
Él era un seminarista de 21 años en Buenos Aires, cuando una enfermedad, mal diagnosticada como influenza, empeoró: “Me sacaron casi un litro y medio de agua de un pulmón y estuve pendiente entre la vida y la muerte”.
Varios meses después los médicos removieron el lóbulo superior de su pulmón derecho: “Durante meses no supe quien era, si viviría o moriría, tampoco los médicos lo sabían. Recuerdo haber abrazado un día a mi madre y preguntarle si yo estaba a punto de morir”.
La hermana Cornelia Caraglio OP, quien trabajaba como enfermera, ayudó en secreto a salvarle la vida, duplicando las dosis de penicilina y estreptomicina que había prescrito un médico.
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