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La Coena Domini en el Santo Sepulcro. Estaba llena de fieles, en la mañana del Jueves Santo, todo el área alrededor del edículo del Santo Sepulcro. Muchísimos sacerdotes, junto con frailes, cristianos …Más
La Coena Domini en el Santo Sepulcro.

Estaba llena de fieles, en la mañana del Jueves Santo, todo el área alrededor del edículo del Santo Sepulcro. Muchísimos sacerdotes, junto con frailes, cristianos locales y peregrinos, han participado en la Misa ‘in Coena Domini’, en el trascurso de la cual se ha celebrado también el rito de la bendición anual de los santos óleos.

Al mismo tiempo, fuera de la Basílica, debido a la coincidencia litúrgica que une este año a las distintas confesiones cristianas, también los greco-ortodoxos celebraban su jueves santo.

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” recitaba continuamente el versículo del salmo, anticipando la agonía de Cristo en Getsemaní, donde repetirá, oprimido por la angustia que le hará sudar sangre…: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino lo que quieres tú”.

La misa, al comienzo del triduo pascual, celebra el don que Cristo nos hizo de la Eucaristía, y la institución del sacerdocio. Un servicio a la humanidad simbolizado en el lavatorio de los pies a los discípulos. Por eso el patriarca latino de Jerusalén, Fuad Tual, tras la homilía, ha lavado los pies a seis franciscanos y a seis sacerdotes del patriarcado latino.

“En cada uno de nosotros hay un Pedro que pretende salvarse y santificarse por sus propios méritos –decía monseñor Tual–, pero de este modo vaciamos la cruz de Cristo de su poder”. Su Beatitud nos pone en guardia ante formas peligrosas de autonomía: “aceptar esta salvación que procede de Cristo en la cruz es pasar de la autosuficiencia que todo lo sabe, y de la libertad que se permite hablar de todo, a la humildad que adora y escucha, que acepta la necesidad de ser continuamente sostenida y perdonada”.

Y en el centro de todo, la Eucaristía, el centro de la última pascua que Jesús celebró con sus discípulos. Por esto, la custodia que mostraba la ostia consagrada ha realizado tres vueltas al edículo, acompañada por los sacerdotes presentes, para subrayar el vínculo entre la última cena y la institución del sacerdocio. Sacerdotes vestidos de blanco y con velas en la mano para celebrar un doble acontecimiento: su ordenación y el privilegio de consagrar el pan y el vino.

Al final de la procesión, la custodia ha sido depositada dentro del edículo. Allí quedará durante toda la noche. La única noche, en todo el año, en la que la tumba no queda vacía, sino convertida en sagrario.