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Consejos y clamores a los Obispos (de San Bernardo de Claraval)

(115) Consejos y clamores a los Obispos (de San Bernardo de Claraval)

Mª Virginia, el 27.01.16 a las 5:17 AM
Aclara San Bernardo que es por obediencia a un obispo por lo que se determina a escribir el tratado que lleva por nombre “Sobre las costumbres y oficios de los obispos”, que como la gran mayoría de las obras de los santos, sigue conservando vigencia frente a mucho palabrerío contemporáneo que finalmente se lleva el viento.

Como el abad de Claraval, también muchísimos fieles hoy nos preguntamos “¿quiénes somos nosotros, para escribir a los obispos?

Sin tener ningún mandato preciso, respondemos sencillamente:“Somos hijos”. Hijos que piden, que claman, que esperan…

Hijos que esperamos el Pan de la Verdad en nuestra mesa y Misa diaria, hijos que esperamos la misericordia de la claridad, y especialmente, que los pastores ahuyenten con su cayado a los lobos, que no los inviten a “cenar junto al Rebaño”, y que si es preciso, les den su merecido enviándolos lejos, acciones todas ellas que disiparían una densa neblina que hace que muchas ovejas caigan despeñadas todos los días a nuestro alrededor. Misericordia para las ovejas antes que para las fieras, pues, es lo que la grey suplica.

Por eso quisiéramos servir de ecos a esas magníficas voces de los santos, que siguen resonando para consuelo y edificación de los verdaderos hijos de Dios, hasta el fin de los tiempos, y como dice San Bernardo, “porque la cosa es ya tan manifiesta, que la multitud misma de reprensores parece que ha endurecido más su descaro…”

“Pero se enojan contra mi, aún si con sólo una señal doy a entender que se deben reprobar esas cosas. Me mandan que ponga la mano en mi boca, diciendo que soy monje, que no debo juzgar a los obispos.

Ojalá que también me cerraran los ojos para que no pudiera ver estas cosas que me prohíben contradecir. ¿Será presunción, que siendo yo oveja, viendo que se arrojan sobre mi mismo pastor dos lobas fierísimas, que son la vanidad y la curiosidad, haga yo ruido y alguno salga al encuentro de las bestias crueles, socorriendo al que va a perecer?.

¿Qué harán de mí, que soy una ovejilla, cuando acometen al mismo pastor con tanta fiereza? Ciertamente, si no quieren que dé voces por él, ¿no me será permitido ni siquiera el balar por mí? (…)

Este clamor se dirige a los obispos para que se sientan como las mujeres que se engalanan en exceso. Aunque yo no hablara ¿no lo haría cada uno a su conciencia?
(…)”

Hablo con claridad cosas que están desnudas.

No cubro lo que debería ocasionar pudor, sino que manifiesto lo que se hace sin vergüenza. ¡Ojalá que estas cosas se hicieran privadamente y dentro de las cámaras!

¡Ojalá que sólo nosotros las viésemos y las oyésemos!

¡Ojalá que, aún diciéndolas, no se nos creyese!¡Ojalá que estos nuevos Noés nos dejaran justificarlos de algún modo! Más ahora, mirando el orbe, toda la fábula del mundo, ¿sólo nosotros callaremos? Mi cabeza, partida por todas partes, brotando mi sangre por todos lados ¿juzgaré que se debe cubrir?

Cualquier cosas que aplique se ensangrentará; será mayor confusión haberla querido cubrir, cuando es imposible hacerlo…”

***


Nos ha parecido especialmente elocuente el capítulo de este tratadito que trata sobre la necesidad de buenos consejeros, pues como todo hombre tiene necesidad de ellos, yes obra de misericordia dar consejo al que lo necesita, mucho más está obligado a ello quien tiene almas a cargo. Pero como nadie puede dar lo que no tiene, sea cual fuere el rango que ocupen en la Iglesia, necesitarán rodearse de consejeros cuidadosamente escogidos, para alertar a su grey convenientemente, y no convertirse en “ciegos que guían a otros ciegos”.

