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¿LENGUAJE INCLUSIVO O JERGA IDEOLÓGICA? les Miguel Ángel G. Iturbe Todxs compañeres Aquí presentes más no invisibilizad@s seremos. desde ahora podremxs Porque expresarnxs librementé. 2 ¿L ENGUAJE I NCLUSIVO O J ERGA I DEOLÓGICA ? Análisis filosófico sobre la posibilidad de la propuesta de los partidarios del género respecto a la modificación del instrumento de comunicación convencional de uso común Miguel Ángel G. Iturbe PHILOSOPHICUM CONSILIUM 3 ¿Lenguaje inclusivo o jerga ideológica? Análisis filosófico sobre la posibilidad de la propuesta de los partidarios del género respecto a la modificación del instrumento de comunicación convencional de uso común Miguel Ángel G. Iturbe © Philosophicum Consilium, 2021 Ciudad de México https://philosophicumconsi.wixsite.com/consejeria 4 S e ha vuelto una moda entre algunos adolescentes y adultos (con mente adolescente) el uso del llamado lenguaje inclusivo, propuesto por los partidarios de la ideología de género. Su empleo y utilidad han sido tema de reflexión y controversia. La opinión ha quedado dividida entre quienes lo consideran un mal chiste y quienes lo toman como algo necesario para construir sociedades más justas. Entre los análisis que han atendido al tema, hay pocos que alcanzan la dimensión filosófica del asunto, pero los que lo han logrado han hecho bien en señalar que la alteración de las palabras efectuada por los ideólogos y partidarios del género —que por una parte se debe al lenguaje inclusivo y por otra al mal uso de palabras, empleo de eufemismos, cambio de significados e invención de términos— puede provocar una confusión en el entendimiento que —a efectos de aceptar la jerga o neologismos de la ideología de género— incapacitaría a la persona para distinguir lo real de lo ficticio al introducir en ciertos conceptos notas que no les corresponden según la realidad a la que pretenden referir. Ahora bien, hay algunas cuestiones filosóficamente significativas acerca del lenguaje inclusivo que han sido poco o nada discutidas hasta el momento, puesto que la controversia suele situarse más bien en si es conveniente aceptar su uso. Es nuestro propósito abordar aquí dos de estas cuestiones, las cuales pueden resultar útiles para el lector interesado en el tema, a saber: 1) si existe el lenguaje inclusivo, tal como queda entendido por los partidarios de la ideología de género que son quienes lo promueven, defienden y usan; 2) si acaso es posible un lenguaje inclusivo, tal como queda entendido por los partidarios de la ideología de género que son quienes lo promueven, defienden y usan. A lo primero responderemos, con apego a la razón, que no existe, mientras que a lo segundo responderemos que no es posible. 5 Los argumentos Podría pensarse que si uno logra demostrar que no existe el lenguaje inclusivo, como nosotros pretendemos hacer a través del primer argumento, entonces no es necesario demostrar su imposibilidad, o bien que es suficiente con demostrar la imposibilidad de algo para concluir que tal cosa no existe. Sobre lo primero debemos decir que es posible que una cosa que no existe pueda existir y que, por tanto, la no existencia de algo no implica su imposibilidad. Respecto de lo segundo debemos decir que es más fácil mostrar la imposibilidad de algo para luego pasar a concluir que eso no existe. No obstante, en la cuestión del lenguaje inclusivo hemos procedido al revés porque la imposibilidad del lenguaje inclusivo no es una imposibilidad metafísica, sino fáctica o circunstancial. Tales son las razones por las que desplegamos nuestro análisis por medio de dos argumentos. El primero por el que se demuestra la no existencia del lenguaje inclusivo en cuanto a su pretendida significación y el segundo por el que se demuestra su imposibilidad fáctica o circunstancial. Estos son nuestros argumentos: Argumento A 1. El lenguaje inclusivo existe si éste es un verdadero lenguaje y es inclusivo en el sentido de inclusivo que pretenden sus partidarios y promotores. 2. Pero, el supuesto lenguaje inclusivo no es un verdadero lenguaje y no es inclusivo en el sentido de inclusivo que pretenden sus partidarios y promotores. 3. Por tanto, no existe (en cuanto a su pretendida significación) el supuesto lenguaje inclusivo. Argumento B 1. Para que el supuesto lenguaje inclusivo sea posible, debe cumplir con las características de ser un lenguaje y con la facultad de ser inclusivo en el sentido que quieren darle los partidarios y promotores del lenguaje inclusivo. 6 2. Pero, la propuesta de lenguaje inclusivo, como alteración de palabras de un lenguaje ya existente, no puede cumplir con las características que tiene un verdadero lenguaje ni puede poseer en sí la característica de ser inclusivo en el sentido que quieren los partidarios y promotores del lenguaje inclusivo. 