Documentos Padres 2221

"¡OH TIMOTEO!, GUARDA EL DEPÓSITO"

2221 21. Pensando y repensando dentro de mi estas cosas, no dejo de admirarme ante la inmensa locura de algunos hombres, ante la impiedad de su mente cegada y ante la pasión desenfrenada del error, que no les deja satisfechos con una norma de fe tradicional y recibida de la antigüedad, sino que cada día andan buscando cosas nuevas y arden continuamente en deseos de cambiar, de añadir, de quitar algo a la religión. Como si ésta no fuese un dogma celestial, que ya es suficiente que haya sido revelado una vez para siempre; como si fuera una institución humana, que no puede llegar a ser perfecta sino mediante asiduas enmiendas y correcciones.

Y, sin embargo, tenemos la Palabra Divina que proclama: No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres (50); No tengas litigios con el juez (51); y también: El que echa abajo un muro es mordido por la serpiente (52). Además está el mandato del Apóstol, con el cual, como si fuera una espada Espiritual, han sido decapitadas y lo serán siempre todas las malvadas novedades heréticas: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las expresiones y las contradicciones de la falsa ciencia, que, al profesarla algunos, vinieron a perder la fe (53).

Después de estas advertencias ¿habrá todavía hombres tan osados y testarudos, de una cabezonería más dura que el acero, que no se dobleguen bajo el peso de tal elocuencia celestial, que no se sientan aplastados por semejante autoridad, hechos pedazos por martillazos como esos, reducidos a cenizas por rayos de esa clase?

"Evita -dice el Apóstol- las novedades profanas en las expresiones". No dice la antigüedad, la vetustez. Muestra claramente lo contrario, si tenemos en cuenta las consecuencias de lo que ha dicho: si se debe evitar la novedad, hay que atenerse a la antigüedad; si la novedad es impía, la antigüedad es sagrada.

"Y las contradicciones de una falsa ciencia". Verdaderamente que solo como falsa ciencia puede ser calificada la doctrina de los herejes, los cuales enmascaran su propia ignorancia llamándola ciencia, del tiempo revuelto dicen que esta sereno, a la tiniebla la llaman luz.

"Al profesarlas algunos, vinieron a perder la fe". ¿Qué es lo que anunciaron éstos, que les hizo prevaricar, si no fue una doctrina nueva e ignorada?

Puedes escuchar como dicen algunos: venid, pobres ignorantes, los que sois comúnmente llamados católicos, y aprended la fe verdadera, que, aparte de nosotros, nadie entiende. Permaneció oculta durante muchos siglos, pero ahora ha sido revelada y manifestada. Más aprendedla en secreto. Os dará alegría. Una vez la hayáis aprendido, ensenadla a otros, pero ocultamente, para que no os odie el mundo ni lo sepa la Iglesia, porque solo a unos pocos les es dado conocer el secreto de tan gran misterio.

Pero, ¿es que acaso no son estas palabras las mismas que leemos en los Proverbios de Salomón, dirigidas por la prostituta a los que pasan y van su camino?: El estúpido que venga acá. Ya los pobres de mente les exhorta diciendo: Tomad este pan de tapadillo, bebed estas dulces aguas hurtadas. Pero, ¿qué es lo que también encontramos escrito?: mas ignora que los hijos de la tierra mueren junto a ella (54). ¿Quiénes son estos hijos de la tierra? Que lo diga el Apóstol: "los que vienen a perder la fe".

LA IGLESIA, CUSTODIO FIEL DEL DEPÓSITO


22. Pero es provechoso que examinemos con mayor diligencia esa frase del Apóstol: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las expresiones.

Este grito es el grito de alguien que sabe y ama. Preveía los errores que iban a surgir, y se dolía de ello enormemente.

¿Quién es hoy Timoteo sino la Iglesia universal en general, y de modo particular el cuerpo de los obispos, quienes, ellos principalmente, deben poseer un conocimiento puro de la religión cristiana, y además transmitirlo a los demás?