¿Acaso podrán guiarnos teniendo como consejeros a pseudoteólogos como Kasper, Küng, Leonardo Boff, o con frailes como Cantalamessa, que proponen “disimular” a la Madre de Dios por conveniencias ecuménicas? ¿Serán buenos consejeros, si tienen como autores de cabecera a Anthonny de Mello, Anselm Grün, o “filósofos” como Gianni Vattimo o Michel De Certaux,,,? Dado que de la abundancia del corazón hablará la boca,no es ocioso suplicar a nuestros pastores la vigilancia seria en la elección de sus consejeros:

“Desde que recibisteis las llaves del Reino de los cielos, que os entregaron, siendo Dios autor de esto; si llegó a nuestros oídos que hicisteis algunas cosas que no debisteis, o que padecieseis algunas, que no quisierais, nos dolimos de quien hacia aquéllas y nos condolimos con quien padecía éstas.

Mas entre esto hacía yo memoria de aquellos versículos:

Los que descienden al mar en las naves, y que trabajan en medio de las muchas aguas, suben hasta los cielos, y bajan hasta los abismos. Su alma se consumía a la vista de tantos males; fueron turbados, y movidos como el que está embriagado; y toda la sabiduría de ellos fue trastornada.

Y por eso, no juzgaba yo con rigor, como suelen hacer algunos: antes bien me provocaba a compasión este pensamiento: Si es tentación, -decía yo-, la vida de cualquier hombre sobre la tierra, ¿a cuantos peligros, juzgas tu, que estará expuesta la vida de un obispo, a quien le es forzado sostener las tentaciones de todos?

Si yo escondido en la caverna, no encuentro la verdad luciendo sino humeando, sin embargo, aun así no logro evitar los ímpetus de los vientos, (…) ¿qué sucederá al que está puesto sobre el monte, al que está colocado sobre el candelero? (…) ¿con qué molestias no será angustiado, qué penas no sufrirá aquel, en quien, aunque las cosas propias estén en calma, con todo eso jamás faltan por lo que mirar a los demás, peleas por fuera y temores por dentro?

Habéis pensado con cordura, que la carga sacerdotal, los negocios del Obispado, y la acción pastoral no se podrían administrar dignamente sin consejo, aun la misma Sabiduría, madre de los consejos castos, hablando de sí dice:Yo que soy la sabiduría, habito en el consejo.

Pero ¿en qué consejo? ¿Por ventura en cualquiera? Y asisto, dice la Escritura,entre los pensamientos eruditos. Igualmente, nos amonesta por la boca de Salomón, que nos desviemos de los consejos infieles, de este modo:

Trata tu causa con el amigo, y no reveles tu consejo al extraño.

Hermosamente también por otro sabio, persuadiendo a que nada se haga sin consejo, y advirtiendo en medio de eso, cuan pocos son los hombres del consejo, habla de esta manera:

Tus amigos sean muchos, mas uno de entre mil sea tu consejero.


Uno de entre mil, dice. (…) y esos mismos muy idóneos, próvidos y benévolos, y aun para que así fácilmente os ayuden, (…)

Adhiriendo al consejo de estos, no seréis precipitado en pronunciar sentencia, no seréis vehemente en exigir la venganza, no seréis demasiado remiso en corregir, no severo con exceso en perdonar; no seréis pusilánime en dar lugar al tiempo; no habrá superfluidad en la mesa, no cosa de notar en el vestido: no seréis acelerado en prometer, no tardo en cumplir, como tampoco pródigo en dar.

El consejo de éstos siempre alejará de ti aquel mal, que para el tiempo es viejo, pero para la codicia nuevo; la simonía, digo, y su madre la avaricia, la cual es culto de los ídolos. Y, para comprenderlo todo en una palabra, si confías en estos, honrarás en todo, a ejemplo del Apóstol, vuestro ministerio. Vuelvo a decir vuestro ministerio, no vuestro dominio. (…)

Honrad pues vuestro ministerio, con arregladas costumbres, con ejercicios espirituales, con buenas obras. ¡Cuántos hay que hacen esto de otro modo muy diferente! (…)”

Teniendo muy en cuenta que en la elección de consejeros, los hay también muy astutos que llevarán a los pastores a seguir los preceptos del mundo, el santo abad advierte a obispos y sacerdotes:

“..Mas tu, sacerdote de Dios altísimo, ¿a cuál de estos te dispones a agradar? ¿al mundo, o a Dios? Si al mundo, ¿por qué eres sacerdote?

