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MEMORIA DEL COMUNISMO. DE LENIN A PODEMOS (II)

MEMORIA DEL COMUNISMO. DE LENIN A PODEMOS (II)

Por Gabriel Calvo Zarraute | 22 noviembre, 2019

Federico Jiménez Losantos, La esfera de los libros, Madrid 2018, 759 páginas

El Antiguo Testamento rojo o el socialismo utópico

«El comunismo ha sido para dos generaciones de católicos españoles, como la mía, una teología de sustitución»[1]. Con estas palabras del autor arranca una obra que penetra a fondo en la subversión profunda, intelectual y moral antes que política, que implican la teoría y la praxis de la ideología más sanguinaria de la historia. Está escrito desde la perspectiva de alguien que confiesa haber dejado de creer en Dios cuando aconteció la muerte de su padre, a sus dieciséis años de edad, pero con la perspicacia para entender lo que está en juego. La voluntad de creer que sustituye a la fe perdida se transforma en pura voluntad de poder, ante el cual la verdad se sacrifica a la mentira y el bien al mal. Por eso el comunismo, inequívocamente definido por Lenin como una empresa malvada que traerá alguna vez el bien al mundo, es una religión satánica en cuanto que en su raíz está el culto inconfesado a la fuerza y a la mentira como secreta manifestación interior de esa fuerza exterior que no se confiesa, pero se disfruta.

Nos encontramos ante una voluminosa obra del que es posiblemente el comunicador más culto, pero también polémico, de la España actual: Federico Jiménez Losantos, filólogo y valiente periodista, que en su juventud militó en el comunismo maoísta[2]. Después de largos años de investigación histórica, este volumen se convierte en la obra más lograda del autor y por la que sin duda pasará a la posteridad. Hasta la fecha, las obras canónicas acerca del comunismo eran las de Stephane Courtois, El libro negro del comunismo; y Richard Pipes, La revolución rusa[3]. Se trata de dos textos históricos capitales de obligada referencia, aunque recientemente han visto la luz otros títulos altamente recomendables para todo aquel que desee profundizar[4].

En absoluto la obra de Losantos viene a suplantarlos, pero perfectamente puede incluirse dentro de una especie de trilogía, pues los complementa, al realizar un análisis del pensamiento marxista en profundidad. Dicho análisis no es tan profundo en las otras dos obras antes mencionadas, debido a que son escritos eminentemente históricos mientras que Federico combina el análisis ideológico, que bebe en gran medida del magisterio del filósofo Antonio Escohotado, con la historiografía. Este es el motivo principal que revaloriza en gran medida la obra de Losantos y la hace única en su género: combinar el estudio de la teoría marxista con su puesta en práctica en la historia. Ecuación que nos da como resultado más de cien millones de muertos en algo más de cien años. Puede estarse más o menos de acuerdo con los planteamientos ideológicos del autor o con su modus operandi en la comunicación; no obstante, como enseña la célebre sentencia de Santo Tomás de Aquino, de la que se hace eco el Magisterio: «Toda verdad procede del Espíritu Santo»[5].

Si bien caben sobre el marxismo muy diversos estudios de carácter histórico, político, económico, etc., el estudio radical y el que da sentido a esas perspectivas concretas, es el examen filosófico de los fundamentos del materialismo dialéctico e histórico. Al respecto existen obras que ya tienen cincuenta años de vida pero que no han sido superadas y que además han sido hundidas en el abismo del olvido[6]. La apertura acrítica y suicida de Pablo VI hacia el comunismo, más conocida como Ospolitik, con la negativa, previamente pactada en Metz, del concilio Vaticano II a condenar esa ideología, no produjo ninguna ventaja para la Iglesia y sí sufrimiento y confusión incalculables en las almas con el consiguiente debilitamiento y destrucción de la fe[7]. Estos importantes textos, junto a otros más divulgativos y recientes, deberían tenerse muy presentes ante la actual deriva marxista que se ha alojado en numerosos e importantes dirigentes y fieles de la Iglesia[8].

Jiménez Losantos reflexiona sobre el origen, la perversidad y el desarrollo actual del ideario comunista. El texto provee al lector de una amplísima revisión bibliográfica sobre el mayor desastre de la historia: el comunismo, marxismo-leninismo o socialismo real, denominado así por sus mismos creadores. Durante todo el texto, según el método didáctico radiofónico del autor, no deja de hacerse hincapié en la esencia totalitaria, criminal y asesina del comunismo revolucionario en todas sus vertientes: soviética, española, china, cubana, camboyana, etc. Todo ello con la finalidad de mostrar, con gran tino, la naturaleza liberticida, plagada de los rasgos totalitarios leninistas-estalinistas, del ideario que defiende el partido político Podemos.

En el texto se vierte el inconfundible estilo de Federico Jiménez Losantos: apasionado, vehemente, sin complejos políticamente correctos, carente de tapujos y con un lenguaje accesible, directo, con un elevado tono de indignación, pero sin prescindir por ello de rigor académico. Emite un juicio fundamentado apoyándose en una catarata de bibliografía que le hace contundente e inatacable por la doctrina comunista, la ideología que más seres humanos ha ejecutado a lo largo de la historia.

Durante la primera parte del libro se trata extensamente del pensamiento totalitario y de la vida de Vladimir Illich Ulianov, más conocido como Lenin, revolucionario profesional sin escrúpulos y obsesionado por el poder[9]. En absoluto le importaban la libertad, la división de poderes o el Estado de Derecho[10]. El intelectual soviético y sus secuaces conforman la semilla original del totalitarismo moderno[11]. Como sus seguidores después, jugó el «juego de tronos» sin ningún tipo de limitación ética. En el presente artículo nos centraremos primero en el análisis de la doctrina del marxismo-leninismo, dejando para otro estudio posterior los crímenes del comunismo documentados históricamente[12].

Mucho antes de surgir los diversos tipos de socialismo en la modernidad, ya existía cierta idea general socialista, un cierto colectivismo o más propiamente comunismo, pues durante la Revolución francesa ya se predicaba, por parte de «Babeuf, el hijo más explícitamente comunista de Robespierre y el Gran Terror de 1792», la igualdad de posesiones y fortunas, de sistemas de vida comunitaria, aunque todavía no se socialicen los medios de producción[13]. Conocida es la concepción de un régimen de rígida comunidad de bienes enseñado en la República de Platón[14]. En el Renacimiento, por influjo de la filosofía que lo nutrirá, el neoplatonismo, aparecen utopías o proyectos imaginarios de organización igualitaria de la sociedad como los de Tomás Moro, Francis Bacon, Campanella, etc[15].

El socialismo moderno surge con la revolución industrial, que comienza a finales del siglo XVIII en Inglaterra, avivada por la difusión del liberalismo económico que condujo a la depauperización de las masas del proletariado industrial. Los primeros socialismos modernos fueron ulteriormente calificados como utópicos por Marx por no haber asumido que sin la lucha de clases no existe socialismo científico, es decir eficiente[16]. Dichas utopías socialistas serían las de Saint-Simon, Owen el fundador de las colonias colectivistas de New Armony, Fourier que ideara los falansterios (comunas), Cabet, etc. Todos ellos poseen de fondo el mesianismo rousseauniano, materializado en una confianza ilimitada en que estos sistemas serán los que traigan la felicidad a la tierra. La influencia del positivismo de Comte en ellos es también notoria. Son agnósticos, pues piensan que la solución a los problemas del hombre, individual y socialmente considerado, consiste exclusivamente en organizar la vida material, por lo tanto, las realidades espirituales como Dios o el alma, así como los deberes morales del hombre para con Dios y el prójimo no son más que un problema extraño y artificial[17].

El profeta: Proudhon (1809-1865)

Es el más destacado e independiente entre los primeros socialistas franceses, que, por una parte, abre paso al sistema de Marx y, por otra al anarquismo. Estudió a Comte, Rousseau, Adam Smith y los primeros socialistas, fue un autodidacta con una inmensa afición por la lectura, comenzando a publicar en 1839 numerosos artículos y folletos. Su obra ¿Qué es la propiedad? (1840) le reporta una gran fama, y desde entonces se entrega a un trabajo incesante de publicista y agitador social revolucionario. Fue diputado en la Asamblea de 1848, pero después de su primer discurso, en el que proponía un disparatado impuesto de un tercio sobre la renta, no se le permitió hablar más. En lo sucesivo se entrega a una fuerte campaña de agitación social, excitando la revolución con sus folletos y dirigiendo tres periódicos socialistas donde ataca virulentamente a todas las instituciones. Proclama el dogma marxista de que la propiedad es un robo y participa activamente en la Revolución de 1848.