Y ¿qué quiere decir "guarda el depósito"? Estate atento, le dice, a los ladrones y a los enemigos; no suceda que mientras todos duermen, vengan a escondidas a sembrar la cizaña en medio del buen grano que el Hijo del hombre ha sembrado en su campo (55).

Pero, ¿qué es un depósito? El depósito es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tu quien lo ha iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo.

Guarda el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento (56) de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has recibido oro, devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por otra. No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo que solo tenga su apariencia.

¡Oh Timoteo! ¡Oh sacerdote!, intérprete de las Escrituras, doctor, si la gracia divina te ha dado el talento por ingenio, experiencia, doctrina, debes ser el Beseleel del Tabernáculo Espiritual. Trabaja las piedras preciosas del dogma divino, reúnelas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles esplendor, gracia, belleza: Que tus explicaciones hagan que se comprenda con mayor claridad lo que ya se creía de manera muy oscura. Que las generaciones futuras se congratulen de haber comprendido por tu mediación lo que sus padres veneraban sin comprender.

Pero has de estar atento a enseñar solamente lo que has aprendido: no suceda que por buscar maneras nuevas de decir la doctrina de siempre, acabes por decir también cosas nuevas.

EL PROGRESO DEL DOGMA Y SUS CONDICIONES

2223 23. Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo?

Ciertamente que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién Podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación.

Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se transforme en otra.

Así, pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación (57).

Que la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo permanecen siendo siempre ellos mismos. Hay gran diferencia entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad; no obstante, quienes ahora son viejos son los mismos que fueron adolescentes. El aspecto y el porte de un individuo cambiarán, pero se tratara siempre de la misma naturaleza y de la misma persona. Los miembros de un lactante son pequeños y más grandes los de los jóvenes, y siguen siendo los mismos. Tantos miembros tienen los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en edad más madura, ya preexistía en el embrión; así, nada nuevo se manifiesta en el adulto que ya no se encontrase de forma latente en el niño (58).


No cabe ninguna duda de que éste es el proceso regular y normal del progreso, según el orden preciso y bellísimo del crecimiento: el crecer en la edad revela en los grandes las mismas partes y proporciones que la sabiduría del Creador había delineado en los pequeños. Si la forma humana adoptase con el tiempo un aspecto extraño a su especie, si se le añadiese o se le quitase algún miembro, necesariamente todo el cuerpo moriría o se haría monstruoso, o al menos se debilitaría.

Estas mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre incorrupto e incontaminado, integro y perfecto en todas sus partes y, por así decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación en lo que está definido.

Pongamos un ejemplo. Nuestros padres, en el pasado, han sembrado en el campo de la Iglesia el buen grano de la fe; seria por demás injusto e inconveniente si nosotros, sus descendientes, en lugar del trigo de la auténtica verdad tuviésemos que recolectar la cizaña fraudulenta del error (59). En cambio, es justo que la siega corresponda a la siembra y que recojamos, cuando el grano de la doctrina llega a la madurez, el trigo del dogma. Si con el paso del tiempo, una parte de la semilla original se ha desarrollado alcanzando felizmente la plena madurez, no se puede decir que haya cambiado el carácter especifico de la semilla; puede darse un cambio en el aspecto, en la forma, una concreción más precisa, pero la naturaleza propia de cada especie permanece intacta.

No suceda jamás, pues, que los rosales de la doctrina católica se transformen en cardos espinosos. No suceda jamás, repito, que en este paraíso Espiritual donde retoñan el cinamomo y el bálsamo, despunten a escondidas la cizaña y el acónito. Todo lo que la fe de los padres ha sembrado en el campo de Dios que es la Iglesia (60), es lo que debe ser cultivado y custodiado por el celo de los hijos; solamente esto debe florecer, y no otra cosa; debe florecer y madurar, crecer y alcanzar la perfección.

