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Irapuato
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Santa Rosa Felipa Duchesne, apóstol en las Américas-el 18 de noviembre. diócesistv fecha: 18 de noviembre fecha en el calendario anterior: 17 de noviembre n.: 1769 - †: 1852 - país: U.S.A. Más
Santa Rosa Felipa Duchesne, apóstol en las Américas-el 18 de noviembre.

diócesistv fecha: 18 de noviembre
fecha en el calendario anterior: 17 de noviembre
n.: 1769 - †: 1852 - país: U.S.A.
canonización: B: Pío XII 12 may 1940 - C: Juan Pablo II 3 jul 1988
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio:
En Saint-Charles, en el estado de Missouri, en los Estados Unidos de Norteamérica, santa Filipina Duchesne, virgen de las Hermanas del Sagrado Corazón, que, nacida en Francia, durante la Revolución Francesa reunió la comunidad religiosa y se trasladó a América, donde abrió muchas escuelas.
refieren a este santo: Santa Magdalena Sofía Barat

La madre Duchesne introdujo en los Estados Unidos de Norteamérica la Sociedad del Sagrado Corazón fundada por santa Magdalena Sofía Barat; fue beatificada en 1940 y canonizada en 1988. Había nacido en 1769, en Grenoble del Delfinado. Su padre era un próspero comerciante. La niña recibió en el bautismo los nombres de Rosa Filipina. El primer nombre era casi una profecía, pues Santa Rosa de Lima, en la víspera de cuya fiesta había nacido la futura santa, fue la primera canonizada del Nuevo Mundo. La infancia de Rosa Filipina no tuvo nada de especial. Era una niña de carácter fuerte e imperativo (heredado de la familia de su padre), muy seria y muy amante de la historia. Cuando Rosa tenía ocho años, un jesuita que había sido misionero en la Luisiana, relató a la familia muchas historias de indios, lo que despertó en la niña el interés por las misiones. Rosa Filipina asistió a la escuela de las religiosas de la Visitación de Sainte-Marie-d'En-haut. Además, junto con sus primos, los Périer, tenía un tutor particular, de suerte que llegó a ser una mujer extraordinariamente culta. A los diecisiete años, cuando sus padres empezaban a pensar en casarla, la joven anunció su resolución de ingresar en el convento. Al principio, su proyecto encontró cierta oposición; pero finalmente se le permitió entrar en el convento de las visitandinas. Sin embargo, un año y medio más tarde, su padre impidió que hiciese la profesión, no sin razón, pues el futuro religioso de Francia le parecía muy oscuro. Efectivamente, en 1791, les visitandinas de Grenoble fueron expulsadas. Filipina regresó entonces a la casa de su familia, que vivía por esa época en el campo.

Durante los años de la Revolución, Filipina hizo todo lo posible por vivir como religiosa: miraba por su familia, asistía a los enfermos, prestaba ayuda a los confesores de la fe y a los prisioneros y, sobre todo, velaba por la educación de los niños. Cuando la Santa Sede firmó el Concordato con Napoleón en 1801, Filipina pudo comprar los edificios del antiguo convento de Sainte-Marie-d'En-haut. La santa había pensado en restablecer la comunidad de visitandinas de la que había formado parte; pero la tarea resultó no sólo más difícil de lo que había imaginado, sino simplemente imposible. Así pues, el 21 de agosto de 1802, día de la fiesta de Santa Juana Francisca de Chantal, fundadora de las visitandinas, quedó decidido que se renunciaría a la empresa. Unos cuantos días más tarde, Rosa Filipina y otra religiosa quedaron solas en el convento. Naturalmente, no faltaron quienes dijesen que eso era una prueba más de la violencia del carácter de los Duchesne y que Filipina había hecho imposible la vida a las otras religiosas. La santa decidió entonces ofrecer la casa a la Madre Barat, quien poco antes había fundado en Amiens la primera casa de la Sociedad del Sagrado Corazón. La fundadora aceptó la proposición y, el 31 de diciembre de 1804, Filipina y otras cuatro postulantes fueron admitidas en Saint-Marie. Santa Magdalena Sofía Barat fue la maestra de novicias de Filipina. Tal fue el primer contacto de aquellas dos almas, «la una de mármol y la otra de bronce». Filipina hizo la profesión menos de un año después. Los meses de noviciado sirvieron para unir estrechamente a la fundadora y a la aspirante y ayudaron a Filipina a comprender mejor la disciplina religiosa, pues hasta entonces «había campeado demasiado por sus respetos». Tal vez la mayor prueba de Filipina fue renunciar a sus penitencias y mortificaciones personales por orden de su superiora.

A principios de 1806 fue a visitar el convento de Saint-Marie el abad de la Trapa, Dom Agustin de Lestrange, quien tres años antes había enviado a los Estados Unidos los primeros monjes cistercienses. Esa visita inflamó a Filipina en deseos de partir a la misión de América del Norte. En ese momento no existían aún colonos europeos en muchas regiones, la frontera de la civilización avanzaba muy lentamente hacia el oeste, y los indios constituían una parte importante de la población. Aunque la madre Barat no se opuso al plan, debían transcurrir doce años antes de que la madre Duchesne pudiese realizarlo. Durante esos doce años, el instrumento escogido por Dios iba a perfeccionarse, tanto en lo espiritual como en la administración exterior. Finalmente llegó el tiempo fijado por Dios. Mons. Dubourg, obispo de Luisiana, pidió a la madre Barat que le enviase algunas religiosas en cuanto le fuese posible. La santa prometió hacerlo así, pero tal vez habría pospuesto indefinidamente el proyecto, si la madre Duchesne no hubiese intervenido directamente y con mucha energía. Así pues, en marzo de 1818, cinco religiosas del Sagrado Corazón partieron de Burdeos al Nuevo Mundo. La madre Duchesne, contra toda su voluntad, había sido nombrada superiora de la expedición.

