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Cuaresma, conversión y santidad

Cuaresma, conversión y santidad

Luis Fernando, el 10.02.16 a las 9:06 AM
Empiezo el post recomendando la lectura del que ha escrito el P. Iraburu, de tal manera que leyendo sus palabras se hace innecesario seguir leyendo lo que mi torpe pluma pueda escribir. Si aun así alguno se siente con ánimos, que siga leyendo. Voy a ser breve.

Aunque todo el año litúrgico es una fuente de gracia para el cristiano, el periodo de Cuaresma, que empieza hoy con la imposición de la ceniza, es el más apropiado para que se cumpla en nuestras vidas aquello a lo que estamos llamados: la santidad.

No aprovechar este tiempo cuaresmal para crecer en santidad es como estar muerto de hambre y desechar un plato de comida porque hay algo en el mismo que no nos gusta. O como estar sediento y negarse a beber agua porque preferimos tomarnos un refresco. Si Dios nos concede su gracia para dejar atrás nuestros pecados, ¿seremos tan necios como para seguir viviendo en ellos? Pues sí, en parte lo somos. En mayor o menor medida dejamos que pasen los años y sus cuaresmas sin convertirnos por completo a Aquel que dio su vida en la cruz precisamente para pagar el precio que merecemos por nuestra condición pecadora. Y aun así, el Señor es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno nos perdamos.

Debemos olvidarnos de la idea de que en nuestras propias fuerzas vamos a ser capaces de dejar atrás todo aquello que nos separa del Señor o nos impide estar en comunión más plena con Él. Pero también debemos olvidarnos de la idea de que la gracia de Dios es un salvoconducto que anula todo esfuerzo por nuestra parte para adecuar nuestra vida a la voluntad divina. Dios es el que produce en nosotros tanto el deseo como la obra de santidad. Nuestra santificación es, en primer lugar, obra suya. Pero también nuestra.

Somos llamados a ser río por el que transcurran las aguas vivas del Espíritu Santo. Río que desemboca en el océano de la vida eterna junto al Dios trino. Nuestros pecados contaminan el agua de ese río, pero allá donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. Una gracia que limpia, restaura y vuelve todo a a la pureza del agua bautismal en la que renacimos de nuevo.

Que el Señor nos conceda en esta Cuaresma el don de la conversión y que nos conceda sobre todo aceptar ese don, para que así se pueda producir en nuestra alma el milagro de alcanzar un mayor grado de santidad.

María, Madre de Misericordia, ruega por nosotros.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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