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La radical infelicidad en el psicoanálisis
Ponencia de la Lic Zelmira Seligmann, en las Jornadas de Psicología a la luz de la Fe en Argentina


Por: Lic. Zelmira Seligmann | Fuente: Universidad Católica de Argentina , Buenos Aires 2009.



Como veremos a lo largo de estas Jornadas, Aristóteles plantea una ética eudemonista, donde la motivación de las conductas está dada por esa sed de felicidad que es universal, porque involucra a todos los hombres.

Esto no lo ignoran ni Freud, creador de la Escuela Psicoanalítica, ni sus seguidores. Es algo tan profundo que no puede ser negado. Pero entonces, ¿en qué sentido hablaremos de radical infelicidad en el psicoanálisis?

La respuesta la encontraremos a través del desarrollo de esta conferencia, donde tomaremos textos de dos de los representantes más importantes del psicoanálisis: por un lado Freud, que lo inicia basándose en los filósofos modernos (que conocía muy bien, pues había estudiado con Brentano) y Lacan, quien –debido a las muchas derivaciones y diferentes escuelas que surgían a lo largo del tiempo– pretende una vuelta a la ortodoxia freudiana y lo interpreta con el mismo espíritu que lo inspiró al psiquiatra de Viena. Freud esconde datos sobre autores y sus ideas, y Lacan tiende más a mostrarlos haciendo alarde de sus conocimientos, aunque en medio de un discurso desordenado y bastante caótico. Sin embargo comenzaremos por este último –pues si bien es posterior en el tiempo– nos dará el fundamento de su “radical infelicidad” manifestando claramente su oposición al pensamiento de Aristóteles.

Al comienzo del Seminario 7, sobre la Ética del Psicoanálisis, desarrollado en los años 1959 y 1960, Lacan ya hablará de Aristóteles y su Ética a Nicómaco: la experiencia psicoanalítica se ubicará en el extremo opuesto de la moral de Aristóteles. Toda esta ética del psicoanálisis supondrá una “subversión” (o cambio desde abajo, revolución) de los principios estudiados por el “Filósofo” (como llama Santo Tomás a Aristóteles). Hay que tener en cuenta que esta “subversión” se fundamenta en la misma experiencia psicoanalítica. Afirma Lacan:

Si por otra parte se considera que el conjunto de la moral de Aristóteles no ha perdido su actualidad en la moral teórica, podrá medirse exactamente en este lugar, lo que comporta de subversión, que entraña una experiencia, la nuestra (1).

En este mismo Seminario sobre la Ética del Psicoanálisis, la lección del 22 de junio de 1960 se titula “La demanda de la felicidad y la promesa analítica”, y aquí Lacan no duda en manifestar que todo el que llega al psicoanálisis está buscando la felicidad, pero que el analista no se la puede dar, porque está situado en la postura opuesta a la aristotélica, el planteo es el contrario al del Soberano Bien tratado por Aristóteles. Veamos lo que dice explícitamente Lacan:

He ahí, entonces, lo que conviene recordar en el momento en que el analista se encuentra, en suma, en posición de responder a quien le demanda la felicidad. Demandarle la felicidad; él no puede olvidar que esto, ancestralmente, para el hombre, plantea la cuestión del soberano bien y que él, el analista, sabe que esta cuestión es una cuestión cerrada. No sólo lo que se le demanda, el soberano bien, él seguramente no lo tiene, sino que sabe que no lo hay; porque ninguna otra cosa es haber llevado a su término un análisis sino haber asido, reencontrado, haber chocado rudamente con ese límite que es donde se plantea toda la problemática del deseo 2(2).

El Soberano Bien no existe, y esto es con lo que uno se encuentra en el análisis, y que lleva como consecuencia que no se puede ser feliz, por eso afirma descarnadamente Lacan: “El psicoanálisis hace girar todo el cumplimiento de la felicidad alrededor del acto genital”(3) . Y más adelante nos dice Lacan que este acto “simula” en la carne una felicidad que no existe, y que no se puede lograr. Pero lo importante aquí es que el hombre debe conducirse transgrediendo la ley moral, según el deseo perverso, porque este es un camino que le ayuda a huir de la infelicidad radical.

El psicoanálisis responde a la demanda de felicidad incitando a obrar cada cual según “su propia ley”(4) . Se disimula esa infelicidad buscando satisfacción en la realización de lo prohibido. Según sus deseos perversos, gozando de las cosas terrenas con “júbilo diabólico”(5) . Como Lacan era de educación católica, dice que esto terminará en el Juicio Final condenatorio, en el “suplicio eterno” (6) porque igualmente todo se paga (7).