Proudhon carece de especial hondura filosófica, lo que marca su pensamiento es el positivismo de Comte y su consiguiente rechazo de la metafísica[18]. De Comte toma igualmente el postulado de la negación de Dios y de ahí que el culto divino deba ser sustituido por el culto a la humanidad. La constante de su ideología es una actitud crítica, polémica y revolucionaria. Ataca sin cesar a la religión, a la Iglesia y al clero, pero también a los filósofos y sus sistemas, las instituciones del Estado y los gobernantes de turno. Su ideal de sociedad es más bien un socialismo anarquista, como el mismo lo designó. En su labor de agitación revolucionaria, más declamatoria que activa, no desaprueba los métodos violentos, sin embargo, no compartía la lucha de clases y es precisamente ahí donde radica la causa del profundo desprecio de Marx hacia él[19]. Su socialismo fue federalista, contrario al centralismo jacobino, pues era acérrimo partidario de la libertad individual y contrario al estatismo socialista. Combatió siempre la autoridad política y proclamó la anarquía como verdadera forma de gobierno, siendo así uno de los precursores del movimiento anarquista[20].

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La revolución de la Comuna de París en 1871 suele atribuirse al marxismo o comunismo, así lo hizo entonces el mismo Karl Marx. No obstante, es un dato histórico comprobado que entre los dirigentes de la Comuna existía un fuerte espíritu antijacobino, es decir, contrario al estatismo y centralismo jacobino, lo cual los identifica más con la postura anarquista o proudhoniana que con la marxista[21]. En España se dio el caso de Pi y Margall, presidente de la Primera República en 1873, gran lector y traductor de Proudhon, no marxista, pero sí acusadamente federalista, no republicano unitario y un tanto anarquizante[22].

El mesías: Marx (1818-1883)

Los viejos socialismos de la época fueron pronto absorbidos por la rotundidad de las fórmulas marxistas, las cuales aportaron a la ideología socialista un aparente armazón científico y unos métodos políticos concretos y bien definidos. Marx, alemán de origen judío y burgués, asume junto a su compañero y financiador Engels (1820-1895), también perteneciente a la alta burguesía, la comprensión hegeliana de la historia, pero invirtiéndola[23]. La evolución de la historia no se debe a la lucha o dialéctica de las ideas, sino a la lucha en el plano económico y social, es decir a la lucha de clases[24]. De esta inversión de la dialéctica de Hegel, el llamado materialismo dialéctico, Marx hace derivar una serie de consecuencias:

a) La primacía de la praxis

Marx la afirma frente a las ideas de Hegel, no obstante, para Marx, Hegel es el filósofo por antonomasia, pues resume la totalidad de los sistemas del pasado y conduce a la filosofía a su punto de perfección[25]. Lo que queda después por hacer no es continuar la filosofía, intentando construir un nuevo sistema, sino superar la filosofía. En el vocabulario hegeliano, superar significa a la vez suprimir y conservar; éste es el movimiento de la dialéctica, que avanza en sucesivas síntesis superadoras de momentos anteriores[26]. Sin embargo, lo que caracteriza a la filosofía en general, como actitud global del hombre, es el hecho de ser un esfuerzo teórico o especulativo. Para Marx, superar la especulación será, precisamente, realizarla por la acción, de este modo carga contra Feuerbach por considerarlo un idealista hegeliano y por lo tanto no práctico: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras, de lo que se trata es de transformarlo»[27]. Es decir, que es la vida real la que determina las ideas y no a la inversa.

De esta manera, el pensamiento queda suprimido en cuanto actitud puramente especulativa, pero es conservado en cuanto alma de la actividad práctica. La intención profunda de Marx no es contemplar sino actuar y subordinar el pensamiento a la acción. Lo cual no significa que desconsidere el pensar, por el contrario, lo exige del todo la praxis. De hecho, desde hace más de medio siglo, la mayoría de los intelectuales europeos han sido marxistas[28].

Un fenómeno interesante del siglo XX ha sido el de vincular la condición de intelectual con un posicionamiento político concreto: el llamado progresismo izquierdista. Raymond Aron analiza en su obra El opio de los intelectuales el papel que los intelectuales franceses han tenido a lo largo del siglo XX en el desarrollo de algunos de los grandes dogmas sobre los cuales se ha asentado el pensamiento llamado de izquierdas. El antiamericanismo, la condescendencia con las dictaduras de izquierdas, la crítica feroz al capitalismo o el elitismo cultural son algunas de las señas de identidad del intelectual[29].

b) La lucha de clases, un eufemismo de la envidia

Se trata de transformar el mundo por la vía de la praxis, en concreto por la lucha de clases por motivos estrictamente económicos o materiales. Nada es verdad o mentira, moral o amoral, justo o injusto, estas categorías son «prejuicios burgueses», los restos de las antiguas convicciones todavía no superadas[30]. Todo debe supeditarse a la praxis que conduzca al triunfo de la revolución en la historia o, dicho de otro modo: «el odio y la violencia son el motor de la historia»[31]. Lo cual significa la consagración del rencor. Por ello, en la primera parte de su Manifiesto comunista (1848), Marx no tiene inconveniente alguno en elevar un canto de agradecimiento a la burguesía, aunque pase a repudiarla a continuación, a causa de su materialismo que supeditó las ideas al fin de su enriquecimiento. Así ha sido la histórica demoledora del orden social tradicional y sin cuya acción no sería posible el triunfo del comunismo[32].

c) Las alienaciones

De Hegel toma Marx el concepto de «alienación» o enajenación[33]. Para Hegel, la Idea que se hace consciente en el hombre está llamada, por evolución dialéctica, a negarse a sí misma o desalienarse para dar paso a la antítesis y así progresar permaneciendo en un inmovilismo ideológico o pensamiento reaccionario[34]. Marx, en cambio, sitúa el combate contra la alienación, no en el plano de la conciencia o del pensamiento, sino en el de la existencia humana, la cual se cumple en la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre, que son las económicas[35]. Precisamente, lo que aparta al hombre y le impide concentrarse en esta tarea esencial del logro de sus satisfacciones fundamentales, son otras tantas alienaciones de las que es preciso liberarle.

Para Marx, la alienación es el mal radical, el que afecta al hombre en toda su existencia[36]. Pone como alienación fundamental el trabajo asalariado: el hombre no trabaja para sí, sino para otro, que se apropia de la plusvalía; es decir, la diferencia entre el valor que el capitalista obtiene por el trabajo del asalariado y el valor de los costos que paga el contratante. De esta primera alienación hace derivar Marx todas las demás: la social, por las oposiciones de clase; la política, el Estado como creación política de la burguesía con la finalidad de perpetuar su dominio; la filosofía, como saber propiamente teórico y especulativo es considerada como alienadora porque no se supedita a la praxis y, en concreto, al proyecto de construcción de la sociedad marxista; y la alienación religiosa[37].

d) La alienación religiosa: la religión es el «opio del pueblo»

En el pensamiento Marx la religión es pura alienación. Educado en un ambiente de indiferentismo religioso, formado en la filosofía idealista alemana, ya en 1841, en su Tesis doctoral sobre Epicuro y Demócrito, se declaraba abiertamente ateo[38]. En el mismo prólogo de su tesis doctoral, Marx se siente Prometeo y exalta su figura en contraposición con la de los dioses: «Yo odio, como Prometeo, a todos los dioses del cielo y de la tierra que no reconocen como suprema divinidad la conciencia que el hombre tiene de sí mismo»[39].

Resulta significativo de la actitud vital de Marx su alusión a la famosa tragedia de Esquilo Prometeo encadenado: el titán que ha robado el fuego del cielo en favor del hombre. Por ello, el dios Zeus le encadena a una roca. Hermes, servidor de Zeus se acerca a Prometeo para liberarle, sin embargo, el titán rechaza todo auxilio porque antes que someterse a la voluntad de los dioses prefiere seguir encadenado[40].