Es legítimo que los antiguos dogmas de la filosofía celestial, al correr de, los siglos, se afinen, se limen, se pulan; pero sería impío cambiarlos, desfigurarlos, mutilarlos. Adquieran, al contrario, mayor evidencia, claridad, precisión; pero es necesario que conserven siempre su plenitud, integridad, propiedad.

Si se concediese, aunque fuera para una sola vez, permiso para cualquier mutación impía, no me atrevo a decir el gran peligro que correría la religión de ser destruida y aniquilada para siempre. Si se cede en cualquier punto del dogma católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito. Y una vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?


Si se empieza a mezclar lo nuevo con lo antiguo, lo extraño con lo que es familiar, lo profano con lo sagrado, en breve este desorden se difundirá por todas partes, y nada en la Iglesia permanecerá intacto, integro, sin mancha; y donde antes se levantaba el santuario de la verdad pura e incorrupta, precisamente en ese lugar, se levantara un lupanar de infamias y de torpes errores.

Que la misericordia divina mantenga alejado de la mente de los suyos este crimen; que esto no sea más que una locura de los impíos. La Iglesia de Cristo, custodio vigilante y prudente de los dogmas que le han sido confiados, no cambia nunca nada en ellos, ni les quita o añade nada; no rechaza lo que es necesario ni añade lo que es superfluo; no deja que se le escape lo que es suyo ni se apropia de lo que pertenece a otros. Al tomar cautelosamente con fidelidad y prudencia las doctrinas antiguas, solo busca hacer con sumo celo lo siguiente: perfeccionar y perfilar lo que ha recibido de la antigüedad de una manera solamente esbozada; consolidar y reforzar lo que ha sido expresado con precisión; custodiar lo que ha sido ya confirmado y definido.

En realidad, ¿qué fines se propuso obtener siempre la Iglesia con los decretos conciliares, si no ha sido el que se crea con mayor conocimiento lo que antes ya se creía con sencillez; que se predique con mayor insistencia lo que antes ya se predicaba con menor empeño; que se venere con mayor solicitud lo que ya antes se honraba con demasiada calma?

Esto y no otra cosa ha hecho siempre la Iglesia con los decretos de los concilios, provocada por las innovaciones de los herejes: transmitir a la posteridad en documentos escritos lo que había recibido de nuestros padres mediante solo la tradición; resumir en formulas breves una gran cantidad de nociones y, más frecuentemente, con el fin de ilustrar la inteligencia, especificar con términos nuevos y apropiados una doctrina no nueva.

ESTAR EN GUARDIA ANTE LOS HEREJES

240 24. Pero volvamos a la exhortación del Apóstol: "¡Oh Timoteo guarda el depósito, evitando las novedades profanasen las expresiones". Evítalos, le dice, como se hace con una víbora, con un escorpión, con un basilisco, para que no solamente el contacto, pero ni siquiera su vista y su aliento te hieran.

Ahora bien: ¿qué significa evitar? Con gente así no debéis ni tomar bocado (61). Y también: Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina -¿y qué doctrina, sino la católica universal, que permanece siendo única e idéntica a través de los siglos, en una incorrupta tradición de verdad, y que permanecerá así siempre?- no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus acciones perversas (62).

El Apóstol nos hablaba de novedades profanas en las expresiones. Ahora bien, profano es 1o que no tiene nada de sagrado ni religioso, y es totalmente extraño al santuario de la Iglesia, templo de Dios. Las novedades profanas en las expresiones son, pues, las novedades concernientes a los dogmas, cosas y opiniones en contraste con la tradición y la antigüedad; su aceptación implicaría necesariamente la violación poco menos que total de la fe de los Santos Padres. Llevaría necesariamente a decir que todos los fieles de todos los tiempos, todos los santos, los castos, los continentes, las vírgenes, todos los clérigos, los levitas y los obispos, los millares de confesores, los ejércitos de mártires, un número tan grande de ciudades y de pueblos, de islas y provincias, de reyes, de gentes, de reinos y de naciones, en una palabra, el mundo entero incorporado a Cristo Cabeza mediante la fe católica, durante un gran número de siglos ha ignorado, errado, blasfemado, sin saber lo que debía creer. Evita, pues, las novedades profanas en las expresiones, ya que recibirlas y seguirlas no fue nunca costumbre de los católicos, y si de los herejes.

