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El influjo de Heidegger en la teología católica

Alonso Gracián, el 25.03.19 a las 8:41 AM

Cierta teología contemporánea está marcada por la separación heideggeriana de Dios respecto del ser. De ésta se deducen, fácilmente, otras separaciones, fruto de la des-ontologización (en definitiva, subjetivización) de la fe católica.

Y así, la fe se separa respecto de la razón, el Evangelio respecto de la ley moral y el derecho; el Antiguo Testamento respecto de la Antigua Sabiduría (Veterum Sapientia) de griegos y romanos; el orden de la gracia del orden de los seres. La concepción cristiana de la vida social y política se seculariza y al mismo tiempo se vuelve misteriosista a título privado.

Para el católico de hoy, en general, Dios es inaccesible a los conceptos humanos, que considera absolutamente inadecuados para hablar de Él, y a esto llamo misteriosismo; es más, según éste, el mismo empleo de los conceptos es ya un desprecio al Misterio, y la inteligencia de Dios en cuanto es, (aunque no tanto en cuanto ama) resulta un indeseable racionalismo.

De esta forma, se ha hecho común en el pensamiento posconciliar concebir a Dios no como ser sino como solamente amor, o más concretamente, como amor al hombre. Y en cuanto amor que no es, se le ha relegado al mundo de la subjetividad, para no hacer a Dios objetivista. sino emotivista.

1.- Durante los últimos cincuenta o sesenta años, cierta teología católica se puso a hablar en un lenguaje extraño y sofisticado. Era un lenguaje que no le pertenecía, que adoptó de cierto pensamiento europeo de moda, y que utilizó para repensar la fe católica, como si ello fuera posible sin grave daño. Y dado que ese lenguaje tenía como presupuesto la separación de Dios y del ser, quiso tomarla por bandera de los nuevos tiempos. Y así fue como puso de moda, también en la Iglesia, la jerga de la Gran Fragmentación heideggeriana que se estaba propiciando.

El glosario de esa separación de Dios y el ser, (y sus correlatos: la separación del orden divino y del orden de los seres, de la Iglesia y del estado, de la ley moral y de la ley civil, etc.), pasó al lenguaje de los católicos. El desprecio por la metafísica aristotélico-tomista, la devaluación de los saberes heredados, la primacía de la voluntad contra el entendimiento, se hicieron virales; y los neoconceptos sustituyeron, progresivamente, los conceptos tradicionales, puestos en fuera se juego por la suspensión fenomenológica. La muerte de la metafísica llegó al pensamiento católico.

2.- Muchos intelectuales católicos se hicieron eco de esta separación de Dios y el ser. Los caminos del conocimiento ya no le servían a los católicos. La fe teologal comenzó a ser una experiencia, una actitud de apertura a Dios, un vivir preguntándose cosas sin querer respuestas, un encuentro subjetivo. ¿No eran, pensaban, las respuestas en sí mismas, tal y como se nos habían transmitido, respuestas heredadas, no pensadas, no interiorizadas, no personales, y por eso no auténticas?

3.- De este empacho de pensamiento europeo surgieron un sin fin de consignas: había que simplificar nuestra relación con Dios, se decía, liberarnos de nuestras seguridades y certezas tradicionales, tan poco auténticas y tan racionalistas; “Dios” parecía un término que, pronto, iba a dejar de ser utilizable. Imitando a Heidegger, que tachaba la palabra Ser con una X encima, esta teología neotérica (amante de novedades) presumía de arrodillarse mucho (aunque no en el confesionario), y de ser una tachadura humanista del Dios tradicional, castigador y metafísico.

4.- Pero, ¿quién es ese dios que no coincide con el «Ser», ese concepto escolástico tan anticuado, según el heideggerianismo católico, que debe ser tachado, como debe ser tachada la palabra «sustancia», incluso la palabra Transubstanciación, siempre tan problemática según algunas mentes eminentes?

Pues un dios que observa al hombre, que admira al hombre, que ama al hombre por sí mismo, como si hubiera dejado de ser Causa Primera y fin último del hombre. Un dios en función del hombre, al servicio de su dignidad axiológica. Un dios en definitiva, como el ser heideggeriano, tachado como Dios, porque ni es juez, ni castiga, ni mueve, ni pena, ni condena; un dios tachado que no es ser, porque el único ser es el del hombre y al hombre que está ahí o sea en el mundo, se le ha de remitir la pregunta por el ser. Un dios, a fin de cuentas, que no es católico.

