Kevin Angel
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Evangelio según San Lucas 22, 14-71. 23, 1-56. (20/03/2016) (parte 4) Domingo de Ramos de la Pasión del Señor Cuando leemos los relatos de la Pasión de Cristo, siempre surge la ilusión de que ojalá …Más
Evangelio según San Lucas 22, 14-71. 23, 1-56. (20/03/2016) (parte 4)

Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

Cuando leemos los relatos de la Pasión de Cristo, siempre surge la ilusión de que ojalá todo hubiera sido distinto. ¡Ojalá no lo hubieran traicionado! ¡Cuánto odio y crueldad demuestra el ser humano en ciertas ocasiones!

Pero todo esto era necesario porque era el plan de Dios para la salvación del género humano. Ojalá hubiera habido otra solución, pero obviamente no la hubo. ¡Era necesario el sacrificio perfecto de Cristo para obtener la salvación! ¡Sin él, estaríamos eternamente condenados! Leyendo la pasión de Cristo empezamos a reconocer que la situación de la humanidad era, y sigue siendo, inevitablemente fatal.

Tan completa era la obediente sumisión de Jesús a su Padre que, aunque fue falsamente acusado, torturado y crucificado, llegó incluso a perdonar a sus perseguidores y pidió a las mujeres que no lloraran por él. Tal vez nos disguste pensar en la sangre que Jesús sudaba en el huerto de Getsemaní y en la angustia que le causaba la muerte que pronto sufriría. Sin embargo, esta idea produce en nosotros, al mismo tiempo, un extraordinario sentido de gratitud, porque nos recuerda todo lo que nuestro Señor sufrió para salvarnos. A medida que el Espíritu Santo nos dé ojos de fe para ver la pasión de Cristo, el disgusto y el rechazo se enfocarán en nuestro propio pecado, porque veremos claramente que fue precisamente por nuestras maldades e injusticias que Cristo sufrió tanto.

Dedique tiempo hoy a leer la pasión de Cristo y pídale al Señor que lo llene de su amor. Sitúese en el aposento alto, en Getsemaní o en el monte de la crucifixión. Por fe, contemple a Aquel que dio su vida para que usted alcanzara la libertad. Cuando nos colocamos junto a Jesús, en medio de todos estos sucesos, podemos experimentar nuestra propia redención de un modo directo, profundo y transformador.


“Jesús, Salvador mío, concédeme la gracia de contemplar el misterio de tu cruz. Ayúdame, Señor, a vaciarme de mí mismo, confiando en que un día seré elevado contigo y tus santos para participar de tu gloria infinita.”