Primacía de la praxis, materialismo dialéctico y ateísmo, o más exactamente antiteísmo práctico son esenciales en el marxismo[41]. Si la negación de Dios va ligada, como hacía Feuerbach, a la atribución de predicados divinos a otra realidad, aunque esta sea la naturaleza humana todavía no se ha conseguido superar el desdoblamiento de la conciencia. De ahí que considere que la desalienación propugnada por Feuerbach sea aún insuficiente pues proclama que el hombre es lo divino. Para superar la alienación religiosa se necesita destruir en la conciencia toda idea de Dios, incluida la que Feuerbach atribuye al hombre religioso por caer en la cuenta de que dios es él mismo y no el anteriormente imaginado creador del mundo[42]. En su obra La Sagrada Familia (1844), Marx insiste, contra Feuerbach, que se necesita en cambio revolucionar y destruir, en odio a «la familia celeste», toda idea o noción de divinidad en la «familia terrestre»[43]. De ahí el afán del marxismo, y todos sus posteriores derivados como la social democracia, en la destrucción de la familia natural[44].

e) Fundación de la Primera Internacional (1864)

Marx dirigía desde 1843 un periódico en Colonia, La Gaceta renana, y de allí marcha pronto a París donde entra en contacto con algunos movimientos socialistas y conoce a Frederick Engels, con el que trabajará siempre a partir de entonces, dependerá económicamente de él y será su jefe. Con él marchará a Inglaterra cuando Engels sea enviado por su padre a dirigir en Manchester una fábrica de su propiedad, será aquí donde escribirá el gran número de sus obras. En Londres participará en la fundación de la Primera Internacional en 1864 a la que pronto se le une el ruso Mijaíl Bakunin. Marx, como dirigente principal de la Internacional se centra enseguida en la lucha contra las desviaciones, o «herejías», de la ortodoxia socialista. Sus ataques estaban dirigidos especialmente contra los anarquistas Proudhon y Bakunin, además de contra el socialismo de Lasalle, su más activo propagador en Alemania[45].

En el congreso de La Haya de 1872 consigue la expulsión de los anarquistas, y el traslado de la sede de la Internacional a Nueva York. A partir de 1873, Marx lleva una vida retirada, dedicada a continuar El Capital, muriendo en Londres en 1883. Aunque sus ideas fundamentales no han podido resistir juicios muy certeros, su sistema ofrecía un arma poderosa para disgregar y aniquilar la vida nacional y económica de los Estados. El marxismo introdujo el concepto de lucha de clases, la filosofía del materialismo dialéctico, la organización política internacional de los obreros y la conquista del poder de forma violenta[46]. Y es que el marxismo nunca ha alcanzado el poder democráticamente en ningún país. Estas ideas se popularizaron y guiaron la acción subversiva de las masas europeas hasta la actualidad[47].

f) El mesianismo o milenarismo marxista

A la principal obra de Marx, El Capital, se le han dirigido siempre críticas sobre sus profundos desaciertos y se ha planteado el interrogante de cómo el marxismo, pese a esto, ha tenido tal impacto y repercusión en la historia[48]. Especialmente antiguos marxistas como Federico Jiménez Losantos, Pío Moa, Antonio Escohotado o Herman Tertsch[49]. El motivo se debe a su carga mesiánica. «La mayor aportación de Marx a la cuestión social del siglo XIX fue la idea mesiánica de que el proletariado era la casta elegida para regenerar el mundo pervertido por el capitalismo y la burguesía»[50].

Marx era judío, también lo eran Bakunin, Lenin, Trostky así como todos los principales dirigentes de la revolución bolchevique de 1917 a excepción de Stalin[51]. Y es que «el milenarismo judío es el precedente del marxismo. Este milenarismo judaizante se ha transformado. La plena secularización inmanentista de la historia del reinado terreno ya anticristiano, antiteístico es “la forma política de un mesianismo secularizado intrínsecamente perverso”»[52]. Marx hace del pueblo y el proletariado, el mesías que ha de traer la redención, la justicia a la humanidad. Esta esperanza mesiánica, animará a multitudes como algo tan cierto que un día advendrá por la progresiva concentración del mundo capitalista y la definitiva expropiación de sus bienes por las masas productoras. En toda la historia solamente ha existido otro caso de una difusión fulminante similar: la del milenarismo islámico[53]. El mesías judaico, esperado líder humano adoptado por Dios, que un día ha de implantar la justicia y la verdad en la tierra, tiene su trasunto islámico en el «mahdi»[54]. Y significativamente su trasunto ateo contemporáneo más patente en «la clase obrera» o «justos» de Karl Marx; de esta forma, el proletariado estaría destinado a redimir a la humanidad de sus males, iluminado y convencido por influjo bíblico invertido de que su triunfo universal y fututo es inexorable.

Así se comprueba como la negación de la divinidad de Jesucristo, corazón del dogma católico, común al judaísmo y al islam, lleva inevitablemente a concebir al mesías esperado, no como el que trae una redención sobrenatural al liberar a los hombres del pecado[55]. Sino de limitaciones o dominaciones históricas contingentes, es decir, una salvación inmanente, puramente humana, materialista.

El revisionismo marxista o la supervivencia de la mentira

Durante medio siglo el marxismo fue examinado por los hombres de ciencia y los políticos de acción[56]. Demostraron que la evolución económica no se ajustaba a las predicciones de Marx, y comprobaron que los hechos no legitimaban las esperanzas puestas en el proletariado[57]. Al amparo de las favorables circunstancias del último tercio del siglo XIX, cuando se constituyeron los partidos socialistas y el Estado empieza a legislar en materia social, nace una poderosa corriente que entiende que es necesario revisar los postulados marxistas. Los dos grupos más notables fueron:

a) El socialismo de cátedra alemán de Bernstein (1850-1932)

Advierte que en el transcurso de los años no sólo aumentaban las comodidades y los bienes de que podía disponer el obrero, sino que la distribución de las riquezas cambiaba con signo favorable a estos. Bernstein fue sañudamente combatido por los marxistas ortodoxos[58].

b) El socialismo inglés de Bernard Shaw (1856-1950) o fabianismo

Junto a otros como Beatrice Webb, combatió el estudio de la historia elaborado por Marx[59]. Los socialistas fabianos alentados por el desarrollo de las actividades del Estado en materia económica consideraron que tales actividades, estimuladas por las nacionalizaciones crecientes, conducirían hacia el socialismo sin necesidad de la lucha de clases y el asalto armado al poder[60].

La clave bajo la cual Losantos ha escrito su obra más perdurable y a la que ha consagrado largos años de trabajo, es precisamente el pasmo ante el hecho de que la izquierda occidental siempre tuvo conciencia de los crímenes comunistas que fingían ignorar y silenciaban. Secretamente compartían la ferocidad de sus verdugos y por eso mintieron casi todos y hasta el final. La perspectiva de la víctima se convierte así en el quicio sobre el cual el autor, uno de los analistas de referencia en la radiodifusión española, escribe este monumental y personal ensayo: la necesidad del Partido de exterminar físicamente, o destruir y denigrar moralmente, a cualquier adversario que pensase o actuase fuera de sus directrices[61].

En la aniquilación del enemigo, Losantos apunta a Willi Münzenberg (1889-1940), el ideólogo de la maquinaria de propaganda leninista en los años veinte y treinta, como responsable de este imperio de la mentira sobre el comunismo, que se mantiene intacto al ser perpetuamente renovado. Pero al que estas páginas asestan un golpe incontestable, sobre todo en los nombres de la intelligentsia europea y norteamericana que se prestaron al juego. Federico, siguiendo al historiador Pío Moa, trae a colación como caso paradigmático, el linchamiento que sufrió Alexander Solzhenitsyn (1918-2008) cuando visitó España en 1976 con motivo de su explicación a la audiencia de Televisión Española en el programa de José María Íñigo lo que era la Unión Soviética: «enclenque», «chorizo», «mendigo desvergonzado», «famélico», «espantajo», «bandido», «hipócrita», «multimillonario», «siervo», «mercenario», «delirante»[62].

Estos fueron algunos de los calificativos que le dedicaron personalidades supuestamente respetables del firmamento político, intelectual y mediático de la época. Aquel hombre, de pensamiento profundamente cristiano, Premio Nobel de Literatura en 1970, había sido castigado con once años de trabajos forzados en Siberia, pero eso no le hacía merecedor de piedad alguna[63]. Si no le perdonaban haber descrito en su monumental e imperecedera obra Archipiélago Gulag el sistema de represión de los campos de concentración comunistas, aún menos que lo pusiese como espejo ante la tan distinta realidad que se vivía en la España de Franco[64]. Sin embargo, para la izquierda la dictadura sólo es reprobable cuando es de derechas: Franco, Pinochet, Videla, Mussolini, Hitler, etc.

