Respecto al artículo de Roberto de Mattei: Un Papa que cayó en la herejía: Juan XXII y la visión beatífica de los justos después de la muerte

Nota: el artículo ha sido publicado originariamente en corrispondenzaromana y traducido para Adelante la Fe por María Teresa Moretti, 28 de enero de 2015. Lo reproduzco completo a continuación, para pasar luego a comentarlo en sus aspectos esenciales:

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Entre las verdades más bellas y misteriosas de nuestra fe está el dogma de la visión beatífica de las almas en el cielo. La visión beatífica consiste en la contemplación inmediata e intuitiva de Dios reservada a las almas llegadas a la otra vida en estado de Gracia y completamente purificadas de toda imperfección. Esta verdad de fe, enunciada en la Sagrada Escritura y confirmada en los siglos por la Tradición, es un dogma irreformable de la Iglesia católica.

El Nuevo catecismo lo reconfirma en el nº 1023: “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven ‘tal cual es’ (1 Jn 3, 2), ‘cara a cara’ (cf. 1 Co 13, 12)”.

A comienzos del siglo XIV un Papa, Juan XXII, impugnó esta tesis en su magisterio ordinario y cayó en la heterodoxia. Los católicos más celantes de su época lo reprobaron públicamente. Juan XXII ‒escribió el Cardenal Schuster‒ “tiene graves responsabilidades ante el tribunal de la historia (…)”, porque “ofreció a la Iglesia entera el espectáculo humillante de los príncipes, del clero y de las universidades que vuelven a meter al Papa en el recto camino de la tradición teológica católica, poniéndolo en la dura condición de tener de desdecirse” ((Idelfonso Schuster o.s.b., Gesù Cristo nella storia. Lezioni di storia ecclesiastica, Benedictina Editrice, Roma 1996, pp. 116-117).

Juan XXII, alias Jacques Duèze, fue elegido al solio pontificio en Lyon, el 7 de agosto de 1316, tras dos años de sede vacante, después de la muerte de Clemente XV. Juan XXII tuvo que vivir en una época atormentada de la historia de la Iglesia, entre la espada del Rey de Francia Felipe IV el Hermoso y la pared del Emperador Luis IV de Baviera, ambos enemigos del Primado de Roma. Para reconfirmar la supremacía del Romano Pontífice, contra las pulsiones galicanas y laicistas que serpenteaban, el teólogo agustiniano Agustín Triunfo (1243-1328) compuso, por encargo del Papa, entre 1324 y 1328, su Summa de ecclesiastica potestate. Pero Juan XXII entró en contraste con la tradición de la Iglesia en un punto de primaria importancia.

En tres sermones pronunciados en la catedral de Aviñón, entre el 1 de noviembre de 1331 y el 5 de enero de 1332, él sostuvo la opinión según la que las almas de los justos, incluso después de su perfecta purificación en el purgatorio, no gozan de la visión beatífica de Dios. Sólo tras la resurrección de la carne y el juicio final, serían elevadas por Dios a la visión de la divinidad. Colocadas “bajo el altar” (Ap. 6. 9), las almas de los santos serían consoladas y protegidas por la humanidad de Cristo, pero la visión beatífica sería aplazada hasta la resurrección de los cuerpos y el juicio final (Marc Dykmans en Les sermons de Jean XXII sur la vision beatifique, Universidad Gregoriana, Roma 1973, ha publicado los textos integrales pronunciados por Juan XXII; cfr. también Christian Trottman, La vision béatifique. Des disputes scolastiques à sa définition par Benoit XII, Ecole Française de Rome, Roma 1995, pp. 417-739).

El error según el cual la visión beatífica de la Divinidad sería concedida a las almas no después del primer juicio, sino solamente tras la resurrección de la carne era antiguo, ya en el siglo XIII había sido refutado por San Tomás de Aquino, sobre todo en el De veritate (q. 8 ad 1) y en la Summa Theologica (I, q. 12, a. 1). Cuando Juan XXII volvió a proponer este error, fue abiertamente criticado por muchos teólogos. Entre los que intervinieron en el debate, estuvieron Guillaume Durand de Saint Pourcain, obispo de Meaux (1270-1334), que acusó al Papa de recuperar las herejías de los cátaros, el domínico inglés Thomas Waleys (1318–1349), que por su resistencia pública sufrió juicio y reclusión, el franciscano Nicolás de Lira (1270-1349) y el Cardenal Jacques Fournier (1280-1342), teólogo pontificio, autor del tratado De statu animarum ante generale iudicium.

