El Papa en la Audiencia 27-2-19: «La confianza en Dios nos hace pedir lo que necesitamos»

* «El primer paso en la oración cristiana es la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: «Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente  mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza»»

Video completo de la transmisión en directo realizada por 13 TV de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «Es Dios quien nos santifica, quien nos transforma con su amor, pero al mismo tiempo también somos nosotros quienes, a través de nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre. Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. “Yo soy cristiano, Dios es santo, pero yo hago tantas cosas malas”; no, esto no vale. Esto también hace daño, esto escandaliza y no ayuda»           

27 de febrero de 2019.- (Camino Católico)  “Queridos hermanos y hermanas: la oración del Padrenuestro contiene siete peticiones. En las tres primeras, que se refieren al ‘Tú’ de Dios, Jesús nos une a él y a sus más profundas aspiraciones, motivadas por su infinito amor hacia el Padre. En cambio, en las últimas cuatro, que indican el ‘nosotros’ y nuestras necesidades humanas, es Jesús quien entra en nosotros y se hace intérprete ante el Padre de esas necesidades”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del último miércoles de febrero de 2019, continuando con su ciclo de catequesis dedicadas a la oración del Padre Nuestro.

En su catequesis, el Santo Padre dijo que continuando en nuestro camino de redescubrir la oración del Padre Nuestro, hoy profundizaremos la primera de las siete invocaciones que contiene, es decir, “Sea santificado tu nombre”. “En la primera parte – de la oración afirma el Papa – Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad; en la segunda es Él quien entra en nosotros e interpreta nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal”.

“Así, en su sencillez y esencialidad – señala el Pontífice – el Padre nuestro educa a los que le oran a que no multipliquen palabras vanas, porque – como dice el mismo Jesús – vuestro Padre sabe lo que necesitamos antes incluso de pedírselo”.

El Santo Padre dijo que, el primer paso de la oración cristiana es la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: “Señor, tú lo sabes todo, no hay necesidad de hablarte de mi dolor, sólo te pido que estés aquí a mi lado: tú eres mi esperanza”. Las peticiones del cristiano expresan confianza en el Padre; y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin ansiedad y agitación.

El Papa Francisco dice que por eso rezamos, diciendo: “Santificado sea tu nombre”. En esta invocación se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo está la súplica que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios que santifica, que nos transforma por su amor, pero al mismo tiempo somos nosotros los que, con nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre.

La santidad de Dios es una fuerza en expansión, afirma el Santo Padre y nosotros suplicamos que derribes las barreras de nuestro mundo rápidamente. La oración expulsa todo temor. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos junto a los nuestros, el Espíritu trabaja en secreto para la redención del mundo. No vacilamos en la incertidumbre. Una cosa es cierta: es el mal el que tiene miedo.

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. “Pidamos al Señor que con la fuerza de su santidad destruya el mal que aflige a nuestro mundo, y nos conceda vivir con la convicción de que su amor redentor, que ha vencido al maligno, nunca nos abandona”. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Parece que el invierno se esté yendo y por eso hemos vuelto a la Plaza. ¡Bienvenidos a la Plaza!

En nuestro itinerario de redescubrimiento de  la oración del «Padre Nuestro», hoy profundizaremos la primera de sus siete peticiones, es decir, «santificado sea tu nombre».

Las invocaciones del «Padre Nuestro» son siete, fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las tres primeras tienen el «Tú» de Dios Padre en el centro; las otras cuatro tienen en el centro el «nosotros» y nuestras necesidades humanas. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: «Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad»; en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal.

Aquí está la matriz de toda oración cristiana, -diría de toda oración humana- que está siempre hecha, por un lado, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por el otro, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. Así, en su simplicidad y en su esencialidad, el «Padre Nuestro» educa a quienes le ruegan a no multiplicar palabras vanas, porque, como dice el mismo Jesús, «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt, 6, 8).

Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones: ¡Él lo sabe mucho mejor! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma para sus ojos (cf. Sal 139: 1-4). Dios es como esas madres a las que les basta una mirada para entenderlo  todo de sus hijos: si están contentos o están tristes, si son sinceros u ocultan algo …

El primer paso en la oración cristiana es, por lo tanto, la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: «Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente  mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza». Es interesante notar que Jesús, en el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del «Padre Nuestro», nos exhorta a no preocuparnos y no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis» (Mt 6,31). Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones de los cristianos expresan confianza en el Padre. Y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin afán ni agitación.

Por eso rezamos diciendo: «¡Santificado sea tu nombre!». En esta petición – la primera, ¡Santificado sea tu nombre! – se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios quien nos santifica, quien nos transforma con su amor, pero al mismo tiempo también somos nosotros quienes, a través de nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre. Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. “Yo soy cristiano, Dios es santo, pero yo hago tantas cosas malas”; no, esto no vale. Esto también hace daño, esto escandaliza y no ayuda.

La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa  rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!”(Mc 1, 24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cf. Mc 3, 23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior.

La oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí. El Espíritu está dentro de mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

La oración del Padrenuestro contiene siete peticiones. En las tres primeras, que se refieren al “Tú” de Dios, Jesús nos une a él y a sus más profundas aspiraciones, motivadas por su infinito amor hacia el Padre. En cambio, en las últimas cuatro, que indican el “nosotros” y nuestras necesidades humanas, es Jesús quien entra en nosotros y se hace intérprete ante el Padre de esas necesidades.

En su simplicidad y esencialidad, el Padrenuestro es modelo de toda oración porque contiene, a la vez, la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y su bondad, como también una súplica atrevida de lo que necesitamos para vivir bien. Con esta oración Jesús nos enseña a confiar y a abandonarnos en Dios, que nos conoce, nos ama y sabe cuáles son nuestras necesidades.

Hoy consideramos la primera de estas súplicas, que dice así: «Santificado sea tu nombre». En ella expresamos toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y su deseo de que todos lo conozcan y lo amen. Y presentamos también nuestro ruego de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra sociedad y en el mundo entero. Es Dios quien nos santifica; es él quien nos transforma con su amor; mientras nosotros, con nuestro testimonio de vida, manifestamos su santidad en el mundo, y hacemos presente su santo nombre.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que con la fuerza de su santidad destruya el mal que aflige a nuestro mundo, y nos conceda vivir con la convicción de que su amor redentor, que ha vencido al maligno, no nos abandona nunca.

Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Francisco

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