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Diez años en el porno: “Me decían que nunca lo dejaría”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 10min.

Deanna Lynn Spangler y su familia. Foto: cortesía de la entrevistada.

 

Deanna Lynn Spangler es una joven de fe y tiene una sonrisa radiante. Vive en Wilmore, Kentucky, donde está casada y es madre de dos preciosas bebés. Me cuenta que adora su trabajo y que ha escrito dos libros…

Ese, sin embargo, es su presente y su pasado reciente. Porque hasta 2010 todo fue duro, muy duro: estuvo diez años en la industria del porno, y pudo experimentar en sí misma el sufrimiento de muchos que se desnudan ante una cámara para protagonizar escenas de este tipo, a veces tan brutales que exceden los límites “pactados” y que se interpretan en muchas ocasiones bajo una coacción sutil o descarnada.

Deanna no lo ha olvidado, pero no se refugia bajo la cama para rumiar el dolor de todo aquello, sino que sale, da la cara y lo cuenta con claridad, para que ayude a poner los pies en la tierra a quienes afirman que “no hay nada de malo” en el porno.

¿Cómo comenzaste en la industria?

– Fue mi madre quien me inició cuando yo tenía cinco años. En ese momento estaba en primero de primaria y creía que era normal desnudarme y hacer porno casero para mis vecinos. En segundo de primaria, me escapé de los abusos que sufría en casa, pero me encontraron. Pensé que podría ser como Julia Roberts en Pretty Woman, y que algún hombre me rescataría. Mi madre, que se suicidó cuando yo tenía 11 años, me inculcó la idea de que usar mi sexualidad para manipular a los otros era aceptable.

Luego, a los 17 años, trabajé en un restaurante que explotaba a mujeres: organizaba una competición de natación y el premio era aparecer en una famosa revista de desnudos. Me dije que era una forma aceptable de vender el sexo. Mis compañeras de trabajo y yo nos apuntamos para trabajar como modelos. La jefa nos puso a modelar en ropa interior en bares de la zona y nos presentó a un agente que nos organizó desfiles locales.

“Creía que algún día me iban a matar”   

– ¿Dónde ocurrió todo esto?

– En Tucson, Arizona, donde nací. Muy pronto este señor nos facilitó más dinero, alcohol, drogas, y oportunidades para tener una vida “mejor”. Entonces empecé a prostituirme. Luego de algún tiempo de estar consumiendo drogas, y tras meterme en problemas con la ley, me dijo que podía pagarme la fianza y hacer de mí una estrella.

Fue así que comenzó a prepararme para el duro trato que tenía que aprender a tolerar en la industria del porno. De hecho, creía que algún día me iban a matar de alguna manera, lo mismo en público que en un hotel cualquiera. La primera vez me hicieron mucho daño. Pero vi que podía hacer de esto una carrera. Empecé a trabajar para compañías más “respetables” y logré firmar un contrato.

Me volví adicta a esa falsa fama, a ese falso amor, aunque todavía estaba muy sola y sentía vergüenza. Estuve en el comercio sexual desde 2001 a 2010, en varios puestos. Vi a gente irse y regresar. Las actrices me decían que yo nunca lo dejaría. La mayoría de las más conocidas habían entrado y salido de relaciones abusivas, se habían enganchado a las drogas, habían enfermado de estrés. Y era triste, porque eran tan hermosas.

Pero no eran solo ellas quienes sufrían. Yo tuve un fan que condujo de Georgia a California para que le firmara su colección de DVDs con mis películas. Luego volvió a su casa y se mató delante de su familia, a la que le había robado de sus ahorros para hacer ese viaje, y que no tenía ni idea de dónde había estado. Esta fantasía no era la realidad. Fue un duro despertar para mí y para muchos en la vida de este joven.