Si a Dios, ¿cambiará el sacerdote según sea el pueblo de donde proviene? Si quieres agradar al mundo, ¿qué provecho encuentras en el sacerdocio? No puedes servir a dos señores.


El que quiere ser amigo de este mundo, se constituye en enemigo de Dios.

El Profeta nos dice que separará a los buenos de los que buscan agradar a los hombres.

Éstos sufrirán confundidos por el desprecio de Dios.

Según el Apóstol, si agradara yo a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Así, queriendo agradar a los hombres, no agradas a Dios.

Al no agradarle, tampoco lo aplacáis. ¿Por qué eres sacerdote?

Si, como añadí, no intentas agradar al mundo, sino a Dios, deberás considerar que el sacerdote es el pastor y el pueblo las ovejas.


El pastor no puede caminar encorvado y mirando hacia abajo, como si fuera una oveja.

No puedes dedicarte solamente a mirar a la tierra y buscar pasto para el vientre.

Mientras tanto, el corazón está en ayunas. ¡Ay si el lobo viene! No habrá quien lo vea antes de llegar.

No habrá quien acuda al peligro ni quien esté libre del mismo.
¿Es decente que un pastor esté recostado sobre los sentidos corpóreos, pegado a las cosas ínfimas, anhelante de las terrenas, en lugar de estar derecho como un ser humano, mirando con ánimo al cielo, buscando las cosas espirituales en lugar de las puramente terrenales?…”


Algunos sin embargo, creen que es propio de “espíritus cerrados” la reticencia a un diálogo estrecho e íntimo con el mundo, y que los tiempos presentes requieren en cambio una intrepidez mayor, adoptando actitudes y gestos otrora reprobadas por la Iglesia. San Bernardo considera en cambio que

“…Es bienaventurado el hombre que está siempre temeroso. No puede decir esto el arrogante y presuntuoso, que ostentándose con descaro a si mismo, frecuentemente y en todas partes, como quien anda por un campo, anhela con ansia la gloria y aún se gloria cuando ha obrado mal y se regocija en las cosas pésimas. Juzga que no le ven, porque tiene más que le imiten que quienes le reprendan, siendo él ciego y guía de los ciegos. (…) No dirá nunca el hipócrita: mi gloria es el testimonio de mi conciencia, porque aunque burle la opinión de los que juzgan por lo exterior, en sus palabras, semblante y apariencia disimulada, pero no puede evitar y evadir el juicio del que escudriña las entrañas y los corazones pues a Dios nadie le puede burlar.”

Sin embargo, hay que tener siempre en cuenta que

“Es torcido el corazón del hombre, e inexcrutable, de manera que nadie sabe lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que está en él; y ni aún éste plenamente.”

¿Cuál habrá de ser el Norte de un pastor frente a los “nuevos aires” que nos presenta la historia?

“En dos cosas ciertamente consiste la pureza del corazón: en buscar la gloria de Dios y el provecho del prójimo; de modo, es de saber, que en todas las acciones y dichos nada pretenda en un Obispo mas que el honor de Dios, o la salud del prójimo o ambas cosas. Haciendo pues esto, no sólo llenará el oficio del Pontífice, sino la etimología de este nombre, haciéndose a si mismo un puente entre Dios y el hombre. (…Pero) el linaje, la edad, la ciencia, la silla (lo que es más) la prerrogativa de primado, ¿para quién no sería un incentivo de insolencia y ocasión de altivez?”

Esa altivez sigue abofeteando el rostro de muchos fieles, pese a las declamaciones de humildad y misericordia que engalanan las homilías y decretos episcopales. ¿Cuántas veces hemos advertido en ciertos obispos el desdén por la obediencia a las normas de la Iglesia, a la Tradición, al Magisterio precedente, al Catecismo y al mismísimo Evangelio?

“…Mas, para que con seguridad podáis presidir, no debéis desdeñaros en sujetaros también a quien debéis.