3. Por tanto, no es posible un lenguaje inclusivo tal como lo entienden sus partidarios y promotores. Razones para el argumento A Para ver la verdad de las premisas de los argumentos que hemos planteado debemos empezar por analizar las palabras que componen al llamado lenguaje inclusivo, a saber “lenguaje” e “inclusivo”, y ver si su pretendida composición —y con ella, su pretendida significación— puede hacer en conjunto el signo de un concepto, pues, de no ser así, quedará demostrada la inexistencia de su pretendido referente, en tanto que, como un supuesto signo, “lenguaje inclusivo” no significa algo determinado, es decir, no es signo de una esencia. En el análisis de sus componentes conceptuales iremos viendo simultáneamente las razones que apoyan las premisas de los argumentos expuestos. En primer lugar, la palabra “lenguaje” significa sistema de signos que utiliza una comunidad para comunicarse oralmente, por escrito o con señas. Observemos que un sistema no es sólo un conjunto de cosas, sino más bien un conjunto de cosas organizadas en un todo estructurado (el sistema) del cual forman parte y en el cual vienen a cumplir una función específica que obedece a principios formales. Pues bien, el lenguaje inclusivo ¿es un sistema de signos? En el caso concreto de nuestro idioma español, al que nos limitaremos por una cuestión práctica, el supuesto lenguaje inclusivo no es sino la alteración o modificación de la terminación de las palabras de nuestro lenguaje. Pero un grupo de palabras alteradas de un lenguaje no hacen otro lenguaje. En efecto, un verdadero lenguaje de uso social común posee ele7 mentos como verbos, sustantivos, adverbios, artículos, preposiciones, adjetivos, conjunciones, tiempos y modos, así como sus reglas gramaticales correspondientes para el uso correcto de estos elementos y sin las cuales no podría cumplirse el fin de expresar mensajes con sentido completo. Cada uno de estos elementos cumple una función dentro de un todo coherente y, en tanto que es signo de un sistema de comunicación, forma parte de un verdadero lenguaje. Pero ¿qué es, en cambio, el lenguaje inclusivo? ¿Tiene acaso sus propios verbos, sustantivos, adjetivos, preposiciones, adverbios, conjugaciones y reglas gramaticales? ¿Posee principios formales como los tiene cualquier lenguaje, incluidos el matemático, lógico o musical? El lenguaje inclusivo consiste en ser no otra cosa que la alteración gráfica y fonética de la terminación de algunas palabras de nuestro idioma español. En verdad, el supuesto lenguaje inclusivo a lo mucho se constituye de un conjunto de unas 20 pseudopalabras —en el sentido de que son nada más que una alteración de palabras ya existentes— que no pueden hacer en conjunto un sistema que sea capaz de servir para una comunicación humana adecuada y efectiva. Ahora veamos la otra palabra. ¿Qué significa “inclusivo”? Significa que incluye o puede incluir algo. Pues bien, todo lenguaje, en tanto que es lenguaje, ya es en un cierto sentido lógico inclusivo y exclusivo. En efecto, las palabras de un idioma incluyen, en cuanto a su extensión conceptual, a todos los miembros reales o ideales, en cuanto que son sus referentes, a quienes es aplicada con corrección el significado de la palabra por razón de su comprehensión conceptual. Así, por ejemplo, en el caso de un sustantivo como “perro” esta palabra incluye a toda realidad en que la esencia de perro esté realizada, tanto como incluye a todo perro posible. O, dicho de otro modo, el concepto “perro” cae en toda realidad que es un perro y en todo perro pensado. Pero la palabra “perro”, en cuanto a su significación excluye a la vez a todo ser real o ideal que no se halle bajo las determinaciones de dicha esencia y, por ello, su significado excluye —tal como debe ser— a ga8 tos, árboles y todo ser no-perro real o ideal, actual o posible. Por consiguiente, pretender que un lenguaje sea puramente inclusivo o exclusivo no es sensato, como tampoco lo sería querer resaltar sólo uno de estos aspectos sin rescatar el otro o tomarlo en cuenta. Pero, quizá alguien pueda decir que cuando se habla de lenguaje inclusivo no se quiere usar la palabra “inclusivo” para dar a entender que es una cualidad de sus términos incluir todo lo que cae bajo su significado, sino más bien que por medio de él se visibiliza a las mujeres y personas no-binarias que están invisibilizadas por el lenguaje normal. Sobre los errores en que cae la ideología de género al suponer la existencia de personas no-binarias y la existencia de una identidad de género habría que decir muchas cosas, pero no es ahora el momento para entrar en estos detalles.1 Diremos tan sólo que, al dar este sentido de inclusivo al lenguaje: el de visibilizar lo que ha sido supuestamente invisibilizado por otro lenguaje, la ideología de género cae en el error de dotar a su supuesto lenguaje de una capacidad que ningún lenguaje tiene. En efecto, si intentando hablar en un sentido realista dijéramos, por ejemplo, “árbol valiente”, cometeríamos un error, en tanto que un árbol no puede ser valiente, sino tan sólo en un sentido metafórico. Del mismo modo, un lenguaje no puede ser inclusivo en el sentido indicado en que lo usan los ideólogos del género. Y así, cuando estos últimos llaman inclusivo a su supuesto lenguaje inclusivo le dotan de una cualidad que es sólo propia de la persona y que ningún lenguaje tiene ni puede tener; y esto porque ese sentido humano y social de ser inclusivo no es sino algo que corresponde exclusivamente a las personas que usan lenguajes y no a los lenguajes mismos. Son las personas las que pueden ser inclusivas con otras personas con un modo de uso del lenguaje y no los lenguajes per se los que son inclusivos con las personas. ____________________ Para abundar sobre este punto, remitimos al lector al artículo Problemas con la categoría “género”: una breve crítica a la noción central del feminismo y de la ideología de género. 