A Lacan le gusta recordar en sus clases al Marqués de Sade, en su obra “La Filosofía en el tocador”, porque proclama ese dios Ser-supremo-en-maldad. Dice Lacan haciendo referencia a esta obra:

La actitud ética consiste, por ende, en realizar al extremo esta asimilación con un mal absoluto, gracias a la cual su integración a una naturaleza fundamentalmente malvada se realizará en una suerte de armonía invertida (8) .

Así se explica que lo que existe, es la inversión del Bien, o sea el mal absoluto, por eso concluye Lacan que “la vida es la podredumbre”(9) .

El Marqués de Sade muestra esta subversión de todos los valores. El Bien es inalcanzable, por eso se desea y se obra el mal. Y esta es la tragedia de la vida. El deseo perverso no busca el bien sino el mal que –para Lacan– es lo único realizable por todos. Por eso dice Lacan respecto del psicoanálisis:

Para delimitar la originalidad de la posición freudiana en materia de ética, es indispensable destacar un deslizamiento, un cambio de actitud en la cuestión moral como tal. En Aristóteles, el problema es el de un bien, el de un Soberano Bien. […] Para concebirla [a la cuestión ética] hay que ver qué sucedió en el intervalo entre Aristóteles y Freud. Lo que sucedió al inicio del siglo XIX, es la conversión o la reversión utilitarista (10) .

La obra del Marqués de Sade, a la que recurre tan frecuentemente Lacan en sus seminarios y escritos (11) , plantea claramente esta INVERSIÓN que, en el fondo, es lo que Lacan ve de “original” en Freud, y en lo que se opone a Aristóteles: el cambio en la moral responde a que no existe el Soberano Bien, y entonces se vive y se obra el mal como absoluto.
Pero Lacan –que había sido educado en una familia católica, tenía un hermano sacerdote (y sobre todo porque es llamado por la Universidad Católica de Bruselas para dar unas conferencias)– no puede dejar de mencionar a la gracia y exponer el problema luterano de “La ley que hace el pecado” (12).

El hombre debe reconocer la “falta” [faute = culpa o pecado] que es lo propio de su actuar. La “falta” es la única ley soberana (13) . Lacan afirma que es necesario liberarse transgrediendo la misma naturaleza, porque dice: “sus propias leyes son cadenas”(14) . Más adelante confirma este pensamiento:

si hay, dice [Aristóteles], en el hombre, algo divino, es esta pertenencia a la naturaleza. Es esta una noción de la naturaleza [la de Aristóteles] que deben medir hasta dónde es diferente de la nuestra, pues ella comporta, inversamente, la exclusión de todos los deseos bestiales, de lo que es hablando propiamente, la realización del hombre. En el intervalo hemos tenido pues, una inversión completa, total, de la perspectiva (15).

Sin duda el psicoanálisis postula lo contrario de Aristóteles, para quien la felicidad se encuentra en el desarrollo pleno de lo que es natural de cada ser, que siempre es lo mejor y lo más deleitoso. Y esto en el hombre recae sobre la vida de la inteligencia, y en su acto contemplativo, que es lo más divino.
Para Lacan, el ideal de contemplación de la ética aristotélica, se inserta en un esquema que debe ser “transpuesto”(16) (transposés = cambiado de lugar), o sea que no es lo más importante en la vida del hombre, porque la experiencia psicoanalítica muestra lo contrario. Lo importante es el deseo (Wunsch) porque muestra la realidad a la que se enfrenta el hombre, las situaciones particulares, las experiencias concretas.
Pero todo esto hace que la vida sea una tragedia, una desgracia, porque es necesario negar el propio bien y la felicidad, que así nunca puede alcanzarse. Por eso el hombre es como un muerto en vida (comparándolo con Antígona –la obra de Sófocles– que fue enterrada viva).
Obrando incluso aquellas cosas que Aristóteles llamaba “bestialismo”, el psicoanálisis propone que el hombre se enfrente a esta “libertad trágica” (17) donde se expone a la muerte del alma y al “suplicio eterno” (18) del cual habla el Marqués de Sade.

En la Lección XXIII llamada “Las metas morales del psicoanálisis” y refiriéndose a la demanda que trae el paciente sobre la felicidad, dice: “Hacerse el garante de que el sujeto puede de algún modo encontrar su bien mismo en el análisis es una suerte de estafa”(19) .

Lacan ya desde el principio de su curso sobre la ética del psicoanálisis, afirma que la obra de Freud “El malestar en la cultura”, es esencial para este tema. Por eso nos referiremos a ella y a los conceptos que Freud expone respecto de la búsqueda de la felicidad, que no niega.