Cuando el Papa intentó imponer esta doctrina errónea en la Facultad de Teología de París, el Rey de Francia Felipe VI de Valois prohibió que fuera enseñada y, según lo que cuenta el canciller de la Sorbona Jean Gerson, llegó a amenazar con la hoguera a Juan XXII si no se retractaba. Los sermones de Juan XXII totus mundum christianum turbaverunt, dijo el Maestro de los Ermitaños de San Agustín Tomás de Estrasburgo (cf. en Dykmans, op. cit., p. 10).

En víspera de la muerte, Juan XXII afirmó haberse pronunciado sólo como teólogo privado, sin comprometer el magisterio que ostentaba. Giovanni Villani transcribe en su Crónica una retractación de la controvertida tesis que el Papa hizo el 3 de diciembre de 1334, el día antes de su muerte, empujado por el apremio del Cardenal Dal Poggetto, sobrino suyo, y de otros parientes. El 20 de diciembre de 1334 fue elegido Papa el Cardenal Fournier, que asumió el nombre de Benedicto XII (1335-1342).

El nuevo pontífice quiso cerrar la cuestión con una definición dogmática, la constitución Benedictus Deus del 29 de enero de 1336, que así reza: “Con nuestra apostólica autoridad definimos que, por disposición general de Dios, las almas de todos los Santos… incluso antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, estuvieron, están y estarán en el cielo… y que estas almas han visto y ven la esencia divina con una visión intuitiva y, más aún, cara a cara, sin la mediación de criatura alguna” (Denz-H, n. 1000 ). Este artículo de fe fue reafirmado el 6 de julio de 1439 por la bula Laetentur coeli del Concilio de Florencia (Denz-H, n. 1305).

Después de estas decisiones doctrinales, la tesis mantenida por Juan XXII debe ser considerada formalmente herética, aunque en la época en la que el Papa la sostuvo no había sido aún definida como dogma de fe. San Roberto Bellarmino, que se ocupó ampliamente del caso en su De Romano Pontifice (Opera omnia, Venetiis 1599, Lib. IV, cap. 14, coll. 841-844), escribe que Juan XXII propugnó una tesis herética, con la intención de imponerla como verdad a los fieles, pero murió antes de haber podido definir el dogma, y por tanto sin menoscabar con su actitud el principio de la infalibilidad pontificia.

La enseñanza heterodoxa de Juan XXII era ciertamente un acto de magisterio ordinario, concerniente la fe de la Iglesia, pero no infalible, porque falto de carácter definitorio. Si tuviéramos que aplicar al pie de la letra la Instrucción Donum Veritatisdel 24 de mayo de 1990, este magisterio auténtico, a pesar de no ser infalible, según algunos habría tenido que ser acogido como una enseñanza dada a los Pastores que, en la sucesión apostólica, hablan con el “carisma de la verdad” (Dei Verbum, n. 8), “revestidos con la autoridad de Cristo” (Lumen gentium, n. 25), “a la luz del Espíritu Santo” (Ibidem). Su tesis habría requerido el grado de adhesión denominado “obsequio religioso de la voluntad y del intelecto, enraizado en la confianza en la asistencia divina al magisterio” y por eso “en la lógica y bajo el empuje de la obediencia de la fe” (Mons. Fernando Ocariz, “Osservatore Romano”, 2 dicembre 2011).

Los defensores de la ortodoxia católica, en vez de resistir abiertamente a las doctrinas heréticas del Papa, hubieran debido doblegarse frente a su “magisterio vivo”, y Benedicto XII no habría tenido que oponer a la doctrina de su predecesor el dogma de fe que nos asegura que las almas de los justos, después de la muerte, gozan de la Esencia divina con una visión intuitiva y directa. Pero, gracias a Dios, algunos buenos teólogos y prelados de la época, movidos por su sensus fidei, rechazaron públicamente su asentimiento a la suprema autoridad. Una importante verdad de nuestra fe pudo así ser conservada, transmitida y definida.