En realidad, ¿qué herejía no ha surgido bajo un nombre en un lugar y en una época determinada? ¿Quién jamás ha fundado una herejía sin separarse antes del acuerdo con la universalidad y la antigüedad de la Iglesia Católica?

Los ejemplos nos muestran esto de manera evidentísima. En efecto, ¿quién nunca, antes del impío Pelagio, tuvo la presunción de atribuir al libre albedrio el poder tan grande de pensar que el auxilio de la gracia no es necesario para cada uno de los actos, para llevar a cabo las buenas obras? ¿Quién, antes de su monstruoso discípulo Celestio, negó que todo el género humano está contaminado por el pecado de Adán?

Antes del sacrílego Arrio, ¿quién tuvo la audacia de rasgar la unidad de la Trinidad o de confundirla, como el pérfido Sabelio? Antes del rigidísimo Novaciano, ¿quién había dicho que Dios era cruel, porque prefería la muerte del agonizante a que se convirtiese y viviese?

¿Quién, antes de Simón Mago, duramente castigado por la reprimenda apostólica (63) -y de quien proviene la antigua riada de torpezas que, por sucesión ininterrumpida y oculta, ha llegado hasta Prisciliano-, se atrevió a decir que el Dios creador es el autor del mal, es decir, de nuestros delitos, de nuestras impiedades, de nuestros vicios? Este afirma que Dios, con sus propias manos crea la naturaleza humana estructurada de manera que, por movimiento espontaneo y bajo el impulso de una voluntad necesitada, no puede más, no quiere más que pecar. Agitada e incendiada por las furias de todos los vicios, se ve arrastrada con ansia inagotable a los abismos de toda suerte de crímenes.

Ejemplos como éstos los hay para nunca acabar, pero dejémoslos en aras de ser breves. Demuestran a todos con evidencia que la actitud normal y ordinaria de cualquier herejía es gozarse en las novedades profanas y sentir hastío ante los dogmas de la antigüedad, hasta el punto de naufragar en la fe a causa de las discusiones de una falsa ciencia. En cambio, es propio de los católicos custodiar el depósito transmitido por los Santos Padres, condenar las novedades profanas y, como muchas veces repitió el Apóstol, descargar el anatema sobre quien tiene la audacia de anunciar algo diverso de lo que ha sido recibido.


Notas

(50)
Pr 22,28. (volver)

(51) Si 8,17. (volver)

(52) Si 10,8. (volver)

(53) 1Tm 6,20-21. (volver)

(54) Pr 9,16-18; aquí San Vicente utiliza la versión griega de los LXX (volver)

(55) Cfr. Mt 13,24-30 (volver)

(56) Cfr. Mt 25,15. (volver)

(57) In eoden dogmate, eodem sensu, eademque sententia. frase clasica que recoge el Concilio Vaticano I y también San Pio X en el juramento antimodernista. (volver)

(58) Ver lo que dice SAN AGUSTÍN, en De civitate Dei, lib. XXII,14: ML 41,777: "Todos tienen, desde el momento de la concepción y del nacimiento, esta medida perfecta; aunque en potencia, no en acto. Todos los miembros están contenidos en el semen de manera latente, aunque alguno de ellos falte todavía en los recién nacidos, como, por ejemplo, los dientes. (volver)

(59) Cfr. Mt 13,24-30. (volver)

(60) Cfr. 1Co 3,9. (volver)

(61) 1Co 5,11. (volver)

(62) 2Jn 10-11. (volver)

(63) Cfr. Ac 8,9-24. (volver)


LOS HEREJES RECURREN A LA ESCRITURA

2225 25. Mas alguien se dirá: ¿es que quizá los herejes no se sirven de los testimonios de la Sagrada Escritura?