Dice textualmente Freud: ¿qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos faces: un fin positivo y otro negativo; por un lado, evitar el dolor y el displacer; por el otro, experimentar intensas sensaciones placenteras (20).

Sin embargo, si bien acepta que todo hombre quiere ser feliz, aclara seguidamente:

Este programa ni siquiera es realizable, pues todo el orden del universo se le opone, y aun estaríamos por afirmar que el plan de la «Creación» no incluye el propósito de que el hombre sea «feliz» (21) .

Hay que reconocer aquí que estos conceptos dependen del pensamiento de Kant, para quien la felicidad es sensible y por eso no debe buscarse.
Pero Freud afirma en esta obra, que la felicidad tiene dos facetas: evitar el dolor y experimentar sensaciones placenteras. Estrictamente, el término felicidad –dice Freud – corresponde al segundo aspecto, pero que es irrealizable, porque la “creación” entera se le opone. Por lo tanto el hombre ya puede considerarse bastante feliz, cuando ha evitado la desgracia.
La finalidad principal de la vida es evitar el sufrimiento, porque lo principal es la infelicidad, que es radical en el hombre. Esto es lo que se experimenta, según Freud.

Así, nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio, nos es mucho menos difícil experimentar la desgracia. El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos. El sufrimiento que emana de esta última fuente quizá nos sea más doloroso que cualquier otro(22).

Entonces tres son los ámbitos de sufrimiento: la caducidad del cuerpo, las fuerzas temibles de la naturaleza, y las relaciones humanas, la vida familiar y social. Como estos males existen, el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad, y ya puede considerarse afortunado si ha podido escapar a la desgracia. Por eso el hombre –en el fondo– lo que busca no es la felicidad, sino evitar el sufrimiento, su vida es huir del sufrimiento. Para esto encuentra que hay diferentes métodos: algunos más extremos y otros moderados, donde siempre el fin es independizarse de la realidad, buscando satisfacciones en el mundo propio interior, que nos hace olvidar “la miseria real”(23) .

Respecto de esto, dice Freud:

El aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas. Es claro que la felicidad alcanzable por tal camino no puede ser sino la de la quietud. Contra el temible mundo exterior sólo puede uno defenderse mediante una forma cualquiera del alejamiento… (24).
Contra el sufrimiento que proviene de las propias sensaciones, dice:

Pero los más interesantes preventivos del sufrimiento son los que tratan de influir sobre nuestro propio organismo […] El más crudo, pero también el más efectivo de los métodos destinados a producir tal modificación, es el químico: la intoxicación. No creo que nadie haya comprendido su mecanismo, pero es evidente que existen ciertas sustancias extrañas al organismo cuya presencia en la sangre o en los tejidos nos proporciona directamente sensaciones placenteras, modificando además las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera tal que nos impiden percibir estímulos desagradables. […] Se atribuye tal carácter benéfico a la acción de los estupefacientes en la lucha por la felicidad y en la prevención de la miseria[…] No sólo se les debe el placer inmediato, sino también una muy anhelada medida de independencia frente al mundo exterior. Los hombres saben que con ese «quitapenas» siempre podrán escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad(25).

Sabemos que Freud era adicto a la cocaína, pero –más allá del dato biográfico – nos interesa poner el acento en la importancia que le da a este “quitapenas” y la influencia que esto ha tenido en nuestra cultura. Sin entrar en discusiones sobre situaciones particulares, quiero poner énfasis en la razón filosófica –mostrada en esta obra de Freud– que subyace en el uso de los psicofármacos, tan extendido en la sociedad actual.
Los “químicos” adormecen, “aquietan”, alejan de la realidad desagradable, porque es imposible –según Freud – intentar ser feliz de otra manera. La felicidad es sentir sensaciones placenteras, y esto se logra con los “químicos”. Esta razón filosófica está presente en la mayoría de las corrientes psiquiátricas y en sus terapias.
Los “químicos” sumergen en sensaciones placenteras artificiales, donde se sigue viviendo sin grandes ideales, sin esfuerzos por la virtud y el mejoramiento personal, sin el desarrollo intelectual, sin la búsqueda de la contemplación y la sabiduría, y…muchas veces, hasta sin la esperanza del fin último.
Habría que preguntarse, por supuesto en cada situación particular, hasta dónde estos “químicos” permiten a la persona tener una conciencia lúcida sobre la realidad y los problemas que debe resolver, hasta dónde puede hacerse un cuestionamiento serio sobre los obstáculos en su vida de perfección, y hasta dónde puede vivir y aceptar amorosamente la propia cruz que purifica y redime. Debemos observar aquí que el principio fundamental, es la huida del sufrimiento a cualquier precio, totalmente opuesto al consejo evangélico de tomar la propia cruz para seguir a Cristo.

