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Muerte cerebral y dignidad, las preguntas del caso Archie Battersbee

Muerte cerebral y dignidad, las preguntas del caso Archie Battersbee

Por Redaccioninfovaticana | 16 agosto, 2022

(Riccardo Cascioli en la Nuova Bussola Quotidiana) – Entre los muchos interrogantes que plantea el caso de Archie Battersbee, el niño de doce años que murió el sábado 6 de agosto en un hospital de Londres después de que los médicos, siguiendo las órdenes de los jueces, le desconectaran el respirador; cabe destacar la instrumentalización de la muerte cerebral. Y la ambigüedad del concepto de dignidad humana.

«Archie Battersbee falleció el sábado por la tarde…»: así comienza el comunicado de prensa emitido por el Barts Healt NHS Trust, el fondo que administra el Royal London Hospital y que ha protagonizado la batalla legal contra los padres de Archie para poder retirar el soporte vital del niño de 12 años, en coma desde el 7 de abril. Así, el hospital también explica que Archie murió el sábado 6 de agosto. Y no el 10 de abril, cuando los médicos pidieron a sus padres que les permitieran extirparle los órganos. Tampoco el 31 de mayo, día de la resonancia magnética que, según el juez, habría determinado la muerte del niño. Murió el 6 de agosto, después de que le retiraran el respirador que lo mantenía con vida; murió por asfixia, y fue un espectáculo escalofriante según ha declarado una persona presente. Así que, si las palabras tienen sentido, Archie estuvo vivo hasta las 14 horas de la tarde del sábado 6 de agosto, según admiten los propios médicos.

Ahí radica una de las cuestiones que el caso de Archie ha puesto de manifiesto. ¿Cuándo se puede declarar la muerte de una persona? Hoy en día solemos equiparar la muerte de una persona con la muerte cerebral, es decir, con el cese definitivo de toda actividad encefálica. Sin embargo, esta definición está siendo cada vez más cuestionada, como documentamos en una investigación de hace cuatro años (aquí, aquí y aquí).

El caso de Archie también nos hace darnos cuenta de los riesgos a los que uno se expone al dar por sentado el concepto de muerte cerebral. Según la ley actual, si se siguen todos los procedimientos, primero habría que realizar todos los exámenes y comprobaciones necesarios para llegar a un diagnóstico de muerte cerebral; y en ese momento se puede declarar oficialmente la muerte de la persona. Es en ese momento cuando, eventualmente, se puede hablar de la extirpación de los órganos.

En el caso de Archie se asumió que había muerte cerebral sin haber realizado todos los exámenes necesarios, hasta el punto de que Hollie Dance, la madre de Archie, siempre se ha quejado de que se le presionó para que donara órganos desde el segundo día de ingreso de Archie en el Royal London Hospital (tres días después del accidente). Y esa serie de pruebas nunca se completó, hasta el punto de que en la sentencia del Tribunal Superior del 13 de junio, el juez respaldó la opinión de los médicos de que la muerte cerebral de Archie era «altamente probable».
Una afirmación que hizo estremecerse incluso a los somnolientos obispos ingleses: en una declaración del 23 de junio, el obispo auxiliar de Westminster, John Sherrington, responsable de la vida en la Conferencia episcopal, dijo que «es necesaria la certeza moral antes de reconocer la muerte», es decir, que hay que seguir «criterios neurológicos precisos». Algo que «no se ha hecho» en el caso de Archie. «No se puede juzgar sobre la vida y la muerte basádose en criterios de probabilidad afirmando que ‘es probable o muy probable’ que esté muerto». El obispo Sherrington concluía la declaración afirmando que no sería lícito retirar el soporte vital sin la certeza de la muerte.

Lo absurdo de la sentencia -un potencial boomerang para los médicos- también debió de quedar patente en el posterior proceso judicial, hasta el punto de que el relato, para conseguir el objetivo, se centró entonces exclusivamente en el «interés superior» de Archie. Y en base a esto se dictaminó que Archie debía morir, y morir en el hospital. Tanto es así que su muerte no se certificó hasta el 6 de agosto, después de que se desconectara el respirador.

Por lo tanto, vale la pena registrar este inquietante pasaje en el que el Estado decide dejar morir a una persona, sin siquiera justificarse con criterios objetivos.

Un segundo aspecto que todo el asunto de Archie pone de manifiesto es el concepto de «dignidad». Curiosamente, tanto los médicos y los jueces, por un lado, como la familia de Archie, por otro, han invocado a menudo la dignidad de Archie para apoyar sus posiciones. Se ha invocado la «dignidad» para mantenerlo muerto y se ha invocado la «dignidad» para mantenerlo vivo e incluso para trasladarlo a un centro de paliativos cuando ya no había nada que hacer. ¿Qué es entonces la dignidad? ¿O en qué consiste la dignidad humana? ¿Es posible reconocer un sentido objetivo a esa dignidad?

Es aquí donde se hace evidente la diferencia entre una visión religiosa y una agnóstica o atea, entre el reconocimiento del hombre como trascendencia y una concepción materialista. La verdadera dignidad del hombre consiste en haber sido creado a imagen y semejanza de Dios y en estar llamado a la vida eterna. Por ello, su vida es de libre disposición y su cuerpo no puede ser tratado como un objeto. Pero si no se reconoce esta creaturalidad, la dignidad se reduce a la calidad de vida (como en el caso de la eutanasia y el aborto) o, en todo caso, a criterios utilitarios: en determinadas condiciones uno se convierte en una carga para la sociedad. Es la demostración de que sin Dios la dignidad invocada se convierte en realidad en algo profundamente inhumano.
Así lo advirtió también claramente Benedicto XVI, que invitó incluso a los ateos a vivir «como si Dios existiera»: «Sería hermoso -dijo en un mensaje a los participantes en el Patio de los Gentiels el 16 de noviembre de 2012- si los no creyentes quisieran vivir ‘como si Dios existiera’. Aunque no tengan la fuerza para creer, deberían vivir según esta hipótesis; en caso contrario, el mundo no funciona. Hay muchos problemas por resolver, pero jamás se resolverán del todo si no se pone a Dios en el centro, si Dios no vuelve a ser visible en el mundo y determinante en nuestra vida».

Lo que le ha ocurrido a Archie es una vez más, prueba de ello.

Publicado por Riccardo Cascioli en la Nuova Bussola Quotidiana

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana