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jamacor
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La adicción del siglo XXI. ¿Cuándo fue la última vez que disfrutaste de algo sin tener que publicarlo? Despertamos como si algo nos hiciera falta. Una sensación extraña y a la vez familiar que …Más
La adicción del siglo XXI.

¿Cuándo fue la última vez que disfrutaste de algo sin tener que publicarlo?

Despertamos como si algo nos hiciera falta.
Una sensación extraña y a la vez familiar que desaparece cuando nuestra mano se topa, por encima de la cómoda o entre los pliegos de las sábanas, con la silueta dura y rectangular del celular. Empezamos el día solo después de navegar en las redes sociales, a través de las novedades de la familia, los amigos y tantos desconocidos que, sin querer, ya son parte de nuestra vida.

No queremos quedarnos atrás ante la velocidad vertiginosa con la que avanza el mundo. Por eso, el hecho de no perdemos de nada relevante, enterarnos en tiempo real de todo lo que pasa o hacer públicos los instantes más placenteros de nuestros días, nos da cierta tranquilidad.

Tal vez a algunos les costará creerlo pero los psicólogos, al igual que los creadores del video que les presentamos a continuación, ya se atreven a comparar el apego de nuestra generación a los celulares con los síntomas propios de las adicciones que se han conocido siempre.

En qué momento nos acostumbramos a vivir de esta manera

Dejando de utilizar la tecnología a nuestro beneficio — accediendo a la información en tiempo real o haciendo menos difícil la distancia con nuestros seres queridos que están lejos —, para que sea ella la que nos termine utilizando a nosotros. Siempre he intentado entender esta relación casi afectiva que tenemos los seres humanos con estas nuevas formas de comunicación. Le he dado bastantes vueltas al asunto leyendo artículos de investigación, entrevistas a expertos o a reconocidos influencers y, en mi opinión, todo lo dicho hasta el momento, de diferentes maneras, aterriza en la misma conclusión. Las redes sociales —con los filtros en las fotos, feeds de colores y frases motivacionales — nos bombardean con ideales de perfección sobre nuestros cuerpos, vestimentas, tiempos de ocio, incluso sobre nuestros gustos o sobre la dinámica que deberíamos tener con nuestras parejas, amigos y familiares.

Sin embargo, la vida real de todas las personas, sin excepción alguna, está cargada con diferentes matices de dificultad, totalmente ajena a la perfección que tanto nos venden a diario. Muchas veces, de manera consciente o inconsciente, creemos que debemos alcanzarla para ser felices, pero esto solo nos llena de frustración, dejándonos insatisfechos con nosotros mismos y con nuestra realidad. Justamente porque esa perfección que tanto perseguimos, no existe ni existirá nunca.

Hablemos de ser auténticos


Por eso es tan importante el esfuerzo que hacen algunos influencerspara ser lo más auténticos posibles en sus redes sociales. Al mostrarse vulnerables, haciendo evidentes sus imperfecciones y compartiendo también sus malos momentos, están logrando que sus miles o millones de seguidores despertemos de una vida idealizada para empezar a reconciliarnos con nuestra vida cotidiana, sin importar lo imperfecta que pueda llegar a ser.

Creo que todos estamos cansados de comparar nuestras vidas con lo que otros deciden compartir de las suyas. Nos hemos dado cuenta que el verdadero sentido de inmortalizar nuestros recuerdos con el celular no es publicarlos en un mundo virtual que, a final de cuentas, no es real, sino atesorarlos a través del tiempo, después de haberlos vivido intensamente. Ya no queremos seguir llevando la cuenta de todo lo que nos falta. Como dice la joven en el video, lo que de verdad necesitamos es volver a conectarnos con nuestra realidad y sentirnos agradecidos por lo que sí tenemos, sobre todo por las personas que son parte de nuestra vida y por los momentos de auténtica felicidad que nos regalan siempre.

Una cena con nuestra pareja, un concierto de nuestro artista favorito, una salida con los amigos, los almuerzos con la familia cada domingo e incluso los instantes de oración que dedicamos al día, podrán ser momentos simples pero que terminarán convirtiéndose en los pequeños hilos con los que se teja nuestra historia personal. Los mismos que se nos escapan, como arena entre los dedos, al estar a cada rato pendientes de todo lo que sucede detrás de nuestras pequeñas pantallas. No esperemos a que se hayan ido para siempre para empezar a valorarlos porque, tal vez, no tendremos otra oportunidad para vivirlos de nuevo.

El tesoro del presente

No sé si a ustedes, pero a mí, personalmente, me dolió responder «no me acuerdo», cada vez que la joven preguntaba sobre la última vez que vivimos plenamente lo cotidiano de nuestros días y valoramos a las personas que tenemos al lado, sin necesidad de compartirlo con el resto del mundo en una realidad virtual.

Como dice la joven al final del video, todos anhelamos una vida auténtica, en donde volvamos a sonreír, disfrutar de lo que nos gusta y amar a nuestros seres queridos, sin tener una cámara al frente. Pero por sobre todas las cosas, en donde nuestra identidad esté basada en el inmenso amor de Dios hacia nosotros, no en la cantidad de likes que alcanzamos con cada foto que publicamos.

Por eso, sin dejar de reconocer el gran progreso y ayuda que significan los celulares en nuestros tiempos, el Papa Francisco nos pide, sobre todo a los jóvenes, que no perdamos nuestra libertad al volvernos dependientes y esclavos de los mismos. «No dejéis, queridos jóvenes que el resplandor de la juventud se apague en la oscuridad de una habitación cerrada en la que la única ventana para ver el mundo sea el ordenador y el smartphone».

También, para la jornada mundial de la juventud del año pasado, celebrada a nivel diocesano, el Papa nos invitó a abrir las puertas de nuestra vida para que esté ocupada por personas concretas y relaciones profundas con las que compartir experiencias reales en nuestra vida cotidiana. «No pierdan el gusto de disfrutar del encuentro, de la amistad, el gusto de soñar juntos, de caminar con los demás. Los cristianos auténticos no tienen miedo de abrirse a los demás, compartir su espacio vital transformándolo en espacio de fraternidad».

Artículo elaborado por Alessandra de Cava.
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