1 9 Pero si acaso se dijera que cuando se habla de lenguaje inclusivo lo que se pretende decir con “inclusivo” —puesto a un lado de “lenguaje”— es que precisamente haya un uso inclusivo del lenguaje, entonces esto mostraría la falta de distinción conceptual de los partidarios de ese supuesto lenguaje, pues tan obvio es que la expresión “lenguaje inclusivo” es significativamente distinta de la de “uso inclusivo del lenguaje” tanto como la expresión “oso de peluche amoroso” es significativamente distinta de “persona amorosa que obsequia un oso de peluche”, pues en la primera la cualidad de amoroso se pone en el oso de peluche y en la segunda en la persona. Y esto nos remite nuevamente a lo dicho con anterioridad: hablar de un “lenguaje inclusivo”, en el sentido de inclusivo que le dan los partidarios de la ideología de género, es tan erróneo como decir “árbol valiente”, a menos que con dichos términos se desee expresar un sentido metafórico. Más nunca los promotores del lenguaje inclusivo han pretendido que su lenguaje sea inclusivo en un sentido metafórico, sino en un sentido literal. Incluso si aceptáramos que ellos han querido decir “uso inclusivo del lenguaje” con su expresión “lenguaje inclusivo”, resultaría ser que entonces es innecesario su “lenguaje inclusivo”, puesto que ellos mismos estarían reconociendo que es suficiente con un uso inclusivo del lenguaje normal, por lo que apelar a esta significación de su expresión es hacer superflua su propia jerga y, con ello, su lenguaje inclusivo. No dejemos escapar la cuestión de la metáfora, pues si el lector desea descubrir los engaños de la ideología de género debe atender a sus argumentos y expresiones, las cuales, si pone especial atención en ellas, notará que son muchas veces metafóricas. Recurrir a una metáfora no es por sí mismo algo incorrecto, pero sucede que una metáfora no puede constituir una razón argumentativa, sino tan sólo ilustrativa. Mucho menos lo puede ser si la metáfora es falsa, tal como ocurre en las empleadas por los partidarios del género, como, por ejemplo, las que utilizan para defender la permisibilidad del aborto o la que ahora atenderemos: la metáfora de la invisibilización. 10 Los partidarios del lenguaje inclusivo basan su argumentación en la idea de la invisibilización, y ellos deben tomarla necesariamente en un sentido metafórico o figurado, pues no es posible realmente invisibilizar a alguien con el sólo uso del lenguaje normal. Con todo y ese sentido metafórico, aclaremos que no es la función del lenguaje invisibilizar una realidad ni siquiera en sentido metafórico, sino por el contrario, la de visibilizarla. Para decirlo más precisamente, el lenguaje existe justamente porque una cierta realidad ya ha sido visualizada por la inteligencia que la conceptualiza, y, cuando la persona produce una palabra para significarla, lo que hace es visibilizarla ante quien comunica la palabra, si comprende su significado. Pero para comprender el significado de una palabra se debe ser capaz por uno mismo de visualizar la esencia de la realidad que ella nombra, pues nadie comprende un concepto que su inteligencia no ve, puesto que ver intelectivamente y comprender un concepto es lo mismo. Incluso cuando se hace uso de una metáfora, se recurre a ella para hacer visible un atributo o proporción a través de un analogado en que se da el atributo, en cierta proporción, que se desea visibilizar. Por consiguiente, es absurdo decir que el lenguaje normal (no alterado por los ideólogos de género) invisibiliza a las mujeres y personas con identidades no-binarias, siquiera en un sentido metafórico, porque para conceptualizar (y visibilizar) a las mujeres ya existe la palabra “mujer”; por otro lado, si bajo la locución “persona no-binaria” se quiere dar a entender a una persona con tendencias no-heterosexuales, precisamente ya existe la palabra “homosexual” para designar a una persona con esas tendencias. Esta forma de hablar de los partidarios del lenguaje inclusivo muestra a las claras que cometen errores de conceptualización. Por ejemplo: siempre que dicen que la mujer ha sido invisibilizada por el lenguaje normal porque —según ellos— al decir “el hombre” no se nombra ni a la mujer ni a la persona no-binaria, no hacen sino pensar que no usar una palabra es exactamente lo mismo que ocultar la realidad que ella designa, cuando en realidad tan sólo es no-visibilizarla. En realidad, actúan como si 11 se estuviera ocultando la realidad “mujer” cuando más bien en realidad o no se la visibiliza o se la visibiliza implícitamente. Para ellos, “invisibilizar” —quizá porque carecen del hábito de distinción en el pensamiento— es lo mismo que “no-visibilizar”. Pero cualquiera puede percatarse que estas cosas son distintas, porque no quitar el velo no es exactamente equivalente a poner el velo, lo mismo que no sacar a flote algo no es lo mismo que sumergirlo. En efecto, “invisibilizar” es hacer que algo no sea visible, mientras que “no-visibilizar” es no hacer nada que tenga por objetivo hacer visible algo. Lo primero es una acción; lo segundo es una falta de acción. Es verdad que —de acuerdo con las circunstancias— no sacar a flote algo es prácticamente indistinguible de sumergirlo o que no quitar el velo parece casi lo mismo que ocultar aquello a que no se quita el velo, sobre todo, cuando los efectos de no sacar a flote algo y sumergirlo son idénticos. Si resulta que lo que no está develado no es visibilizado, parece superfluo hacer la distinción de que no develarlo no significa que se le oculte. Análogamente, si podemos ayudar (sin