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DOMINGO II del T O 2019 Día 20 II Domingo del Tiempo Ordinario Vemos a María, a Jesús y a sus discípulos en medio del mundo, participando en un acontecimiento familiar y social festivo: se alegran …Más
DOMINGO II del T O 2019

Día 20 II Domingo del Tiempo Ordinario Vemos a María, a Jesús y a sus discípulos en medio del mundo, participando en un acontecimiento familiar y social festivo: se alegran los novios, se alegran las familias y hacen disfrutar de su alegría a amigos y conocidos; entre ellos la familia de Jesús. Nos resulta de lo más lógico que la vida con el Señor sea alegre. La posesión del bien no produce tristeza sino alegría, y Jesús es el mismo Bien. De ahí que una vida con Dios, por corriente que sea, incluso con insatisfacciones, como sucede de ordinario de vez en cuando, es una vida siempre feliz; debe serlo, si verdaderamente es una vida con Dios. Contemplando la escena de Caná que relata san Juan, observamos a la Virgen que ha descubierto que faltará el vino. Lo notaría, quizá sin querer, por alguna circunstancia que no conocemos. Pero sabiéndolo, y haciéndose cargo del trastorno que supondría para los novios, no permanece indiferente. A la Virgen le importan los demás. De alguna manera, lo de cada uno es también cosa suya: se alegra por lo bueno y lo alienta para mayor felicidad de sus hijos los hombres; mientras que por lo malo, por lo negativo que nos hace daño, se apena como Madre que sólo nos desea lo mejor. Confiemos, por tanto en María. Pongamos a su cuidado y gobierno nuestras inquietudes, los planes pequeños de cada día y, cómo no, las grandes empresas, que en ocasiones promovemos con tanta ilusión como quizás con temor de no triunfar. Pero volvamos a Caná: no son obstáculo ni el ruido, ni la fiesta, ni la mucha gente reunida, para pensar en los demás y agradar a Dios; para desear prestar un servicio. Es necesario, eso sí, estar dispuesto a olvidarse de uno mismo y desear de verdad que los otros sean felices. Todo es tener a Dios en el alma y fomentar un coloquio –quizá sin palabras– con Él, que lleve a amarle con obras en los demás. Se necesita olvido de sí; que más que por un propósito expreso de no pensar en uno mismo, se logra con el intento renovado de fijarse en los que nos rodean, para captar lo que necesitan; pues en ellos hay, además, una permanente ocasión de amar a Dios. Ha querido Dios que seamos cauce de su amor en el mundo. María, pues, al notar que faltaba el vino, supo descubrir una oportunidad de agradar a Dios, mientras solucionaba el problema de unos recién casados. La actitud de la Virgen fue la que veremos en Jesús durante los años de su vida pública. En ningún momento decide algo el Señor porque le interese para sí. Nunca es su gusto el motor de sus decisiones. Son la gente que le pide, o que sin pedirle está necesitada, como cuando le siguen muchedumbres durante días y no tienen alimento; o cuando se pone a enseñarles porque las ve maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Así actuó también María, y cada uno queremos imitar su solicitud por el prójimo, viendo, como Ella, en cada oportunidad de ayudar a otro, una ocasión para amar a Dios. En la vida de todos los días –de permanente relación con otros hombres, semejantes a nosotros y, por tanto, con buenas cualidades pero también con algunos defectos– encontramos casi siempre, junto a momentos gratos, otros que nos resultan molestos o más trabajosos, por los errores y defectos de los demás. ¡Que no sean nunca algo sólo negativo! Pueden, de hecho, convertirse en espléndidas ocasiones de superación personal, con las que además procuramos ayudar. "Esto no es un problema, es un reto", me decía un amigo optimista. Y es que, también humanamente, es más admirable resolver dificultades, con la energía y el tesón precisos en cada caso, que acogotarse por lo que cuesta o porque hay que contar con los otros y tienen defectos.