Fenomenología, filosofía de la acción y hermenéutica de la ruptura
Alonso Gracián, el 22.03.19 a las 7:59 AM
1.- La imposibilidad de un saber fenomenológico deja anémica la razón católica, y ávido de saber auténtico al que en verdad quiere saber. La teología y la filosofía católicas contemporáneas producen insatisfacción. Muchos quieren engañarse, y convencerse de lo contrario. Pero es en vano. Es un método que no nutre, que no aporta auténticos saberes ni es santificable en sí mismo.
¿Por qué, entonces, introducirlo en la función docente de la Iglesia? ¿No es un riesgo que no vale la pena correr? ¿No es imprudente y temerario poner entre paréntesis los saberes heredados?
Lo diganosticaba con expresividad Eugenio d´Ors:
«Los fenomenólogos repiten un poco el mitológico caso del rey Midas: como todo se vuelve en sus manos y a su contacto oro de existencia, este oro, ayuno del poder que le confieren las esencias, no les permite en modo alguno alimentar su saber. Se morirán de hambre entre los esplendores de su riqueza inútil. Una leve asistencia de crédito fertilizaría su estéril metal, como una reserva de metal garantizaría las agilidades del crédito» (Eugenio D´ORS, El secreto de la filosofía, LXII, 4)
2.- En efecto, el método fenomenológico no puede alimentar el saber de la Iglesia discente. Pero ha recibido una asistencia de crédito, como dice Eugenio d´Ors, para que parezca que sí puede hacerlo. Y esta asistencia ha venido de parte del nominalismo. Que aplicando su concepto de autoridad, ha transformado la potestas del gobernante en potencia absoluta que todo lo cree poder legitimar a golpe de decreto. Y se ha convertido en sola fuente de verdad, como quería Hobbes. Estamos hablando de una «sola auctoritas» como principio docente, que es ajeno a la tradición católica.
—Con ello se ha deformado el sentido de la obediencia, mutándola en obediencia absoluta. Por la que se canoniza el gusto intelectual personal de la autoridad, creyendo que la obediencia incluye privilegiar sus preferencias conceptuales privadas.
3.- En definitiva, la fenomenología ha recibido crédito no de sí misma sino 1º) de parte de la mayoría de los fieles católicos más o menos formados, que excediéndose en su concepto de obediencia, han asumido, desconociéndolo, el método de Husserl;y 2º) de parte de muchos docentes y pastores, en general, que llevados de un concepto nominalista de la auctoritas, han transmitido la idea de una supuesta complementariedad perfecta entre fenomenología y pensamiento católico.
4.- Dada esta imposibilidad de saber, que es un hecho, se produce entonces una especie de huida hacia adelante, con tal de salvar el prestigio de la potestas y la auctoritas desordenadamente entendidas, y compensar de alguna manera la anemia de la razón católica.
Y se razona de esta manera: no es que el método fenomenológico tenga problemas, es que la razón misma tiene problemas, es que tratamos de cosas incognoscibles e inefables de las que mejor no hablar, como diría Wittgenstein, lo importante no es conocer sino experimentar. Pongamos entre paréntesis la metafísica y sólo confiemos, que en eso consiste la fe.
5.- Por eso el misteriosismo es la consecuencia lógica de la aplicación de la fenomenología a la fe católica. Que consiste en declarar que los contenidos del cristianismo son totalmente reacios a la razón, que no sólo es que sean misterios suprarracionales, es que, más aún, son inaccesibles a la razon y, ojo, también a la fe entendida como conocimiento. Y se sigue diciendo: creo porque es absurdo, en plan kierkegaardiano; no creo, sino confío y experimento. La fe no consiste en creer, querer comprender es ser racionalista, como Santo Tomás, que era, dicen, un racionalista y tenía demasiada objetividad, no comprendía el valor de la subjetividad…Creo porque actúo, sólo se sabe qué es la fe cuando se vive… Y tantos tópicos más.
Y aquí entra en juego la filosofía de la acción, venida de las periferias modernistas; nacida, principalmente, con los filosofismos morales de Kant; sistematizada en el método de inmanencia de Blondel; reformulada piadosamente por la Nueva Teología y sus reinterpretaciones de lo sobrenatural. Todo ello, unido al deconstruccionismo metafísico de Heidegger, disociando Dios y Ser, y tenemos toneladas de ese oro de existencia que decía Eugenio D´Ors.
AÑADIMIENTO
La filosofía de la acción está presente en el personalismo católico, coloreándolo de sobrenaturalismo, aproximándolo al luteranismo y al mismo tiempo, paradójicamente, naturalizando, voluntarizando la fe católica.
La idea fundamental es que, contra la afirmación tradicional, la acción no sigue al ser, sino el ser a la acción. Por lo que el obrar humano es autodeterminativo, autoposesivo, autodefinitorio, y es clave en la formación de la propia identidad y el descubrimiento del sentido personal de la existencia.
Comprobamos que es, ni más ni menos, la reelaboración existencial de la idea central del humanismo renacentista y del protestantismo (procedentes ambos del nominalismo), tal y como lo representan Pico de la Mirandola y Lutero.
Si la acción precede al ser, entonces, es posible autodefinirse, es necesaria la libertad religiosa (tal y como la entiende el artículo 18 de la Declaración de derechos de la ONU), es incuestionable el derecho humano religioso a la disensión doctrinal, es conveniente la puesta entre paréntesis de todos los saberes recibidos por tradición. Porque primero es la acción personal autodeterminativa, primero es la acción que la recepción pasiva de algo, primero es poder actuar creativamente, originalmente, personalmente, única e irrepetiblemente, como diría Rahner, que en eso supuestamente consiste ser.
El problema es que, si la acción individual precede al ser, con todas sus consecuencias, también epistemológicas, entonces es imposible el saber por tradición. Porque la tradición, la traditio, es la entrega, recepción fiel y participación común, de generación en generación, del orden del ser, mediante la vida social virtuosa.
Las verdades metafísicas y morales, por las que el hombre participa del logos divino, quedan relegadas a un segundo plano en función de la acción individual autodefinitoria y autodeterminante. Y es que la filosofía de la acción personal sólo puede tener como método epistemológico aquel que ponga entre paréntesis el legado de saberes recibido, es decir, la fenomenología. Mejor, entonces, actuar que pensar. Mejor aún, se cree, actuar pensando, o pensar mediante la acción misma, en plan bergsoniano. El tiempo, sucesión de acciones, siempre es mejor que el espacio del templo, que la Casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15).
Queda clara, entonces, la consanguinidad existente entre el pensamiento moderno, ilustrado y revolucionario, reacio a los saberes heredados por tradición, y la fenomenología católica.
Es inevitable que con estos principios intelectuales se entienda la doctrina como acción creativa personal, como ensayo teológico, como reflexión autónoma. No son de extrañar entonces los cambios en el Catecismo ni la hermenéutica de la reforma en la ruptura.