comprometer seriamente nuestra vida) para que alguien no se ahogue y no lo sacamos a flote, cometemos una falta moral y no nos salva de esa falta excusarnos bajo la razón de que no somos la causa de que esa persona se ahogue. En un sentido semejante, Santo Tomás nos dice que “ocultar una verdad necesaria puede ser más grave que proferir un error”. Por su parte, callar —dijeron los romanos— es una forma de hablar, según las circunstancias. Y no es lo mismo el silencio de quien tiene el deber de hablar, que el silencio de quien no lo tiene. Quien tiene el deber de hablar y no habla, no sacar a flote la verdad, pero es culpable de que esa verdad sea mancillada por quien afirma el error. No obstante lo expuesto por estos ejemplos,2 la distinción no es superada, porque en verdad invisibilizar y no-visibilizar son cosas realmente distintas. Lo primero es una acción y lo segundo una falta de acción. Y aunque ____________________ 2 Agradecemos a Juan Carlos Monedero (h) estos ejemplos que nos ha propuesto. 12 es verdad que también se peca por omisión y que una omisión es una falta de acción, también es verdad que no toda falta de acción es una omisión y, por consiguiente, es verdad que no siempre que no se actúa se peca. Usted podría escribir una bella novela y no la está escribiendo en este momento; no realiza la acción de escribirla, pero no por ello comete una falta moral. “Invisibilizar” y “no-visibilizar” son cosas distintas como lo es el acto de la potencia. Y, aunque concedemos que el estado de cosas que resulta o que se conserva a efectos de una cosa o por defecto de la otra pueden ser similares, no cabe responsabilizar del mismo modo a quien invisibiliza que a quien no-visibiliza, lo mismo que no se puede juzgar moralmente igual a quien no sabiendo nadar no salva a alguien que se ahoga en una piscina que a quien sabiendo nadar tampoco salva a ese alguien. Cabe aquí tener en cuenta las intenciones y condiciones en los modos de actuar para hacer juicios justos sobre sus agentes. Ahora bien, ¿arriesgarán los partidarios del género afirmar que las intenciones de quien emplea el lenguaje con uso de términos que en un discurso concreto no visibilizan mediante estos a la mujer o personas no-binarias son exactamente las mismas de quien desea ocultar a la mujer o personas no-binarias? De hecho, nótese que en la postura de quienes sostienen el lenguaje inclusivo, el uso del llamado desdoblamiento del lenguaje para contrarrestar la supuesta invisibilización, bajo las mismas razones alegadas en favor de esto, estaría invisibilizando a las supuestas personas no-binarias. En efecto, si se dice “todos y todas”, no se estará nombrando a las personas no-binarias y, por consiguiente, se las estará —en la lógica de género— invisibilizándolas. Si pues, para evitar la incongruencia de tener que evitar para sí mismos las mismas objeciones que hacen a los demás, han de recurrir luego los partidarios del lenguaje inclusivo a otra terminación que consideren neutral haciendo uso de terminaciones en “e”, “i” o “x” para no caer en cometer lo mismo que reprochaban, entonces dirán “todos, todas y todes”; pero, si acaso existiesen personas que no se sintiesen identificados, por su supuesta identidad subjetiva, con algunos de estos términos, entonces éstas les podrían repro13 char lo mismo que ellos reclamaban, teniendo así que hacer extensiva la ampliación del uso de nuevos términos para evitar la falla. Pudiera entonces ahora necesitarse otro término, porque si la persona no-binaria ha querido distinguirse como un subgrupo del “género humano” que no pertenece ni al grupo de “varones” ni al grupo de “mujeres”, ¿por qué no habrá personas que quieran distinguirse del género de “no-binarias” tanto como de los “varones” y las “mujeres”? Incluso si ese grupo no quisiera esa distinción especial, por qué no dárselas si al no hacerlo procederíamos injustamente desde esta óptica. Luego pues, habrá que buscar un criterio de distinción nuevo para diferencias entre las personas no-binarias, para separar a las de un tipo de las de otro tipo. Pero, continuando con la misma ociosidad, los integrantes de los nuevos subgrupos podrían querer ser distinguidos en otros nuevos subgrupos para sentir que no son invisibilizados. La división puede continuar hasta el momento de pasar de los tipos de grupos a los accidentes individuales de las personas singulares como criterios de distinción entre personas numéricamente distintas. Esto es algo que dependería del todo de la voluntad arbitraria de personas que se sientan invisibilizadas. Bajo la misma lógica y tomando los mismos criterios, si decir “sean todos bienvenidos” invisibiliza a la mujer, también es factible que cualquiera se sienta invisibilizado cuando se dice “todos, todas y todes sean bienvenidos”, porque no se le está dando la bienvenida específicamente con su nombre personal. Este razonamiento pone en evidencia que la cuestión aquí es que el problema de perspectiva y emotividad subjetiva de quienes se sienten invisibilizados cuando no se les nombra explícitamente los partidarios del lenguaje inclusivo intentan resolverlo mediante la alteración de los signos del lenguaje de los hablantes más bien que atendiendo a la psicología y problemas particulares de dichos individuos. Seamos exactos. Lo único que con corrección lógica puede decirse es que cierto uso del lenguaje normal (no el lenguaje por sí mismo) no visibiliza a la mujer —cuando la persona que lo