María Ferraz
Cuando Bergoglio usa sinónimos de la alegría en sus documentos, pongámonos a temblar, porque ésta es una alegría de la que sólo se va a gozar el demonio.
Con un sospechoso título, como Amoris Laetitia, Evangelii Gaudium, ahora en Gaudete et Exultate, se adultera la alegría pronunciada y prometida por Cristo, a los seguidores de su doctrina, ya que la farsa que propone Bergoglio implica la destrucción controlada y desarrollada por etapas de esta doctrina, disimulada pero efectiva y que lleva a la infelicidad temporal y eterna.
Pues lo que nos faltaba. Este usurpador, no contento con dirigir a parte de la grey de Cristo hacia el Infierno dejando en el aire la afirmación de que éste no existe, hecha a su periodista favorito, Scalfari, y sin que a día de hoy la haya corregido, ahora dirige su bola de demolición hacia la vida contemplativa, de la que depende la salvación de un sinnúmero de almas.
Ya antes sugirió que los conventos de los contemplativos debían abrirse, como no, a los pobres, ensalzando a una carmelita argentina, que sale y entra del convento cuando quiere, en pro de los travestidos sin, por supuesto, acercarlos a la Verdad. Y contemporáneamente, este pontificado se ha caracterizado por la persecución de órdenes religiosas amantes de la tradición y el latín.
También es de notar que mientras el card Sarah ha dedicado un libro entero a hablar sobre la importancia del silencio para la vida cristiana ("La fuerza del silencio"), Bergoglio disfruta llevándole la contraria.
A estas alturas quien no vea lo se que pretende desde el Vaticano, está más que ciego
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