Ciertamente que se sirven ¡Y con cuanta apasionada vehemencia! Se les ve pasar de un libro a otro de la Ley Santa: desde Moisés a los libros de los Reyes, desde los Salmos a los Apóstoles, desde los Evangelios a los Profetas. En sus asambleas, con los extraños, en privado, en público, en los discursos y en los escritos, durante las comidas y en las plazas públicas, es raro que mantengan alguna cosa si antes no la han revestido con la autoridad de la Sagrada Escritura.

Basta con leer las obras de Pablo de Samosata*, de Prisciliano, de Eunomio, de Joviniano y de todas las otras pestes; inmediatamente se nota el cumulo infinito de textos bíblicos: casi no hay página que no esté coloreada y acicalada con citas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Mas es tanto más necesario estar en guardia y temerles cuando más buscan ocultarse y esconderse bajo la sombra de la Ley Divina.

Efectivamente, saben que sus exhalaciones pestilentes, desnudas y directas, no encontrarían el favor de nadie; por eso las perfuman con el aroma de la palabra celestial, ya que quien fácilmente rechazaría un error humano no está dispuesto a despreciar con tanta facilidad los oráculos divinos.

Hacen lo que aquellos que, para suavizar la amargura de las medicinas destinadas a los niños, untan de miel el borde del vaso; los niños con la ingenua sencillez de su edad, una vez que han probado el dulce, se tragan sin sospecha ni temor también lo amargo. De la misma manera actúan quienes enmascaran con nombres medicinales hierbas nocivas y jugos venenosos, para que nadie, al leer la etiqueta, pueda sospechar que se trata de venenos y que no son remedios para dar salud.

A este propósito el Salvador gritaba: Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos feroces (64). ¿Qué otra cosa son esas pieles de ovejas sino las palabras de los Profetas y de los Apóstoles, con las cuales estos mismos, con mansa sencillez, han revestido como un velo al Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo? ¿Quiénes son, en cambio los lobos voraces, sino las doctrinas salvajes y rabiosas de los herejes, que infectan el redil de la Iglesia, para desgarrar, de la mejor manera posible, el rebaño de Cristo? Para sorprender más fácilmente a las incautas ovejas, enmascaran su aspecto de lobos, aunque conservando su ferocidad, arropándose con frases de la ley Divina como con un velo, con el fin de que, al sentir la blandura de la lana, las ovejas no sospechen de sus dientes agudos.

Pero, ¿qué nos dice el Salvador?: Por sus frutos los conoceréis (65). Es decir, cuando ya no queden satisfechos con citar y predicar las palabras divinas, sino que empiecen a explicarlas y a comentarlas, entonces se pondrá de manifiesto su amargura, su aspereza y su rabia; entonces se esparcirá un nuevo hedor y aparecerán las novedades impías; entonces se verá por primera vez el seto arrancado (66) y trasladados los linderos puestos por los padres (67); ultrajada la fe católica y el dogma de la Iglesia hecho pedazos.


Personas de esta ralea eran las fustigadas por el Apóstol en su segunda carta a los corintios: Estos falsos Apóstoles son operarios engañosos, que se disfrazan de Apóstoles de Cristo (68). ¿Qué significa: "se disfrazan de Apóstoles de Cristo"? Los Apóstoles citaban textos de la Ley Divina, y aquellos hacían lo mismo; los Apóstoles se apoyaban en la autoridad de los Salmos y de los Profetas, y aquellos lo mismo. Pero cuando empezaron a interpretar de manera diferente los mismos textos, entonces se distinguieron los sinceros de los falsarios, los genuinos de los artificiales, los rectos de los perversos, en una palabra, los verdaderos Apóstoles de los falsos. Y no es de extrañar -explica San Pablo-: pues el mismo Satanás se transforma en ángel de luz. Así no es mucho que sus ministros se transfiguren en ministros de justicia (69)<SIZE="2".