emplea no tiene la intención ex14 plícita de hacerlo—, pero ciertamente es un absurdo decir que el lenguaje normal la invisibiliza. Pero, aun cuando los partidarios del lenguaje inclusivo hiciesen esta corrección lógica en su modo de expresarse para usar los conceptos con precisión, no les es suficiente, pues que sea lógicamente correcto decir eso, no hace que sea verdadero. La afirmación de que “el lenguaje [normal] invisibiliza a la mujer” es evidentemente falsa, puesto que es autorrefutativa; en efecto, el lenguaje normal es precisamente el que se usa para visibilizar la supuesta invisibilización de la mujer: no es el lenguaje inclusivo el que nos ha dado la palabra “mujer” a la que cuyo referente éste intenta visibilizar, ni tampoco nos ha dado la palabra “invisibilizar”, sino, por el contrario, es el lenguaje normal el que nos las ha dado. Por eso dijimos arriba que “cierto uso del lenguaje normal (no el lenguaje por sí mismo) no visibiliza a la mujer, cuando la persona que lo emplea no tiene la intención explícita de visibilizarla”, porque cuando esa persona tiene la intención explícita, puede visibilizar a la mujer perfectamente con el uso del lenguaje normal. En efecto, es suficiente con que el hablante emplee el término “mujer” para visibilizar explícitamente en su discurso a la mujer. Los partidarios del lenguaje inclusivo asumen que no-visibilizar a la mujer es una acción cuyo efecto necesario es lesionar los derechos de la mujer o de las personas no-binarias. Pero no es necesario tal efecto. Tampoco han demostrado que el hecho de ser injustamente tratado por alguna parte de la sociedad sea un efecto directo de la falta de empleo de ciertas palabras que se constituyen como nuevas a efectos de modificar sus terminaciones, que es en lo que consiste el lenguaje inclusivo. Es decir, no han demostrado que las mujeres y las personas no-binarias —que supuestamente han sido tratadas injustamente tan sólo por el hecho de ser mujeres o personas-no binarias— han sido tratadas injustamente, tan siquiera en parte, porque no existía el lenguaje inclusivo para nombrarlas. De hecho, si es verdad su tesis de que la mujer y las personas no-binarias han sido tratadas injustamente sólo por el hecho de ser mujeres, entonces el lenguaje no tiene nada que hacer para disminuir ese trato injusto, porque entonces esas personas no han sido tratadas 15 injustamente porque la sociedad use lenguaje no inclusivo, sino por ser mujeres o personas no-binarias. Por consiguiente, su misma tesis de partida destruye la efectividad de su estrategia que busca un trato más justo para las personas que los partidarios del lenguaje inclusivo dicen defender. Significación de la jerga del lenguaje inclusivo Una idea que aún debemos desarrollar es la cuestión de la significación. Dijimos que un lenguaje es un sistema de signos que sirven a una comunidad para comunicarse. Esto implica necesariamente que esos signos han de tener significados, pues un signo sin significado no es signo. Veamos ahora si la jerga del lenguaje inclusivo tiene significado. Claro es que no haría falta ver si lo tienen, si los partidarios del lenguaje inclusivo dieran definiciones precisas de sus términos —cosa que no hacen. Nótase en esto cómo el lenguaje inclusivo no es realmente una propuesta digna de tenerse en cuenta, pues, si para que un discurso sea serio ha de tener que definir los propios términos como un prerrequisito metodológico mínimo, el discurso que propone el lenguaje inclusivo carece de toda seriedad, dado que no da definiciones claras y precisas de sus propios términos. Demos un ejemplo que ilustre: la palabra “todos” del lenguaje normal sirve para significar lo que es tomado o comprendido enteramente, por completo. “Todos” implica a cada uno de los miembros de un conjunto, sean estos miembros del tipo que sean o siendo miembros de un mismo tipo. Puede servir para hablar de todas las canicas, en cuyo caso se cambia el “todos” por el “todas”, respetando el género gramatical de la palabra “canicas”. Puede servir para hablar de todos los lingüistas, que pueden ser varones o mujeres, aun cuando el género gramatical de la palabra “lingüistas” es femenino. Ahora bien, ¿tienen significado “todes” o “todxs”? No significan nada, pues si significaran algo distinto de “todos” no servirían para remplazar a la palabra “todos”, que es la forma en que esas supuestas palabras son utilizadas. Si su significado no es el mismo que el de “todos”, no pueden sustituir a “todos” en donde “todos” es normal16 mente puesta en la oración, y en todo caso el significado de “todes” o “todxs” podría sumar y aumentar el significado de algo, pero no sustituirlo. Ahora bien, si “todes” o “todxs” puede sustituir a “todos”, entonces ¿para qué usarlas?, si no sirven para nada distinto. Esto pone en evidencia que el uso de “todes” no se da por una necesidad de semántica, sino por un deseo de provocación, pues no es sino la violación a propósito de una norma —y, en este sentido, decir “todes” es algo muy similar a querer comer spaguetti con las manos sólo para no cumplir con la norma cultural de comerlo con cubiertos. Luego viene la justificación que uno quiere dar para cometer la falta. Así como quien usa “todes” busca justificarse diciendo que se ha invisibilizado a las “persones”, así mismo quien come con las manos spaguetti puede alegar que la cultura ha discriminado a las personas que comen con las manos; pero esto es algo tan tonto como