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Comentarios:

 

En primer lugar, el título se presta a equívocos. Propiamente hablando, el Papa Juan XXII no pronunció ni promovió herejía alguna, porque su tesis todavía no era definida como herejía todavía, aunque contradecía la enseñanza tradicional al respecto. En otras palabras, lo que defendía Juan XXII contradecía un dogma definido posteriormente (y esto es el mérito de su sucesor Benedicto XII porque la define tan solamente dos años después de la muerte de su antecesor), aunque, y eso sí, en buena parte gracias al error de Juan XXII. Por cierto, en el mismo artículo el mismo de Mattei recuerda este hecho: Después de estas decisiones doctrinales, la tesis mantenida por Juan XXII debe ser considerada formalmente herética, aunque en la época en la que el Papa la sostuvo no había sido aún definida como dogma de fe.

Por otra parte, hay que cotejar bien las fuentes, conectar adecuadamente los datos comprobados, reflexionando en profundidad sobre esta circunstancia histórica y real con el fin de sacar conclusiones adecuadas. Porque, parece que en efecto, lo que quiere decir de Mattei es: “no nos alarmemos demasiado por lo que pasa con Francisco. Algo parecido ya ha pasado a lo largo de la historia”. Pero como dije al comienzo de este comentario, no es cierto, en el caso de Juan XXII sencillamente no es cierto. No obstante, tenemos, y mucho, que aprender de la postura de los teólogos y en general de los cristianos de aquella época, nada fácil de la Iglesia, con los papas refugiados en Avignon debido a la difícil e ingobernable situación de la ciudad de Roma, cuya anarquía obligó a los pontífices a salvaguardar el gobierno de la Iglesia en una zona más segura y viable. Esta parece ser la intención del artículo, así la juzgo y al hilo de la misma haré las últimas reflexiones. Pero antes que nada, situémonos en el contexto histórico lo más preciso posible de Juan XXII.

Respondamos, en ese sentido, a la siguiente pregunta: ¿era precisamente la intención de Juan XXII de extender una determinada doctrina de la visión beatífica a toda la Iglesia, era su intención darle el valor magisterial? Porque de Mattei afirma otra sentencia que no comparto y denuncio como falsa, a saber: A comienzos del siglo XIV un Papa, Juan XXII, impugnó esta tesis en su magisterio ordinario y cayó en la heterodoxia.”, reafirmando otra vez lo mismo más adelante,  La enseñanza heterodoxa de Juan XXII era ciertamente un acto de magisterio ordinario, concerniente la fe de la Iglesia, pero no infalible, porque carecía (cambio aquí ligeramente la traducción) de carácter definitorio.Pues no. Porque el magisterio no es de error, sino de verdad. Lo que ha ocurrido es que el papa sencillamente se había equivocado al afirmar tal tesis en citadas tres homilías en un lapso mayor de dos meses. No era prudente, se lanzó digamos en una aventura teológica sin consultar debidamente con teólogos y pastores ortodoxos que sí tenía a su disposición. Enseñó lo que no debía, a lo que no tenía derecho. Lo que afirmo es que hay que cumplir unas condiciones básicas para que una determinada “enseñanza” pueda ser considerada magisterio. Simplemente, debe ser coherente con la fe de la Iglesia. El caso de Juan XXII es un claro caso de cómo el Señor sostiene y a la Iglesia y al papa en su magisterio. El fino y ortodoxo oído de los teólogos fieles y experimentados, junto con el sensum fidei del pueblo de Dios que reaccionó inmediatamente ante la indebida intromisión del pontífice, es prueba evidente de la custodia del depositum fidei en la Iglesia.

En excelente libro Historia de la Iglesia Católica III (Edad Nueva), Ricardo García Villoslada, profesor de historia eclesiástica en la pontificia universidad gregoriana de Roma, y Bernardino Llorca, profesor de historia eclesiástica en la pontificia universidad de Salamanca, editado por BAC en todavía bastante seguro año de 1960, narra el llamativo episodio, p. 90-91 (el texto resaltado es de mi elección):

“Juan XXII, que con tanta decisión y audacia se metía en la política internacional, demostraba la misma resolución y aun temeridad cuando intervenía en calidad de teólogo particular – él que probablemente no había estudiado teología – en las disputas sobre cuestiones dogmáticas.