5.- Claro está que de esta confusión no podía salir algo claramente bueno, digo en el terreno del pensamiento; porque gente buena confundida, a la que Dios, aún, asiste con su gracia, y ayuda a mantenerse en la virtud, sí que hay, y mucha; las buenas intenciones no faltan. Pero en el terreno del pensamiento, teológico y filosófico, y correlativamente, en la función docente, en general, de la Iglesia, la crisis estaba servida y era inevitable.

¿Cómo va a salir algo claramente bueno y verdadero del pensamiento eclesial, si este adopta la jerga que iguala sujeto y objeto, que diferencia Dios y ser, que escinde la unidad del ser humano negando el alma y afirmando el cuerpo? ¿Cómo va a salir algo evidentemente bueno, claramente católico, distintamente verdadero, de un híbrido de catolicismo y modernidad post-luterana? ¿Acaso la Iglesia puede hibridarse con el mundo?

6.- La goecia lingüística heideggeriana ha confundido la razón católica. Y así ha pasado a ser un tópico que Dios no ha de verse como objeto de nuestro entendimiento, porque vive en nosotros en cuanto sujeto, y por eso cabe tan sólo experimentarlo. Es una confusión tan descristianizadora, tan deconstructiva, tan “zen", la de igualar en una sola cosa sujeto y objeto, separando al mismo tiempo Dios y ser, que las consecuencias secularizadoras las estaremos pagando mucho tiempo. A no ser que cambiemos el rumbo intelectual y volvamos a lo nuestro.

Sí, son una igualación y una separación que descristianizan. Porque ponen en suspensión, tachándolos, los principios más básicos del conocimiento, impide los preámbulos de la fe, suprime la naturaleza y la razón dejando, en el aire, la gracia y la fe. Conduce a la naturalización de lo sobrenatural, que es el empeño de la Nueva Teología.

Conduce a un espiritualismo naturalista que hace innecesaria la unidad católica; y la hace superflua porque, en definitiva, todo hombre, bajo esta perspectiva supuesta, todo hombre, por el solo hecho de la Encarnación, supuesta la indistinción sujeto/objeto, está, ya, unido a Cristo. ¿Para qué entonces, salir de Misión?

¿Acaso —según esta dinámica— la Encarnación no ha suprimido ya la diferencia absoluta entre sujeto (el hombre) y objeto (Dios)? Dios, tachado como objeto, coincide con el hombre afirmado como sujeto. El sujeto Dios reside entonces, bajo este punto de vista, en el sujeto hombre. Por lo que en toda subjetividad humana reside Dios. Sólo hay que recordar su presencia. Dios es el sujeto que mora en el inconsciente de todas las religiones. No tiene un ser propio, sino inmanente al ser del hombre, que lo reconoce mediante la experiencia y el diálogo que pregunta mutuamente por el ser.

En la difusión de estas ideas hay distintos grados y matices. Pero es una constante, en mayor o menor grado, en el pensamiento posconciliar. Una constante que ha hecho inútil la Misión. ¿Para qué salir a predicar, si todo ser humano tiene a Dios presente en su subjetividad? ¿Para qué la Misión? La única opción razonable, bajo esta perspectiva modernizada, es evangelizar, no en sentido en que se hacía antes, sino para ayudar a los demás a descubrir que tienen dentro a Dios, que Dios es su anhelo inconsciente y su sentido de vida existencial, que pueden descubrir a Dios en la propia subjetividad humana, porque Dios no es un objeto diferente, tan demasiado diferente como se creía, del sujeto mismo que pregunta por Dios.

y 7.- Vemos cómo la influencia de Heidegger y sus teólogos epígonos ha intoxicado profundamente el catolicismo en crisis. Digo en crisis, porque lo está desde la crisis modernista, todavía sin resolver, pese a la Pascendi de 1907. Lo está desde la crisis neomodernista, todavía sin resolver, pese a la Humani generis de 1950.

La razón católica puede encontrar en estos documentos magisteriales la orientación que necesita para retomar el rumbo en puntos fundamentales. Deberá nutrirse, además, de mucha Escritura y mucha Tradición y tradiciones, de sana filosofía y sana teología. Hay buenos maestros a los que acudir. Los hemos citado en este blog muchas veces. Deberá liberarse del lastre de los neoconceptos, del insano cargamento de la Modernidad, conceptualmente entendida, en sus principios deconstructivos, sean racionalistas o sean irracionalistas (posmodernos). Deberá asentarse sobre roca, desocupar la Torre de Babel y emprender el camino de vuelta a casa, el espacio y el hogar del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15).

David Glez Alonso Gracián

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