Kontristatus

¡Vicka y Jakov han desaparecido!

EN 1981, todos los videntes vivían en la misma zona de Bijakovici, al pie del Podbrdo. En aquella época, la milicia se ensañaba sin piedad contra ellos y no los perdía de vista ni un solo instante. Sus familias vivían en la angustia. Una amenaza constante pesaba sobre ellos, puesto que ver a la Gospa era una falta muy grave contra el régimen comunista, y las autoridades no bromeaban con ese “pecado”.
Una tarde, Jakov y su prima Vicka lograron sustraerse a la vigilancia general, por medios que solo ellos conocían y, al volver de Citluk con mucha hambre, decidieron ir a la casa donde Jakov vivía con su madre.
Los peregrinos que han ido a visitar a Mirjana, o a Ivan, han pasado delante de esa paupérrima choza; mejor dicho, lo que queda de ella ( Hoy en día, la choza está totalmente en ruinas, el techo se ha desplomado y las paredes están en mal estado. Algunas personas se han llevado unas cuantas piedras y tejas; y este vestigio podría desaparecer. ¡Sería una verdadera lástima! Pero el lote pertenece a ocho dueños y cada uno de ellos tiene una idea diferente al respecto. Marija me dijo: “Habría que arreglarla y transformarla en museo. ¡No se puede dejar desaparecer esta casa en la que han ocurrido cosas tan hermosas! ¡En Lourdes se visita la casa de los Soubirous! Tú deberías dar a los peregrinos la idea de ir a ver esa casa. Habría que explicarles lo que en ella ocurrió, hacerlos orar allí... ¡Si no se hace nada ahora, en un año será demasiado tarde, no quedará nada!”).
La madre de Jakov, Jaka, (ella murió un año más tarde, dejando a Jakov solo a la edad de 12 años. Su tío, Filip Dragicevic, lo llevó a su casa, donde vivió desde entonces hasta su matrimonio con Anna-Lisa, en abril de 1993) era extremadamente pobre, y los dos vivían en dos cuartos diminutos, sin agua corriente, en la incomodidad característica del Medjugorje de “antes de la Virgen”. En aquella época, no existía calefacción, la gente dormía en el suelo, pasaba hambre y trabajaban en el tabaco bajo duras condiciones. Y si alguien enfermaba, tenía que arreglárselas como pudiera, porque nadie, salvo Dios, lo ayudaría a salir del paso.
Vicka y Jakov llegan sin aliento a la casa, diciendo que tienen mucha hambre. Mientras Jaka les prepara en la cocina un almuerzo frugal, ellos entran en la habitación contigua. A los diez minutos, ella los llama... ¡Ninguna respuesta! Son exactamente las 15.20. Jaka se asoma al cuarto..., ¡no hay nadie! ¡A esa pobre madre le da un vuelco el corazón, ya que es imposible que hayan salido sin ser vistos! Por más que trate de recordar cada minuto desde que llegaron, no encuentra respuesta. ¡Esto es incomprensible! ¡Tendrían que estar ahí! Además, hace solo unos instantes, los ha escuchado conversando. Un vértigo de angustia la invade. ¡La milicia! ¡Pero no! ¿Cómo podría la milicia haber venido a buscarlos sin que ella se diera cuenta? Jaka sale despavorida de su casa y se encuentra con la madre de Ivan, que baja por el camino.
—¿No has visto a Jakov y a Vicka?
—No.
Ella sube entonces por el camino y pregunta a sus otras vecinas. Luego va hasta la casa de los padres de Vicka.
—No —responde Zlata, la madre de Vicka, negando con la cabeza.
Muy pronto, el rumor de que Jakov y Vicka han desaparecido se propaga, y el temor se apodera de los moradores de Bijakovici, que consideran a los videntes como sus propios hijos, como la luz de sus ojos. ¿Cómo no pensar en María y José, en Jerusalén, buscando con angustia a su pequeño Ieshoua, de 12 años? Los minutos se suceden; parecía que verdaderamente los chicos se habían volatilizado. La madre de Vicka se asegura: “No han vuelto”. Además, nadie los ha visto. Jaka vuelve a su casa, destrozada. Da vueltas y vueltas por la cocina, entra una y otra vez al cuarto vacío donde estaban hace poco, con la esperanza totalmente absurda de encontrarlos allí, de despertarse de su pesadilla. Pero no, ¡no hay nadie! Jalea retira los dos platos de comida ya fría, guarda en su sitio la vieja olla, mientras en su mente se suceden velozmente las peores escenas que una imaginación de madre pueda concebir.
En los Balcanes, la memoria ancestral está lo suficientemente cargada de horrores como para no sentir la necesidad de ver películas de terror. Jaka sale y se sienta bajo un árbol, junto a la casa. Desde allí ella podrá observar... De repente, a las 15.50, cree escuchar algo. “¡Ese ruido viene de la casa!”.
—¡Jakov!, ¿eres tú?
—Sí —responde Vicka, siempre más rápida que los demás, mientras termina de recitar con Jakov el Magnificat, oración que acompaña siempre el final de las apariciones.
Luego, Jakov corre hacia afuera, muy alegre, y le dice a su madre:
—¡Mamá, mamá! ¡Estuvimos en el Cielo! ¡Hemos visto el Cielo!
—¡¿El Cielo?! ¡No...!, ¡no es posible! ¡No me haréis creer que habéis estado en el Cielo!
¿Qué ha ocurrido?...