El comunismo libertario o anarquismo: una conjura contra la razón

Contra el mítico prestigio atribuido por Hegel al Estado: «El Estado es la encarnación de la divinidad en la historia», y también por Marx, se situaron los anarquistas colectivistas; esto es, los que sostenían que la transformación social se realizaría mediante la supresión del Estado por la colectivización económica bien organizada[65]. Este grupo, o más bien secta, se caracteriza por su extraordinario idealismo verbal, por su canto a la idílica bondad humana, y la realidad de sus procedimientos drásticos y terroristas[66]. Sus principales teorizantes fueron tres aristócratas rusos: Mijaíl Bakunin (1814-1876, Kropotkin (1842-1921) y León Tolstoi (1828-1910)[67].

Proudhon (1809-1865) fue el principal antecesor teórico del anarquismo, aunque no de sus métodos terroristas. Bakunin, adscrito por un tiempo a la Primera Internacional de Marx, pronto se separa de él. Ambos provienen de orígenes liberales, pero mientras Marx penetra más a fondo en la genuina raíz monista del liberalismo, no en vano, junto a Engels elogiarán a Spinoza[68]. Bakunin, más próximo al común entender de que el liberalismo es la ideología a la que se debe combatir por la causa del pluralismo sin límite, siente repulsión por toda autoridad, disciplina o ley. De esta comprensión del liberalismo, entiende que éste ha de llevarse hasta sus últimas consecuencias, y que por ello la idea de Dios es la negación total de la libertad humana.

Es un hecho histórico un tanto paradójico, pero escasamente conocido, que el anarquismo ha tenido con frecuencia mejores relaciones humanas con el liberalismo burgués que con el izquierdismo socialista. En el caso de España, durante la Segunda República, los liberales radicales de Lerroux, aliados entonces con la derecha de la CEDA, consiguen que los anarquistas se abstengan en las importantes elecciones generales de noviembre de 1933. Caso que no se repetirá en las elecciones del 16 de febrero de 1936. En Andalucía y Cataluña, donde mayor presencia tenía el anarquismo en España, se produjeron las mayores abstenciones, lo que cooperó a la gran derrota de los socialistas. En Cataluña, en mayo de 1937 se vivió una auténtica guerra civil dentro de la Guerra Civil, cuando los comunistas, por orden de Stalin, empezaron a aniquilar a sus compañeros de bando anarquistas, y también a sus aliados trostkistas del POUM, despellejando vivo a su líder Andreu Nin en 1938 en Alcalá de Henares[69].

La ideología de Bakunin condujo a la más violenta campaña de exaltación terrorista. En la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX una oleada de atentados terroristas fue llevada a cabo por los anarquistas, aunque los hilos de la trama conspiratoria se encontraran casi siempre en otras manos. Principalmente en las de la masonería. Fueron asesinados el zar de Rusia, el heredero del imperio austrohúngaro, varios reyes como los de Italia y Portugal y en España primeras figuras de la política como los presidentes Cánovas, Canalejas y Dato, así como Soldevilla, el cardenal de Zaragoza. Con base en esta ideología surgirá un anarquismo sindical con multitud de seguidores en las naciones del sur de Europa[70].

Kropotkin, aunque previó una última ofensiva del proletariado contra el Estado, se opuso al terror. El gran escritor ruso Tolstoi, acentuó el rechazo a la violencia, su profundo cristianismo le induce a la paz y la caridad completa en un acto de entrega del individuo a la sociedad[71]. El anarquismo prendió sobre todo en los países eslavos y latinos; el revisionismo marxista, o más bien el socialismo que se integra en la legalidad democrática, se asienta en cambio en las poblaciones germánicas de Europa[72].

La Segunda Internacional (1889)

Después de que Bakunin y los anarquistas se separen, en 1872, de la Primera Internacional, dirigida por Marx, surge una nueva escisión en 1889 en París al fundarse la Segunda Internacional con el objetivo de promover un socialismo revisionista, que trata de integrarse en el régimen liberal[73]. Era anticapitalista y tenía un carácter socialdemócrata, que recoge los triunfos electorales que los socialistas obtienen en varios Estados de Europa, en particular en Alemania[74]. Allí, los grupos socialistas de Ferdinand Lasalle (1825-1864), y los marxistas de Liebknecht y Bebel habían formado en 1875 en Ghota el Partido Socialista Alemán (SPD). Las sucesivas elecciones aumentaron su influencia política: en 1913 ya alcanzaron el 35% de los votos.

Los revisionistas habían impuesto su criterio de obtener reformas pero dentro de la legalidad, en lugar de pugnar por la revolución marxista y la consecución del Estado futuro. En el mismo sentido evolucionan el Partido Socialista Francés (1905) y el Partido Laborista inglés (1900), ambos apoyados por poderosas confederaciones o uniones de trabajadores. Producto de esta actividad fue la adopción por los gobiernos de una serie de medidas sociales, diversas según cada país, pero en síntesis coincidentes: un reconocimiento de las asociaciones de obreros, la admisión del derecho a la huelga, la regulación del trabajo de mujeres, niños y hombres, la reducción de la jornada laboral, el establecimiento de escalas de salarios, adecuación higiénica de fábricas y talleres, seguro obligatorio de enfermedad, accidente o invalidez.

La Alemania de Bismarck dio la pauta desde 1881, y el ejemplo fue imitado en los países en que la cuestión obrera se había planteado con mayor agudeza[75]. Fue objetivo común del parlamentarismo liberal europeo a partir de las últimas décadas del XIX el lograr la integración de los socialismos en la legalidad, haciéndoles abandonar el recurso a la violencia y que participen en las elecciones enviando diputados a las cámaras para presentar allí sus reivindicaciones[76]. En España lo intenta al principio del siglo XX Canalejas, y ulteriormente el general Miguel Primo de Rivera con el socialismo de Francisco Largo Caballero (1869-1946), que así colaboró con la dictadura con el fin de desbancar la hegemonía que sobre los obreros y campesinos sindicados poseía la anarquista CNT[77].

Ideología esencialmente anticatólica

En los dos grandes bloques, Rusia y España, que conforman esta detallada y profunda Memoria del comunismo, Losantos muestra el odio anticristiano como un elemento inherente a esa ideología. La incautación de los bienes de la Iglesia Ortodoxa Rusa fue un objetivo de Lenin desde el primer momento, y su persecución religiosa, especialmente cruel en el verano de 1919 durante la guerra civil contra los rusos blancos, fue el precedente, por su magnitud y organización sistemáticas, de la persecución religiosa en España durante la Segunda República y la Guerra Civil, que fue la más sangrienta de la historia del cristianismo desde Diocleciano[78]. El autor valora en particular el trabajo del sacerdote e historiador Ángel David Martín Rubio, cuyas investigaciones mostraron que los católicos dejaban de pedir perdón a la izquierda por haberlos asesinado, como venía haciendo la Iglesia desde el Vaticano II y el siniestro cardenal Tarancón[79].

Federico no duda en calificar dicha persecución como «holocausto católico». Al describirlo, Losantos, que páginas antes ha señalado que los masones Azaña y Martínez Barrio y Companys participaron en la creación o aceptación del terror rojo y que el carácter anticatólico de la masonería es indiscutible y fue condenada como doctrina gnóstica en varias encíclicas, destaca un hecho: ese terror rojo comenzó antes de la llegada de los soviéticos en apoyo del Frente Popular en octubre-noviembre de 1936[80]. Fue autóctono. Pero entonces, ¿qué unía a la izquierda burguesa y a la proletaria para perpetrarlo en común? Lo que unía a organizaciones totalmente dispares en sus programas políticos es el odio asesino contra los católicos y el catolicismo, o sea, cristianofobia.

Se pregunta el autor: «¿Por qué esa matanza de católicos, inspirada por la prensa y defendida por los líderes más izquierdistas del Frente Popular, acabó siendo aceptada u ocultada, esto es, compartida, también por los supuestos moderados? ¿Por qué tantos españoles de izquierdas se empeñaron en matar a los españoles católicos, que no habían hecho ni pretendido hacer lo mismo con ellos? Hasta octubre de 1934, porque, ocupando el lugar de Dios, querían disponer de la vida y hacienda ajenas. Desde 1936, porque querían y porque podían»[81].