Según la enseñanza del Apóstol, cada vez que los falsos Apóstoles, los falsos profetas, los falsos doctores citan pasajes de la Ley Divina con los cuales, interpretándolos mal, intentan apuntalar sus errores, no cabe duda de que siguen la táctica pérfida de su autor y maestro, el cual ciertamente no la habría usado, si no hubiera comprendido que no hay mejor camino para inducir a engaño a los fieles, que introducir fraudulentamente un error cubriéndolo con la autoridad de las palabras divinas.

LA ESCRITURA EN BOCA DE SATANÁS

2226 26. Alguien Podría quizá preguntar: ¿cómo se explica que el diablo utilice las citas de la Sagrada Escritura?

No tiene más que abrir el Evangelio y leer. Encontrara escrito: Entonces el diablo lo tomo -se trata del Señor, del Salvador- y lo puso sobre lo alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; pues está escrito: te he encomendado a los ángeles, los cuales te tomaran en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra (70).

¿Qué no hará a los pobres mortales el que tuvo la osadía de asaltar, con testimonios de la Escritura, al mismo Señor de la majestad? ¿"Si tu eres el Hijo de Dios -le dijo- échate de aquí abajo". ¿Por qué? "Porque está escrito...".

Debemos prestar la más grande atención a la doctrina aquí expuesta y retenerla bien en nuestras mentes, para que, puestos en guardia por la autoridad de un ejemplo evangélico tan grande, no dudemos ni por un instante que es el diablo quien habla por boca de quienes veremos que citan contra la fe católica pasajes de los Apóstoles o de los Profetas Entonces era la cabeza quien hablaba a la Cabeza, ahora son los miembros quienes hablan a los miembros; es decir, los miembros del diablo a los miembros de Cristo, los renegados a los fieles, los sacrílegos a los hombres piadosos, los herejes a los católicos.

¿Pero qué es lo que dicen? Si tú eres el Hijo de Dios échate de aquí abajo. O sea, si quieres ser realmente Hijo de Dios y recibir la herencia del reino celestial, tírate abajo desde lo alto de la doctrina y de la tradición de esta Iglesia sublime, templo de Dios. Y si uno pregunta a cualquier hereje que quiere persuadirlo de la verdad de esto: ¿En qué pruebas te fundas para afirmar que yo debo abandonar la fe antigua y universal de la Iglesia Católica?, inmediatamente responderá: "Esta escrito", y sin más amontonara mil testimonios, mil ejemplos, mil argumentos con los cuales, interpretados de nueva y mala manera, intentara precipitar el alma del desgraciado desde lo alto de la roca católica al abismo de la herejía.

Pero es con las promesas que ahora vamos a decir con las que los herejes acostumbran a engañar, con un arte que es una verdadera maravilla, a quienes no están prevenidos. Efectivamente, osan prometer y enseñar que en su iglesia, es decir, en el conventículo de su secta, está presente una gracia de Dios extraordinaria, especial, absolutamente personal; y es de tal clase que sin fatiga, sin esfuerzo, sin ansiedad alguna, incluso aunque no pidan, ni busquen, ni anhelen, todos los que forman parte de su número obtienen de Dios esa ayuda, hasta el punto de que son llevados por manos de ángeles y custodiados por su protección, sin que su pie tropiece nunca con una piedra, o sea, sin sufrir escándalo.

COMO VENCER LAS INSIDIAS DIABÓLICAS DE LOS HEREJES

2227 27. Después de todo lo que llevamos dicho, es lógico preguntar: si el diablo y sus discípulos -pseudo-Apóstoles, pseudo-profetas, pseudo-maestros y herejes en general- acostumbran a utilizar las palabras, las sentencias, las profecías de la Escritura, ¿cómo deberán comportarse los católicos, los hijos de la Madre Iglesia? ¿Qué deberán hacer para distinguir en las Sagradas Escrituras la verdad del error?