Aficionado a predicar desde el púlpito a pesar de su ancianidad, pronunció un sermón en Notre-Dame des Doms en la fiesta de Todos los Santos de 1331, sosteniendo una opinión extraña, que hoy sería herejía, pero que en aquel tiempo no había sido aún definida como dogma de fe, y sobre la cual algunos teólogos se permitían disputar. Defendió, pues, en ese sermón, y después lo corroboró en otros del 15 de diciembre y del 5 de enero siguiente, que las almas de los justos, aun después de su perfecta purificación en el purgatorio, no gozan inmediatamente de la visión beatífica de Dios; están, sí, en el cielo, reposando subtus altare (Ap. 6,9), gozando de la protección y consuelo de la humanidad de Cristo; pero sólo después del juicio final, unidas al cuerpo, serán elevadas por Jesucristo a la visión de la divinidad. Parejamente llegó a decir que tampoco los condenados, y ni siquiera los demonios, serán encerrados en el infierno hasta después del juicio final, permaneciendo entre tanto en una atmósfera de tinieblas, de donde pueden salir para tentarnos. (N. Valois, o.c. 537-627, con textos de sus sermones. En la cuestión de la Inmaculada, Juan XXII sentía con los dominicos.)

Semejantes opiniones suscitaron protestas, alborotos y escándalos. El dominico inglés, profesor de Oxford, Tomás Waleys lanzó una virulenta y a ratos sarcástica invectiva, pidiendo a Dios la excomunión contra el papa que tales doctrinas enseñaba.

Más moderadamente escribieron otros teólogos, como Durando de Saint Pourçain, obispo de Meaux; Nicolás de Lira y, sobre todo, el sabio cardenal Jacobo Fournier, futuro Benedicto XII, en su tratado De statu animarum ante generale iudicium. A petición del rey Felipe VI, un tribunal de teólogos parisienses condenó al ministro general de los franciscanos, Gerardo Odón, que compartía las ideas de su amigo Juan XXII.”

De momento, entre otras cosas, aquí se nos presenta otra cuestión: el parecer de Juan XXII respecto a la Inmaculada tampoco era ortodoxo, pero esta cuestión, igual que la visión beatífica, no era definida como dogma en aquel entonces, aunque esta postura no provocaba tal rechazo como en el caso que nos ocupa. Y, ahora llegamos a otro momento de gran importancia: las aclaraciones y respuestas del mismo Juan XXII  a las acusaciones. Siguen refiriendo Llorca y Villoslada:

“Al rey, que le comunicó esta sentencia, respondió el papa (18 de noviembre de 1333) que en esta cuestión no había pretendido definir nada, sino sencillamente exponer algunos textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres a fin de que de la discusión brotase teológicamente el problema. Y en seguida nombró una comisión que examinase teológicamente el problema. En el consistorio del 3 de enero de 1334 repitió que su intención no había sido decidir doctrinalmente; que estaba dispuesto a escuchar a cualquiera – aunque fuese una mujer o un niño – que le corrigiese y a retractar su opinión, si le probaban que era falsa.

Estas referencias completan significativamente el cuadro. Por empezar, serían suficientes como para rechazar categóricamente la opinión de que Juan XXII defendió con autoridad una tesis herética, al margen de que la tesis verdadera todavía no era proclamada como dogma. No viene de mal por eso tener en cuenta el perfil de Juan XXII, reflejado fielmente en sus costumbres y en su celo:

“Y, con todo, no se puede negar que Juan XXII era un hombre de incuestionable pureza de costumbres, sencillo, frugal, limosnero y sinceramente piadoso. Celebraba la misa casi todos los días. Tal vez aprendió esta piedad de su santo discípulo, a quien él canonizará, Louis de Toulouse, hijo de Carlos II de Anjou. También elevará a los altares a Santo Tomás de Aquino, contribuyendo con ello notablemente a la estima universal del santo Doctor. Fomentó los estudios universitarios, favoreciendo sobre todo a la Universidad de París, y gastó buenas sumas de dinero en acrecentar la biblioteca pontificia. En limosnas a los pobres solía gastar más de 16.000 florines al año.