infantil. Ahora veamos qué pasa con “nosotrxs”. Introducir una “x” donde debería ir una vocal es tan arbitrario como introducir un “?”, o cualquier otro signo, donde debería ir una consonante. Por consiguiente, si es posible “nosotrxs”, también es posible “no?o%)os”. Pero si una consonante puede sustituir una vocal, ¿por qué una vocal no podrá sustituir una consonante? Luego, si puede escribirse “nosotrxs”, también puede escribirse “onosrtsx” o “pkrtyhsl”. Pero, entonces ¿qué significa “onosrtsx” o “pkrtyhsl” para quienes hablamos español? Respuesta: nada; lo mismo que “nosotrxs”. Y del mismo modo en que destruir una pintura no es hacer arte —aunque piensen lo contrario los nuevos “críticos” de arte—, distorsionar una palabra no es crear un nuevo término para un nuevo lenguaje. Por ello, hemos dicho que la jerga ideológica llamada lenguaje inclusivo no es sino un conjunto de pseudopalabras; porque una verdadera palabra tiene significación, en cambio una pseudopalabra no significa nada o significa algo sólo para quien la ha inventado y usa, como en el caso de los niños que juegan a inventar su propio lenguaje sin realmente fijar criterios adecuados para su funcionamiento formal. Pues bien ¿qué significan las palabras, si de verdad lo son, 17 de quienes han inventado el lenguaje inclusivo? Nada. Esto es evidente si observamos que si los que las usan o proponen las intentasen definir, no harían sino remitirse al uso del lenguaje del español normal para hacerlo. Y en efecto, esto demuestra que el lenguaje inclusivo no es un lenguaje, porque el inglés para definir sus palabras usa del mismo lenguaje inglés y el español para definir sus propias palabras también usa del mismo español, pero el lenguaje inclusivo recurre al lenguaje normal (lenguaje no-inclusivo, en sentido ideológico) para expresar sus pseudodefiniciones. Hemos demostrado que lo que se llama lenguaje inclusivo ni tiene de lenguaje lo que supuestamente tiene de inclusivo ni es inclusivo en lo que supuestamente es lenguaje, porque lo que no es signo nada puede incluir en su significado que no tiene; ni puede tener la intención de referir inclusivamente, sin discriminación social injusta, algo que no sea una persona. No es pues, ni lenguaje ni inclusivo; por tanto, no existe, en cuanto a la significación de los términos que lo componen, el supuesto lenguaje inclusivo. Hemos dado razones suficientes para apoyar y sostener las premisas del primer argumento. Dejamos en el lector la tarea de extender algunas de estas razones —las que puedan ser extendidas— al segundo argumento. Ahora podemos decir que no existe el lenguaje inclusivo, sino que más bien — y esto es en realidad el lenguaje inclusivo— existe un grupo de palabras distorsionadas y mal empleadas por un conjunto de personas que profesan una ideología y que corrompen el lenguaje al distorsionarlo, en la medida en que su misma ideología no les permite comprender la realidad que es significada por el verdadero lenguaje ni su modo de significarla. De modo que podemos llamar a esto una jerga ideológica, ya que es más bien una modalidad de alteración del lenguaje especial de los ideólogos del género que utilizan sólo aquellos que se sienten defensores de los objetivos de tal ideología. Ahora bien, no existe el lenguaje inclusivo, pero ¿es acaso posible o es más bien que no existe porque no es posible? Demos ahora nuevas razones para sostener las premisas de nuestro segundo argumento que se complementen con las ya expuestas. 18 Razones para el argumento B Ya dijimos que un lenguaje es un sistema de signos que sirven para la comunicación. Así, en tanto que uno pretenda comunicarse, ha de tener que usar de ideas que sean los equivalentes mentales de realidades o aspectos de la realidad, y en esa medida dichas ideas deben estar tan determinadas en su orden —no decimos igualmente determinadas— como aquellas realidades o aspectos de realidades que pretendan significar lo están en su respectivo orden. Pues bien, en esa medida, el lenguaje —cualquier lenguaje humano que sea— tendrá que discriminar, porque habrá que distinguir lo que es una cosa de aquello que no es y, por tanto, no se puede hacer de la palabra o signo una cosa que per se sea inclusiva en un sentido social y moral, pues no es nunca la función natural de un signo cumplir tal papel, del mismo modo que no está en el oso de peluche el brindar amor, sino el poder servir como signo del amor de quien lo regala. Luego, no está en la naturaleza del lenguaje ser inclusivo en el sentido de que por sí mismo ha de incluir socialmente a personas que son socialmente discriminadas justa o injustamente. El lenguaje puede servir como instrumento para expresar la solidaridad y fraternidad de las personas, pero no puede ser por sí mismo solidario y fraterno y sustituir la fraternidad y solidaridad como cualidades de las personas que usan ese lenguaje. Por otra parte, los signos que constituyen ese lenguaje deben significar algo inteligible en sí mismo, y no sólo ser una invención material que alguien realiza por ocurrencia. Por tanto, no puede existir un lenguaje inclusivo que por sí mismo sustituya la función e intención que corresponde propiamente a las personas al margen de lo que éstas piensan y actúan. En efecto, introducir “les persones” en un discurso no evita que éste pueda ser injustamente discriminatorio si se usa la expresión para afirmar que “les persones carecen de los derechos humanos básicos que las