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¡¿Acaso el planeta se ha vuelto loco?!

¡¿Acaso el planeta se ha vuelto loco?!

Pato Acevedo, el 7.07.20 a las 10:21 PM
Al leer noticias en mi teléfono, no puedo evitar preguntarme cómo hemos llegado aquí. No fue hace tanto, creo yo, que la película El Último Tango en Paris fue censurada en muchos territorios, por sugerir ciertas prácticas sexuales que hoy son el remate de un chiste. Apenas en 2008 el candidato demócrata Barack Obama decia apoyar el matrimonio natural, posición que hoy es evidente hate speech, “discurso de odio". ¿Cómo puede haber cambiado tanto el mundo en tan pocos años? ¿El planeta se ha vuelto loco?

A veces me pregunto si un romano del S. IV habrá sentido algo parecido. Un día estás celebrando los rituales a los dioses de la ciudad, como han hecho los hombres decentes por siglos, y escuchas sobre esta nueva secta judía mesiánica, que se niegan a sacrificar a los dioses. “No faltan los locos” piensas, pero cada día llegan historias de estos ateos que aparecen por todas partes. Los pretores los persiguen y los arrojan a los leones, pero no parece tener efecto, los reportes parecen ser cada vez más frecuentes. Pasan algunos años, y ahora el emperador mismo decide tolerar la demencia, y decreta “libertad religiosa para los cristianos". Un par de décadas más tarde un joven emperador decide que el cristianismo es la religión oficial del Imperio, y proscribe los cultos a los dioses tradicionales.

¿Conclusión? En el lapso de una vida, haciendo exactamente lo mismo, un ciudadano ejemplar ha pasado a ser un enemigo del Estado. La comunidad en que vivía ha cambiado radicalmente, es decir, su mundo se ha vuelto loco.

Permítanme proponer una explicación a la situación actual: La culpa de todo esto la tiene la Unión Soviética.

Verán, durante décadas, el Estado Ruso propagó el veneno del comunismo por el mundo, en una abierta guerra cultural. Las universidades y artistas de Occidente eran el campo de batalla y, mientras existía la Unión Soviética, el conflicto era reconocido y se luchaba. Cuando cayó el imperio comunista, se celebró la victoria del capitalismo y hasta se habló del fin de la historia.

El problema fue que quedaron muchos soldados del imperio rojo sembrados en sus antiguos cuarteles. Tal como los soldados japoneses perdidos en las islas del pacífico, a su modo, ellos seguían luchando. Se escondieron en sus oficinas académicas y tocatas folklóricas, y se dedicaron a re pensar sus sueños. Entonces encontraron una salida a su dilema: El comunismo real fracasó, dijeron, pero no el marxismo, el método de análisis marxista sigue siendo válido. Ya no serían los paladines de la clase obrera, como se imaginó Marx, pero habría nuevos oprimidos a los que liberar de sus opresores: las minorías sexuales, raciales, mentales, sociales, económicas, y un interminable etc. Nuevamente serían los defensores de los excluidos y abusados por la sociedad capitalista y totalitaria, solo que esta vez no en nombre de una clase social en particular, sino de los excluidos del modelo en general.

El nuevo enfoque, sin embargo, tenía un problema: las minorías no ganan elecciones. A fin de cuentas, todo se trata de obtener el poder político, así que este nuevo “marxismo de minorías” por sí solo no era útil. Era necesario ganar la voluntad de la gente, y la herramienta adecuada era la lástima y la empatía. Si lograban que el público empatizara con esos grupos minoritarios, que los vieran como víctimas de una injusticia, buena parte de ellos votaría por la izquierda. Permítanme un paréntesis aquí: No digo que no se cometieron injusticias contra tal o cual grupo, pero convertir a las minorías en centro de la política pública, al punto de olvidar el bien común, es una hazaña nada despreciable.

El gran aliado de esta estrategia es la natural y tan humana debilidad por el fariseísmo y la hipocresía. Ver, juzgar, condenar y castigar la paja en el ojo ajeno, al tiempo que ignoramos olímpicamente la viga en el propio. Todos queremos construir un mundo mejor, ser compasivos y factores de cambio, pensar que “otro mundo es posible” y que no estamos “del lado equivocado de la historia", pero sin dejar de cambiar nuestro iPhone cada año, ni que nuestro jardinero deje de venir una vez por semana. Así, quien jamás había conocido a un homosexual, pagaba sueldos de miseria a un migrante, o maltrataba a sus funcionarias, expiaba sus culpas votando por políticos de izquierda.

Desde la vereda opuesta, hemos debido lidiar con el enorme inconveniente de la estrategia “minoría + empatía": El fin del debate racional. Al empatizar con otro debemos sentir sentir su dolor, no cuestionarlo, ni mucho menors buscar explicaciones para su condición. Y luego de ese ejercicio empático, la experiencia personal dictará la política a seguir, sin dudar jamás de lo que el oprimido exige o cree necesitar. En la política de la empatía, quien intenta aportar razones, preguntar por conceptos claros o considerar datos objetivos, es una mala persona y es responsble de todo lo malo que ocurre. Con tal sujeto no es necesario ni provechoso debatir ¿Qué beneficio se podría obtener al dar tribuna o espacio al intolerante? Su indecencia es tal, que debe ser excluido del espacio público. Nace así también el “discurso de odio” como categoría política. Todo en nombre de la empatía y la tolerancia.

En definitiva, el adversario de la izquierda política ya no es solo alguien que opina diferente, sino un inmoral, un enemigo que solo quiere conservar privilegios, o hacer sufrir a los demás. La estrategia se resume en identificar una minoría, reemplazar el debate racional por la empatía, y perseguir al adversario como un enemigo, por ser mala persona, un troll.

Se podrá replicar que algo de esto siempre ha existido, que la superioridad moral ha sido una de las marcas de identidad de la izquierda, y es cierto. Sin embargo, lo que denota un cambio, un nuevo umbral en esa senda, es el surgimiento de la policía moral de izquierda. Aquí es donde parece que el planeta se ha vuelto loco: lo que antes era inmoral ahora se considera no solo tolerable, sino obligatorio. No basta con considerar la transexualidad como normal, incluso se deben apoyar las terapias de transición para niños, como le ocurrió a J.K. Rowling, autora de Harry Potter. No basta con acoger y legislar el divorcio, el matrimonio mismo debe ser prohibido y denunciado como una estructura de opresión. No basta con ser feminista, también debes jurar y prometer (en un acto literalmente orwelliano) que una mujer trans es una mujer.

Cuando no hay lugar para el debate racional, tampoco lo habrá para una opinión diferente, porque todo el edificio ideológico es rígido e inflexible, y cualquier grieta en su estructura amenaza con derrumbarlo por completo. Tampoco existe espacio para el humor. El mero hecho de reírse con un chiste machista o transfóbico debe ser denunciado, so pena de ser tenido por cómplices de la maldad y la indecencia, facilitadores de la enfermedad mental que es el machismo. La izquierda ha construido su propia inquisición, ha comenzado a quemar de libros y todo, y la efigie de malpensantes. Esperemos que nunca llegue a quemar personas.

“Yo, por mi parte, les doy la bienvenida a nuestros nuevos amos insectoides”. Solo les advierto que, tal como nos ocurrió a los católicos, la gente continuará riendo de chistes machistas a sus espaldas, jurándose amor eterno y, en buenas cuentas, haciendo lo que quieran hacer. Y que pronto su policía moral acabará por caer.

Categorías : Cultura