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La batalla del lenguaje

José Luis Montesinos. Disidentia, 19 de junio de 2020

En los tiempos que corren y conforme se van presentando los acontecimientos a diario no hay que cansarse de repetir que 1984 no es un manual de instrucciones, sino una preclara guía, adelantada a su tiempo, de los peligros que supone el engorde sin fin del Estado. George Orwell es, sin duda alguna, un visionario que plasmó como nadie la terrorífica meta a la que llegaremos si esta siniestra carrera no se detiene en algún momento. Ya lo hemos glosado en estas líneas y, como se prevé, lo seguiremos glosando.

Una de las aportaciones del escritor británico nacido en lo que hoy es la India es lo que dio en llamar neolengua, concepto que define cómo han de ser las palabras para que la masa de ciudadanos pueda ser más fácilmente sometida por el Partido. En nuestra realidad cotidiana violencia de género, neoliberalismo y muchas otras locuciones y palabras forman parte ya del acervo habitual en tertulias y periódicos. También los hemos incluido en algunas ocasiones en esta tribuna, cuando hablábamos, hace un par de entradas, de los intentos de perversión por parte de la política tradicional del derecho de manifestación que asiste a cualquiera de nosotros.

Como cabe imaginar, no es esta la única parcela en la que los enemigos de la Libertad han impuesto el sistema de pensamiento mediante la imposición del lenguaje utilizado para pensar. De hecho, muchos de los debates cruciales han sido eliminados del lugar que les corresponde, siendo hurtado hasta el nombre del propio lugar en el que hay que debatir. Mientras que la prensa, la clase política y muchos ciudadanos se enfangan en el lodazal del eje izquierda-derecha, no debemos olvidar que el campo de juego real es el eje Libertad-totalitarismo o si lo prefieren individuo-colectivo. Aquí es donde sí existe la batalla de las ideas. La otra, la que nos aplican constantemente, no es más que la lucha de poder entre los gallos del gallinero por ver quien acaba por aparearse con las gallinas, solo que estas gallinas encima ponen la cama y tragan con lo que venga.

Ha llegado el momento de empezar a preguntarnos si queremos seguir reclamando al gobierno que ejerza como protector y vele por muchos de derechos de forma generalizada o comience a retirarse de nuestras vidas

Con el pensamiento colectivizado o estatalizado, difícilmente puede llevarse el debate a los términos en los que es productivo. Eso de pensar fuera de la caja, que está tan de moda en los negocios, hay que aplicarlo al debate político y social. Si es cierto que las conexiones neuronales se refuerzan cada vez que les damos uso, de forma que tendemos a pensar de la misma manera, también lo es que de este hecho se aprovechan los totalitarios para introducir un lenguaje vacío y carente de significado mediante la repetición. Nada desconocido. Acompañar del apellido social a cualquier palabra, como justicia o seguridad, es uno de los más extendidos, pero no es ni la única forma, ni la única adenda con la que machacan teclas, plumas y encuestas del CIS.

Aunque no lo crean, por lo burdo de la mayoría de ataques a la comunicación, muchas de estas tretas llevan años instaladas entre nosotros de manera mucho más sutil. Filósofos y pensadores de talla mundial caen en la trampa de entrar al debate en los términos equivocados. Cierto es que no hay que dejar un ápice de terreno sin disputar a quien niega el individualismo y la Libertad como origen de la convivencia pacífica, pero a menudo nos vemos atrapados en un debate estúpido por no plantearlo en los términos adecuados. Así se han planteado debates entre diferentes soberanías o nacionalidades en nuestro país, con funestas consecuencias en términos de fractura en la sociedad y en la convivencia, también trasciende la cuestión a nivel mundial, donde hay quien defiende estamentos soberanos supranacionales o mundiales y hay quien los repudia. En realidad, poco importa qué soberanía o nación es superior a la otra en términos morales, territoriales o económicos. La cuestión es cuánto respetan estas organizaciones a la última soberanía, que es la del individuo.

Asistimos a airadas disputas contraponiendo el derecho a la libre circulación de los individuos con la defensa y la seguridad de los territorios, querellas que en realidad no tendrían lugar si quien debe prestar el servicio de seguridad lo hiciera convenientemente. Olvidamos lo que a esto afecta el mantenimiento de un Estado benefactor que ha de cuidar a todos los que viven a su amparo, exprimiendo a la mayoría para ello y dejamos de lado que nuestras organizaciones estatalistas hablan de una propiedad pública que es el paradigma del oxímoron. Si sentamos unas bases correctamente podremos sacar algo en limpio, de lo contrario andaremos a la greña, apoyando a quien dice que arrimará el ascua a nuestra sardina, cuando es bien sabido que solo lo hará a la suya.

En este orden de cosas es muy probable que haya llegado el momento de empezar a preguntarnos si queremos seguir reclamando al gobierno que ejerza como protector y vele por muchos de derechos de forma generalizada o comience a retirarse de nuestras vidas. Es momento de decidir si queremos un gobierno que case y bautice, que colabore con nuestras viviendas, que regule el mercado de trabajo o el energético y sancione los derechos específicos de cada minoría o si por el contrario reclamamos para la sociedad civil aquellas competencias que siempre fueron suyas.

Planteo esta cuestión ahora, cuando el gobierno español, como hizo en su momento el anterior gobierno socialista en la crisis que se iniciaba en el 2008, ya se ha apresurado a decir que la debacle económica no va a ser tan importante y que estamos en franca recuperación. En su momento lo llamaron brotes verdes. Hoy repiten el esquema, lo que nos da a entender que vamos camino de una larga y profunda travesía por el desierto del decrecimiento. La mejor forma de iniciar el alivio del trance es, sin duda, desarrollar los planteamientos en donde está demostrado que las cosas funcionan para quitar al Estado competencias que nunca debió arrogarse. La prosperidad, no hay más que ver los países más prósperos en el mundo, va de la mano de la Libertad. No podemos dejar que nos pillen con el pie cambiado. Se trata de pensar las cosas fuera del esquema destructivo del colectivismo totalitario. Frente a un Estado quebrado podemos transitar hacia mayores cotas de Libertad Individual.

Piensen que si difícilmente quedan recursos para mantener el monstruo de mil cabezas devoradoras de riqueza que es el Estado del Bienestar, solo queda la opresión por la fuerza. Mientras esto se produce aún tenemos cierto margen para plantear las ideas en el sentido que a los que defendemos la Libertad nos interesa y librarnos de una maldita vez de esta maraña de inmunda burocracia. Para ello no solo hay que dar la batalla de las ideas, antes hay que dar la batalla del lenguaje.