Persiguió severamente a todos los embelecadores, charlatanes, nigromantes, adivinos y a los que por arte de hechicería o pactos con el demonio trataban de maleficiar al prójimo. Al obispo Hugo Géraul lo mandó despellejar in aliqua parte sui corporis (cabeza y manos ungidas), degradándolo y haciéndolo luego morir en las llamas, porque con maleficios había acarreado la muerte de un sobrino del papa y con las mismas artes había intentado matar al mismo Juan XXII. Hasta contra los inocentes alquimistas que buscaban la piedra filosofal dio rigurosas órdenes. (Mollet, Les popes 42-44; N. Valois, o.c. 409-414. Condenó los errores del gran místico maestro Eckhart, de Marsilio de Papua, de los fraticelos, del maestro parisiense Juan de Pouilly (Denzinger-Banwart, Enchiridium symbolorum n. 491-529.))” (Villoslada, Llorca, p. 70-71)

Sin embargo, la frase de autores que sigue a este párrafo inquieta y para mí que explica en alguna medida el atrevimiento y la superficialidad teológica de Juan XXII: “Dícese que él, por su parte, usaba de amuletos para defenderse contra los maleficios, pero confiaba mucho más en la oración y en la protección divina, como escribía a la reina María de Aragón.” Por lo tanto, de ser cierta esta circunstancia, podríamos preguntarnos, al no ser notoria ni enseñada públicamente, si en este caso estaríamos ante un hereje oculto, porque la superstición es un atentado serio contra el primer mandamiento, y para un pontífice inadmisible. Sabiendo que una tal e hipotética herejía oculta no invalida un pontificado. Es, empero, para mí una muestra de superficialidad e inseguridad que no sería extraño brotase en el fallo teológico que nos ocupa.

Sigamos: no defiende el papa ni define nada, si como él mismo dice, por poco que está jugando a teología. Porque no corresponde a un pontífice que con tanta ligereza, podríamos decir hasta frivolidad, comente ciertas tesis de tan alto y delicado alcance. Dicho sea de paso, ninguna tesis mínimamente incierta o dudosa. Del pontífice queremos que nos guíe con pasos seguros y firmes. El pontifex es roca. No nos gusta tener percepción de mano temblorosa al timón, por el motivo que sea. Y si el motivo es doctrinal, no, no lo podemos aceptar. No es de extrañar, pues, que los enemigos y no solamente enemigos del papa pusieran el grito en el cielo:

“No por eso se calmaron sus enemigos, que seguían tachándolo de hereje. Los rebeldes franciscanos, secuaces de Miguel de Cesena, decían que en esta cuestión había errado dogmáticamente, igual que en la pobreza de Cristo. Y Guillermo de Ockham, en su carta al capítulo de Asís (mayo de 1334), en dos tratados (De dogmatibus papae Iohannis XXII), que luego incorporará a su grande e incompleta obra Dialogus, y en otro poco posterior (Contra Iohannem XXII, quizá de 1335), puso de relieve las supuestas herejías y otros errores de Juan XXII, negando, en consecuencia, la legitimidad de tal papa.

También el ya viejo cardenal Napoleón Orsini, que, contrariamente a la tradición de su familia, simpatizaba con los gibelinos y también con los espirituales, trató de aprovecharse de este error de Juan XXII,  procurando que, mediante el emperador, se convocase un concilio general que depusiese al romano pontífice.

La idea fue muy bien recibida en Munich. Fray Bérgamo de Bonagracia redactó un memorial contra el pontífice, pero la muerte de éste vino oportunamente a cortar todas las intrigas. Poco antes de expirar, rodeado de sus cardenales, el viejo papa retractó su antigua opinión con estas palabras: “Confesamos y creemos que las almas separadas de sus cuerpos y plenamente purificadas están en el cielo, en el reino de los cielos, en el paraíso y con Jesucristo, en compañía de los ángeles, y que, según la ley común, ellas ven a Dios y la esencia divina cara a cara y claramente, in cuantum status et conditio compatitur animae separatae”. (Valois, o.c. 624. Las últimas palabras son una restricción admitida entonces incluso por algunos de sus adversarios (Denifle-Chatelain, Chartularium Univ. Paris. II, 433). Ninguna clase de restricciones aparece en la definición dogmática dada por Benedicto XII el 23 de enero de 1336.)”

