contra los antropófagos, este siglo impío ha descubierto un método anestesiante: ¡comerciar! He aquí el pequeño montículo al que alcanza hoy nuestra sabiduría.

Si los siglos que nos precedieron hubieran podido ver tan solo los umbrales de nuestro mundo, habría resonado un clamor unánime: ¡es el Apocalipsis! Pero nosotros ya estamos habituados, formamos parte de él.

Dostoievski había advertido: “pueden sobrevenir acontecimientos que sorprendan de improviso nuestras facultades intelectuales”. Esto ya ha ocurrido. Y predijo también: “el mundo se salvará tan solo después de haber sido visitado por el espíritu del mal”. ¿Se salvará verdaderamente? Esto es lo que nos corresponderá ver a nosotros. La salvación va a depender de nuestra conciencia, de nuestro don de penetración, de nuestros esfuerzos individuales y colectivos frente a una situación catastrófica.

Algo hay que ya ha ocurrido: el espíritu del mal triunfante gira en torbellino por sobre los cinco continentes…