personas tienen, porque no poseen la misma concepción de la sexualidad que estas últimas”, y esto porque con “les persones” se intenta designar a 19 un tipo de personas, precisamente. En efecto, introducir “les persones” en un discurso, no impide que a renglón seguido se realicen injustas discriminaciones, como cuando estos ideólogos —a pesar de usar esta jerga— niegan los derechos naturales básicos de las personas que rechazan sus ocurrencias lingüísticas. Ningún lenguaje es factible de ser apropiado por completo por una sociedad si se ha estructurado por quienes lo han inventado más con una intención de modificar el pensamiento de la gente para acomodarlo a su particular cosmovisión —de quienes lo inventan— que con la intención de que sirva de vehículo e instrumento de comunicación de realidades, porque entonces dicho lenguaje ya no sirve a los fines para los que la gente demanda y requiere un lenguaje. Pero sucede que los ideólogos del género distorsionan el lenguaje normal y modifican los significados de sus términos para sostener discursivamente lo que repugna al buen sentido común y, para ello, constituyen su propia jerga, la cual usan como arma ideológica. Mas no importa que la ideología insista en disociar, por ejemplo, a la mujer de su órgano sexual reproductor o de su capacidad de engendrar y que nos diga que ‘hay mujeres con cuerpos de hombre’, por ejemplo; el buen sentido común insiste en aferrarse a la realidad de que el órgano sexual de la mujer, aunque no sea lo que determina a una persona a ser mujer, es lo que nos da un signo claro de que alguien lo es, puesto que el tener dicho órgano es un atributo de ser mujer. Así, introducir un término como “mujer-trans” con tal de que se acepte que existen mujeres atrapadas en el cuerpo de hombres, termina por significar —para quien se mantienen en el buen sentido común— que “mujer-trans” equivale a una “falsa mujer” o a una “nomujer”, lo mismo que la expresión suavizada de “persona con capacidades diferentes” termina significando “persona discapacitada” porque se la quiere usar como su sustituto, sin que la realidad referida pueda ser sustituida. Para el buen sentido común forjado en los primeros principios de la razón especulativa, el lenguaje inclusivo es irrelevante, puesto que tiene por ob20 jetivo que se incluya en el discurso a las “personas no-binarias”, lo que implica aceptar que existen personas no-binarias, lo que a su vez implica tener que aceptar que existe el género. No sólo esto, también implica creer que el supuesto género de la persona tiene que ser expresado a fortiori por el género gramatical de la palabra, lo que no es del todo compatible con las normas de nuestro lenguaje natural, pues todo buen hablante del español sabe que “lingüista” o “astronauta”, aunque sean palabras de género gramatical femenino, no refieren al sexo o supuesto género de las personas que son astronautas o lingüistas, de modo tal que de estos se excluya a los varones. Será bastante difícil para los ideólogos del género convencernos —a los que mantenemos el buen sentido común— de que la expresión “personas no-binarias” es significativa. Y es que con esa expresión ellos desean distinguir a un tipo de personas en quienes la “binariedad” estaría negada. Pero si la binariedad no está en ellas, o bien puede estarlo o bien es imposible que lo esté. Si puede estarlo, entonces la “no-binariedad” es una privación; pero si es imposible que lo esté, entonces es una ociosidad hablar de “personas no-binarias” tanto como lo es hablar de “perros no voladores”. Ahora bien, la “no-binariedad” no puede ser una privación porque ninguna persona es perteneciente a dos sexos simultáneamente3 ni tampoco no perteneciente a uno de los dos sexos que hay. Si el “género” —como lo entienden las teorías de género— está necesariamente explicado con relación al sexo, entonces no puede escapar a las implicaciones que se dan para el análisis de éste, porque si escapara, ya no podría ser explicado con relación a éste y entonces ya no sería nada. Por consiguiente, no vale la objeción que diga que “persona no-binaria” hace alusión al género de la persona y no a su sexo, pues, en efecto, sin referencia al sexo no hay forma de determinar el supuesto género de esa persona, como queda establecido en los mismos intentos por definir la categoría de “género” que no dejan de referir al sexo. Así pues, puede haber binarismo como criterio en un sistema que clasifica a ____________________ 3 Existen personas en que el desarrollo de sus caracteres sexuales no se ha dado adecuadamente y, por razón de esto, es difícil determinar su pertenencia a alguno de los dos sexos, pero esto no contradice lo afirmado. 