Tendrán verdadera preocupación por seguir las normas que, al comienzo de estos apuntes, he escrito que han sido transmitidas por doctos y piadosos hombres; es decir, interpretaran el Canon divino de las Escrituras según las tradiciones de la Iglesia universal y las reglas del dogma católico; en la misma Iglesia Católica y Apostólica deberán seguir la universalidad, la antigüedad y la unanimidad de consenso.

Por consiguiente si sucediese que una fracción se rebelase contra la universalidad, que la novedad se levantase contra la antigüedad, que la disensión de uno o de pocos equivocados se elevase contra el consenso de todos o al menos de un número muy grande de católicos, se deberá preferir la integridad de la totalidad a la corrupción de una parte; dentro de la misma universalidad, será preciso preferir la religión antigua a la novedad profana; y, en la antigüedad, hay que anteponer a la temeridad de poquísimos los decretos generales, si los hay, de un concilio universal; en el caso de que no los haya, se deberá seguir lo que más cerca esté de ellos, o sea, las opiniones concordes de muchos y grandes maestros.

Si, con la ayuda del Señor, observamos con fidelidad y solicitud estas reglas, conseguiremos descubrir sin gran dificultad, y desde su misma fuente, los errores nocivos de los herejes.

LOS PADRES Y LA TRADICIÓN CATÓLICA


28. Pienso que quizá será oportuno que yo demuestre, por medio de ejemplos, como pueden ser descubiertas y condenadas las novedades heréticas, investigando y confrontando entre sí las opiniones concordes de los maestros antiguos.

De todos modos, es evidente que este consenso antiguo y unánime de los Santos Padres, no debemos invocarlo solo por cuestiones minuciosas de la Ley Divina; sino que será objeto de la más activa investigación y adhesión solo en lo que se refiere a la regla de la fe.

Ni tampoco todas las herejías, de todos los tiempos, pueden ser combatidas de esta manera; solamente las nuevas y más recientes, en su primera floración y en sus primeras manifestaciones, antes de que, por la misma escasez de tiempo, tengan la posibilidad de falsear la regla antigua de la fe y de inficionar con su veneno los libros de los Padres. En cuanto a las que ya se han difundido y han echado raíces profundas, no pueden ser combatidas por este camino, porque el largo plazo de tiempo de que han dispuesto ha sido ocasión más que favorable para erosionar la verdad, y por eso es por lo que las impiedades más antiguas, tanto heréticas como cismáticas, no podemos refutarlas más que con la autoridad de la Escritura, o evitarlas en cuanto que ya están refutadas y condenadas por antiguos Concilios universales del Episcopado Católico.

Apenas, pues, comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad y fraude, es preciso inmediatamente echar mano de las sentencias de los Padres interpretando los pasajes en cuestión; con su auxilio, cualquier novedad profana será en el acto desenmascarada sin ninguna ambigüedad y conde- nada sin vacilación.

En cuanto a los Padres, hay que consultar solo el pensamiento de quienes santamente, sabiamente y con constancia han vivido, ensenado y permanecido firmes en la fe y en la comunión católica, y murieron fieles a Cristo o merecieron la alegría de dar su vida por él.

Mas a éstos se debe prestar fe siguiendo esta regla: lo que todos, o al menos la mayoría, han afirmado claramente, a modo de concilio de maestros perfectamente unánimes, y que han confirmado al aceptarlo, conservarlo y transmitirlo, eso es lo que debe ser mantenido como indudable, cierto y verdadero. Al contrario, todo lo que, fuera de la doctrina común, e incluso contra ella, haya pensado uno solo, aunque sea un santo y un docto, un obispo, un confesor, un mártir, debe ser relegado entre las opiniones personales, no oficiales, privadas, que no tienen la autoridad de la opinión común, publica y general; no nos suceda, con sumo peligro para nuestra salvación eterna, que abandonemos la antigua verdad de la doctrina católica para seguir el error nuevo de un solo individuo, según la sacrílega costumbre de los herejes y cismáticos*.