No obstante, el tema era muy grave, por mucho que Juan XXII quería mitigar su postura. Una homilía, mejor dicho, tres homilías no son ni lugar ni circunstancias propicias para lanzar una cuestión teológica. Es el grave error del papa. Un error que sus coetáneos no le perdonaron. Por eso como refiere de Mattei, menos de tres siglos más tarde, y con más referencias históricas al vivir en una época histórica más próxima al evento, santo doctor de la Iglesia, Bellarmino, “escribe que Juan XXII propugnó una tesis herética, con la intención de imponerla como verdad a los fieles, pero murió antes de haber podido definir el dogma, y por tanto sin menoscabar con su actitud el principio de la infalibilidad pontificia.” Teniendo en cuenta, claro está, que el concepto de la “tesis herética” se utiliza desde un tiempo posterior, en el cual dicho dogma ya era definido, según lo recordamos varias veces. Pero el sobrio comentario de San Bellarmino está en su sitio: una homilía no es el lugar para hacer experimentos. Y, aunque se quiera promover un “debate”, si algo se afirma desde el pulpito es porque en eso se cree, y si soy papa, es porque lo quiero enseñar. La reacción pues de sus fieles contemporáneos fue proporcional y justa: el pontífice debió rectificar, todavía en vida, para que su nombre no quede con mancha de haber enseñado algo equívoco hasta su muerte, comprometiendo de esa forma gravemente su pontificado.

Esta es por lo tanto, la enseñanza de la Iglesia de entonces, o sea, de la Iglesia de siempre, a nosotros hoy.

A nosotros, católicos del siglo XXI a quienes parece que escribe de Mattei diciendo: “no os preocupéis por incongruencias de Francisco, estas cosas ya las teníamos en el pasado”. Como si quisiera decir: reconocemos a Francisco como pontífice, y le resistimos. ¡Pero actuar así no es católico! ¡Un pontífice no se puede resistir por un católico, este se debe dejar guiar por el Vicario de Cristo! Y en casos concretos, ante la flagrante y evidente discordancia frente a la doctrina conocida y segura, exigir la rectificación. Por eso yo prefiero, y no es que prefiera, me parece mejor; no, me parece la correcta, la lección de la Iglesia del siglo XIV y del mismo pontífice Juan XXII. Aquellos hombres de fe no permitieron que su pontífice desvariara de fe. Esta es la lección principal. Una lección que, a ver si somos capaces de aplicar. Pastores y fieles. Fieles y pastores.

Hoy tenemos a un pontífice, en principio, que dice auténticos disparates. Sus gestos nos hieren. Su comportamiento da vergüenza ajena a los medios de comunicación católicos y oficiales que se ven incapaces de transmitir encuentros de Francisco con Maradona, cantante y actriz argentina “Violetta”, transexual español que después de ser recibido en el Vaticano con su “novia” declare “Francisco es dios, el más digno representante de Dios en la tierra”, etc. ¿Qué nosotros debemos aprender de todo ello? Y todo esto no es lo peor. Lo peor son los dislates que prácticamente a diario profiere Francisco en sus homilías, viajes, entrevistas, etc. Sí, dislates y disparates. Porque no estamos hablando de alguna doctrina tradicional de la Iglesia, todavía no elevada al rango de un dogma, como por poner un ejemplo y procurando trazar un mayor paralelismo posible con el caso de Juan XXII, el reconocimiento multisecular de la Virgen como corredentora, partiendo del texto de San Pablo a los colosenses en adelante. No, estamos hablando de que Francisco con tanta insistencia se pronuncie, al menos en letra y materialmente, en contra de las definiciones dogmáticas ya existentes.

 

Otro día: “la confesión no es un juicio, es un encuentro…” Por mucho que se quiera decir que aquí el acento se está poniendo en el encuentro con la Misericordia Divina, se está diciendo algo completamente contrario a lo definido por Trento:

“Si alguno dijere que la confesión de todos los pecados, no es un acto judicial… sea anatema”. (Denzinger, 919)

Puedes decir lo que quieras, pero así un pontífice no puede hablar.