Se abrió el techo

“JAKOV, ¡cuéntanos!”, le piden los peregrinos.
—La Gospa vino y nos llevó con Ella. Pero Vicka estaba conmigo. Vayan a preguntarle; ella les contará...
(Jakov es un chico muy discreto, muy secreto, e incluso su esposa Anna- Lisa recibe en mínimas dosis los tesoros que la Virgen le comunica).
Vicka, al contrario, no se hace rogar para contar su “viaje al más allá”.
—Estábamos desprevenidos —dice ella—. La Gospa vino a la habitación mientras la madre de Jakov estaba en la cocina preparándonos algo de comer. Nos propuso entonces que fuéramos los dos con ella para ver el Paraíso, el Purgatorio y el Infierno. Estábamos muy sorprendidos, y ni Jakov ni yo le dijimos “sí” enseguida. “Mejor lleva solo a Vicka contigo”, le dijo Jakov. “Ella tiene muchos hermanos y hermanas, en cambio yo estoy solo con mi mamá”. ¡El dudaba de que se pudiera volver vivo de semejante expedición!
—En cuanto a mí —agrega Vicka—, yo me preguntaba: “¿Pero adonde nos va a llevar esto? ¿Y cuánto tiempo estaremos allí?”. Finalmente, viendo que el deseo de la Gospa era llevarnos con Ella, aceptamos. ¡Y llegamos allí!
—¿Allí? —le pregunté a Vicka—. Pero, ¿cómo llegásteis?
—Apenas dijimos que sí, el techo se abrió, ¡y nos encontramos en el Cielo!
—¿Fuisteis con vuestro propio cuerpo?
—¡Sí!, ¡como estamos ahora! La Gospa cogió a Jakov de la mano izquierda y a mí de la derecha, y nos fuimos con Ella. Primero nos mostró el Paraíso.
—¿Entrasteis en el Cielo, así, sin más, caminando desde donde estabais?
—¡No, no! —me dice Vicka—, entramos por la puerta.
—¿Una puerta cómo?
—¡Pues una puerta normal! Vimos a San Pedro detrás de la puerta, y la Gospa la abrió...
—¿Y cómo era San Pedro?
—¡Pues como era en la Tierra!
—¿Y cómo era en la Tierra?
—Más o menos 60, 70 años, no muy alto, pero tampoco muy bajito, el cabello gris un poco crespo, bastante robusto...
—¿No fue él quien os abrió?
—No, la Gospa misma abrió la puerta, sin llave. Ella me dijo que era San Pedro; él no dijo nada. Tan solo nos saludamos, con un gesto.
—¿Y él no pareció sorprendido al veros?
—No, ¿por qué? Estábamos con la Gospa, así que...
Vicka describe las escenas como si hablara de un paseo que hubiera hecho la víspera con su familia, en los alrededores. No percibe barrera alguna entre “las cosas de allá arriba” y las de la Tierra. Ella se siente como en su casa en medio de esas realidades, e incluso se extraña por algunas de mis preguntas. Curiosamente, no tiene conciencia de que su experiencia representa un tesoro para la humanidad y que el lenguaje del Cielo, tan familiar para ella, abre una ventana sobre un mundo totalmente diferente para nuestra sociedad actual, para los “no videntes” que somos nosotros.
—El Paraíso es un espacio grande, sin límites. Allí hay una luz que no existe en la Tierra. Vi a muchas personas, y todas son muy, muy felices. Cantan, bailan... Se comunican entre sí de una forma inexistente en la Tierra, y se conocen desde su interior. Están vestidas con túnicas largas de tres colores diferentes, según pude observar. Pero esos colores no son como los nuestros. Son parecidos al amarillo, al gris y al rojo. También hay ángeles en medio de ellos. La Gospa nos lo explicaba todo. “¡Mirad qué felices están estas personas!”, nos decía. “¡Nada les hace falta!”.