Después de un viaje muy pesado, Filipina escribía: «El mareo es una cosa horrible que afecta la cabeza y el estómago e imposibilita cualquier ocupación», la expedición desembarcó en Nueva Orleans el 29 de mayo, día de la fiesta del Sagrado Corazón. Las religiosas navegaron por el Mississippi hasta St Louis, que era entonces una población de 6000 habitantes, en lo que es actualmente el estado de Missouri. Allí las esperaba Mons. Dubourg, quien les dio por casa una cabaña de troncos en Saint Charles. Allí inauguraron las religiosas la primera escuela gratuita para niños pobres al oeste del Mississippi. La población blanca, compuesta por franceses, criollos, ingleses, etc., era católica en su mayoría. Muchos de los habitantes eran bilingües. Las religiosas habían empezado a estudiar el inglés desde que supieron que se las había destinado a los Estados Unidos, pero santa Filipina nunca llegó a dominar bien el idioma. Dos casuales reflexiones suyas, arrojan luz sobre las gentes con las que las religiosas trabajaban: «Algunos de nuestros discípulos tienen más chaquetas que camisetas y pañuelos», «En Portage-des-Sioux, las paredes (de la iglesia) estaban adornadas con imágenes de Baco y de Venus ... , por pura ignorancia». A propósito de los indios, la santa escribía lo siguiente: «Nos habíamos hecho la agradable ilusión de que íbamos a enseñar a salvajes dóciles e inocentes, pero las mujeres son tan perezosas y beben tanto como los hombres». Después de un crudo invierno, el obispo decidió que la comunidad se trasladase a Florissant, más cerca de St Louis. Ahí se establecieron las religiosas dos días antes de la Navidad de 1819. La madre Duchesne escribió un vívido relato sobre los agudos rigores del clima durante el viaje, a los que se añadió la complicación de la fuga de una vaca. La nueva residencia, que era más confortable, se prestaba para abrir un noviciado; pero Mons. Dubourg no se inclinaba mucho a ello, pues consideraba el carácter de los lugareños como demasiado independiente. Sin embargo, el camino se abrió por sí mismo, ya que una postulante, que quería ser hermana lega, se presentó espontáneamente a pedir la admisión. El 22 de noviembre de 1820, María Layton tomó el hábito de las religiosas del Sagrado Corazón y fue la primera religiosa americana de la congregación. Con la inauguración del noviciado y los progresos de la escuela, empezó a abrirse el horizonte. Por otra parte, santa Filipina comprendía cada vez mejor a los extraños habitantes de aquel país. No debemos olvidar que la santa iba a cumplir cincuenta años cuando cruzó el Atlántico ni que era francesa hasta los huesos. Esas gentes la desconcertaban tanto por sus vicios como por sus virtudes y no sin razón se ha dicho que la madre Duchesne «probablemente nunca llegó a poseer un tacto extraordinario en su trato con los no europeos». Como quiera que fuese, la santa se hizo más dulce con la edad, como suele suceder, pero sin perder nada de su antiguo entusiasmo. En efecto, en 1821 escribía a la madre Barat: «Creía yo que estaban ya satisfechas todas mis ambiciones; pero estoy inflamada en deseos de ir al Perú. Pero sin embargo, me he vuelto más razonable que cuando estaba en Francia y acostumbraba molestaros continuamente con mis vanos deseos». Ese mismo año se inauguró en Grand Cóteau, a unos 225 kilómetros de New Orleans, la segunda casa de la congregación. La madre Duchesne decidió visitar dicha fundación y el viaje fue, probablemente, el más duro de todos los que hizo. En efecto, el trayecto de ida duró cuatro semanas y nueve el de vuelta. En el viaje de regreso estalló en el barco una epidemia de fiebre amarilla y la madre fue testigo de la inhumana actitud de los sanos que abandonaban a los enfermos por miedo al contagio. Santa Filipina se encargó de cuidar a un enfermo, al que bautizó antes de morir y eso estuvo a punto de costarle la vida, pues contrajo la enfermedad y fue desembarcada en Natchez, donde no pudo encontrar otro refugio que el lecho de una enferma que acababa de morir de fiebre amarilla.

Cuando volvió a Florissant, las pruebas empezaron a sucederse. Las dificultades materiales, la envidia y las calumnias de los extraños estaban a punto de arruinar la escuela. La santa escribía a la madre Barat: «Lo único que no han dicho de nosotras es que envenenamos a los niños». Finalmente, cuando no quedaban ya más que cinco discípulos, el horizonte empezó a aclararse. Una de las principales causas de las dificultades había sido la partida de Mons. Dubourg hacia el sur de Louisiana. Pero en 1823, el obispo …
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