 

Otra vez otro día dice: “Jesús es nuestro Salvador e intercesor”. De acuerdo, en la epístola a los Hebreos se dice que “Jesús intercede por nosotros”, pero es bien sabido que Jesús es el único Mediador entre Dios y los hombres. ¡No quiero ese hablar! ¡Quiero un hablar claro, nítido, inconfundible, firme… quiero el lenguaje de la Roca como debe ser!

Hace un tiempo dice: “Una fe que no da fruto en las obras, no es fe. Señores, eso es herejía pura y dura. Si bien se apunta al texto de Santiago, en el que critica la fe no operativa diciendo que “los demonios creen, y tiemblan”, esta sentencia va directamente en contra de la fe: “Si alguien dice que con la pérdida de la gracia por el pecado también se pierde la fe con él, o que la fe que sigue no es una fe verdadera, bien que no es una fe viva, o que aquel que tiene fe sin la caridad no es cristiano, sea anatema “. (Concilio de Trento, Sesión VI, Cánon 28)

En la Mezquita Azul, con el imán, pero es que reza, mueve los labios recogido en la oración. ¿A quién, qué tiene que ver con Jesucristo una mezquita, el islam como religión puede llevar a la salvación, debo ir yo a una mezquita a rezar?…

No hace falta seguir. Ejemplos para dar y regalar.

¿Y nuestra lección del siglo XIV? ¿Dónde está ahora aquel bueno y sabio cardenal Jacobo Fouriner, futuro Benedicto XII, para hacerle rectificar a Francisco? ¿Dónde están? ¿”Nuestro” Blázquez, recién estrenado como catedral, va a protestar? ¿El que otro día dijo que no tiene todavía tomada postura respecto a la comunión de los divorciados vueltos a casar? ¿O es así como piensa estar en comunión con Francisco? ¿Kasper va protestar, Marx que se prepara para el quinto centenario de la “Reforma” luterana, Schörnobrn que con tanta naturalidad felicita a “Conchita”? ¿O van a protestar nuestros cardenales que tomamos por ortodoxos como Burke, Cipriani, De Paolis y el obispo Atanasias Schneider?

El escándalo y escándalos son mayúsculos, la situación de extrema gravedad. Nada menos de tal calibre que más de uno, entre los que me encuentro, se preguntan si tenemos a un papa, o la sede vacante. Para un católico una pregunta apremiante y de máxima importancia… que debe ser respondida… si la respuesta no se quiere dar por callada.

10 comentarios en “Respecto al artículo de Roberto de Mattei: Un Papa que cayó en la herejía: Juan XXII y la visión beatífica de los justos después de la muerte

  1. Interesante tanto el artículo del prof. De Mattei como su crítica.

    Redacté la siguiente entrada que se publicó en una bitácora de la cual soy co-redactor:

    http://info-caotica.blogspot.com.ar/2013/10/el-error-doctrinal-del-papa-juan-xxii.html

    Lamentablemente omití transcribir unas notas del P. Pozo sobre publicaciones posteriores a la obra de Llorca que sacaron la luz todas las fuentes disponibles de Juan XXII con aparato crítico.

    1. Me parece mejor hablar del “error doctrinal” de Juan XXII.

    2. Ciertamente no hubo herejía formal. Por dos razones: no había definición extraordinaria precedente, pontificia o conciliar, aunque es posible sostener que la verdad venía enseñada por el Magisterio Ordinario y Universal (cosa que hay que probar).

    3. Los malos entendidos sobre este tema se agudizan cuando no se distingue la perspectiva sincrónica de la diacrónica.

    4. En tiempos de Juan XXII el magisterio meramente auténtico del Romano Pontífice, en el cual no hay definición dogmática infalible, era poco frecuente, cuantitativamente menor si se lo compara con el uso moderno de esta forma de enseñanza. El término mismo “magisterio” aplicado al órgano y a la función es moderno (v. Congar).

    5. Diacrónicamente, el caso plantea tres cuestiones:

    Si Juan XXII,

    5.1. definió de modo extraordinario, infalible, ex cathedra (para usar la expresión post Vaticano I); ciertamente, NO. Porque no hubo intención objetiva de definir, requisito esencial.

