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Irapuato
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San Albano de Inglaterra, soldado que se convirtió - 22 de junio.

diócesistv. En Verulamio (hoy Saint-Albans), en Inglaterra, san Albano, mártir, que, según narra la tradición, todavía no bautizado se entregó ocupando el lugar de un clérigo que acogió en su casa, y de quien había recibido instrucción en la fe cristiana, cambiando sus vestidos por los de él, motivo por el cual, después de ser azotado y torturado, fue finalmente decapitado.

A san Alban se le venera como al protomártir de las Islas Británicas y, hasta hoy, se observa su fiesta en toda Inglaterra y Gales el 22 de junio. Su historia, o mejor dicho su leyenda, tal como la expone san Beda en su Ecclesiastical History, puede resumirse como sigue:

Alban era natural de Verulamium, la actual St. Albans, en Hertfordshire. Era un ciudadano prominente y, a pesar de ser pagano, al estallar la persecución de Diocleciano y Maximiano, dio asilo a un sacerdote cristiano que llegó a su puerta. Las conversaciones e instrucciones de su huésped sobre la doctrina cristiana impresionaron tanto a Alban, que se convirtió al cristianismo y recibió el bautismo. Entretanto, el gobernador local había sido informado de que el predicador cristiano al que buscaba afanosamente por toda la región se hallaba escondido en la casa de Alban. Inmediatamente se envió a una partida de soldados a investigar, pero el sacerdote ya no estaba allí. Para facilitar su huida, Alban había cambiado sus ropas con él y fue a Alban, vestido con el amplio manto o «caracalla» del sacerdote, a quien los soldados condujeron, atado de manos, ante el juez. Este se hallaba, precisamente, de pie frente a un altar, en el acto de ofrecer sacrificios a los dioses.

Cuando se bajó el capuchón del manto que cubría la cabeza del prisionero y se estableció su identidad, el gobernador quedó muy indignado. Ordenó que Alban fuese arrastrado al pie del altar y, una vez ahí, le dijo: «Puesto que tú optaste por ocultar y proteger a un individuo sacrilego y blasfemo, al que debiste entregar a los guardias que envié, el castigo que le estaba reservado será para ti, a menos que quieras cumplir con los actos de adoración de nuestras creencias». Alban repuso con firmeza que ya nunca volvería a adorar a los dioses. El juez le pidió que le diera pormenores de su familia y entonces, Alban se irritó. «¿Para qué quieres saber de mi familia? -preguntó- Si lo que te interesa saber es mi religión, te diré que soy cristiano». Entonces se le pidió que diera su nombre y otros datos. «Mis padres me llamaron Alban, replicó. Únicamente adoro y sirvo al Dios vivo y verdadero que creó todas las cosas». El magistrado, impaciente, le ordenó que no perdiera más tiempo en declaraciones pretenciosas y que ofreciese inmediatamente sacrificios a los ídolos; pero Alban no se dejó acobardar y repuso: «Tú ofreces sacrificios a los demonios que no pueden proporcionarte ayuda ni otorgar tus peticiones: cualquiera que ofrezca sacrificios a esos ídolos, no recibirá otra recompensa que el eterno castigo del infierno».

El gobernador, atizada su indignación por las palabras del prisionero, mandó que fuese azotado; luego, al ver que soportaba los furiosos latigazos no sólo con resignación, sino con alegría, le condenó a morir decapitado. Toda la población acudió a presenciar la ejecución y, en la ciudad no quedó nadie más que el juez. La comitiva tenía que cruzar el río en un lugar donde la corriente era muy rápida y, era tanta la gente que formaba hileras para pasar por el puente estrecho, que Alban hubiese prolongado su vida un día más, si esperaba para cruzar. Pero el santo no quería retardar su muerte y, en consecuencia, bajó por la ribera hasta la orilla, levantó los ojos al cielo y, como por encanto, la corriente se detuvo, las aguas se dividieron y, en el lecho del río quedó un paso amplio y seco por el que podía cruzar no sólo el mártir, sino toda la muchedumbre que le seguía. Aquella maravilla produjo la instantánea conversión del verdugo, quien arrojó su espada a los pies de san Alban y le suplicó que le permitiese morir con él o, mejor aún, en su lugar. La procesión avanzó entonces sobre una cuesta que era un gran prado verde salpicado por innumerables flores de todas clases. En la cumbre de la colina, como respuesta a una breve oración del mártir, surgió una fuente de aguas claras para calmar su sed. Otro hombre reemplazó al verdugo convertido y, de un solo golpe de espada, decapitó a Alban; pero en el momento en que la cabeza del mártir cayó al suelo, los ojos del ejecutor se le saltaron de las órbitas y cayeron junto a la cabeza cortada. El soldado que acababa de convertirse, fue decapitado también ahí mismo y, de esta manera, recibió el bautismo de sangre.