Para que no haya quien se atreva a despreciar este acuerdo sagrado y universal de los Padres, el Apóstol escribió en su primera carta a los corintios: Dios ha puesto en la Iglesia, unos en primer lugar Apóstoles (él era uno de ellos), en segundo lugar profetas (como leemos en los Hechos de los Apóstoles que era Agabo), en el tercero maestros (71), a quienes nosotros llamamos doctores, pero el mismo Apóstol a veces les llama profetas, porque explican al pueblo cristiano los misterios del mensaje profético. Cualquiera que se atreva a despreciar a estos hombres puestos por Dios en su Iglesia según los lugares y los tiempos, y que están de acuerdo en la interpretación del dogma católico, no despreciaría a un hombre, sino a Dios mismo. Y con el fin de que nadie esté en desacuerdo con su unidad, la única verdadera, el mismo Apóstol dice: Os ruego encarecidamente, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos tengáis un mismo lenguaje, y que no haya entre vosotros cismas, antes bien, viváis perfectamente unidos en un mismo pensar en un mismo sentir (72).

Y si alguien deja de estar de acuerdo con su doctrina, escuche lo que dice el Apóstol: Dios no es un Dios de discordias, sino de paz (73). O sea, no es Dios de quien rompe la unidad y la concordia, sino de quienes permanecen en la paz de un solo sentir. Y estas son -continua- las cosas que yo enseno en todas las Iglesias de los santos (74), es decir, de los católicos, y son cosas santas precisamente porque permanecen en la comunión de la fe.


Y con el fin de que nadie se arrogue la pretensión de ser él solo escuchado y creído, sin tener en cuenta a los demás, pregunta: ¿Por ventura tuvo de vosotros su origen la palabra de Dios? ¿O ha llegado a vosotros solos? (75). Además, para evitar que sus palabras fuesen tomadas a la ligera, añade: Si alguno de vosotros se tiene por profeta o por persona Espiritual, reconozca que las cosas que os escribo son preceptos del Seno (76). Mas ¿de qué preceptos se trata, sino de que cualquiera que es profeta o persona Espiritual, o sea, maestro de cosas espirituales, debe tener el mayor cuidado en cultivar la imparcialidad y la unidad, a fin de que no llegue a preferir su opinión personal a la de los demás o a separarse del sentir común? Porque -amonesta el Apóstol- quien desconoce estos preceptos será él mismo desconocido (77); o sea, quien no aprende las cosas que no sabe, o desprecia las que sabe, será tenido por indigno de ser incluido por Dios en el número de quienes están unidos en la fe e iguales en la humildad. ¿Se Podría pensar un mal más grande? Precisamente esto es lo que, como sabemos, ocurrió, de acuerdo con la amenaza del Apóstol, al pelagiano Juliano*, que se negó a compartir la doctrina de sus colegas y tuvo la presunción de separarse de ellos.

Pero ha llegado el momento de traer a colación el ejemplo a que nos hemos referido, y mostrar donde y de qué manera, por decreto y autoridad de un concilio, las opiniones de los Padres fueron recogidas con el fin de fijar, siguiéndolas, la regla de fe de la Iglesia.

Para mayor comodidad, pongo aquí fin a estas notas. El resto lo trataré en una segunda parte.


El segundo Conmonitorio desapareció; no quedo de él más que la segunda parte, que es una simple recapitulación y que a continuación añadimos (78).


(64) Mt 7,15. (volver)

(65) Mt 7,16. (volver)

(66) Cfr. Qo 10,8. (volver)

(67) Cfr. Pr 22,28. (volver)

(68) 2Co 11,13. (volver)

(69) 2Co 11,14-15. (volver)

(70) Mt 4,5-6. (volver)

(71) 1Co 12,28. (volver)

(72) 1Co 1,10. (volver)

(73) 1Co 14,33. (volver)


(74) Ibid. (volver)

(75) 1Co 14,36. (volver)


(76) 1Co 14,37. (volver)

(77) 1Co 14,38. (volver)

San Vicente de Lerins

ES LEGÍTIMO RECURRIR A LOS PADRES


Documentos Padres 2221