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LAS SIETE PALABRAS EN LA CRUZ. Éste es el día que hizo el Señor, alegrémonos. Así, con toda razón, canta la Liturgia, pues conmemoramos hoy la manifestación del esplendor divino en nuestro mundo. …Más
LAS SIETE PALABRAS EN LA CRUZ.

Éste es el día que hizo el Señor, alegrémonos. Así, con toda razón, canta la Liturgia, pues conmemoramos hoy la manifestación del esplendor divino en nuestro mundo. Los anteriores prodigios: tantas profecías cumplidas; tantas palabras llenas de verdad y consuelo pronunciadas por el Hijo del Hombre; aquella conducta intachable, ejemplar: aprended de mí..., ¿quién me acusará de pecado?; tantas curaciones, hasta los muertos volvían a la vida por su palabra... Bien..., todo aquello se queda en nada; es insignificante, frente a la manifestación gloriosa de Jesús resucitado, que vence por su propio poder a la inamovible losa de la muerte: por la misma virtud de Cristo, el cadáver vuelve a la vida. Es, en verdad, Señor en la vida y de la muerte. Ya lo advirtió: doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre. Así confirma Jesucristo de modo indudable su absoluto señorío en el mundo. Pues no muestra su poder únicamente sobre las realidades físicas presentes en la naturaleza, sino sobre la misma vida humana, que recupera con más esplendor que antes de la muerte gloriosa, tras la resurrección. Es el Evangelio definitivo, la Noticia que Dios trasmite por fin a la humanidad, tras muchos siglos de sucesivas revelaciones: que nuestra vida debe ser divina. Ese es nuestro acabado destino, el proyecto divino para cada hombre.