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Querido Internet, por favor deja de aconsejarme cómo ser feliz (carta abierta)

Querido Internet, por favor deja de aconsejarme cómo ser feliz (carta abierta)

Internet está repleta de publicaciones ultra positivas llenas de consejos desabridos sobre la felicidad, el amor, la libertad, la eficiencia, la alegría, etc, etc. ¿Los has leído alguna vez? Sí, son esos de “despertarse con una sonrisa” y“respirar profundamente para dejar ir tus miedos”. ¿Te gustan? A mí me fastidian, y por eso hoy quiero proponerte un texto muy bueno para conversar sobre el moralismo cómodo del cual están llenas las redes sociales e internet.
El artículo es de Jamie Varon, una escritora americana agobiada con toda esta mole digital de optimismo light. Al final del texto de Jamie doy mi opinión y hago algunos comentarios orientados al uso apostólico de este recurso.

He pasado demasiadas noches sintiéndome avergonzada de no poder ser más positiva, feliz, mejor, más fuerte. Miro a estas personas sonrientes, pegadas a tanta positividad que me pregunto qué he hecho mal. ¿Por qué me afecta tanto el mundo? ¿Por qué no siento cada día como una aventura? Esta gente, ¿no tiene que pagar facturas y tener conversaciones incómodas y levantarse, a veces, con dolor de cabeza? ¿No tienen vidas rutinarias? ¿Por qué me parece que soy la única persona a la que le afecta tanto la experiencia humana?
No quiero estar inspirada nunca más. La inspiración es barata. Es fácil. Es decorativa. Está empapada en promesas que nadie puede cumplir.

Quiero sentirme comprendida. Quiero sentirme escuchada. Quiero sentir cómo mis pensamientos, extraños y sinuosos y oscuros, y mis temores y mis sentimientos no me son exclusivos. No necesito que nadie me niegue mi experiencia y me la facilite con palabras dulces y mullidas como las nubes, e igual de transparentes. Quiero valentía, realidad y crudeza y prefiero ver a la gente hecha un lío que intentando actuar como si nunca estuvieran hechos un lío.

Estoy cansada de la gente que trata de inspirarme para tener una vida mejor, más grande, más feliz. Dejadme existir. Dejadme experimentar. Dejadme encontrar el punto de luz en el largo túnel de oscuridad. Dejadme averiguar cosas por mi cuenta. Yo digo que en este mundo necesitamos menos inspiración falsa y más realidad. Menos fin del mundo. Menos felicidad falsa. Más mierda real. Menos sermones. Más narración. Menos consejo. Más comunidad.

Me encantaría que la gente dejara de tratar de perfeccionar mi vida. Todo el mundo está vendiendo la píldora mágica de la felicidad. ¿Por qué tengo que ser tan feliz a todas horas? ¿PUEDO VIVIR?

Quiero que sepas que no tienes nada que arreglar si no estás sonriendo a cada momento del día. A veces no tienes nada que agradecer y está bien. A veces es difícil reunir energía para ser feliz con lo que tienes cuando quieres mucho más del mundo. Eso está bien. Está bien enfadarse y ser un poco oscuro y extraño y no ser una bola de energía positiva en cada momento. A veces está bien aburrirse y pensar que la felicidad es un poco aburrida porque, de algún modo, lo es. A veces está bien estar de mal humor y triste y contemplativo y solucionar los problemas con una copa de vino o una pizza o buen sexo. Ya ni sé, simplemente está bien no tenerlo todo resuelto, no tener respuestas, solo ser, como es el punto de nada.

Está bien sentir que el suelo tiembla bajo tus pies. No pasa nada porque todo es temporal. Puedes perder el equilibrio un día y estar en la cima del mundo al día siguiente. Todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. La felicidad es tan efímera como cualquier otra cosa. Estos vendehumos que actúan como si tuvieran la cura de la humanidad me matan. Para lo único que sirven es para que te sientas avergonzado por no tenerlo todo resuelto. Te venden tu propia experiencia aspiracional y hornean en ella tu vergüenza.

Sólo prométeme que lo último que vas a hacer es avergonzarte de dónde estás en tu experiencia como ser humano. Nada bueno viene de la vergüenza. Se trata del lugar de vibración más íntimo desde el que puedes obrar. Evita la vergüenza y cualquier cosa o persona que te causen esta vergüenza. Sácalo todo fuera de tu campo de energía. La vergüenza no te va a motivar. Te va a secar.

Si hay una promesa que te puedes hacer a ti mismo, que sea esta: no me dejaré avergonzar por mi experiencia de ser humano. Olvida la mierda del pensamiento positivo: esa promesa, ese mantra, ese estado mental es lo que puede realmente cambiar tu vida. Una persona incapaz de ser acobardada hasta la vergüenza es un héroe, teniendo en cuenta las muchas razones que nuestro mundo nos da para avergonzarnos. Renunciar a esta sensación de vergüenza es un acto de resistencia radical. Déjate llevar. Déjate ser verdaderamente tú. Qué libertad.