Pero también hay otros caminos para huir de la infelicidad aunque –dice Freud– menos extremos. Los enumeraré, con una pequeña explicación:
1º) obrar lo prohibido y seguir los impulsos perversos, como interpretaba Lacan. el sentimiento de felicidad experimentado al satisfacer una pulsión instintiva indómita, no sujeta por las riendas del yo, es incomparablemente más intenso que el que se siente al saciar un instinto dominado. Tal es la razón económica del carácter irresistible que alcanzan los impulsos perversos y quizá de la seducción que ejerce lo prohibido en general(26) .

2º) La sublimación de los instintos, mediante el arte, la investigación, el descubrimiento de la verdad, etc. Todo esto que Freud llama “metapsicológico”, pero que tiene la desventaja de no ser accesible a todos aunque cumple con la finalidad de alimentar ilusiones y lograr una cierta satisfacción por la imaginación.

3º) Otra forma más radical de romper con la realidad enemiga, fuente de todo sufrimiento, es –según Freud– la vida de los ermitaños y de los que emprenden juntos un camino de felicidad. Sin duda se refiere aquí a los monjes y religiosos:

Quien en desesperada rebeldía adopte este camino hacia la felicidad, generalmente no llegará muy lejos, pues la realidad es la más fuerte. Se convertirá en un loco […] Particular importancia adquiere el caso en que numerosos individuos emprenden juntos la tentativa de procurarse un seguro de felicidad y una protección contra el dolor por medio de una transformación delirante de la realidad. También las religiones de la Humanidad deben ser consideradas como semejantes delirios colectivos (27).

Según Freud la religión (léase la católica) deforma delirantemente la realidad y esto hace que muchos se liberen de la neurosis individual, aunque caigan luego en la neurosis propia de la sociedad cristiana (28) . No olvidemos que Freud, siguiendo a Nietzsche, piensa que la neurosis es fruto de la frustración provocada por la cultura cristiana y sus ideales de perfección (29).

4º) También hay otra forma de “perseguir la independencia del destino” (30) y “trasladar la satisfacción a los procesos psíquicos internos” (31), y se trata de lo que llama “arte de vivir” según el cual es necesario aferrarse al amor sexual. Esta experiencia –nos dice Freud– es el “prototipo” de las aspiraciones a la felicidad.

Sin embargo, afirma Freud:

El punto débil de esta técnica de vida es demasiado evidente […] En efecto: jamás nos hallamos tan merced del sufrimiento como cuando amamos […] El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable;(32)

Insertándose en el más puro pensamiento nietzscheano, Freud critica la moral de la cultura cristiana que, según él, ha impuesto el sentido de familia monogámica, negando a la sexualidad ser fuente de placer en sí, y atrayendo –para Freud, por supuesto– la infelicidad. También tener que renunciar a la agresividad propia del hombre, produce este “malestar” en la cultura, del que habla en esta obra.

Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no sólo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella su felicidad (33)

El cristianismo con su concepto de pecado y el sentimiento de culpabilidad, es la verdadera causa de la pérdida de la felicidad y de las enfermedades que sufre nuestra cultura. La represión de los instintos sexuales y agresivos, promovida por la moral cristiana, es la causa de la neurosis, según el psicoanálisis.

Finalmente, al que ya haya desesperado de encontrar satisfacción en alguno de estos métodos, le queda como última opción la rebelión de la enfermedad mental: la neurosis o psicosis. Merece la pena citar este texto por su importancia:

La última técnica de vida que le queda y que le ofrece por lo menos satisfacciones sustitutivas es la fuga a la neurosis, recurso al cual generalmente apela ya en años juveniles. Quien vea fracasar en edad madura sus esfuerzos por alcanzar la felicidad, aun hallará consuelo en el placer de la intoxicación crónica, o bien emprenderá esa desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis (34).

Es interesante enfatizar esta afirmación de Freud: la enfermedad mental, ya sea neurosis o psicosis, es una desesperada rebelión a la realidad, porque no puede ser feliz. En esto estaría de acuerdo el psiquiatra católico Rudolf Allers, y también nosotros. La diferencia está en que, para Freud, esa realidad es siempre mala y no hay posibilidades de ser feliz, en cambio para nosotros el Bien Supremo existe y uno es feliz en la medida que se va participando de él, en la medida en que uno desarrolla eso “divino” que hay en el hombre, como decía Aristóteles. No hay que rebelarse ni huir de la realidad, hay que vivirla plenamente, participando del Bien que nos perfecciona. Indudablemente el problema está –como ya decía Lacan – en que el psicoanálisis se opone a Aristóteles porque niega la existencia de un Bien Supremo. Y esto tiene como consecuencia que toda la ética psicoanalítica sea opuesta a la del bien y la perfección del hombre. El hombre vive esa tragedia del mal como absoluto, radical, en el que se sumerge todo comportamiento, y lo lleva a la desesperación.