– Entiendo que estas experiencias te han causado heridas…

– Fíjate, cuando lo dejé, creí que todo el mundo quería tener sexo conmigo. No sabía cómo interactuar de modo no sexual con los demás. Empecé una nueva vida y comencé a ir a eventos empresariales donde descubría que la gente hablaba de mis películas. Trataba de quedar con personas, y cuando creía que no les iba a gustar, o no estaba segura de si salían conmigo o con la que veían en la cámara, entonces les mostraba quién solía ser antes. Además, cuando quedaba para salir con una pareja, asumía que me deseaban como una tercera persona.

Fui entonces al Refugio para Mujeres. Allí aprendí sobre los límites, sobre mis valores, y sobre cómo son las personas y familias sanas, sin abusos, sin adicciones ni affaires. Fue un año en el que no tuve que preocuparme por quién vendría a mi cama. Me sentía a salvo, segura, capaz de sanarme y de trazarme un nuevo futuro.

¿Y cómo es tu vida actual? ¿A qué te dedicas?

– Estoy casada hace ya cinco años, y tenemos dos niñas gemelas. Nos conocimos en la universidad donde hicimos el máster. Nuestro tiempo lo dedicamos a la familia y a ayudar a otros a liberarse de distintos modos. Les damos un mensaje de esperanza. Lidero una organización sin ánimo de lucro, y adoro mi trabajo, en el que tengo una flexibilidad que me permite llevar adelante causas que me apasionan y defenderlas.

Las “estrellas”, del plató al burdel

– Muchas personas, Deanna, opinan que no hay problema en ver porno porque “los actores y actrices participan voluntariamente”. ¿Hasta qué punto esto es real?

– A muchas de las mujeres que conocí, sus parejas fueron quienes las convencieron de meterse en el porno. Incluso hay mujeres productoras que han sido abusadas y violadas, y canalizan sus propias heridas a través de la industria.

Yo escribí un libro sobre esta dicotomía de si se hace porno por opción o por fuerza. Quería mostrarle a la gente cómo era mi vida cuando pensaba que venderme en el sexo era una buena oportunidad. A menudo me presentan como una víctima o como alguien que ha elegido esa vida; para la mayoría es algo intermedio. Cuando me sané mental y emocionalmente, el porno dejó de parecerme una buena opción.

En el porno se emplean técnicas violentas para poder atenuar la sensibilidad de actores y actrices y poder recrear ciertos abusos

Para la mayoría de las personas que conocí y con las que trabajé, haber optado por el porno derivaba de un profundo sentido de inseguridad y daño; era principalmente un intento de autoempoderamiento. Desafortunadamente, casi ninguna de ellas se sentía realmente empoderada. Habían tomado el control de cierto nivel de dolor y explotación lo mejor que podían, pero sentían que no tenían mucho más que ofrecer en la vida o ningún sitio donde ir. Todavía me llegan mensajes de mujeres en la industria cuyo trabajo es muy celebrado, mientras que ellas están físicamente enfermas y sin esperanzas de una vida distinta. Cuando se les acaba el trabajo en el porno, se mudan a un burdel. No es algo de lo que estén felices cuando me lo cuentan, aunque cuando van a trabajar lo hacen con una sonrisa para que les puedan dar más trabajo.

– Algunos dicen que es posible un porno “ético”, en oposición al directamente violento. Según lo que has visto y conocido personalmente, ¿lo es?

– Supongo que el problema es que quienes lo dicen no ven. No ven las pesadillas, la persistencia del daño, incluso años después de dejarlo, los pensamientos suicidas, las adicciones y todo lo demás que viene cuando lidias con los efectos de trabajar en el comercio sexual.

En el porno hay además técnicas violentas, como apretarles el cuello con el pie a la actriz o el actor, para adormecerlos y poder recrear ciertos abusos. La principal razón por la que los directores de filmes porno las sugerían y autorizaban era que permitían captar con la cámara las expresiones que necesitaban. En EE.UU. no podían vender esos fetiches, pero capturaban esas expresiones para intensificar la experiencia del consumidor que las viera.