    5.2. enseñó de modo ordinario, ejercitando lo que hoy se denomina “magisterio meramente auténtico”, no infalible, pero vinculante, con intención de obligar a toda la Iglesia a un obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad (cfr. Lumen Gentium, 25).

    5.3. enseñó de un modo no magisterial, sin siquiera ejercitar lo hoy se denomina “magisterio meramente auténtico”, no infalible, pero vinculante, con intención de obligar a toda la Iglesia a un obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad (cfr. Lumen Gentium, 25), debido a que no tuvo intención objetiva de vincular a nadie con su enseñanza, sino que sólo quiso expresar una opinión o conjetura teológica.

    6. Mi opinión: me inclino por 5.3. Pero no descarto absolutamente 5.2. y el tema amerita mayor estudio y profundización. Sobre todo, por el tipo de documentos empleados por el Papa: sermones para los cardenales de la Curia, que son actos más formales que libros, entrevistas, opúsculos teológicos, cartas privadas, etc.

    Saludos.

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  2. Los principales problemas que yo veo con Francisco son dos:
    – Habla en lenguaje completamente inadecuado, con expresiones de esta tierra incluídas.
    – En cada homilía se dedica a cazar fantasmas.

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  3. Más bien entiendo que el papa Francisco habla para gente inteligente, cualidad que deberían poseer la mayoría de católicos porque en general nos han educado en la Iglesia sobre todo para ser obedientes antes que inteligentes. Habla con metáforas y bien podría adjuntar como Jesús el latiguillo: «quien pueda entender que entienda». Su estilo es «daliniano» como el pintor Dalí que jugaba con la prensa para tener éxito en chupar cámara. Hay que agradecerle su buen humor a este papa que nos relaja del tormento que recibimos continuamente de masacres y malas noticias. Por cierto que la web 101 herejías de los dos papas anteriores también nos demuestra que los papas hablan diferente con el paso de los tiempos pero de esto a considerar «herejía papal» hay un buen trecho, para que sea herejía debería contradecir algún dogma de los más importantes que son los básicos para ser católico.

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  4. Su planteamiento es muy interesante. Respecto al actual Pontífice, comparto su malestar. Pero creo que la cuestión también pasa por la naturaleza del actual magisterio ordinario. Hace ya algunas décadas que los intentos por agradar a todo el mundo han terminado por hacer reinar la ambigüedad y la poca claridad en muchos de los documentos magisteriales. Yo, por ejemplo, no entiendo cómo se puede hablar de continuidad respecto a la doctrina ecuménica de la Iglesia actual, siendo que el mismo Juan Pablo II en Ut Unum Sint parece asegurar a los no católicos que la Iglesia ha asumido una praxis nueva e irreversible, es decir, fundada en una doctrina distinta de la que la Iglesia venía realizando antes, aludiendo, con ello, a los novedosos experimentos ecuménicos que tanta confusión sembraron durante su Pontificado. Lo digo sin desconocer la claridad sus enseñanzas en otros ámbitos de la fe.

    Por lo mismo pienso que existe una intención deliberada, no sólo de Francisco sino de la jerarquía en general, para no hablar con claridad. Recordemos lo que le sucedió a Benedicto XVI a raíz de su discurso en Ratisbona, cuando se atrevió a romper la ambigüedad. De modo que el actuar de Francisco no es más que el resultado de haber adoptado hace muchos años una forma poco clara de expresar la fe, presumiblemente con el fin de vaciar de contenido la solidísima doctrina de la Iglesia. Y en este sentido, los cardenales infiltrados, en su afán por avanzar mucho más, han visto en Bergoglio una novedad a la cual no han podido resistir: jesuita, latinoamericano, espontáneo, que falta a los protocolos, etc. En el fondo, han visto en él el títere perfecto para poder llevar a cabo sus planes.

    En cuanto a la legitimidad del Papa, creo que es algo que nosotros, como meros católicos de a pie, no podemos poner en discusión. ¡No tenemos autoridad para ello! Y si Dios permite que las cosas se pongan realmente feas, tendrá que ser un grupo de cardenales el que se pronuncie con seriedad, es decir con medios canónicos y doctrinales. Pero por lo pronto hay que estar en paz, que Dios hará justicia a todo esto, y no permitirá que ninguno de sus elegidos se pierda.

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