El objetivo del psicoanálisis es alejarse de la realidad, ensimismarse, volviendo continuamente al propio mundo interior, encerrándose en la imaginación, para evitar o remover el sufrimiento, pero no reconoce la verdadera causa de ese sufrimiento que es el extravío o la perversión de la propia naturaleza. El desorden y el pecado dañan el alma porque la alejan de su propio bien, y por eso se sufre. Contrariamente a la posición psicoanalítica, debe decirse que muchas veces ese sufrimiento es bueno, porque nos muestra la desviación que hay que corregir y nos llama a un cambio profundo.

Todos los psicólogos tenemos experiencia de cuántas veces han venido personas a nuestro consultorio que buscaban disminuir la angustia y las tristezas, pero no querían un cambio en sus conductas desordenadas, no deseaban una vida conforme a su naturaleza. Sería exacto decir que preferían seguir su vida perversa (o sea, no acorde a su ser racional) y al mismo tiempo, ser felices o al menos lograr un cierto “bienestar”. Esta es la imagen que se tiene del psicólogo: es aquel que me hace “sentir bien” con la vida que llevo, aunque sea desordenada.

Sin duda esto es lo que se enseña a los estudiantes de psicología en muchas universidades (y también católicas), cuando disocian la moral de la psicoterapia. Pero Freud, Lacan y los psicoanalistas saben que no puede separarse, que el psicoanálisis entraña esencialmente una ética, y contraria a la felicidad del hombre; es la inversión de la ética aristotélica, por eso hay que buscar satisfacción en los “sustitutos”, en los “simuladores”, como los químicos, el sexo desordenado, la transgresión, el desarrollo de un mundo imaginario alejado de la realidad y el Bien.

Por todo esto es que el psicoanálisis aleja de la perfección del hombre, de su plenitud, y lo sumerge en la desesperación, porque el hombre es radicalmente infeliz, y no puede ser otra cosa.

Notas

1. J. LACAN, El Seminario de Jacques Lacan, Paidós, Buenos Aires 2007, 14. Traducción al español de Le Séminaire, du Seuil, Paris 1986, 14. (Remarcado en cursiva es mío)
2. J. LACAN, El Seminario…,357
3.J. LACAN, El Seminario…,357
4. Cf. J. LACAN, El Seminario…,358
5.Cf. J. LACAN, El Seminario…,265
6.Cf. J. LACAN, El Seminario…,245
7.Cf. J. LACAN, El Seminario…,384.
8.J. LACAN, El Seminario…, 238
9.J. LACAN, El Seminario…,279
10.J. LACAN, El Seminario…,20-21
11.Sade aparece 150 veces en sus obras.
12.Cf. J. LACAN, El Seminario…,208
13.Cf. J. LACAN, El Seminario…,310
14.J. LACAN, El Seminario…,312.
15.J. LACAN, El Seminario…,23.
16.J. LACAN, El Seminario…,34.
17.J. LACAN, El Seminario…,363.
18.J. LACAN, El Seminario…, 365.
19.J. LACAN, El Seminario…, 361.
20.S. FREUD, El malestar en la cultura, en Obras completas, Tomo III, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 19814, 3024.
21.Ibid
22.Ibid. El subrayado es mío.
23.S. FREUD, El malestar en la cultura, 3028.
24.Ibid, 3025-3026
25.Ibid. 3026
26.S. FREUD, El malestar en la cultura, 3027.
27. S. FREUD, El malestar en la cultura, 3028.
28.Cf. S. FREUD, Psicología de las masas y análisis del yo, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 19814, 2609.
29.Esto lo desarrolla también en esta obra, El Malestar en la Cultura.
30. S. FREUD, El malestar en la cultura, 3028
31.Ibid
32. S. FREUD, El malestar en la cultura, 3029
33.S. FREUD, El malestar en la cultura,3048
34. S. FREUD, El malestar en la cultura, 3030. En esta edición aparece una nota diciendo que no hay pasar por alto el hecho de la satisfacción que significa el narcisismo, el depender en todo de uno mismo y sólo de uno mismo

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