Veamos. Jamie desmonta todas estas publicaciones porque percibe que detrás de ellas no hay ninguna consistencia. La moral del espíritu positivo por el espíritu positivo es hueca y a la larga no da ninguna razón legítima de su esperanza. Cuando las cosas van bien en la vida estos consejos suenan sensatos y atractivos; pero cuando la realidad se muestra en toda su dificultad, cuando aparece el sufrimiento y el pecado en sus distintas formas, todo este consejerismo almidonado se transforma en un chirrido que desespera y frustra porque es imposible vivirlo. Este tipo de publicaciones no ofrecen razones sobre el porqué debemos superar el dolor o afrontar el desgano, ni por qué la felicidad está detrás de una sonrisa o un gesto de amor y no detrás de la aceptación resignada de la soledad y del individualismo. Omiten respuestas esenciales simplemente porque no las tienen, o, mejor dicho, las han olvidado, porque yo creo que este moralismo light no es otra cosa que un remedo mutilado del cristianismo, o si se quiere, un residuo “descrucificado” de nuestra fe.

Este punto me parece importante así que me explicaré mejor. A este moralismo mundano le gusta eso de que “un amigo es un tesoro” pero reniega ante la posibilidad de “dar la vida por uno de ellos”; considera lindo eso de que “hombre y mujer se vuelven un solo cuerpo” pero proscribe aquello de estar juntos “en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe”; reputa precioso que Dios nos ame incondicionalmente pero tacha de abominable aquello de “negarse a uno mismo, cargar la cruz y seguirlo”. El mundo quiere la resurrección sin pasar por la cruz y ha elegido una sola cara de la medalla del cristianismo pensando que podía desechar la otra. El problema es que de pronto aparecen personas como la autora de este texto diciendo, en resumen: “¡no me basta! ¡me haces daño! ¿por qué tengo que sonreír si mi corazón está vacío? No estoy bien, estoy roto, me siento culpable ¡dame razones para recuperar la esperanza, sálvame!” Pero ese clamor es demasiado grande para nuestro mundo. El número de psicólogos, psiquiatras y “coaches ontológicos” (no me pregunten qué significa eso) paradójicamente crece junto con los índices de depresión más altos que ha visto nuestro tiempo. Por suerte bajo la manga siempre quedan pastillas para controlar esta “enfermedad”, o como ya se hace en Bélgica, la infeliz propuesta de optar por una “muerte digna”. Si no se entendió la ironía lo pongo un poco más crudo: “Si tu corazón no se conforma con lo que te ofrezco — nos dice el mundo — dópate o mátate”.

Internet: “¡No me basta! ¡me haces daño! ¿por qué tengo que sonreír si mi corazón está vacío? No estoy bien, estoy roto, me siento culpable ¡dame razones para recuperar la esperanza, sálvame!” Pero ese clamor es demasiado grande para nuestro mundo.

Pero nosotros, cristianos, sabemos que la fe no puede descrucificarse sin traicionarse a sí misma. Nosotros no debemos caer en las respuestas fáciles porque tropezaríamos con el mismo problema que el artículo de Jamie le ha planteado al optimismo barato de la modernidad. Cristo no es una respuesta fácil y no lo será. Es una respuesta verdadera que toca el corazón del hombre y explica, desde lo hondo de su miseria, por qué todavía existe esperanza; por qué, a pesar del dolor y el sufrimiento, abandonarse a la tristeza no es un camino humano. Dios no elimina el drama de nuestras vidas, no disfraza nuestra libertad para evitar que veamos sus tremendas consecuencias. Cristo nos acerca al borde del precipicio y nos muestra cuán hondo es el abismo de separación que nuestra libertad es capaz de crear entre Dios y el hombre. ¡Pero no nos deja solos! Nos pide que contemplemos nuestro drama desde sus ojos, y sobre sus hombros. ¡Esto es hermoso! Cristo pudiendo, no vence el mal con una sonrisa ni con un par de palmadas en nuestra espalda, Jesús se lanza en el abismo de nuestra indiferencia llevando en su corazón un océano de amor y de perdón. La cruz es una áspera embarcación de madera, de acuerdo, pero es también el océano de amor que nos permite navegar y cruzar ese abismo. La cruz es certeza, horizonte, victoria, esperanza, amor y dolor unidos en el corazón de cada cristiano que se dirige a la orilla del encuentro con Dios, la felicidad plena.

Estas certezas — le diría a Jamie —te permitirán sentirte orgullosa de tu experiencia como ser humano por más triste, sola o frustrada que estés; pero no te equivoques, lo valioso no está en cargar tu humanidad doliente con firmeza y estoicismo hasta llegar al punto de aceptar que las cosas pueden estar bien, aunque estén mal — ¿no estás cayendo un poco en lo que criticas?— ¿Y los que no podemos evitar esa vergüenza qué hacemos? Lo verdaderamente valioso está en que sin importar cuán profundo sea nuestro abismo, Dios lo conoce y por alguna misteriosa razón no deja de pronunciar nuestro nombre. ¡Ese es el tipo de esperanza que anhela nuestro corazón! Esta llamada no sé si elimina del todo la vergüenza pero ciertamente la coloca en un lugar secundario con relación a la gratitud.

Por último, Jamie podrá estar o no estar de acuerdo con nuestra propuesta; sin embargo, nunca podrá tildar la esperanza cristiana de fácil, ligera, ingenua o inocua. Por ahora me basta con esto.
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