El comunismo es una ideología que sigue viva, mutando en sus formas externas, pero con su delirante aspiración al poder intacta. En ese «podían» está la clave de todo el análisis histórico planteado en Memoria del comunismo, que lógicamente no se circunscribe a la cuestión religiosa. Además de una ideología letal, el comunismo, convertido por Lenin en una maquinaria política sin escrúpulos, es una inquebrantable voluntad de poder. Y lo peor es que no está muerto, señala Losantos al inicio del capítulo que consagra a Podemos como su realidad más viva en España. «Si el mayor éxito del diablo es convencer a la gente de que no existe, la supervivencia del comunismo, pese a ser el peor monstruo político de todos los tiempos, con más de cien millones de víctimas, se basa en el acta de defunción y el consiguiente indulto moral que, como cadáver exquisito, infinitamente investigable, le han extendido tantos historiadores»[82].

Esa ideología anega las redacciones de los medios, las cátedras universitarias y los libros sobre la Guerra Civil. La izquierda política y cultural ha sustituido hegemónicamente, con el acatamiento lacayuno de la derecha sin Dios y cobarde, la verdad histórica por la ideología del pensamiento débil, es decir carente del ejercicio de la racionalidad. La causa de tal conducta, desde sus inicios, radica en la acreditada esterilidad intelectual de las izquierdas y los separatismos en España, incapaces de generar un pensamiento de alguna envergadura. No es posible distinguir en su medio nada remotamente parecido a las obras de los grandes intelectuales tradicionalistas como Jaime Balmes, Menéndez Pelayo o Ramiro de Maeztu. Como tampoco de liberales moderados como Salvador de Madariaga, Miguel de Unamuno, Eugenio D´Ors o Gregorio Marañón. Se proclamen anarquistas, marxistas, comunistas, socialistas o jacobinos identificados con el régimen del Terror de la Revolución francesa, sin embargo, jamás fueron capaces de aportar a sus doctrinas una brizna de pensamiento propio, autóctono. Una adaptación razonable, no digamos ya una crítica. Y no porque no hayan producido una prolífica literatura. Al contrario, su literatura es abundantísima, pero de un nivel muy bajo, incansable y penosamente reiterativa, caracterizándose por un moralismo ramplón y un razonamiento que rara vez va más allá de la argucia asentada en prejuicios.

En general, tomaban los «textos sagrados» de los ideólogos alemanes, franceses, ingleses o rusos, y abundaban interminablemente en ellos, simplificándolos al nivel del panfleto y el griterío. Convencidos con una ciega fe política, es decir una fe religiosa sustitutoria, de representar en exclusiva al «pueblo», a los «trabajadores», al «progreso», etc. Su tema predilecto y aglutinador de las distintas ramas izquierdistas: el anticatolicismo, ofrece una buena muestra de su literatura destiladora de odio, injuriosa y soez. Partiendo de la fe en la insondable criminalidad de la Iglesia, de este modo cualquier demagogia o calumnia contra ella quedaba justificada sin requerir el menor esfuerzo intelectual en su justificación. Así la Iglesia, «por consiguiente, era merecedora de los mayores castigos»[83]. Pensemos en las burdas patrañas difundidas entre el pueblo durante el siglo XIX, como la del envenenamiento de las fuentes por los frailes o la de los caramelos por las monjas; que, durante la Segunda República y la Guerra Civil se transformarán en que las iglesias y los conventos eran arsenales de armas y puestos de tiro de los religiosos[84].

Después de una reflexión ampliamente documentada, el autor abre un espacio de discusión de gran interés sobre el Partido Comunista Francés (PCF) y su rol en la defensa del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Soviéticas (PCUS). El PCF siempre fue una organización orientada a la defensa de la política totalitaria que emanaba desde la Unión Soviética[85]. Protegió sus secretos y escondió como pudo sus crímenes. Desde los inicios y también es una realidad que Jiménez Losantos documenta adecuadamente, el PCF fue cómplice leal y compañero del naufragio moral al que desembocó sin solución en la Rusia controlada por los soviets[86]. Un país que, en el momento del ataque comunista, como indica el autor, se encontraba en plena transición a la democracia: el zar ya había abdicado y el gobierno era presidido por el socialdemócrata Kerenski[87]. Proceso derribado con base en una narrativa falsa y que falta por completo a lo que sucedió en realidad. En cierto sentido, el texto de Jiménez Losantos, en la línea de los grandes historiadores del comunismo como Stephane Courtois y Richard Pipes, reivindica una redefinición de la historia y de la propia Revolución Rusa. Los revolucionarios de octubre de 1917 dan un golpe de Estado contra una democracia incipiente resultado de la revolución de febrero, esa que derribó al zarismo en Rusia[88]. Lenin, Trotsky y Stalin atacaron conscientemente una democracia en formación con un gobierno socialdemócrata al frente, pues no creían ni en esa ni en ninguna otra[89].

Pero esa dinámica que Federico Jiménez Losantos utiliza para explicar al lector el caso ruso, la emplea también como hilo unificador de todo el texto. La visión del autor, en la línea de lo expuesto hace tiempo por el catedrático norteamericano Ronald Radosh, señala la importancia que tenía el estalinismo en el interior de la República española antes y durante la Guerra Civil[90]. Los comunistas deseaban alcanzar el poder en España, y lo intentaron por todos los medios[91]. Además, el caso español sirvió para edificar una narrativa antifascista que continúa funcionando, es más, que se encuentra en auge especialmente desde la llegada de Zapatero al poder en 2004[92]. Después de la hegemonía socialista desde 1982 en España, cuando en 1993 el PSOE creía próxima la pérdida del poder, como posteriormente sucederá en 1996, las izquierdas hicieron del ambiente social previamente creado en torno a la República y la Guerra Civil un arma política para acorralar a la derecha. En definitiva, sería la derecha la heredera directa de aquellos fanáticos «fascistas» que habrían destruido la maravillosa República y asesinado a tantos de sus preclaros defensores. Argumento del mayor efecto, por cuanto la derecha, siempre pusilánime ideológicamente, rehuía aclarar la historia y dar la batalla por las ideas, llegando ella misma a aceptar en buena parte las interpretaciones izquierdistas del pasado. Interpretaciones, cabe precisar, de carácter marxista, esto es, antidemocráticas[93].

Por otro lado, y de la mano de todo lo anterior, Federico Jiménez Losantos se reserva un espacio para deliberar sobre Santiago Carrillo y su implicación tanto en la masacre de Paracuellos como en las checas existentes en la ciudad de Madrid, unos episodios sobre los que siguen decretados un denso manto de silencio y olvido[94]. La reivindicación en este apartado es similar al anterior: no olvidar lo sucedido y proponer una interpretación alternativa a la historiografía oficial marxista sobre lo que tuvo lugar en España. En opinión del autor, los historiadores han edificado un relato alejado completamente de la realidad, carente de fuentes documentales primarias, con objeto de condenar en bloque el franquismo, que fuera nuevamente legitimado en 1978 al reconocer que la legalidad democrática provenía de la legalidad franquista[95]. En palabras de uno de los principales ideólogos de la Transición, Torcuato Fernández Miranda: «de la ley a la ley». Así se justificarían a los asesinos estalinistas que llegaron a campar a sus anchas estableciendo un régimen de terror[96].

La última parte del texto la dedica a los «nuevos» comunistas de moda. El comunismo siempre ha sido exactamente igual de totalitario, igual de liberticida e igual de inhumano en todas las épocas y lugares. Sin embargo, es realmente sorprendente que en la actualidad líderes como el Che Guevara todavía despiertan interés y disfruten de prestigio entre los más jóvenes. Nuevamente, sin complejos y con un arsenal de literatura acompañándole, Jiménez Losantos presenta la imagen real, no la romántica, de un guerrillero profesional salvaje y sin el menor escrúpulo. Un fanático liberticida, fervoroso admirador de Stalin, marcado por el odio visceral a todo aquello que no fuera el comunismo más férreo[97]. Dicho líder siniestro sigue protagonizando camisetas entre los más jóvenes porque pertrechados de ese atuendo creen estar defendiendo la libertad, no obstante, no conocen la realidad en absoluto[98]. De ahí que el autor señale la necesaria obligación de denunciar al criminal e intransigente Ernesto Guevara cuyas biografías no son más que los equivalentes comunistas de las hagiografías que se leían en los conventos decimonónicos[99].

