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Las clamorosas ausencias en las cuatro ‘preferencias apostólicas’ de los jesuitas

Las clamorosas ausencias en las cuatro ‘preferencias apostólicas’ de los jesuitas

Por Carlos Esteban | 21 febrero, 2019

“Promover el discernimiento, caminar con los excluidos, acompañar a los jóvenes, ocuparse del cuidado de la casa común” son las cuatro preferencias apostólicas universales presentadas para los próximos diez años por la Compañía de Jesús que el Papa ha aprobado.

Suenan casi a resumen de la ‘renovación’ eclesial que estamos viviendo, con las palabras clave, las ideas obsesivas y, sobre todo, las grandes ausencias. Son las cuatro “preferencias apostólicas universales” de los jesuitas que el Papa ha aprobado en una carta al general de la Compañía, Arturo Sosa: promover el discernimiento, caminar con los excluidos, acompañar a los jóvenes, ocuparse del cuidado de la casa común.Ni oración, ni sacramentos, ni fe, ni Cristo ni nada, en fin, que no pueda aprobarse con aplausos en una asamblea de la ONU o desde un editorial del New York Times. El Papa ha subrayado a Vatican News, el boletín informativo online ‘de la casa’, que las preferencias “están en sintonía con las actuales prioridades apostólicas de la Iglesia”, expresadas a través del magisterio ordinario del Papa, de los sínodos y de las conferencias episcopales. Como si hiciera falta subrayarlo.

Dejando de lado el optimismo que supone dar por hecho que la Compañía de Jesús, con los números cayendo en picado y la edad media de sus miembros entrando en la decrepitud, seguirá existiendo dentro de diez años, sorprende que una congregación católica que tantas glorias ha dado a la Iglesia y tantos santidades ha suscitado pueda resumir su empeño apostólico en esas cuatro vacuidades, en esos clichés hueros de todo sentido sobrenatural.

Dios no cuenta, o cuenta muy poco, y los tópicos a los que se refieren esas cuatro ‘preferencias’, o son inanes metáforas o conceptos deliberadamente indefinidos que cada cual puede interpretar como le plazca, de modo que proponerse esas directrices no es un plan, sino una mera licencia.

¿Cómo se ‘promueve’ el discernimiento? ¿Qué es, en la práctica, en el uso corriente que parece dársele hoy? Oímos hablar del ‘discernimiento’, que en su significado original no es otra cosa que pensar, siempre en circunstancias muy precisas. Se pide ‘discernimiento’ para juzgar cuándo conviene dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar y no piensan dejar de hacer uso del matrimonio con su segunda esposa civil, que la Iglesia no puede reconocer. Se invoca el discernimiento para, de igual manera, ofrecer la Sagrada Eucaristía a quienes, por su fe, no pueden creer en la Presencia Real, los cónyuges luteranos de fieles católicos. Y, en general, solo oímos citar la dichosa palabra sino para referirse a la excepción.

¿Cuándo escucharon, de fuentes oficiales vaticanas, discernir lo que ha sido siempre práctica habitual de los fieles católicos? ¿Cuándo que se use el término para deducir nuevas exigencias de la fe? Así, queda la descorazonadora impresión de ser un ‘truco’ psicológico para hacer lo que de cualquier modo deseamos hacer y probablemente íbamos a hacer, pero con buena conciencia y las bendiciones de la jerarquía. Apuesto que no abundan los casos en que, en las situaciones citadas más arriba, el proceso se ha resuelto con una respuesta negativa.

Caminar con los excluidos amontona en tres palabras dos clichés, ese ‘caminar’ que uno no sabe muy bien qué significa, metáfora abusiva donde las haya, y ese ‘excluidos’ que igualmente puede referirse al grupo que más interés se tenga en promocionar. Es decir, no se usa como mero participio del verbo excluir, dejar fuera, sino de los mismos colectivos que constituyen la coartada humana de la izquierda política. En la Iglesia de hoy tendrían motivos de sobra para sentirse excluidos, para verse muy obvia y hasta oficialmente excluidos, ‘colectivos’ que, apostamos un brazo, no están en la mente de Sosa ni en la de los redactores de las ‘preferencias’. Cualquier congregación con veleidades de piedad tradicional tiene todas las papeletas para ser ‘misericordiada’, es decir, excluida, del mismo modo que todo personaje público que exprese su inclinación por la doctrina católica de toda la vida. No puedo jurarlo, pero dudo que muchos de ellos se encuentren con muchos ‘caminantes’ jesuitas a su lado.

‘Acompañar a los jóvenes’ no solo es increíblemente inane como propósito; en los tiempos que corren empieza a ser casi sospechoso. Está por comenzar una minicumbre motivada por escándalos de clérigos de los que no puede decirse que no buscaran ‘acompañar a los jóvenes’. En otro sentido, es paradójico este empeño por la juventud en una congregación que envejece inexorablemente, de la que los jóvenes, evidentemente, parecen preferir mantenerse mayoritariamente a distancia.

Como dijimos con ocasión del sínodo falsamente denominado “de la juventud”, los renovadores, siempre que apelan a la mocedad, parecen estar refiriéndose a la suya propia, sin hacer el elemental examen de conciencia que les lleve a concluir que son todas esas estrategias pensadas para halagar a los jóvenes las que han fracasado lamentablemente. Si algo caracteriza a las tendencias ideológicas dominantes es que sus partidarios están convencidos de que lo que se necesita cuando fallan con estrépito sus soluciones es duplicar la dosis.

De ocuparse de la casa común poco diré. La ecología es una novedad en la doctrina católica, al menos como se plantea ahora, siguiendo con conmovedora fe todos los dogmas seculares al respecto. No sé exactamente qué tiene de apostólico distribuir correctamente la basura en sus bolsas correspondientes, ni cómo podría considerarse asunto tan prioritario para un católico como para incluirlo en una lista de solo cuatro directrices para diez años. Por otra parte, todo lo que se me ocurre verdaderamente apostólico está proscrito como proselitismo o rigidez, así que quizá sea mejor reciclar, que no puede hacer mucho daño.

Despojadas de sus ropajes clericales, separadas de su contexto eclesial, las ‘cuatro preferencias’, además de continuar la senda única ya emprendida y ser, por lo mismo, innecesarias, pueden presentarse como un buen resumen de lo que debe hacer el progresista al uso. Y, sinceramente, eso ya lo tenemos en todas partes; para eso nos parecen innecesarias las órdenes, las jerarquías y la propia Iglesia. Ya tenemos una ONU, no necesitamos dos.

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