21 las personas, según su sexo, pero el binarismo no es ningún atributo o propiedad de una persona que le pueda ser afirmada o negada como privación y, por tanto, toda persona no es binaria y ninguna persona es no-binaria. Más bien, hablar de personas no-binarias evidencia, una vez más, la impresión conceptual en que siempre incurren los partidarios de la ideología de género, porque quieren hacer pasar en algunas personas una negación como privación de una propiedad que no es perteneciente a ninguna persona. La verdad está más bien en decir que el género humano está compuesto de personas que pueden ser pertenecientes a uno de dos sexos, pero no a ambos, pero esto está contra la supuesta existencia de personas no-binarias. Las personas poseen sexo, pero no tienen género (como pretenden hacernos creer los ideólogos de género). Según estos, el género de una persona tiene que ver con las tendencias, inclinaciones, deseos, afecciones, acciones y apetitos relacionados con la sexualidad de una persona, así como con los roles culturales y ciertas expectativas que la sociedad tiene de esa persona por razón de su sexo. Pero esto no es en absoluto una definición. Dichos ideólogos nunca definen (aparentan definir) el supuesto concepto de “género”. Pero no es una definición de árbol decir algo como “refiere a las hojas, los tallos y raíces puestos en relación con el viento, el sol y el agua, así como con las expectativas de los frutos que dará”. Sin embargo, éste es el tipo de descripciones que análogamente dan los ideólogos del género de su categoría principal cuando intentan definirla. Por ello, la identidad de género es en realidad una ficción. En lenguaje filosófico, ninguna substancia es siempre la misma, en tanto que es, por razón de sus accidentes ontológicos, lo que traducido al lenguaje llano y respecto de lo que nos atañe aquí puede expresarse en que ninguna persona es la que es en su identidad, siempre que es esa persona y en cada momento en que lo es, por razón de lo que hace, siente, desea, espera y piensa. Pero para los ideólogos de género lo que hace la identidad de una persona es la forma de autopercepción de la persona. Nosotros decimos que la operación que sigue al ser de la persona sólo puede servir para desarrollarla en su ser, que es lo que hace su identidad, pero no constituye 22 su ser sino sólo en la medida en que, por la operación, la persona adquiere el ser que le perfecciona. Ahora bien, es del todo evidente que cuando una persona cree ser lo que no es, entonces la operación de su creencia no le perfecciona. Si la operación por sí misma no constituye el ser de la persona, entonces tampoco forma su identidad. No es parte de la identidad de una persona que roba el hecho de robar, como no es parte de la identidad de una persona sentirse o creerse lo que no es. Las personas tienen sexo y una dinámica sexual, pero no tienen género, por lo menos no tenemos razones para afirmarlo, sencillamente porque “género” es un término ideológico de significación ambigua e indeterminada y, por tanto, sin material inteligible definido, por lo que no puede saberse con precisión lo que es para determinar si se tiene o no se tiene y porque así, es incapaz de designar un constitutivo ontológico de la persona, y, por tanto, de su identidad. Existen, es verdad, personas con tendencias, apetitos, afecciones distintas a las heterosexuales, pero esto es algo que no puede ser conceptualizado, por razones lógicas, bajo una misma idea, como se pretende que haga la palabra “género”. En todo caso, si la ideología de género ha logrado convencer a nuestro lector de que existen las personas nobinarias, entonces es que ellos han podido expresar y argumentar para persuadirle de eso, y lo han realizado con uso del lenguaje normal; por tanto, si ellos le han convencido de la existencia de personas no-binarias es que con el uso del lenguaje normal han logrado visibilizar e incluir en sus discursos a esas personas como una posibilidad de significación del lenguaje normal y, por consiguiente, el hecho de que no se haya tenido que inventar un nuevo lenguaje para hablar de esto muestra la innecesaridad del lenguaje inclusivo. Más si ellos —los que abogan por el lenguaje inclusivo— lo creen necesario, entonces ¿por qué no han inventado el lenguaje inclusivo para hablar de las personas no-binarias antes de hablar de ellas con el lenguaje normal? ¿Acaso no será porque precisamente ese lenguaje inclusivo no es posible? En efecto, el lenguaje inclusivo como una distorsión de los términos originales de 23 un lenguaje normal es un imposible, porque precisamente es su corrupción, es un no-lenguaje. El uso del supuesto lenguaje inclusivo tiene por consecuencia la destrucción del lenguaje normal, naturalmente formado por un proceso social de tradición histórica. Por ello, el lenguaje inclusivo, tal como lo entienden los partidarios del género, es un imposible como lenguaje. Pero no sólo en el sentido de que es incapaz de cumplir los requisitos que le imponen las características del verdadero lenguaje —como hemos mostrado en las razones para el argumento A—, porque como tal es un no-lenguaje, sino también en el sentido de que es imposible con una imposibilidad no metafísica sino fáctica o circunstancial que resulta de las condiciones sociales y de los motivos por los cuales los humanos necesitan y usan lenguajes, a saber, porque con ellos buscan comprender y comunicar la realidad. Por el contrario, el lenguaje inclusivo, como toda la ideología de género, nos aleja de ella, no porque intente referir a cosas inexistentes absolutamente, sino porque su manera de intentarlo es inapropiada e incompatible con el buen uso de la razón que parte de la realidad y no del discurso, que parte del ser que es en sí y no del ente ficticio-imaginado. No erraríamos, finalmente y para cerrar este artículo, si caracterizamos al lenguaje inclusivo como una jerga ideológica de un cierto grupo social que la utiliza con fines políticos, para corromper el lenguaje, enviciar el pensamiento y así subvertir el orden cultural asentado en el sentido común, porque así no haríamos sino describirlo en su realidad. 24 El 30 de septiembre de 2021 se terminó de editar el presente artículo 25