En la parte final de la obra se trata, como no podía ser de otra forma, del partido político Podemos, creación del PP de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría con el objetivo de movilizar el voto del miedo en la derecha sociológica, único resorte para un importante número de sus votantes, al mismo tiempo que debilitar al PSOE. No obstante, el experimento no ha resultado satisfactorio ya que la deriva liberticida del partido populista de Pablo Iglesias ha arrastrado a una radicalización en el seno de la izquierda. Al igual que sus antecesores comunistas, capitalizan un descontento legítimo a fin de polarizar la sociedad con el ánimo de quebrar la nación y el Estado de cara a la obtención del poder[100]. Precisamente ahí se encuentra la herencia del denominado socialismo del siglo XXI[101]. El caso venezolano es el más dramático, pero países como Nicaragua o como Bolivia no están demasiado lejos de convertirse en dictaduras de la talla de la venezolana.

El autor dedica la última parte del texto a reflexionar sobre la obra del economista austriaco Ludwig von Mises y sobre el legado del jesuita del Siglo de Oro Juan de Mariana[102]. La contribución del intelectual español a las ideas de la libertad política y económica está fuera de toda duda. El lector puede pensar que dicho capítulo poco tiene que ver con la cuestión general del texto, sin embargo, la decisión del autor de introducir este capítulo es acertada. Dicho acierto reside en la propuesta alternativa al estatismo marxista. Juan de Mariana, los intelectuales que le precedieron como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta y los que le sucedieron como Juan de Lugo o Leonardo Lessio, etc., dieron forma a un sano y cristiano liberalismo económico que, aunque Jimenez Losantos lo intente, no tiene nada que ver con el moderno[103].

Son muchos los autores que posteriormente recuperaron el pensamiento de los clásicos españoles en el siglo XX. En el texto se habla de las contribuciones de Marjorie Grice Hutchinson, discípula de Friedrich von Hayek, o del gran José Larraz[104]. Jiménez Losantos echa de menos esta tradición en el terrorismo intelectual de los programas educativos españoles[105]. No es justo que haya caído en el olvido, pues sin duda sería una gran herramienta a día de hoy para enfrentar las ideas colectivistas y liberticidas de la izquierda de las que gran parte de la derecha también participa, especialmente en el marco impositivo[106].

En definitiva, la verdad queda expuesta en las páginas de un extraordinario volumen de investigación crítica y argumentada la vocación criminal del comunismo por los errores que encierra y que se plasman en los crímenes que la evidencian. Se trata de un libro entretenido, bien documentado y combativo. Un texto sin duda altamente necesario en los actuales tiempos de hegemonía política y cultural marxista a pesar de que se hubiera firmado el acta de defunción del comunismo hace treinta años[107].

[1] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 15.

[2] Cf. Jonathan Spence, Mao Zedong, Ediciones Folio, Madrid 2003, 127.

[3] Stephane Courtois, El libro negro del comunismo. Crímenes, terror, represión, Ediciones B, Barcelona 2010; Richard Pipes, La revolución rusa, Debate, Barcelona 2016.

[4] Sigfredo Hillers de Luque, El socialismo, Palibrio, Madrid 2014; Sean McMeekin, Nueva historia de la revolución rusa, Taurus, Barcelona 2017; Mira Milosevich, Breve historia de la Revolución rusa, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2017; Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad, vol. III, Espasa, Madrid 2016; Adriano Dell´asta-Marta Carletti-Giovanna Parravicini, Rusia 1917. Un sueño roto de un mundo nunca visto, Encuentro, Madrid 20017.

[5] S Th, I-II, q. 109, a. 1, ad 1; Juan Pablo II, Fides et Ratio, 1998, n. 44.

[6] Cf. Jean Ousset, El marxismo-leninismo, Speiro, Madrid 1967; José Miguel Ibáñez Langlois, El marxismo: visión crítica, Rialp, Madrid 1975; Fernando Ocáriz, El marxismo. Teoría y práctica de una revolución, Rialp, Madrid 1977; Carlos Valverde, El materialismo dialéctico. El pensamiento de Marx y Engels, Espasa, Madrid 1979.

[7] Cf. Ricardo de la Cierva, Las puertas del infierno. La historia de la Iglesia jamás contada, Fénix, Toledo 1995, 665; La hoz y la cruz. Auge y caída del marxismo y de la teología de la liberación, Fénix, Toledo 1996, 12; Historia de la Iglesia Católica en el siglo XX. Asalto y defensa de la roca, Fénix, Madrid 1997, 89; Los signos del Anticristo, Fénix, Toledo 1999, 153; La infiltración, Fénix, Toledo 2008, 561; José Orlandis, La Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX, Palabra, Madrid 1998, 126; Ralph M. Wiltgen, El Rin desemboca en el Tiber. Historia del concilio Vaticano II, Criterio, Madrid 1999, 312.

[8] Cf. Joseph Ratzinger-Vittorio Messori, Informe sobre la fe, BAC, Madrid 1985, 209; Philip Trower. Confusión y verdad. Raíces históricas de la crisis de la Iglesia en el siglo XX, El Buey Mudo, Madrid 2010, 357; Antonio Caponnetto, No lo conozco. Del iscariotismo a la apostasía, Detente, Buenos Aires 2017, 204; Roberto de Mattei, Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Homolegens, Madrid 2018, 410.

[9] Cf. Francisco Díez del Corral, Lenin. Una biografía, Ediciones Folio, Madrid 2003, 313; Carlos Canales, Tormenta roja. La revolución rusa 1917-1922, Edaf, Madrid 2016, 52.

[10] Cf. Ernst Nolte, La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalismo y bolchevismo, Fondo de Cultura Económica, Madrid 2017, 75.

[11] Cf. John Reed, Diez días que estremecieron al mundo, Siglo XXI, Madrid 2016, 31; Carlos Taibo, Historia de la unión soviética. De la revolución soviética a Gorbachov, Alianza, Madrid 2017, 281.

[12] Cf. Michael H. Lessnoff, Historia de la Filosofía política en el siglo XX, Akal, Madrid 2001, 216.

[13] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 628; Pierre Gaxotte, La Revolución francesa, Áltera, Barcelona

[14] Cf. Platón, Diálogos, Gredos, Madrid 2015, vol. IV, 247.

[15] Cf. Teófilo Urdanoz, Historia de la Filosofía. Siglo XIX: socialismo, materialismo, y positivismo. Kierkegaard y Nietzsche, BAC, Madrid 1975, vol. V, 4.

[16] Cf. Raymond Aron, El marxismo de Marx, Siglo XXI, Madrid 2010, 61.

[17] Cf. Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, Montaner, Barcelona 1971, vol. II, 411-413; Teófilo Urdanoz, Historia de la Filosofía. Siglo XIX: socialismo, materialismo, y positivismo. Kierkegaard y Nietzsche, BAC, Madrid 1975, vol. V, 3-10.

[18] Cf. Giovanni Reale-Dario Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico. Del Romanticismo hasta hoy, Herder, Barcelona 2010, vol. III, 167.

[19] Cf. Gregorio Rodríguez de Yurre, Marxismo y marxistas, BAC, Madrid 1978, 38.

[20] Cf. Teófilo Urdanoz, Historia de la Filosofía. Siglo XIX: socialismo, materialismo, y positivismo. Kierkegaard y Nietzsche, BAC, Madrid 1975, vol. V, 16-31.

[21] Cf. Bertier de Sauvigny, Historia de Francia, Rialp, Madrid 2009, 339-341.

[22] Cf. Melchor Fernández de Almagro, Historia política de la España contemporánea (1868-1875), Alianza, Madrid 1969, 172; José Luis Comellas, Historia de España contemporánea, Rialp, Madrid 2008, 242.

[23] Cf. Giovanni Reale-Dario Antiseri, Historia de la Filosofía. Del Romanticismo al Empirocriticismo, Herder, Barcelona 2010, vol. III, tomo 1, 175.

[24] Cf. Teófilo Urdanoz, Historia de la Filosofía. Siglo XIX: socialismo, materialismo, y positivismo. Kierkegaard y Nietzsche, BAC, Madrid 1975, vol. V, 67-79 y 79-84.