—Vicka, ¿puedes describirme esa felicidad que viven los elegidos en el Cielo?
—No, no te la puedo describir, porque aquí en la Tierra no tenemos palabras adecuadas para expresarla. Yo misma experimentaba la felicidad de los elegidos. No te la puedo explicar, solo la puedo vivir en mi corazón.
—¿No tuviste ganas de quedarte allí, de no volver a la Tierra?
—¡Sí! —responde ella, sonriendo—. ¡Pero una no solo ha de pensar en sí misma! Nuestra mayor alegría es hacer feliz a la Gospa... Y sabemos que Ella quiere que estemos en la Tierra durante algún tiempo para que podamos transmitir sus mensajes. ¡Compartir sus mensajes es una gran alegría! Mientras Ella me necesite para esto, ¡aquí estoy! Cuando quiera venir a llevarme, ¡estaré lista para partir! El plan es de Ella, no mío...
—¿Y los elegidos en el Cielo podían verte a ti?
—¡Claro que nos veían! ¡Estábamos con ellos!
—¿Y cómo eran?
—Tenían alrededor de treinta años. Eran hermosos, muy hermosos. Nadie era ni muy alto, ni muy bajo. No había gente flaca, ni gorda, ni lisiada. Todos se veían muy bien.
—¿Entonces, por qué San Pedro era más viejo y estaba vestido como en la Tierra?
Vicka guarda silencio un instante... Nunca se le había ocurrido preguntárselo.
—¡Es así! ¡Yo te digo lo que vi!
—Y si los cuerpos de vosotros dos estaban totalmente en el Cielo con la Gospa, ¿entonces no estaban al mismo tiempo en la Tierra, en casa de Jakov?
—¡Claro que no! Nuestros cuerpos desaparecieron de la casa de Jakov. ¡Todo el mundo nos buscó! Esto duró veinte minutos en total.
De momento, se acabaron los detalles que contaba Vicka. Para ella, lo más importante fue haber probado la inefable felicidad del Cielo, esa paz auténtica, cuya promesa no necesita ser comprobada. Los racionalistas podrán sin duda discutir y debatir acerca de este relato de Vicka, expuesto sin retoques. Pero, además de tener un segundo testigo en la persona de Jakov, el signo incontestable de que Vicka sí estuvo en el Cielo es ese gozo celestial que emana de todo su ser y se derrama sobre aquellos que se le acercan. ¡Ya se cuentan por millares las personas que ella, solo con su sonrisa, ha llevado nuevamente a la esperanza!

MENSAJE DEL 25 DE OCTUBRE DE 1990
“Queridos hijos, hoy os invito a hacer obras de misericordia, con amor, y por amor a Mí y a nuestros hermanos y hermanas (los vuestros y los míos). Queridos hijos, todo lo que hagáis por los demás, hacedlo con una gran alegría y con humildad hacia Dios. Estoy con vosotros y, día tras día, presento vuestros sacrificios y vuestras oraciones a Dios, para la salvación del mundo. Gracias por haber respondido a mi llamada”.

Tomado de Mejugorje, el triunfo del Corazón
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