Hoy la propia televisión está llena de cosas que solían ser porno y ahora son el entretenimiento de la gente en la sala de su casa. Esto ha provocado un efecto de choque en la industria. Ya sucedía cuando yo formaba parte de ella: las empresas tuvieron que rodar cosas más duras, más gráficas y violentas para conseguir ventas, porque el consumidor habitual ya estaba insensibilizado ante el sexo normal.

“Recablear” la mente es muy difícil

Las personas tienden a juzgar a otras por su pasado. ¿Cuál ha sido tu experiencia? ¿Te ha sido fácil reintegrarte y ser aceptada socialmente?

– ¡Pues en la actualidad estoy escribiendo mi segundo libro sobre integración! He incluido muchas preguntas sobre esto. En los últimos diez años he aprendido innumerables lecciones sobre cómo ser yo misma, y sobre cómo reservar algunas cosas para mi espacio más íntimo.

He sufrido también algunos juicios de aquellos que no entienden sobre redención ni sobre tener un nuevo propósito en la vida. La mayoría de la gente que me conoce me ve como una mujer de fe, que vive según sus valores y emplea las cosas a su disposición para darles a las personas esperanza y amor. Sin esas cosas, tomaríamos decisiones que nos dañarían a nosotros y a los otros.

Con la comprensión viene la compasión. Estoy muy agradecida de que personas aún involucradas en el comercio sexual, y ya fuera de este, me confíen sus preocupaciones, sin importar en qué momento del viaje se encuentren.

O sea, que has podido llegar a personas metidas todavía en ese mundo…

– Sí. Sé personalmente que las personas tienen que estar listas para dejarlo, y raramente tienen a alguien que las influya para que lo hagan. Lo que les puedo ofrecer es apoyo y comprensión, así como recursos para ayudarlas mientras siguen en ese ambiente, y lo mismo cuando están listas para salirse. Quiero que sepan que son valoradas, que se les tiene en cuenta, que no se les olvida. Eso es incondicional.

“Lleva mucho trabajo serio sacarte las imágenes de tu mente y de tus sueños una vez que decides apartarte de lo que miras”

¿Has recibido amenazas por tu activismo contra el porno?

– Las he recibido, pero no por mi activismo, sino de parte de fans obsesionados. Me han acosado por las redes. Me han informado que uno de estos quiere matarme, agredirme sexualmente una vez muerta y otras cosas gráficamente horripilantes. Era alguien con quien solía trabajar, y a quien una vez admiré. Espero que obtenga la ayuda que necesita.

Hoy, Internet pone un enorme volumen de pornografía a la distancia de un clic. Como alguien que estuvo en ese mundo, ¿qué les dirías a los chicos, a los adolescentes y a sus padres sobre este tema?

– Que el cerebro es una cosa muy, muy difícil de “recablear”. Lleva mucho trabajo serio sacar las imágenes de tu mente y de tus sueños una vez que decides apartarte de lo que miras. Lo mejor que podemos hacer para protegernos es tener cuidado con qué imágenes ponemos en nuestra mente. Y si ya las hemos puesto, buscar ayuda.

Yo tuve que dejar de ver la tele y escuchar la radio para lograr que mi cerebro dejara de traer cosas viejas. Lo hice, y seguí yendo a por ayuda especializada. Una de las cosas que he aprendido es que no basta con abstenerse: hay que llenar ese tiempo, ese vacío. La persona debe encontrar algo productivo y significativo, que la ayude a convertirse en quien quiere ser. Tenemos que ser proactivos con nuestros pensamientos, que necesitan ser dirigidos hacia algo, pues si tratamos de no pensar en alguna cosa, ¡ya lo estamos haciendo!

Hay que buscar cosas buenas y dar el paso, de modo que uno pueda estar orgulloso de sus pensamientos y de las acciones resultantes.

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