[25] Cf. Miguel Poradowski, ¿Por qué el marxismo combate al tomismo?, Speiro, Madrid 1974, 10; Roger Verneaux, Historia de la Filosofía. Curso de Filosofía tomista, Herder, Barcelona 1989, 226

[26] Cf. J. Luis Fernández-Mª Jesús Soto, Historia de la Filosofía moderna, EUNSA, Pamplona 2012, 333.

[27] Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, en Francisco Canals, Textos de los grandes filósofos. Edad contemporánea, Herder, Barcelona 1974, 22; Clemente Fernández, Los filósofos modernos, BAC, Madrid 1976, vol. II, 205.

[28] Cf. Gustavo Bueno, El mito de la izquierda, Zeta, Barcelona 2006, 211; Pío Moa, Ensayos polémicos. España en la encrucijada, Fajardo el bravo, Murcia 2013, 209.

[29] Cf. Raymond Aron, El opio de los intelectuales, Página indómita, Barcelona 2018, 363.

[30] Cf. Rafael Gambra, Historia sencilla de la Filosofía, Rialp, Madrid 2016, 259

[31] Cf. Fernando Ocáriz, El marxismo. Teoría y práctica de una revolución, Palabra, Madrid 1978, 83.

[32] Cf. Karl Marx, La ideología alemana, en Francisco Canals, Textos de los grandes filósofos. Edad contemporánea, Herder, Barcelona 1974, 13; Clemente Fernández, Los filósofos modernos, BAC, Madrid 1976, vol. II, 207.

[33] Cf. Alfredo Cruz Prados, Historia de la Filosofía contemporánea, EUNSA, Pamplona, 2007, 51.

[34] Cf. Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, Herder, Barcelona 2000, 349.

[35] Cf. Frederick Copleston, Historia de la Filosofía. De la filosofía kantiana al idealismo, Ariel, Barcelona 2011, vol. III, 273.

[36] Cf. Anthony Kenny, Breve historia de la Filosofía occidental, Paidós, Barcelona 2018, 382.

[37] Cf. Roger Verneaux, Historia de la Filosofía contemporánea, Herder, Barcelona 1975, 8-28; Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, Montaner, Barcelona 1971, vol. II, 414.

[38] Cf. Gregorio Rodríguez de Yurre, El marxismo, BAC, Madrid 1976, 46-93.

[39] Ibíd., 59.

[40] Cf. René Martin, Diccionario de mitología griega y romana, Espasa, Madrid 1996, 396; Robin Hard, El gran libro de la mitología griega, La esfera, Madrid 2008, 141; Pierre Commelin, Mitología griega y romana, La esfera, Madrid 2017, 100; Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Paidós, Barcelona 2018, 520; Esquilo, Tragedias, Gredos, Madrid 2014, 325.

[41] Cf. José Guerra Campos, Lecciones sobre ateísmo contemporáneo, Fe católica, Madrid 1978, 58.

[42] Cf. Gianfranco Morra, Marxismo y religión, Rialp, Madrid 1979, 54.

[43] Cf. Rafael Gómez Pérez, El humanismo marxista, Rialp, Madrid 1977, 129.

[44] Cf. José Mª Petit Sullá, La destrucción de la familia por el marxismo, en Obras Completas. Al servicio del Reinado de Cristo, Tradere, Barcelona 2011, t. I, vol. II, 833.

[45] Cf. Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, Montaner, Barcelona 1971, vol. II, 414.

[46] Cf. Francois Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, Fondo de Cultura Económica, Madrid 1995, 85.

[47] Cf. Nicolás Márquez-Agustín Laje, El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural, Unión editorial, Madrid 2016, 63; Roger Scruton, Pensadores de la nueva izquierda, Rialp, Madrid 2017, 317

[48] Cf. Isaiah Berlin, Karl Marx, Alianza, Madrid 2018, 149; Michael Heinrich, Crítica de la economía política. Una introducción a El Capital de Marx, Guillermo Escolar Editor, Madrid 2018, 71; ¿Cómo leer el Capital de Marx? Indicaciones de lectura y comentario del comienzo de El Capital, Guillermo Escolar Editor, Madrid 2018, 119.

[49] Cf. Pío Moa, De un tiempo y un país. La izquierda violenta (1968-1978), Encuentro, Madrid 2002, 337; Contra la mentira. Guerra Civil, izquierda, nacionalistas y jacobinismo, Libros libres, Madrid 2003, 138-139.

[50] Cf. Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, Montaner, Barcelona 1971, vol. II, 415.

[51] Cf. Maximilien Rubel, Stalin, Biblioteca ABC, Madrid 2004, 49; Joshua Rubenstein, León Trostky. El revolucionario indomable, Península, Barcelona 2015, 61; Catherine Merridale, El tren de Lenin. Los orígenes de la revolución rusa, Crítica, Barcelona 2017, 120; Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 303.

[52] Cf. Francisco Canals Vidal, Mundo histórico y reino de Dios, Scire, Barcelona 2005, 133; CEC n. 675; DS 3839; Pío XI, Divini Redemptoris, 1937, n. 15.

[53] Cf. Gregorio Rodríguez de Yurre, El marxismo, BAC, Madrid 1976, 46-93.

[54] Cf. Cristóbal Cuevas, El pensamiento del islam, Itsmo, Madrid 1972, 215.

[55] Cf. CEC, 442-455; S. Th., III, q. 7, a. 1; q. 3, a. 8; q. 43, a. 4; Columba Marmión, Jesucristo vida del alma, Editorial litúrgica española, Barcelona 1960, 152.

[56] Cf. Ángel Luis González (Ed.), Diccionario de Filosofía, EUNSA, Pamplona 2010, 710.

[57] Cf. Gareth Stedman Jones, Karl Marx, Taurus, Madrid 2018, 625.

[58] Cf. Alasdair McIntyre, Marxismo y cristianismo, Nuevo inicio, Granada, 2007, 131; José Ramón Ayllón-Marcial Izquierdo-Carlos Díaz, Historia de la Filosofía, Ariel, Barcelona 2012.

[59] Cf. Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, Tecnos, Madrid 2010, 572.

[60] Cf. Teófilo Urdánoz, Historia de la Filosofía, BAC, Madrid 1975, vol. V, 170.

[61] Cf. David Priestland, Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Crítica, Barcelona, 2017, 618.

[62] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018 514-516; Alexander Solzhenitsyn, Alerta a Occidente, Acervo, Barcelona 2016, 385; Pío Moa, Contra la mentira. Guerra Civil, izquierda, nacionalistas y jacobinismo, Libros libres, Madrid 2004, 223.

[63] Cf. Adolfo Torrecilla, Cien años de literatura a la sombra del Gulag 1917-2017, Rialp, Madrid 2017, 222.

[64] Alexander Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag, Tusquets, Barcelona 2016, 3 vols. El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, escribió acerca de estos volúmenes: «La fuerza documental y moral de esta obra no tiene paralelo en la historia moderna». Paulatinamente se van publicando distintos volúmenes de memorias de supervivientes del Gulag, entre otros recientes cabe destacar: Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Minúscula, Barcelona 2007, 6 vols.; Janusz Bardach, El hombre, un lobo para el hombre, Asteroide, Barcelona 2009.

[65] Cf. Carlos Taibo, Anarquismo y revolución en Rusia 1917-1921, Los libros de la catarata, Madrid 2015, 23.

[66] Cf. Eduardo González Calleja, La violencia en la política. Perspectivas teóricas del empleo deliberado de la fuerza en los conflictos de poder, CISC, Madrid 2002, 445.

[67] Cf. Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, Montaner, Barcelona 1975, vol. II, 415; Gran Enciclopedia Rialp, Rialp, Madrid 1971, voz Anarquismo, vol. II, 153; voz Bakunin, vol. III, 604.

[68] Cf. Teófilo Urdanoz, Historia de la Filosofía, BAC, Madrid 1975, vol. V, 144.

[69] Cf. Stanley Payne, La revolución española, Ariel, Barcelona 1971, 117 y 307-309; Carlos Seco Serrano, Historia de España. Época contemporánea, Gallach, Barcelona 1971, vol. VI, 100 y 274; José Luis Comellas, Historia de España contemporánea, Rialp, Madrid 2008, 435 y 464.

[70] Cf. Mariano Fazio, Historia de las ideas contemporáneas, Rialp, Madrid 2006, 230.

[71] Cf. Marcelo López Cambronero-Artur Mrowczynski-Van Allen, La idea rusa. Entre el Anticristo y la Iglesia. una antología introductoria, Nuevo inicio, Granada 2009, 101; Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, vol., II, Penguin Ramdom House, Madrid 2012, 395; Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturas históricas, Acantilado, Barcelona, 2012, 213; Mariano Fazio, Seis grandes escritores rusos, Rialp, Madrid 2016, 138.

[72] Cf. Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, Montaner, Barcelona 1975, vol. II, 415.

[73] Cf. Francis Whenn, Karl Marx, Debate, Barcelona 2000, 320.

[74] Cf. Terence Ball-Richard Bellamy (Eds.), Historia del pensamiento político del siglo XX, Akal, Madrid 2013, 233.

[75] Cf. Christopher Clark, El reino de hierro. Auge y caída de Prusia. 1600-1947, La esfera, Madrid 20116, 583.

[76] Cf. George H. Sabine, Historia de la teoría política, Fondo de Cultura Económica, Madrid 2015, 648.

[77] Cf. Carlos Seco Serrano, Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, Rialp, Madrid 1979, 27-30; José Manuel Cuenca Toribio, Marx en España. El marxismo en la cultura española del siglo XX, Almuzara, Madrid 2016, 19.

[78] Cf. Vicente Cárcel Ortí, Persecuciones religiosas y mártires del siglo XX, Palabra, Madrid 2001, 80; José Carlos Martín de la Hoz, Breve historia de las persecuciones contra la Iglesia, Rialp, Madrid 2015, 187; Evan Mawdsley, Blancos contra rojos. La guerra civil rusa, Desperta ferro, Madrid 2017, 105; Andrea Riccardi, El siglo de los mártires, Encuentro, Madrid 2019, 46.

[79] Cf. Ángel David Martín Rubio, Paz, piedad, perdón y verdad, Fénix, Toledo 1998; Salvar la memoria. Una reflexión sobre las víctimas de la Guerra Civil, Fondo de Estudios Sociales, Badajoz 1999; La cruz, el perdón y la gloria: la persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil, Ciudadela, Madrid 2007; Los mitos de la represión en la Guerra Civil, Grafite, Madrid 2005.

[80] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 405; Federico Suárez, Manuel Azaña y la guerra de 1936, Rialp, Madrid 2007, 64; José Mª Marco, Azaña. Una biografía, Libros libres, Madrid 2007, 229; Javier Barraycoa, Los (des) controlados de Companys. El genocidio catalán, julio 1936-mayo 1937, Libros libres, Madrid 2016, 183.

[81] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 471; Ministerio de Justicia, Causa general de la dominación roja en España, Akrón, León 2008, 299.

[82] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 573.

[83] Vicente Cárcel Ortí, Víctimas caídos y mártires. La Iglesia y la hecatombe de 1936, Espasa, Madrid 2008, 72; La persecución religiosa en España durante la Segunda República (1931-1939), Rialp, Madrid 1990, 214; La gran persecución. Historia de cómo intentaron aniquilar a la Iglesia Católica, Planeta, Barcelona 2000, 49.

[84] Cf. Antonio Montero Moreno, Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, BAC, Madrid 2004, 26.

[85] Cf. Sheila Fitzpatrick, Lunacharski y la organización soviética de la educación y de las artes (1917-1921), Siglo XXI, Madrid 2017, 45.

[86] Cf. Stephen F. Cohen, Bujarin y la revolución bolchevique. Biografía política 1888-1938, Siglo XXI, Madrid 2017, 154.

[87] Cf. Helen Rappaport, Atrapados en la revolución rusa, Palabra, Madrid 2017, 305.

[88] Cf. Simon Sebag Montefiore, Los Romanov 1613-1918, Crítica, Barcelona 2016, 835; Helen Rappaport, Las hermanas Romanov, Taurus, Barcelona 2015, 421.

[89] Cf. Jean-Jacques Marie, Stalin, Palabra, Madrid 2001, 147; Robert Service, Lenin. Una biografía, Siglo XXI, Madrid 2017, 403; Trostki. Una biografía, Ediciones B, Barcelona 2010, 331; Stalin. Una biografía, Siglo XXI, Madrid 2018, 279.

[90] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 249; Ronald Radosh-Mary R. Habeck, España traicionada. Stalin y la Guerra Civil, Planeta, Barcelona 2002.

[91] Cf. Burnett Bolloten, La Guerra Civil española. Revolución y contrarrevolución, Alianza, Madrid 2015, 877.

[92] Cf. Pío Moa, El iluminado de la Moncloa, Libros libres, Madrid 2006, 201; Ricardo de la Cierva, ZP, tres años de gobierno masónico, Fénix, Toledo, 2007, 67.

[93] Cf. Dalmacio Negro, Historia de las formas del Estado. Una introducción, El Buey mudo, Madrid 2010, 330.

[94] Cf. Ricardo de la Cierva, Carrillo miente, Fénix, Madridejos 1994, 137; Rafael Casas de Vega, El terror, Madrid 1936. Investigación histórica y catálogo de víctimas identificadas, Fénix, Toledo 1994, 75; José Javier Esparza, El terror rojo en España. Una revisión de la Causa general, Áltera, Barcelona 2007, 167; El libro negro de Carrillo, Libros libres, Madrid 2010, 119; Julius Ruiz, El terror rojo. Madrid 1936, Espasa, Madrid 2012, 256; Paracuellos. Una verdad incómoda, Espasa, Madrid 2015, 365; César Vidal, Checas de Madrid. Las cárceles republicanas al descubierto, Planeta, Barcelona 2003, 89; Paracuellos-Katyn. Un ensayo cobre el genocidio de la izquierda, Libros libres, Madrid 2005, 123; Félix Schlayer, Matanzas en el Madrid republicano. Paseos, Checas, Paracuellos, Áltera, Barcelona 2006, 94; José Francisco Guijarro, Persecución religiosa y Guerra Civil, La esfera, Madrid 2000, 441;

[95] Cf. Pío Moa, La transición de cristal. Franquismo y democracia, Libros libres, Madrid 2010, 147; Javier Barraycoa, La Constitución incumplida, SND, Madrid 2018, 38.

[96] Cf. José Javier Esparza (Ed.), El libro negro de la izquierda española, Chronica, Barcelona, 2011, 167.

[97] Cf. Sheila Fitzpatrick, El equipo de Stalin. Los años más peligrosos de la Rusia soviética, de Lenin a Jrushchov, Crítica, Barcelona 2016, 151; Simon Sebag Montefiore, Llamadme Stalin. La historia secreta de un revolucionario, Crítica, Barcelona 2016, 438; La corte del zar rojo, Crítica, Barcelona 2018, 225

[98] Cf. Fernando Díaz Villanueva, Vida y mentira de Erenesto Ché Guevara, Indepently published, Madrid 2017, 309.

[99] Cf. Jorge G. Castañeda, La vida en rojo. Una biografía del Ché Guevara, Ediciones Folio, Madrid 1917; John Lee Anderson, Che Guevara: una vida revolucionaria, Anagrama, Barcelona 2010.

[100] Cf. Alfredo Cruz Prados, Filosofía política, EUNSA, Pamplona 2016, 56.

[101] Cf. Jean-Francois Revel, La gran mascarada. Ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista, Taurus, Madrid 200, 215.

[102] Cf. Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos, La esfera, Madrid 2018, 601.

[103] Cf. Juan Belda Plans, Grandes personajes del Siglo de oro español, Palabra, Madrid 2013, 65; Christopher A. Ferrara, La Iglesia y el liberalismo ¿Es compatible la enseñanza social católica con la Escuela Austríaca?, Última línea, Málaga 2017, 452.

[104] José Larraz, La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700), Atlas, Madrid 1943.

[105] Cf. Ángel Fernández Álvarez, La escuela española de economía. influencia de Juan de Mariana en Inglaterra (John Locke) y en los Estados Unidos (John Adams), Unión editorial, Madrid 2017, 112.

[106] Cf. Ernst Nolte, Después del comunismo. Aportaciones a la interpretación de la historia en el siglo XX, Ariel, Barcelona 1995, 35; José Javier Esparza, En busca de la derecha (perdida), Áltera, Barcelona 2010, 83; David Remnick, La tumba de Lenin. Los últimos días del imperio soviético, Debate, Barcelona 2012, 791.

[107] Cf. Hannah Arendt, Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental, Encuentro, Madrid 2007, 13; Moshe Lewin, El siglo soviético ¿Qué sucedió realmente en la unión soviética?, Crítica, Barcelona 2017, 309.

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