Porque desdeñarse de la sujeción hace al hombre indigno. Consejo es del Sabio: cuanto mayor eres, tanto te has de humillar en todo. Pero es precepto de la Sabiduría: el que es mayor de vosotros hágase como el menor. Y, si es conveniente estar sujeto aún a los menores, ¿cómo será lícito despreciar el yugo de los mayores? (…)

¿Quién os ha exceptuado de esa universalidad? Si alguno pretende eximiros de ella intenta engañaros. No queráis consentir a los consejos de aquellos que, siendo cristianos, tienen por oprobio el seguir los hechos de Cristo u obedecer a sus dichos. Esos mismos son los que os suelen decir: “conservad, el honor de vuestra silla a la verdad y la razón que por voz creciese la Iglesia, que está encomendada a vuestro cuidado: más ahora, por lo menos permanezca en aquella dignidad en que la recibisteis. (…)

Las cosas que vienen de Dios, dice el Apóstol, están ordenadas por Dios.

Espero que nadie os acerque a la ignominia que es resistir a las órdenes de Dios. Será ignominioso para el siervo, si es como su Señor. O para el discípulo si es como su Maestro.

Juzgan ellos que os honran muchísimo, cuando intentan preferiros a Cristo, reclamando lo mismo y diciendo: no es el siervo mayor que su Señor, ni es el Apóstol mayor que quien le envió. Lo que no desdeñó el Maestro, y Señor ¿Lo juzgará por indecente el siervo bueno y discípulo devoto?..”

Podríamos responder también hoy a los pastores que pretenden tomar de su ministerio y jerarquía un pretexto para desentenderse de toda obediencia:

"¡Qué bellamente habló aquel dichoso Centurión, a cuya fe no se igualó nadie en Israel! (…)En lugar de afirmar que tenía soldados bajo su mando, dijo que soy hombre que estoy bajo de potestad. Primero se manifestó como hombre que como poderoso. (…)

No se avergonzó de tener otra potestad sobre sí. Por esto fue digno de tener soldados bajo su mando. Hablaba la boca de la abundancia del corazón, manifestando que tenía bien ordenadas interiormente sus afecciones; en lo exterior también dispuso sus palabras con arreglo y decencia. Dio primero honor a sus mayores, reconociendo que debía él a sus mayores el tener poder sobre los inferiores. De esta forma podía aprender mejor con la experiencia de la propia sujeción, a ser moderado en sus preceptos y mandatos. Quizá no ignoraba que había sujetado Dios al hombre, estando sujeto a él todas las cosas, poniéndolas a sus pies. (…)

Me pasmo de que algunos Abades de monasterios en nuestra orden quebranten con odiosas abstenciones esta regla de humildad y, lo que es peor, que bajo un humilde hábito y tonsura, piensen tan altivamente, que no soportando que sus súbditos traspasen una sola palabra de sus preceptos, ellos mismos tengan a menos el obedecer a los propios Obispos. Despoja a los monasterios para eximirse y se redimen a sí mismos, para no obedecer. No lo hizo así Cristo, pues dio la vida para no perder la obediencia. (…) Ved aquí, pues, qué cosa es mandar lo que tu mismo no haces, o no querer hacer lo que tu mismo enseñas.

(…)Atiende a lo que se lee en la regla de la Verdad: El que no observare, dice, uno de estos mis mínimos mandatos, y lo enseñare así a los hombres, será mirado como el mínimo en el reino de los cielos. Por tanto, tu enseñando, y rehusando obedecer, eres convencido de que enseñas, y quebrantas, no un mínimo, sino un máximo mandato de Cristo. Así pues, siendo tu doctor e infractor del mandato, habrás de ser juzgado mínimo en el reino de los cielos.

(…) Acuérdome que he leído: Un juicio durísimo se hará a los que gobiernan, más al pequeño se le concede la misericordia. (…)”

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Quiera Dios concedernos obispos santos, justos, fuertes, que sigan los consejos del Abad de Claraval, que ardan en el celo por su rebaño; que usen debidamente el cayado para atraer a las ovejas descarriadas desde los riscos más altos, y ahuyentar al lobo del redil; que sean conformes al Corazón de Cristo, y sólo en El recuesten su cabeza y su corazón para dar su vida por la Iglesia….

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