La descripción del lugar del martirio en la colina de Holmhurst es, quizás, parte de la tradición original. Todo concuerda perfectamente con la topografía del lugar, excepto que el río Var no es profundo ni tiene corriente rápida. Había un manantial (ahora cubierto) al pie de la colina de Holmhurst, la actual Holywell. Es imposible determinar cuánto de verdad contiene esta historia y hay opiniones muy variadas sobre la cuestión. Se sostiene sobre todo el punto de vista de que san Alban nunca existió, puesto que los decretos de Diocleciano y Maximiano contra los cristianos jamás tuvieron efecto en las Islas Británicas. Por otra parte, algunos investigadores afirman que Alban existió y que muy bien pudo haber sido la víctima de alguna persecución local. La existencia de un culto muy antiguo y extenso respalda esta última afirmación. La referencia más antigua sobre san Alban figura en la biografía de san Germán de Auxerre, escrita por Constancio de Lyon en el siglo quinto, cuando se hace referencia a la visita de san Germán a las Islas Británicas y se declara que éste vio la tumba de san Alban (no dice en qué sitio preciso) «y oró piadosamente en ella, por lo que se tiene por cierto que fue la intercesión del bendito mártir san Alban la que permitió que Germán y sus compañeros tuviesen un feliz viaje de regreso a las Galias».

Gildas y Beda recurrieron al manuscrito «Passio Albani», que data de los comienzos del siglo sexto, para escribir sus narraciones. La popularidad y difusión de la historia puede calcularse por las muchas variantes de la misma que fueron recogidas por Hardy en su «Materials for British History" (vol. I, pp. 3-30). La veneración por el mártir se propagó más todavía a raíz del traslado de sus reliquias a una iglesia local en 1129. Fue por entonces cuando se escribió una narración enteramente fantástica sobre san Amphibalus, fundada en la interpretación equivocada que Godofredo Monmouth dio a la palabra «amphibalus», que significa manto, para bautizar con ella al sacerdote cristiano que se refugió en la casa de Alban. En el relato se dice que aquel sacerdote, «san Amphibalus», fue perseguido y alcanzado y que se le dio muerte a pedradas en Redbourn, a unos siete kilómetros de la casa de san Alban. También se afirma que las reliquias del supuesto santo fueron descubiertas en los terrenos de unos sajones herejes, en el mismo Redbourn.

Por Constancio de Lyon sabemos que, en el año 429, había una iglesia y una tumba de san Alban. Gildas, que escribió cerca del año 540, relaciona a Alban con Verulamium y, en los tiempos de Beda (731), había en Verulamium una iglesia recién construida con una capilla adjunta donde estaban las reliquias de san Alban. La tradición dice que, en 793, Offa de Mercia, construyó ahí una nueva iglesia y fundó un monasterio que, con el tiempo, se convirtió en la famosa abadía benedictina de San Alban, y es posible que la tradición esté en lo cierto.

En los últimos años, el padre A. W. Wade-Evans trató de localizar el sitio del martirio de san Alban, en los alrededores de Caerleon, en Monmouthshire, junto con los de san Julio y san Aarón (celebrados hoy mismo). La hipótesis recibió mayor consideración en el continente europeo que en las Islas Británicas, y el padre bolandista Grosjean, considera que «el martirio de estos tres santos en Caerleon no está desprovisto de fundamentos bastante firmes» (Analecta Bollandiana, vol. LVII, 1939, pp. 160-161). En cambio, Wilhelm Levison rechaza firmemente esta teoría y dice que «el martirio de san Alban puede ser situado, sin lugar a dudas, en Verulamium y el propio San Alban, dentro de las certezas y las probabilidades, encaja perfectamente en esa tradición».

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI