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Gracias, sacerdotes

Gracias, sacerdotes

Jorge Soley, el 24.03.20 a las 6:40 PM

El Papa lo dijo en el Ángelus del 15 de marzo, cuando afirmó que «en este tiempo de pandemia no se puede ser como don Abundio», el sacerdote miedoso y pusilánime de la novela Los Novios de Alejandro Manzoni. Una referencia que no necesita de mayores explicaciones para un italiano pero que quizás no sea tan conocida entre nosotros.

Los Novios transcurre durante la peste milanesa de 1630 y es un clásico de las letras italianas que narra diferentes episodios en torno a las aventuras y desventuras de dos prometidos, Lucia y Renzo, que no se pueden casar por culpa de que el señor del lugar, Don Rodrigo, lo impide pues quiere a Lucía para sí. Aquí el papel de don Abundio, el párroco del pueblo de Renzo y Lucía, juega un triste papel, al plegarse a los deseos de Don Rodrigo y negarse a casar a los dos jóvenes. Don Abundio en realidad es un sacerdote que, en palabras de Angelo Paratico, «se ha hecho sacerdote por cálculo y no por vocación, sirve a Dios pero no lo adora y sobre todo no cree en las promesas de vida futura ofrecidas por su religión». De ahí su miedo paralizante, del que no se libra hasta que constata que Don Rodrigo ha fallecido.

Don Abundio, es cierto, es el tipo de sacerdote que suelen reflejar los medios… en el mejor de los casos. Interesado, miedoso, alguien que usa la religión para vivir cómodamente. Podía ser peor, al menos no abusa de nadie, como algunos medios de comunicación nos suelen presentar al sacerdote medio.

Ciertamente Manzoni no deja muy bien la figura del párroco, algo que muchos católicos, entre ellos san Juan Bosco, le echaron en cara. Aunque existieron y existen «don Abundios», el personaje no refleja la realidad de muchísimos párrocos de pueblo, a quienes Guareschi hizo justicia creando a Don Camilo.

Pero también es cierto que Manzoni introdujo en su novela, además de al mismísimo cardenal Federico Borromeo, figura histórica presentada muy positivamente, a la figura de Fra Cristóforo, un fraile valiente y generoso que ayuda a Renzo y Lucía y que no duda en exponerse para ayudar a los enfermos de peste en Milán. La figura de Fra Cristóforo es, en cierta medida, opuesta a don Abundio en varios aspectos. No solamente en su relación con los prometidos, sino también en el camino que le ha llevado al sacerdocio. Si don Abundio llega al mismo buscando una vida confortable, Fra Cristóforo es el hijo de una familia rica, con una vida cómoda, que arrepentido por haber matado a un hombre, entrega su vida a Dios como fraile capuchino.

Decía el Papa que «hay sacerdotes que piensan en mil maneras de estar cerca del pueblo, para que el pueblo no se sienta abandonado; sacerdotes con el celo apostólico que han entendido bien que en este tiempo de pandemia no se puede ser como el don Abundio». Y desde luego que es así, pues estamos viendo a muchos «Fra Cristóforos» que no abandonan a los fieles en estas circunstancias tan difíciles.

Estamos viendo estos días a sacerdotes que bendicen con el Santísimo nuestras calles y ciudades, sacerdotes que siguen diciendo misa, que llevan la Eucaristía, que atienden a los enfermos, que nos alientan con sus palabras que nos llegan por internet, animándonos a rezar e incluso confesando sin bajar del coche. Mil y una maneras con que tantos sacerdotes están ejerciendo valientemente su ministerio y llevándonos el auxilio de la oración y los sacramentos a un pueblo cristiano que se sabe, especialmente en estos momentos, muy necesitado de recibirlos.

No saldrán en las portadas de los diarios como sí aparecen cada vez que se descubre un comportamiento escandaloso de un sacerdote, pero estos días creo que es de justicia hacer un homenaje a tantos sacerdotes que, lejos de esconderse en la comodidad, están en primera línea para llevar a Dios allí donde le necesitamos.

Gracias, sacerdotes, muchas gracias por no abandonarnos. Rezamos por vosotros, para que el Señor os dé la fortaleza para continuar vuestra impagable labor y seguir acercándonos a Dios.

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