Por sus frutos los conocerán, dijo Jesús, y el lenguaje es uno de los frutos por los que reconocemos a quien es de Cristo y quien no. Pero no es el tema de mi comentario. Quiero comentar el artículo publicado pues me causó la misma impresión que la parábola del hijo pródigo y no pude dejar de pensar en que a Dios le pasa lo mismo que a esta mujer: ama a todos sus hijos, les provee de cuanto sea bueno para ellos, y mientras unos permanecen a su lado, otros prefieren irse de casa, quitarle la palabra y vivir alejados de Él, con sus propias reglas, sus valores personales, su ideología y la indiferencia o el odio que va creciendo en su interior. No valoran a quien les dio la vida. Y así como no aman verdaderamente a Dios, tampoco aman a su prójimo, a quien desprecian y denigran. Grande es el dolor de Dios al ver a estos hijos que se alejan y que, aunque siempre serán amados, estarán condenados a vivir la eternidad en otra casa.

No olvides que las revueltas también se manipulan y se manejan con dinero. Pocas responden a una genuina indignación popular y la mayoría se gestan en otro tipo de intereses. La historia nos lo ha demostrado con el comunismo, cuyos jerarcas son los que más han mancillado y oprimido a los pueblos.
Lo de los ricos y los pobres es cierto, pero también un discurso que han sabido explotar hábilmente los izquierdistas.
Hay que buscar la justicia que es signo del Reino de Dios, y cuidarse de la victimización, que produce réditos políticos, pero no lleva almas al cielo.