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Carta al Papa Francisco

Por SPECOLA | 16 enero, 2019

Dulce padre mío, con esta dulce mano le ruego y le solicito, venga a desconcertar a nuestros enemigos.

¡Ay de mí! ¡Basta de callar! Gritad con cien millares de lenguas. Veo que, por callar, el mundo está podrido y la Esposa de Cristo ha perdido su color»

En el nombre de Jesucristo crucificado le digo: niéguese a seguir los consejos del demonio, quien retrasaría su santa y buena resolución. Sea hombre a mis ojos, y no un temeroso. Responda al Señor, quien lo llama a sostener y ocupar la silla del glorioso pastor San Pedro, cuyo vicario ha sido usted. Y alce el estandarte de la santa cruz; dado que al haber sido salvados por la cruz—así dice Pablo—alzando su estandarte, que a mi entender es refrigerio de los cristianos, seremos liberados – de nuestras guerras y divisiones, y muchos pecados, el pueblo infiel de la infidelidad. Así vendrá y conseguirá la reforma, dando buenos sacerdotes a la Santa Iglesia. Llene el corazón de ésta con el amor ardiente que ha perdido; al haber sido drenada de su sangre por hombres perversos que la han devorado, dejándola completamente debilitada. Reconfórtese y venga, padre, ya no haga más esperar a los servidores de Dios, que están afligidos por su deseo.

Creo que sería bueno que nuestro dulce Cristo terrestre se libre de dos cosas que corrompen a la esposa de Cristo. La primera es el afecto excesivo que demuestra a su familia, de la que se ocupa con demasiada solicitud… La segunda es una dulzura excesiva, nacida de una extremada indulgencia. ¡Ay, ay, los miembros de Cristo se corrompen porque nadie los castiga! Hay tres vicios detestables hacia los que Nuestro Señor tiene particular aversión: la impureza, la avaricia y el orgullo que reinan entre los sacerdotes; éstos no piensan sino en los placeres y en las fiestas y se preocupan únicamente de hacer fortuna. Ven sin inquietud a los demonios infernales robarles las almas que les fueron confiadas, siendo ellos mismos lobos voraces que comercian con la divina gracia. Hay que poner orden en esto con mano firme, porque una compasión excesiva constituye a veces la mayor crueldad. El bien sólo triunfará cuando la corrupción haya llegado al colmo.»

Y yo, pobre, miserable mujer, no puedo esperar más; viviendo, parezco morir en mi dolor, viendo a Dios tan agraviado.

Santa Catalina de Siena

Carta al papa Gregorio XI

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